Reino Unido: de Lizz Truss a Rishi Sunak, thatcherismo, neoliberalismo y hegemonía de la City. Dossier

Andy Beckett

Aeron Davis

Leonardo Clausi

02/11/2022

El thatcherismo es una ideología obsoleta, pero es la única que tienen Sunak y Truss

Andy Beckett

Todos coinciden en que los últimos doce años han sido unos de los más turbulentos de nuestra historia moderna. Han cambiado o se han puesto en duda muchas cosas: nuestro clima, el coste de la vida, la capacidad del Estado para protegernos, la capacidad del capitalismo para generalizar la prosperidad, la continuidad del Reino Unido, nuestra relación con Rusia y la UE, hasta nuestra impresión de que podemos ser una sociedad funcional. Hasta un punto que era casi inconcebible en 2010, cuando llegó al poder la coalición de conservadores y liberal-demócratas, este se ha convertido en un país distinto.

Algunos políticos han intentado adaptarse. Los laboristas se han desplazado a la izquierda y luego han vuelto al centro. Los liberal-demócratas se han movido a la derecha, apoyando la austeridad tory, y luego se han vuelto más hostiles a los conservadores con Ed Davey. El SNP [Partido Nacionalista Escocés] se ha vuelto más afirmativo en su impulso a la independencia. Mientras tanto, algunos conservadores, como Boris Johnson y Theresa May, han hablado al menos de gobernar con nuevas maneras, "nivelando" o ayudando a los "que se las arreglan".

Sin embargo, hay un grupo de políticos, que poco a poco se han convertido en los más poderosos del país, y que están a punto de convertirse en nuestros gobernantes, gane quien gane la contienda por el liderazgo tory, y que no parecen haber ajustado su pensamiento en absoluto en medio del caos y el flujo. Como resultado, podemos enfrentarnos a nuestra peor crisis en tiempos de paz desde la década de 1930 bajo un gobierno con una visión del mundo desastrosamente desfasada.

Hace once años, cinco diputados conservadores elegidos por primera vez en 2010 -Liz Truss, Kwasi Kwarteng, Dominic Raab, Priti Patel y Chris Skidmore- expusieron esta visión del mundo en un libro, hoy en gran parte olvidado, titulado After the Coalition: A Conservative Agenda for Britain   . "El futuro de la prosperidad de Gran Bretaña reside en... los valores del libre mercado", declaraba su introducción. Hay que reducir los impuestos, acabar con "la cultura de la limosna" y "Gran Bretaña debe intentar recuperar el control" de la UE y negociar "sus propios acuerdos comerciales". Si se toman estas medidas, concluye el libro, "el declive relativo de Gran Bretaña... no resulta inevitable".

En su optimismo y sus soluciones generales, su combatividad y su aire de absoluta convicción, el libro parece hoy un discurso en la carrera por el liderazgo de Truss. También prefigura muchas de las promesas que actualmente hace su rival, Rishi Sunak, que llegó al Parlamento cinco años después que la promoción conservadora de 2010, pero que comparte gran parte de su perspectiva. Mientras que Truss se ha hecho conocida por vestirse y posar a veces exactamente como Margaret Thatcher, el mes pasado Sunak declaró al Telegraph: "Mis valores son thatcherianos".

Cuando Truss y Sunak empezaron a promover esa versión del conservadurismo en la década de 2010, ya estaba mostrando sus años. El apogeo de Thatcher se había producido un cuarto de siglo antes. Mucho más recientemente, la crisis financiera de 2008 había desacreditado el capitalismo desregulado. Y luego vinieron el estancamiento de los salarios y el declive regional de la década de 2010: problemas lo suficientemente graves como para persuadir a May y Johnson de que un gobierno conservador ya no podía limitarse a liberar a las empresas y confinar al Estado.

Sin embargo, aunque Truss, Sunak, Raab, Patel, Kwarteng y Skidmore sirvieron en estos gobiernos tories ligeramente heréticos, y si bien podrían haber advertido fácilmente que el capitalismo británico de libre mercado se encontraba en dificultades, nunca renunciaron a la fe thatcheriana. ¿Por qué no?

