Paul Demarty
17/01/2023
De todas las indignidades sufridas por los comentaristas de derechas del Reino Unido a consecuencia de las memorias de Harry Windsor, no es la menor el pequeño asunto de que los perfidos españoles las pudieron leer antes.
Un error en las fechas de publicación provocó el lanzamiento anticipado de la edición española, lo que detonó una carrera para volver a traducir al inglés las partes más escandalosas del libro; a medida que los detalles se difundieron, la "punditocracia", de color morado por la indignación, se puso a trabajar en sus denuncias y, es justo decir que la monarquía murió un poco más. De hecho, el abanico de la vituperación - de sospechosos habituales como Nigel Farage, Piers Morgan y similares, junto con tipos más extraños como el ex marxista Brendan O'Neill - probablemente atestigua que el daño está hecho, y no hay mucho que las filas prietas de "Little England" puedan hacer para vengarse.
Como todos los demás, dependemos de los resúmenes que flotan alrededor de los medios de comunicación burgueses para entender lo que el pícaro príncipe tiene que decir en su libro, inteligentemente titulado en inglés Spare (y traducido al español "En la sombra" y no "Segundón", para evitar el literal "El recambio", ndt). La palabra, por supuesto, se refiere al papel de Harry en el gran esquema de las cosas. Las reglas de la primogenitura entregan la corona a los hijos mayores y a los hijos mayores de esos hijos mayores; pero ese es un asunto arriesgado, más arriesgado, por supuesto, antiguamente, cuando enfermedades y lesiones eran más comúnmente mortales, y la mortalidad infantil frecuente, incluso en las clases dominantes. Aún en las mejores circunstancias, es estadísticamente probable que al menos una generación de cada tres no produzca ningún heredero masculino.
Por lo tanto, los reyes y las reinas necesitan, idealmente, producir al menos dos hijos para estar tranquilos: el heredero y el "de repuesto". Los segundones siempre han sido un problema. En la Alta Edad Media, la apuesta segura era dedicar a los hijos nobles más jóvenes al sacerdocio; se les podía conseguir fácilmente un obispado, o el priorato de una poderosa abadía. Las exigencias del celibato podían preocupar al pobre niño; pero, como fue espectacularmente el caso de los papas Borgia, siempre se podía simplemente ignorarlas. Cuando no se seguía esta costumbre, el segundón inevitablemente desarrollaba cierto interés en que una desgracia fatal ocurriese a su hermano mayor, idealmente antes de que este último hubiera producido su propio heredero.
Y, de hecho, una de las filtraciones que ha provocado titulares relata un altercado físico entre Harry y su hermano mayor, William, quien - durante una discusión sobre (¿qué otra cosa?) la esposa de Harry, Meghan Markle, tiró de un golpe al segundón al suelo, rompiendo el cuenco de los perros. Harry afirma que no respondió de la misma forma; pero ese no es el punto, por lo menos por lo que respecta a los corresponsales con cara de cortesanos en la galería de prensa. El verdadero daño inflingido es contar la historia. Es el "segundón", según la tradición, el verdadero fratricida.
No es solo su hermano el que, aparentemente, no sale bien parado. Se supone que Charles, al nacer Harry, debió felicitar a su esposa, con esas palabras, por producir un "segundón" de repuesto, antes de partir hacia los brazos de su amante. La palabra, aparentemente, fue utilizada abiertamente por todos, incluso por la santificada "abuelita", Elizabeth. No lo decían con malas intenciones, naturalmente. Pero parece haber cuajado y reforzado el dilema de los hombres en su posición: a pesar de toda la riqueza y la comodidad ociosa, ¿para qué diablos sirvo?
El trato con el diablo
Harry es producto de un extraño momento en la historia cultural de la monarquía británica, como hemos señalado muchas veces en esta revista (Weekly Worker). Después de la II Guerra Mundial, y especialmente después de la década de 1960, la monarquía hizo un gran cambio en la forma en lo que ahora llamariamos (al menos en el tierruño californiano de Meghan) la "marca" y la comunicación estratégica. Antes, el énfasis había estado casi en su totalidad solo en el monarca, y especialmente en las funciones ceremoniales del estado que llevaba a cabo. A medida que las fracturas se extendieron en la cultura de la élite británica en los años de posguerra, se implementó un nuevo e ingenioso enfoque. Toda la familia desempeñaría papeles públicos; príncipes y princesas actuarían como embajadores comerciales, patrocinadores de organizaciones benéficas, etc. Se convertirían en celebridades por derecho propio.
