Gideon Levy
Yarod London
22/12/2016¿Cuándo no es antisemitismo el antisemitismo?
Gideon Levy
Al parecer, el único mensaje de felicitación del extranjero que ha recibido Steve Bannon desde que le nombraron asesor estratégico de Donald Trump para la Casa Blanca, es el que le llegó con membrete oficial del gobierno israelí y lo firmaba el ministro de Agricultura israelí, Uri Ariel.
La Liga Anti-Difamación [Anti-Defamation League], durante tanto tiempo sobresaliente entre las organizaciones judías norteamericanas que combaten el antisemitismo, hizo público un anuncio secamente redactado firmado por su presidente, Jonathan Greenblatt, que instaba a anular el nombramiento de Bannon; el Centro de Acción Religiosa del Movimiento de Reforma [Reform Movement’s Religious Action Center] y otros mencionaron que la “promoción del antisemitismo, la misoginia, el racismo y la islamofobia” de Bannon le descalifican para cualquier puesto en la Casa Blanca; y los Consejos Judíos de Relaciones Comunitarias [Jewish Community Relations Councils] locales (de New Haven o San Francisco, por ejemplo) se apresuraron a publicar comunicados parecidos, aun cuando la dirección del AIPAC [American Israel Public Affairs Committee, la mayor organización de presión proisraelí en los Estados Unidos] se mostró ambigua.
Entretanto, Ariel se apresura a enviarle a Bannon sus bendiciones desde Israel. A Ariel, que pertenece al partido Hogar Judío, el partido del movimiento de los colonos y el grupo más de extrema derecha de la Knesset y socio mayor en la coalición gubernamental de Netanyahu, le complació el nombramiento de un hombre cuya ex mujer le acusó de antisemitismo. “No hay palabras para describir esta vergüenza”, echaba chispas en Facebook Stav Shaffir, diputada en la Knesset por el Partido Laborista israelí en Facebook..
Shaffir colgó una respuesta feroz al respaldo de Bannon por parte de Ariel en su página en hebreo de Facebook: “Rabinos de todos los EE.UU. han hecho pública su denuncia (…) [y] decenas de organizaciones judías están haciendo campaña contra el nombramiento; el resto del mundo – a izquierda y derecha por igual– están avisando del peligro de nombrar a un racista arrogante para un puesto tan sensible en el gobierno norteamericano … mientras que, junto al ministro Ariel de Israel, entre los que felicitan a Bannon se cuenta la dirección del Ku Klux Klan, algunos destacados antisemitas norteamericanos y el Partido Nazi norteamericano”.
Si se apoya a Israel, todo es perdonable
La derecha israelí ha inventado un nuevo ingenio híbrido el antisemita proisraelí. Resulta que es posible tal cosa. Se puede ser antisemita y seguir, con todo, estando bien considerado en ciertos círculos de Israel. Lo principal es ser “amigo de Israel”, lo que hoy significa estar encantado con la ocupación israelí.
A cambio del apoyo a la ocupación israelí por tiempo indefinido, de alentar el empeño de los colonos, la derecha israelí está dispuesta a perdonar cualquier cosa. Todo en absoluto. A perdonar el pasado, cerrar los ojos al presente, hipotecar el futuro, y renunciar a todo vestigio de moralidad. No tenéis más que dejarnos seguir construyendo en los Territorios, es todo lo que nos preocupa. Para perpetuar la ocupación, la derecho israelí sacrificará incluso el destino de los judíos norteamericanos, empeñará su conexión con ellos, hará caso omiso de sus inquietudes y desestimará sus preocupaciones.
El ex-primer ministro Yitzhak Shamir, otra figura de extrema derecha, dijo en cierta ocasión: “Por el bien de Israel está permitido mentir”. Los límites de tan dudosa afirmación los han ensanchado desafortunadamente los colonos derechistas de Israel. Para Israel resulta permisible incluso apoyar el antisemitismo, el nacionalismo extremo, el chovinismo y el racismo de toda laya. Esa laxitud empezó con el apoyo sobradamente amplio al candidato Donald Trump, acaso el más amplio de cualquier electorado fuera de los EE.UU. hasta llegar a la carta ministerial de felicitando al recién nombrado Bannon.