Una respuesta es que el replanteamiento económico de May y el de Johnson rara vez produjeron algo más que retórica. Sus gobiernos siguieron siendo un buen lugar para que los derechistas económicos hicieran carrera. Otra respuesta es que la prensa de derechas -que se ha vuelto aún más importante para los tories a medida que han envejecido los lectores de periódicos y los votantes conservadores- sigue siendo esencialmente thatcheriana en sus supuestos económicos. En sus páginas, los sindicatos y la regulación son casi siempre malos, y los accionistas y los propietarios de viviendas son los grupos de interés que importan.

Mientras tanto, el conservadurismo valora cada vez más a los políticos que se niegan a cambiar de rumbo y que, por el contrario, se vuelven más dogmáticos, que "doblan la apuesta", como suelen decir con admiración los periodistas políticos. El éxito de la campaña del "leave" [abandonar la Unión Europea], construida sobre décadas de tozudez y recrudecimiento, ha contribuido a que la rigidez parezca una virtud. El hecho de que los conservadores no hayan perdido unas elecciones generales en 17 años, a pesar de lo ajenos que han parecido a menudo a los alarmantes cambios socioeconómicos de Gran Bretaña, ha convencido a muchos tories de que pensar de modo novedoso es un lujo que no necesitan. Desde 2010, una proporción cada vez mayor de los partidarios del partido han sido personas que crecieron bajo el mandato de Thatcher, y que probablemente todavía consideran sus gobiernos como patrón oro.

Gran parte de la financiación del partido procede asimismo de personas que quieren que continúen las políticas thatcherianas. Los fondos de cobertura, las empresas de capital riesgo y los promotores inmobiliarios tienden a favorecer una regulación más laxa, y no suelen preocuparse demasiado por las consecuencias sociales de sus prácticas laborales. El gobierno ha dado prioridad a estos intereses, a través de subsidios al mercado de la vivienda y planes para desregular aún más las finanzas, mientras que cada vez más descuida otros negocios, como los pequeños fabricantes y exportadores que en gran número se ven constantemente asfixiados por el Brexit.

Es difícil pensar en un precedente moderno para los problemas más generales a los que se enfrenta hoy Gran Bretaña: gran parte de la población y del Estado se encuentran en profundos problemas financieros, mientras que el partido gobernante -si no es esa una descripción demasiado generosa- se vuelve menos, en lugar de más, flexible en su pensamiento. Cuando se produjo la crisis financiera, los laboristas llevaban en el poder un tiempo igualmente largo; pero para entonces se habían vuelto cada vez más dubitativos y estaban dispuestos a cambiar sus políticas, como demostró el rescate en gran medida improvisado del sector bancario por parte de Gordon Brown. Hasta Thatcher podía ser menos convencionalmente de derechas en una crisis de lo que a sus discípulos les gusta pensar. Durante la recesión de principios de los 80, le permitió a su canciller, Geoffrey Howe, subir los impuestos, lo contrario de lo que prometió Truss.

Cuando los tories se dignen finalmente concedernos un nuevo premier, Truss o Sunak podrían sorprendernos. Como canciller, la respuesta de Sunak a la pandemia rompió temporalmente con el dogma del libre mercado de que las dificultades económicas deben resolverlas en buena medida los individuos y no el Estado. Sin embargo, esa transgresión, debido en parte a que supuso una subida de impuestos, es una de las razones por las que va por detrás de Truss en las encuestas entre los de afiliados conservadores.

Truss posee un historial de grandes giros ocasionales, en lo que respecta al Brexit e incluso a la elección de partido. Pero son cosas de un pasado bastante lejano. Sus actitudes más duraderas, ejemplificadas por la grabación filtrada esta semana en la que decía que los trabajadores británicos debían mostrar “más trabajo duro” , son de la escuela de Norman Tebbit: los gobiernos tories tienen que endurecernos.

Este enfoque, en medio de una catástrofe económica, podría llevar a los conservadores a una dura derrota electoral. Pero ese resultado también requeriría que hubiera muchos más votantes que se dieran cuenta de lo anticuado que se ha vuelto el partido. Mientras una gran parte del electorado no renuncie finalmente al thatcherismo, sus discípulos seguirán adelante.

