Catarina Martins
26/04/2023Señor Presidente de la República,
Señor Presidente de la Asamblea de la República,
Señoras y Señores Invitados,
Señoras y Señores Miembros del Gobierno,
Señoras y Señores Diputados,
“Foi bonita a festa, pá” (“Fue una fiesta bonita, colega”), cantaba Chico Buarque en 1975. “Fue una fiesta bonita”, celebraba el premio Camões, finalmente entregado, ahora que Brasil se ha librado de su presidente verdugo y vuelve a celebrar la cultura, el mundo y los derechos humanos
“La fiesta fue hermosa”. Esta fiesta fue inaugurada por el coraje, la inteligencia y la generosidad de los Capitanes de Abril y de quienes, con ellos y ante ellos, alimentaron la lucha antifascista, que fue también una lucha anticolonial. Y por eso hoy, 50 años después de su asesinato, la celebración del 25 de abril también debe ser un homenaje a Amílcar Cabral. Hoy evocamos la valentía revolucionaria de todos aquellos que, en la noche más larga y sin saber cuándo y si saldrían victoriosos, arriesgaron todo para derrotar a la dictadura. Y ganaron, el 25 de abril de 1974.
“La fiesta fue hermosa” y extendió la esperanza al mundo y donde más se necesitaba. Al otro lado de la frontera, en España, todavía bajo la dictadura de Franco, o al otro lado del océano, en Brasil, que sufriría la dictadura militar otros 11 años.
“La fiesta fue hermosa” y la fiesta fue la gente. Era esperanza, era determinación. La revolución fue lo que siguió al golpe de estado que derrocó al régimen. Eran los días en que la gente en la calle decidía su vida. Era el fin de la guerra, era la ocupación de fábricas y campos, era construir lo que el fascismo había negado. Era el poder del pueblo contra el aparato estatal corrupto y brutal y contra el juego vicioso del poder económico depredador y rentista. Las mujeres salieron a la calle con la cabeza en alto y los puños cerrados. Era la lucha por el salario, la construcción de casas, la exigencia de tener un médico al que ir, una escuela donde aprender. Era un torrente queriendo igualdad y libertad en plenitud. La revolución no fue una declaración. Era una construcción.
Y si ya nada ha vuelto a ser igual, -y eso está bien-, en los casi 50 años en este camino, sólo la deshonestidad puede negar lo que quedó por hacer, lo que se abandonó, los retrocesos que también vemos. Salarios que no alcanzan para vivir y casas con precios que los salarios no alcanzan a pagar. El transporte que no llega y la justicia que no camina. Las vulneraciones que niegan el acceso a la salud y la atención a los mayores, o la falta de docentes que niega la enseñanza a los más jóvenes. Las nuevas formas de precariedad, exclusión e incluso trabajo forzoso. Además de la negativa de tanto por hacer, hay retrocesos democráticos que no debemos ignorar.
Y no vale decir que los indicadores de hoy no son comparables con los de hace 50 años. Que triste mundo, el de los que viven en el pasado. La democracia se construye sobre la solución de los problemas del presente y su oxígeno es el horizonte de una vida mejor. Sin esperanza, se marchita.
“Ya se acabó tu fiesta”, se lamentaba Chico Buarque en 1978. “Ya se acabó tu fiesta, colega / Pero seguro / Se les olvidó una semilla / En algún rincón del jardín”.
Es esa semilla la que cuidamos.
Sobre todo porque, si es cierto que el olor a humedad se siente en tantos rincones del mundo, que los hongos del odio se propagan en los oscuros sótanos de las redes sociales, que la desesperanza contamina y enferma a la democracia, no lo es menos. que estos hongos pueden ser vencidos y que el moho desaparece bajo el mismo sol que germina la semilla. No tiene por qué ser futuro, lo que está hecho del peor pasado. Sepamos cuidar la semilla de abril.
El mayor peligro de las celebraciones de Abril es que se conviertan en ceremonias fúnebres. Palabras repetidas, claveles olvidados en el pecho, frases hechas, declaraciones antifascistas en tono inflamado y sin traducción concreta, evocaciones vacías de luchas pasadas que se niegan en el presente.
Nada peor que el Pueblo como un adorno de solapa y la Revolución bien encerrada en las páginas de las enciclopedias, como para dejar claro que el tiempo del pueblo de asumir su destino, de construir una vida de la que pueda sentirse orgulloso, hace mucho que pasó.
No hay nada peor que esta resignación para un país en el que la historia se convierte en una postal para los turistas. En el que no se puede aspirar a más que a una propina, o bien emigrar, para que tal vez un día, como en el poema de Capicua, se puedan pagar las prebendas del Hostal da Mariquinhas.
No hay nada peor que ese insidioso raca raca de acostumbrarse, que los nietos no tengan acceso a los derechos que construyeron los abuelos o que las crisis puedan justificar todas las miserias de gobierno. Como si un gobierno en democracia no tuviera como función resolver las crisis en nombre del pueblo.
No hay nada peor que este lodo que contamina todo el debate, que hace del miedo el argumento de todo: si no fuera así, podría ser peor. Si no somos nosotros, podría ser peor.
El estancamiento antidemocrático, el pulso del odio y sálvase quien puede, que se está sintiendo en todo el mundo, se alimenta invariablemente de este lodo de desesperanza y miedo, que transforma la política en un debate vacío y niega la respuesta concreta a las vidas.
La política es una elección. Y sólo es una elección democrática cuando es fuente de esperanza. Cuando alimenta la construcción colectiva de un presente digno y un futuro por delante.
Cuidar la semilla de abril es tener la valentía de la esperanza y el coraje de enfrentar los poderes que crecen en la sombra para mermar la soberanía popular. Cuidar la semilla de abril es hacer esa elección: salario en lugar de abuso, casa en lugar de especulación, médico en lugar de negocio de enfermedades, planeta para vivir en lugar de poder extractivo.
Un gobierno que se esconde en el victimismo con la pandemia o la guerra, que se convierte en una agencia de publicidad y powerpoints en los que ya nadie cree por más claveles que se ponga en el pecho, no cuida la semilla de abril.
Y cada vez que se haga sentir el hedor fascista, tanto en el parlamento como en la vida, estaremos juntos sin dudarlo para combatirlo, nos negamos resueltamente a subordinar todos los debates sustantivos de la política a las payasadas de la extrema derecha.
Queremos una democracia que haga germinar la semilla de abril. Nos negamos a ahogarla en formaldehído.
Y afortunadamente hay todo un pueblo que cuida esta semilla. Que la riega, que la mantiene viva y quiere hacerla crecer. Ese “Manda de nuevo/ Algún aroma a romero”.
Es esta semilla la que cuidan los docentes que salen a la calle, los miles que reclaman vivienda, salud y una vida digna, que marchan por la igualdad, que ocupan por el Clima. Que bonita es esta fiesta, que llena calles y avenidas, que resiste y propone, en la que nos encontramos y nos encontraremos. Esta es la semilla y el compromiso de la izquierda. De esa semilla nacerá la alternativa política, popular, que se construye día a día.
“Canta la primavera, colega”. Hagamos una fiesta hoy. ¡Viva el 25 de abril!