A Israel le encanta a Trump
A diferencia de muchos otros países, sobre todo en Europa Occidental, ninguna figura oficial de Israel ha expresado reservas acerca del triunfo electoral de Trump. Este giro de los acontecimientos no es atribuible solamente a cualquier amenaza contra Israel. Lo impulsaba un apoyo auténtico a este problemático presidente electo. Evidentemente, la derecha israelí, con su nacionalismo y su racismo, encuentra un lenguaje común con la derecha norteamericana, parecidamente nacionalista y racista.
Lo que es todavía peor, la batalla global contra el antisemitismo, una tribuna en la que los derechistas vociferan más alto, comienza a parecerse en cierta medida a una estratagema manipuladora y cínica (y actualmente menos útil). De repente, ser antisemita ya no es ahora tan terrible. De pronto, es perdonable, sobre todo si odias a musulmanes y árabes. Mientras seas “pro-israelí”.
La derecha judía e israelí ha dejado caer un manto de perdón a los antisemitas proisraelíes que dirigirán el próximo gobierno norteamericano. Igual que la pornografía, el antisemitismo se convierte ahora en asunto de geografía, interés personal y coste-rendimiento. A los antisemitas de la derecha norteamericana ya no se les considera antisemitas mientras apoyen la ocupación. La derecha israelí sólo encuentra antisemitas en la izquierda. Roger Waters [músico británico de Pink Floyd, partidario del boicot a Israel], hombre de conciencia honorable, es antisemita; Steve Bannon, abiertamente racista y secretamente antisemita, es amigo de Israel.
Los activistas judíos e israelíes que no dejaron piedra por remover buscando señales de antisemitismo, que han considerado cualquier multa de aparcamiento impuesta a un judío norteamericano como un crimen de odio, que daban alaridos cuando se robaba a algún judío o se profanaba una lápida judía, ahora declaran aceptable la plaga. De repente, ya no están seguros de que lo que tengamos aquí sea ese viejo mal del antisemitismo.
Cuando el antisemitismo no es antisemitismo
El jurista Alan Dershowitz, cruzado proisraelí y propagandista extraordinario, ya ha salido en defensa de Bannon. En su artículo de opinion en Haaretz del 27 de noviembre, Dershowitz estimaba que el hombre cuya mujer testificó que no quería enviar a sus hijos al colegio con judíos no es antiesemita. “La afirmación la hizo simplemente su ex-mujer en una vista judicial, lo que no le otorga ningún peso especial”, comentó Dershowitz con aplomo pseudo-talmudista. A Dershowitz le contó un judío ortodoxo que trabajó con Bannon en el pasado que nunca había dado muestras de antisemitismo. De golpe, a Dershowitz le basta con eso. De repente, está perfectamente bien distinguir entre antisemitismo y racismo.
A estos racistas les encanta Israel porque Israel hace realidad sus propias fantasias: sojuzgar a los árabes, maltratar a los musulmanes, expulsarlos y matarlos, detenerlos, interrogarlos y torturarlos, arrasar sus casas, arruinar su dignidad. '
Naturalmente, al embajador de Israel en los EE.UU., Ron Dermer, le ha faltado tiempo para sumarse al coro, declarando que “está deseando trabajar con Bannon.” Y cómo. Son tal para cual en todo: los palestinos no existen, no hay ocupación, los asentamientos ilegales son para siempre, los izquierdistas y progresistas son unos traidores.
Para Dermer, el embajador del Likud en Washington, amigo del Tea Party, boicoteador de J Street [asociación judía progresista norteamericana], que en circunstancias diplomáticas normales ya hace mucho tiempo que habría sido declarado persona non grata en los EE.UU. y habrían sacado de las orejas, los resultados electorales y los nuevos nombramientos son como el amanecer de un nuevo día. Dermer se sentirá como en casa con ese teórico de la conspiración, Frank Gaffney, del Center for Security Policy, otro islamófobo preseleccionado para un nombramiento relevante. Dermer estará encantado de trabajar con Bannon, y Mike Huckabee es justamente plato de su gusto. Dermer, recuérdese, recibió el premio Freedom Flame de 2016 de la CSP, una organización que hace bandera de la islamofobia y para la que Dermer es un héroe.