 

The Guardian, 19 de agosto de 2022

 

Truss sopla frenéticamente sobre las brasas del neoliberalismo. Pero es una pira funeraria

Andy Beckett

La pureza puede ser algo peligroso en política. El mundo está lleno de impurezas. A menudo se necesitan compromisos para que funcionen las medidas políticas. Tampoco suelen los votantes premiar a los políticos por tener una ideología coherente. A veces a estas personas los ven como fanáticos.

Sin embargo, sin un conjunto de obstinadas creencias, gobiernos y partidos políticos pueden carecer de dirección. Pueden carecer de un sentido de finalidad y de una historia convincente. El argumento centrista común de que un gobierno adulto es pragmático ignora el hecho de que los gobiernos británicos más influyentes desde la Segunda Guerra Mundial, el de Clement Attlee y el de Margaret Thatcher, cambiaron la sociedad para adaptarla a su visión del mundo, más que a la inversa.

Liz Truss, una de las más entusiastas fans de Thatcher que quedan en Gran Bretaña, y quiere que su gobierno sea igualmente transformador, o "disruptivo". "El statu quo no es una opción", declaró al congreso conservador la semana pasada. "Somos el único partido con un plan claro para... construir una nueva Gran Bretaña".

Ese plan se encuentra actualmente en graves dificultades, gracias a su imprecisión y su extremismo, percibidos de modo general, a la falta de habilidad política y de comunicación de Truss y su gabinete, y a su falta de mandato tanto del electorado como de sus diputados. Pero hay otra razón, menos analizada, por la cual tiene problemas. Su gobierno ha tomado posesión cuando la filosofía que ha revitalizado y reformado el conservadurismo en todo el mundo desde principios de los años 70 -una filosofía de la que el gobierno de Truss parece tan devota como cualquier otra en la historia británica- parece estar finalmente en declive.

El neoliberalismo, la creencia de que mercados libres, impuestos bajos y un Estado con poco o ningún interés en la igualdad producirán los mejores resultados económicos y sociales, ha pasado de moda incluso entre la élite empresarial y sus cronistas. En el Financial Times de esta semana, la columnista Rana Foroohar sostenía que Occidente estaba entrando en una “era post-neoliberal”: habría más intervención del Estado en la economía, mayor regulación de los mercados y más poder para los trabajadores.

Sin embargo, Truss dice que quiere un país con las características opuestas: un “Estado adelgazado”, menos “burocracia”, menos redistribución de la riqueza y leyes antisindicales más estrictas. Este enfrentamiento entre los puristas neoliberales de Downing Street, que siguen presionando para conseguir unas cuantas victorias últimas, y las fuerzas políticas, económicas, e incluso del mercado financiero, que se están acumulando en su contra, está convirtiendo la política tory en un espectáculo apremiante y globalmente significativo, al menos tanto como las divisiones del partido. En Gran Bretaña, posiblemente la primera democracia en la que se ensayó el neoliberalismo, éste sigue adelante y agoniza al mismo tiempo.

Esto quedó muy claro en el congreso de los conservadores. En una carpa en los presuntos márgenes del evento, organizada por la Alianza de Contribuyentes, antiestatales, y el Instituto de Asuntos Económicos (IEA), partidario del libre mercado, los debates sobre las cosas radicales que a continuación debería hacer el gobierno contaron con ministros como Kwasi Kwarteng y Jacob Rees-Mogg. Estos debates resultaron mucho más animados que los discursos de la sala principal. El director de la AIE, Mark Littlewood, presidió los debates con un aire regocijado apenas contenido. En un momento dado, declaró que estaba "muy entusiasmado" con Truss como primera ministra. Pocas veces han ejercido los ideólogos tanta influencia sobre un gobierno británico.