La cuestión de si fue un éxito es interesante. Claramente funcionó hasta cierto punto. No tengo evidencia empírica detallada de ello, pero anecdóticamente es posible detectar en parte de la población británica (o al menos inglesa) ciertos lazos parasociales con ciertos miembros de la realeza. Las bodas, como las de William y Harry, son grandes eventos. Dicho esto, cuando es contraproducente, tiende a ser contraproducente de manera espectacular. El colapso de los matrimonios de Andrew con Sarah Ferguson, y de Charles con Diana Spencer, arrojaron una luz poco amable sobre la despiadada cultura de "la Firma". Por encima de todo, la muerte posterior de Diana produjo una ola de sentimientos públicos que abrumaría a Palacio.
William y Harry, por lo tanto, nacieron en la zona cero de los peores desastres a los que se enfrentarían los miembros de la familia real. Crecieron en un matrimonio falso que se derrumbó sensacionalmente cuando los niños aún eran jóvenes; su madre fue, durante los últimos años de su vida, perseguida y acosada por la prensa de derecha, posiblemente hasta matarla (Harry ciertamente parece pensarlo). Para los tabloides, de alguna manera era tanto una completa idiota como una sociópata manipuladora (cosas similares se dicen, por supuesto, de Meghan hoy - el tiempo es un círculo plano, al menos en la prensa amarilla).
Los periódicos han citado el relato de Harry sobre la muerte de su madre. Charles le dijo, en persona, que "mamá ha tenido un accidente de coche"; Charles no ofreció un abrazo ni otra vulgaridad. (Sin el libro en nuestras manos, es difícil saber si Harry está tratando de hacer que su padre suene como un idiota emocional, pero una cierta imagen se dibuja en estos fragmentos...) Después, simplemente recuerda un sentimiento de aturdimiento, y también de culpa por no poder llorar a su madre como ella se merecía (y "la Nación" quería).
Recuento de bajas
El aturdimiento es un tema transversal en las memorias. Es igualmente frío a la hora de contar las bajas enemigas que causó durante su servicio militar en Afganistán: 25. Sabe exactamente cuántos combatientes enemigos murieron a sus manos, porque el ordenador se lo dijo. (Antes ha comparado su trabajo en el ejército con jugar con una PlayStation). Informa que no le produce ni satisfacción ni vergüenza: el ejército hizo un gran trabajo de deshumanización del enemigo. No parece tener una opinión sobre si es algo bueno o malo. Recuerdo las entrevistas de sofa de aquellos días, cuando relataba sus triunfos sobre "Terry Taliban" con la sonrisa cínica del producto encallecido de Eton-Sandhurst que era entonces.
De manera bastante ridícula, la brigada anti-Harry ha hecho causa común con los "Terry Taliban" al denunciar estas declaraciones. Ya había unos comentarios más sobrios de Joe Glenton, un militar que sirvió en Afganistán cuando Harry, que más tarde desertó y pasó a formar parte del movimiento antiguerra y la izquierda. Sus espías le dicen que Harry "era un oficial decente, bastante colega que hizo su trabajo, que es el más alto galardón posible para cualquiera formado en la Academia Militar de Sandhurst". El problema de confesar crudamente cosas como esta es que rompe un código de omertá. "Por lo general, está mal visto presumir de matar gente... Es particularmente inaceptable hacerlo fuera del círculo de tus compañeros veteranos, por ejemplo, a los civiles". Los mundos militar y civil deben mantenerse separados, una división que es "esencial para la identidad militar profesional, pero [que] hace que la transición de vuelta al mundo real sea tan tensa después del alta".(1)
Probablemente valga la pena mencionar Eton aquí. No es solo el ejército el que sirve para lijar las respuestas emocionales normales: el sistema de "escuelas públicas" (de hecho colegios privados elitistas) han existido siempre más para formar un cierto tipo de carácter - una mentalidad de rebaño brutal que proporciona oficiales más o menos competentes y funcionarios coloniales en número suficiente para gobernar un imperio global - que para impartir conocimiento (el nivel educativo per se en tales escuelas era, hasta relativamente poco, bastante pobre). EM Forster lo describió de forma bastante ácida en 1926:
"Porque no es que el inglés no pueda sentir, es que tiene miedo a sentir. En su escuela pública le han enseñado que el sentimiento es malo. No debe expresar gran alegría o tristeza, ni siquiera abrir la boca demasiado cuando habla: su pipa podría caerse si lo hiciera. Debe embotellar sus emociones, o dejarlas salir solo en una ocasión muy especial".(2)
Como señala Forster, la escuela pública es tradicionalmente un lugar para que la alta burguesía se mezcle con la pequeña aristocracia (en un país completamente aburguesado). Charles es en realidad el primer monarca inglés que ha sido educado en una escuela pública en lugar de por tutores privados (a menos que uno cuente las escuelas navales). Escuelas como Eton y Gordonstoun son burbujas más grandes que la sala de estudio de la institutriz, pero siguen siendo burbujas, sin embargo, y tal vez de un tipo psicológico peor y más estrecho.
