¿Por qué somos tan tolerantes con el fanatismo eclesial?

Kate Cohen

07/03/2023

Cuando uno de mis hijos tenía 12 años, le invitaron a formar parte de un prestigioso coro local, una de las joyas de la corona de la Catedral de Todos los Santos (Episcopaliana) de Albany [capital del estado de Nueva York]. Si bien era ateo, no se oponía a cantar música cristiana: sus años en coros infantiles y conciertos "navideños" le habían acostumbrado a ello.

Pero mientras yo calculaba, llena de orgullo maternal, cómo llevarlo a dos ensayos a la semana, me preguntó él si la Iglesia aprobaba el matrimonio entre personas del mismo sexo. Le dije que no lo sabía. Dijo que si no lo aprobaban, no se sumaría al coro.

Lo comprobé: Rotundamente, no. Cuando le dije al director del coro por qué mi hijo declinaba la invitación, me respondió que las fuerzas progresistas estaban trabajando en el seno de la Iglesia para cambiar la situación. Le deseé suerte. Aunque sus esfuerzos tuvieran éxito, el cambio llegaría sin duda después de que mi hijo hubiera figurado como publicidad de voz angelical de una institución discriminatoria.

¿Les impresiona la claridad moral que expresé... después de que me diera una lección un niño de séptimo curso?

He pensado en ese momento al leer que, el mes pasado, el Pensacola Christian College de Florida había retirado su invitación a los King's Singers -un grupo a capella que visitaba el campus- dos horas antes de que comenzara la actuación que tenían programada. El colegio la canceló, según declaró posteriormente, "al tener conocimiento de que uno de los cantantes mantenía abiertamente un estilo de vida que contradice las Escrituras". En otras palabras, debido a que uno de sus miembros era gay.

De hecho, hay dos que lo son. Los King's Singers conocían la postura sobre la homosexualidad de la Universidad cuando aceptaron actuar, pero tal como explicaron en un mensaje de Instagram: "Creemos que la música puede construir un lenguaje común que permita que se unan personas con diferentes puntos de vista y perspectivas".

Se trata de una declaración extremadamente atenta. Sin embargo, tengo que preguntarles, como me pregunté yo tardíamente ya hace años: ¿por qué ser tan tolerantes con la intolerancia?

¿Estamos tan acostumbrados a las posturas anti-LGBTQ de las instituciones religiosas conservadoras que ni siquiera nos llaman la atención? ¿Estamos tan acostumbrados a la homofobia auspiciada por las iglesias que ignoramos el vasto y prohibitivo paisaje del prejuicio mientras celebramos los más mínimos signos de cambio?

Fue noticia, por ejemplo, cuando el Papa Francisco declaró recientemente a la agencia Associated Press que la homosexualidad no debería estar penalizada, como lo está en 67 países, e instó a los obispos de todo el mundo a reconocer la dignidad de todas las personas. Amén.

Hizo notar, sin embargo, que la homosexualidad sigue siendo un pecado. La Iglesia católica seguirá llamándolo pecado, e instando a los pecadores a arrepentirse, y seguirá negándose a reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo o a aprobar la adopción por parte de progenitores del mismo sexo, ¡pero de un modo que también reconozca totalmente su dignidad!

(Y no es por nada: ¿de dónde cree el Papa que han sacado esos países la idea de que la homosexualidad debe ser delito?).

En enero, la Iglesia de Inglaterra se disculpó por el trato que había dispensado a las personas LGBTQ, al tiempo que aclaraba que a estas personas no se les permitiría casarse por la Iglesia. "Por las veces que os hemos rechazado o excluido, a vosotros y a vuestros seres queridos, lo sentimos profundamente", reza la carta pastoral. Y por las veces que seguiremos rechazándoos o excluyéndoos, ¡también lo sentimos profundamente!

Estas declaraciones oficiales de las iglesias representan un prejuicio amable y suave en nombre de Dios. Para una versión más brutal, echémosle un vistazo (si es que podemos soportarlo) a la reciente recopilación de Hemant Mehta de "predicadores cristianos del odio", en la que cada uno de ellos opina en vídeo que habría que ejecutar a los homosexuales. Es espeluznante.

Por supuesto, muchas iglesias progresistas -y sinagogas y mezquitas- acogen a sus hermanos LGBTQ como miembros de pleno derecho e iguales. Y muchas de las que aún no lo hacen acabarán por hacerlo.

La Iglesia Episcopaliana, por ejemplo, ya sanciona oficialmente el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y la diócesis de Albany… bueno, está trabajando en ello. Una declaración publicada en la página digital de la Iglesia Episcopaliana señala: "Como en toda travesía espiritual, cada cual camina a su propio ritmo. Algunas congregaciones episcopalianas participan activamente en el ministerio LGBTQ y tienen los brazos abiertos; otras son más reservadas, pero sus puertas siguen abiertas a todos; algunas están todavía debatiéndose con sus creencias y sentimientos".

Parece justo, ¿verdad?

Ahora bien, imaginemos que, en lugar de hablar de personas LGBTQ, la iglesia estuviera hablando de congregaciones que "se debaten con sus creencias y sentimientos" respecto a los negros. ¿Nuestro espíritu de paciente tolerancia llegaría hasta ahí?

No hace tanto tiempo, muchas instituciones cristianas norteamericanas defendían la esclavitud, señalando versículos bíblicos como los de Efesios 6, 5: "Esclavos, obedeced a vuestros amos". Luego combatieron la integración y el matrimonio interracial, argumentando que Dios quería que las razas estuvieran separadas. La Universidad Bob Jones, de la que se licenciaron los fundadores del Pensacola Christian College, mantuvo la prohibición de citas interraciales hasta el año 2000.

Las políticas homófobas no son diferentes, salvo que, aparentemente, la gente las acepta mejor.

Algún día, quizás, la Iglesia Católica y la Iglesia de Inglaterra traten como iguales a sus feligreses LGBTQ. Quizás hasta el Pensacola Christian College evolucione. Mientras tanto, no nos dejemos engañar por la palabrería de las "creencias religiosas": no es más que intolerancia chapada a la antigua.

 

licenciada en Literatura Comparada por Dartmouth College y periodista, colabora con medios como Slate, Salon, Buzzfeed o The Forward. Es autora de “We of Little Faith, An Atheist Comes Clean (And Why You Should, Too)” [“Nosotros los de poca fe: una atea se confiesa (y por qué debería hacerlo usted también)”].
Fuente:
The Washington Post, 6 de marzo de 2023
Traducción:
Lucas Antón

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