Sin embargo, influyen en un gobierno asediado. Los oradores de la carpa se vieron con frecuencia casi ahogados por los manifestantes contrarios al Brexit, a pocos metros del perímetro del congreso, que hacían sonar ese tema musical tan burlón de Benny Hill. Y a veces, hasta los colaboradores más confiados de la derecha parecían asustados por la impopularidad del Gobierno. Sobre la desregulación de las empresas, Rees-Mogg advirtió: "No se puede optar por un enfoque de año cero. La gente va a pensar que estamos locos". Un asesor de Littlewood, Sam Collins, fue más allá. "Intentar introducir reformas de libre mercado y hacerlo mal", dijo, "puede envenenar los pozos durante una generación". Puede que sea precisamente eso lo que esté haciendo el gobierno de Truss.

En los primeros y expansivos años del neoliberalismo, la impopularidad y los fracasos de las medidas políticas suponían un problema menor. El primer país en el que se aplicó esta filosofía no era una democracia. La dictadura de Augusto Pinochet en Chile, que comenzó con un golpe militar en 1973, convirtió lo que había sido una sociedad relativamente abierta e igualitaria en un laboratorio de políticas polarizadoras de libre mercado como la privatización y la austeridad. "Hubo mucho derramamiento de sangre y se encarceló a numerosos presos políticos", es lo que escribió Alan Walters, un economista británico de derechas que colaboró con el régimen de Pinochet, en el Times en 1990. "Pero [también se produjo] una vigorosa recuperación económica, maravilla del resto de América Latina".

Walters pasó a ser el principal asesor económico de Thatcher a lo largo de varios de los períodos más conflictivos de su mandato. Aunque obviamente es menos autoritario que Pinochet, su gobierno recurrió a coacciones de forma semejante, como una policía agresiva y unas leyes antisindicales, para suprimir la oposición a medidas políticas neoliberales. Tanto en la Gran Bretaña de ella como en el Chile de él, al igual que en el país que imagina Truss, algunas libertades económicas - enriquecerse, evitar la regulación - se consideraban más importantes que otras, como la de no tener que trabajar en exceso o la de no caer en la pobreza. Hubo poderosos intereses suficientes y suficiente opinión pública en apoyo de este enfoque derechista, aunque sólo produjera intermitentemente un fuerte crecimiento económico, como para que el neoliberalismo se extendiera por todo el mundo durante medio siglo.

Pero hoy en día esa filosofía se encuentra en retroceso, hasta en sus núcleos originales. El actual presidente de Chile es Gabriel Boric, probablemente el más izquierdista desde Salvador Allende, el socialista al que derrocó Pinochet. En Gran Bretaña, la última encuesta anual sobre actitudes sociales muestra que, hasta entre los partidarios de los conservadores, sólo el 7% desea un Estado más reducido y menos impuestos. El neoliberalismo se ha convertido en fe de una minoría, mucho menos popular que el socialismo y la socialdemocracia a los que supuestamente derrotó para siempre en los años 70 y 80.

Sin embargo, el gobierno de Truss intenta seguir adelante a pesar de todo. En las próximas semanas, suponiendo que su administración sobreviva tanto tiempo, se prometen anuncios sobre reformas desreguladoras de todo tipo, desde el cuidado de los niños hasta el sistema de planificación. Una de las explicaciones de su persistencia en esta revolución, en gran medida no deseada, puede ser el que los tories han intentado todo lo que se les ha ocurrido. Desde que volvieron al poder en 2010, han elaborado y desechado apresuradamente una sucesión de soluciones a los problemas de Gran Bretaña, desde la "gran sociedad" de David Cameron hasta el enfoque de Theresa May referente a “los que se van arreglando”, pasando por el nacionalismo populista de Boris Johnson.

Tal vez el purismo neoliberal sea la única opción que algunos tories creen que les queda, la única manera de dar a su envejecido y desordenado gobierno algo de claridad e impulso. Pero de aquí a las próximas elecciones, a menos que haya muchos más giros en redondo del gobierno, el precio de ese purismo, para el partido y para el país, puede quedar aterradoramente claro.

 

The Guardian, 14 de octubre de 2022

 

Con Rishi Sunak, la City londinense se apodera por completo de la política británica

Aeron Davis

Ha sido una semana de primicias en la política británica. El país ha hecho bien en celebrar el hecho de tener por vez primera un primer ministro de herencia asiática e hindú. Sin embargo, un hito menos notorio es que Gran Bretaña también tiene el primer primer ministro que es banquero de inversiones.