William es el producto de las mismas fuerzas, por supuesto; y ha salido "bien", según los estándares de la Firma. Tal vez ser el heredero, en lugar del segundón, fue incentivo suficiente para mostrar el labio superior rígido de rigor, encontrarse una esposa confiable (aunque no sea del tipo "criadora de élite" preferida por "abuelita"), embarazarla con dos niños (y una niña), mantener la boca cerrada y esperar su turno, seguramente no por tanto tiempo como Charles tuvo que hacer.
Formas de escape
El destino tenía otras cosas reservadas para Harry. El grano de verdad existente en el odio histérico que los comentaristas de derecha tienen a Meghan Markle es precisamente que no se podría imaginar un disolvente más efectivo para esta estructura psicosocial que el amor de una actriz liberal californiana. No tenemos ni idea de lo que se apoderó de Harry para abandonarlo todo pero no podemos imaginar que Meghan lo desalentó; todo es más Hollywood que Sandhurst. (Al igual que los diversos encuentros post mortem con Diana, ya sea por medio de videntes o simplemente poniendo las manos en su tumba, como al parecer se cuenta en el libro). Ciertamente, el libro está escrito por esa rara avis: el famoso escritor fantasma que es él mismo una celebridad, JR Moehringer, cuyas propias memorias fueron recientemente adaptadas para una película de George Clooney (Clooney presentó a los dos).
Harry se queja de que ciertos miembros de su familia han "hecho un pacto con el diablo"; el "diablo" es la prensa sensacionalista. Pero eso no es exactamente lo que ha sucedido, como hemos dicho, toda la institución monarquica ha pactado con el diablo. Se puede defender que, de todos los subconjuntos de celebridades, solo los miembros de la realeza siguen siendo completamente rehenes de los tabloides. La ironía de todo ello es que el objetivo declarado era hacer que la familia real pareciera más "normal", con el resultado de que claramente ha dejado de funcionar como una familia en el sentido burgués aceptado, si es que alguna vez lo hizo. A pesar de todas los fallos de la familia nuclear media como institución, sus miembros no suelen emplear un gran número de asesores de relaciones públicas para filtrar chismes de unos y otros a The Sun. Siempre es difícil para los hijos de padres divorciados reconciliarse con la madrastra o el padrastro; pero al menos no tienen que lidiar con una gran ofensiva de encanto diseñada para convencer a todo el país de que cuanto antes se vuelva a casar el padre tanto mejor.
Harry se ha escapado, más o menos. Se ha convertido en una celebridad estadounidense; al otro lado del charco, los Sussex son populares (al menos con tipos liberales). Se han acomodado perfectamente en la categoría de celebridades "famoso por ser famoso": ella era una actriz normalita, pero no una superestrella; y él era un miembro de la familia real, pero un segundón. Pero juntos, tienen una historia: una pareja adorable; una boda de cuento de hadas muy moderna; una crisis posterior con los peores suegros del mundo; que finalmente se ve superada por el poder del amor y lo comercial que resulta (en palabras de Glenton) "hacer chirriar el decoro estadounidense". Los protagonistas son atractivos: ella de una manera a la Hollywood, él como si fuese un adorable canta-autor (no vamos a entrar en el debate sobre la barba de Harry). El mundo en el que viven es un salón de espejos, pero bien amueblado. Es como si Harry hubiera sido liberado de una cárcel de máxima seguridad, pero para quedar atrapado en el encantador pequeño pueblo falso del Truman Show.
Solo podía escapar iluminando de la manera menos favorecedora la maquinaria de la familia real. Por eso, nunca le perdonarán los reaccionarios. A Piers Morgan le preocupaba que este pudiera ser el fin de la monarquía, una exageración, por decirlo suavemente. El derrocamiento de la monarquía sigue siendo una tarea reservada a actores políticos conscientes, y no simplemente cultural. Sin embargo, es un problema cuando la parte "digna" de la constitución se revela como un grupo de víboras.
Por eso, y solo por eso, los republicanos tienen con Harry y Meghan una pequeña deuda de agradecimiento, y les deseamos suerte en todos sus futuros podcasts, docuseries y propuestas comerciales de bienestar.
Notas:
1) www.theguardian.com/commentisfree/2023/jan/08/prince-harry-afghanistan-d.... ↩︎
2) www.theatlantic.com/magazine/archive/1926/01/notes-on-the-english-charac.... ↩︎