El primer trabajo de Rishi Sunak lo desempeñó en el banco de inversión norteamericano Goldman Sachs. Pasó 14 años en dicho sector antes de convertirse en diputado. En muchos sentidos, su nombramiento sin elección democrática marca el punto álgido de la toma de control del sistema político y económico británico por parte de las grandes finanzas: una infiltración silenciosa en Westminster [el Parlamento] y Whitehall [la administración] que ha tenido lugar durante varias décadas y que ha pasado prácticamente inadvertida.

Históricamente, la Milla Cuadrada [la City] ha desempeñado un importante papel en la política, la economía y el imperio británicos. Es bien sabido que el thatcherismo acabó con el modelo corporativista de gestión económica. El papel de los sindicatos, de los industriales británicos y del Estado del Reino Unido iba a retroceder considerablemente. Lo que no estaba claro era qué sería lo que les substituyera. Mirando hoy hacia atrás, está claro que intervinieron las grandes finanzas.

Esto se debió a que muchos de los actores clave de los gabinetes conservadores de los años 80 procedían del sector financiero. Norman Lamont pasó años en el banco de inversión NM Rothschild and Sons. Cecil Parkinson, que diseñó el "Big Bang" que allanó el camino a la enorme expansión de la Bolsa de Londres en la década de 1980, había sido contable colegiado en la Milla Cuadrada. Y Nigel Lawson se curtió como periodista financiero en el Sunday Telegraph y el Financial Times. Cada uno de ellos ha hablado de su carrera en la City como de una influencia más significativa en su pensamiento que la de cualquier economista académico. Muchos otros ministros conservadores también pasaron de la carrera financiera al Tesoro o al Departamento de Comercio e Industria.

Esta fue una de las razones principales por las que la mayoría de las industrias nacionalizadas no se vendieron simplemente al sector privado, sino que salieron a bolsa y pasaron a manos de los inversores de la City. También explica por qué una serie de cambios fiscales y de regulaciones financieras favorecieron a las grandes finanzas en detrimento de la industria, y por qué los cambios en la gobernanza corporativa privilegiaron el "valor para el accionista" por encima de todo. Se eliminaron las exenciones fiscales y las ayudas a la industria, y se utilizaron para reducir los impuestos sobre dividendos y sobre la venta de acciones y bonos.

Cuando llegó el Nuevo Laborismo, no disponía de las mismas redes financieras anteriores a las que recurrir. Pero Gordon Brown y compañía también se dieron cuenta de lo fundamentales que eran los lucrativos ingresos fiscales de la City para financiar sus planes de gasto. También necesitaban su ingenio para seguir privatizando y, por supuesto, promulgando contratos PFI. Así pues, se puso en marcha una regulación de “toque suave” para mantener la expansión del sector. Para facilitar todo esto, se atrajo al gobierno un goteo constante de financieros.

Si nos fijamos en el gobierno de coalición [de conservadores y liberal-democrátas], todos los altos cargos que gestionaron la política económica del Tesoro -George Osborne, Danny Alexander, David Cameron, Rupert Harrison, John Kingman y Nick Macpherson- consiguieron posteriormente puestos bien remunerados en el sector financiero. Y tres de los últimos cinco cancilleres [del Exchequer, ministros de Economía] provenían del sector. Todos los actuales asesores de Jeremy Hunt proceden de la banca de inversión.

Esto resulta importante, porque los banqueros de inversión tienen muy poco que ver con la economía real en la que vive la gente corriente. No dirigen empresas. No se ocupan de los mercados reales de productos y clientes. Su trabajo se limita a los mercados financieros, ayudando a las maniobras financieras de las empresas, y negociando y gestionando sus propios activos financieros. Su principal objetivo es obtener beneficios de esas actividades, sin importar cómo afecten a la economía real, al interés nacional o a los empleados. Si eso significa vender en corto la libra esterlina o desmantelar una empresa de éxito para obtener beneficios rápidos, que así sea.

En otras palabras, lo que beneficia a las grandes finanzas suele perjudicar a las empresas y a la industria en general. Por consiguiente, desde la década de 1980, el declive industrial de Gran Bretaña y su expansión financiera han sido tan pronunciados como en cualquier economía líder. La productividad y los niveles de gasto en I+D también se comparan muy mal, porque los inversores exigen rendimientos rápidos y la subida de los precios de las acciones por encima de la inversión a largo plazo. Han aumentado las desigualdades regionales y de clase.

Y un sector financiero excesivamente poderoso tampoco ha favorecido la buena gobernanza. No hay nada democrático en que se recurra a amplios recortes de los servicios públicos para pagar el salvamento del sector bancario privado, como ocurrió tras el derrumbe de 2008, ni en que los mercados de bonos determinen la credibilidad de los gobiernos, ni en que banqueros y fondos de cobertura sean la mayor fuente de donaciones del Partido Conservador. Tampoco es probable que la confianza en la democracia británica aumente con un primer ministro súper rico que supuestamente ha evitado impuestos y ha logrado una fortuna como financiero a costa del país.

Durante el breve mandato de Liz Truss, se habló mucho del poder y la influencia de la red de Tufton Street de opacos laboratorios de ideas derechistas. Pero, en realidad, la fuerza motriz a largo plazo de la política económica del Reino Unido, que ha estado ahí delante de nosotros todo este tiempo, ha sido la City de Londres. Ya es hora de abrir los ojos y mirar más de cerca.

 

The Guardian, 27 de octubre de 2022

 

El ascenso nada meritocrático de Rishi Sunak al poder, una cuestión de clase 

Leonardo Clausi

Rishi Sunak, adinerado banquero de 42 años y ex ministro de Economía del penúltimo gobierno de Johnson, es el nuevo primer ministro británico, y forma parte de una ristra reciente de varios. Es el primer hindú de origen indio que ocupa el puesto que en su día ocupó Churchill (además de Liz Truss). También es el más joven en tiempos modernos. Su toma de posesión tuvo lugar en la festividad hindú de Diwali. Es asimismo abstemio.

Seguía siendo el único aspirante al liderazgo conservador tras la retirada de Penny Mordaunt -cuya anémica candidatura era meramente formal- y, sobre todo, después de que Boris Johnson se diera por vencido.

Durante el fin de semana, este último, ante la perspectiva de su propia resurrección política, había abandonado apresuradamente las playas tropicales donde se había aislado en frugal meditación, convencido de que podría reunir el centenar de votos que necesitaba de los diputados para desafiar a Sunak según la oligárquica práctica electoral interna propia del Partido Conservador. Luego abandonó en el último momento, oficialmente porque el partido estaba demasiado dividido y no podía ponerse de acuerdo con sus rivales, pero más probablemente porque no estaba seguro de tener suficiente apoyo para enfrentarse a Dishy Rishi (que significa "guapo", apodo que se le ha dado en los círculos conservadores por su elegante aspecto). Hoy, Johnson detesta a Sunak por ser el causante de su caída.

La noticia de que Johnson dimitía fue recibida con una fuerte recuperación de la libra, lo que dice mucho: está claro que los tories ya no son lo que eran, y los inversores invierten con más tranquilidad con uno de los suyos en Downing Street. Pero no se preocupen, que Johnson volverá: un par de libros más sobre Churchill, y quizá sobre Disraeli, unos cuantos millones más recaudados como un reloj en el circuito de conferencias, y seguro que nos lo encontramos de nuevo en las próximas elecciones, para principios de 2025.

Aunque la oposición clama por unas elecciones anticipadas, Sunak nunca se avendrá a ello, ya que una victoria tory parece altamente improbable, sobre todo cuando los laboristas, liderados por un Starmer bastante estirado, se encuentran 30 puntos por delante en las encuestas, no tanto por sus méritos como por los deméritos de sus oponentes. Evidentemente, sería inútil esperar de Starmer una política económica seriamente distinta de la que están a punto de infligir al país los tories: para convencer a los empresarios de que ha erradicado a fondo la herejía corbyiniana, ahora debe congraciarse con ellos a toda costa con cabildeo y promesas de "realismo".

Así pues, ha llegado la hora del siguiente concursante, y tiene que darse prisa. Ahora es el turno del "reciclado" Sunak, “brexitero” originario cuyo ascenso igualmente "demeritocrático" se lo debe todo a Theresa May, antigua “remainer”, partidaria de permancer en la UE, que acabó dimitiendo ella misma y que le había ganado con bastante solvencia en la última ronda del proceso electoral. Y ahora, la coreografía ya ensayada tres veces en los últimos meses comenzará de nuevo: Truss acudirá al nuevo rey, Carlos III, que -con palpable alivio- recibirá su dimisión e invitará luego a Sunak a formar gobierno.

Pero el partido sigue dividido entre johnsonianos acérrimos, que siguen llorando la traición, y quienes se han dado cuenta a regañadientes de que una segunda temporada de "Boris" sería demasiado para el país. También hay que ver qué sale de las acusaciones penales de Johnson, ya que sigue siendo investigado judicialmente por las infracciones que le llevaron a dimitir.

Sunak ha proyectado una imagen de persona seria y fiable con las cuentas públicas, pero no tanto con las suyas. Se le acusa de evasión fiscal, y su millonaria esposa no ha pagado impuestos en el Reino Unido (se les ha llamado "Scrooges" [“Tío Gilito”], pero el personaje de dibujos animados [de Disney] al que más se parecen es al supercapitalista John D. Rockerduck, más convencional).

Se puede esperar de Sunak una ola de recortes en los servicios públicos y una vuelta a la austeridad, como en tiempos de David Cameron y George Osborne. La inflación supera el 10% y el país está en recesión. Con sus propuestas presupuestarias de horror, Truss ha disgustado a todo el electorado de su partido: los mercados financieros, el Banco de Inglaterra, hasta al FMI. Esos recortes de impuestos para los ricos entraban incluso en conflicto con el aumento antiinflacionario del coste del dinero por parte de la Reserva Federal y, por tanto, con la dependencia del Estado del crédito de los mercados financieros, es decir, del aumento de la deuda.

Sunak jugará a ser "responsable" por ahora, subiendo impuestos y sobre todo recortando el gasto público sin piedad. Las gratuidades para los más ricos vendrán después, muy probablemente: un thatcherismo "responsable" frente al thatcherismo chulesco y "libertario" de Truss y compañía.

Discreparemos sobre el supuesto progreso social que significa no tener un cristiano blanco al frente del país: hay que tener en cuenta que los tories llevan mucho tiempo proponiendo a extremistas de derechas, ya sean mujeres o figuras de origen no europeo, en papeles "incómodos": para deportar a los inmigrantes, o para impedir el debate sobre el colonialismo. Al fin y al cabo, la inmigración, el derecho al aborto o las familias arco iris se combaten mejor con descendientes de inmigrantes, mujeres, homosexuales. Es una jugada artera para subvertir el juego en el debate identitario, y algo que no se limita al Reino Unido. La igualdad se disfraza así obscenamente de concepto de derechas. Pero también demuestra que, al final, se trata sólo de la clase.

 

il manifesto global, 27 de octubre de 2022

 

articulista del diario The Guardian, estudió Historia Moderna en Oxford, y Periodismo en California (Berkeley). Entre sus libros se cuentan “Pinochet in Piccadilly: Britain and Chile´s Hidden History” (2002) y “When the Lights Went Out: Britain in the Seventies” (2009) y, el ultimo publicado, “Promised You a Miracle” (2015).
es profesor de comunicación política en la Universidad Victoria de Wellington, en Nueva Zelanda. Su último libro es “Bankruptcy, Bubbles and Bailouts: The Inside History of the Treasury Since 1976” [Bancarrotas, burbujas y rescates: Historia desde dentro del Tesoro desde 1976].
periodista italiano independiente radicado en Londres, especializado en Economía, es corresponsal del diario “il manifesto” en Gran Bretaña, productor televisivo, además de traductor de Hobsbawm y Zizek, y autor, recientemente, junto a Serafino Murri, de “Pandemia Capitale, Apocalittici & Disintegrati”.
Fuente:
aavv
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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