Racistas unidos
Estos racistas y otros que piensan como ellos son los mejores amigos de Israel en los Estados Unidos. Y hacen causa común en Europa con los racistas derechistas. Cuando apoyar la ocupación es lo que da la medida de la amistad, Israel no tiene otros amigos que no sean los racistas y nacionalistas extremistas. Esto debería haber causado una inmensa vergüenza en Israel: dinos quiénes son tus amigos y te diremos quién eres. Con amigos como estos, ¿quién necesita amigos? La desgracia de su amistad ya es suficiente. Pero aparentemente Israel se enorgullece de sus amigos.
Hay racistas a los que les encanta Israel porque Israel realiza sus fantasías: sojuzgar a los árabes, maltratar a los musulmanes, expulsarlos y matarlos, detenerlos, interrogarlos y torturarlos, arrasar sus hogares y destruir su dignidad. Cómo le encantaría a este montón de escoria pasearse por allí. Hasta hoy, esto ha sido posible sólo en Israel, luz entre las naciones en este contexto. Lejos quedan los días en los que un puñado de judíos sudafricanos iba a la cárcel con Nelson Mandela. Hoy los judíos bien relacionados de Norteamérica apoyan a los nuevos gobernantes del país: racistas y antisemitas.
“Los palestinos llaman antisemita al nacionalista blanco Bannon, y el AIPAC y Dershowitz creen que no es tan mal tipo”, comentó la escritora palestino-norteamericana Susan Abulhawa en su página de Facebook. Abulhawa fue expulsada por Israel en el Puente Allenby el año pasado. Los EE.UU e Israel comparten en estos tiempos los mismos valores.
Todo lo que queda ahora es esperar y ver si el nuevo régimen norteamericano cumplirá lo prometido. ¿Conducirá la declarada islamofobia y xenofobia de varias de sus principales figuras a un apoyo ciego a la ocupación israelí, aun mayor que el de anteriores administraciones norteamericanas? ¿Tendrá réditos la apuesta de la derecha israelí?
Dilema judío progresista
También está la cuestión de lo que sucederá en los círculos judíos liberales de los Estados Unidos, que suponen un segmento substancial de la comunidad judeonorteamericana. ¿Cambiarán estos acontecimientos su actitud hacia Israel? El Israel derechista, ultranacionalista, con su abierto apoyo a Trump, y su ministro que envía felicitaciones a Steve Bannon…¿ es ese un país digno automáticamente de apoyo por parte de los judíos de Norteamérica? Israel, amigo incondicional de la derecha dura norteamericana, ¿es un Israel cuya bandera pueden ondear con orgullo los judíos liberales de Norteamérica?
En los próximos meses lo descubriremos. Puede, paradójicamente, que el ascenso de la derecha norteamericana, junto a un régimen no menos derechista y nacionalista en Israel, haga que despierten los judíos liberales de Norteamérica y se planteen preguntas difíciles que nunca han afrontado. Hasta hoy.
Middle East Eye, 25 de noviembre de 2016
¿Por qué Israel no se estremece a causa de los antisemitas de la Casa Blanca?
Yaron London
Israel no parece estremecerse a causa del nombramiento de racistas antisemitas para puestos de importancia en la administración del presidente electo, Donald Trump. No hay de qué sorprenderse en esto. Para empezar, no está en nuestra mano cambiarlo. Nuestra completa dependencia de los Estados Unidos nos obliga a callar la boca y contenernos.
En segundo lugar, una visión del mundo que apoya la supremacía blanca cuadra con los intereses de nuestro gobierno. Si a la gente de Trump le desagradan más los árabes de lo que le disgustan los judíos (liberales, gente de Wall Street, periodistas de la Costa Este, personas a las que les gustan los negros, amigos de Hillary Clinton), hemos hecho buen negocio. Trump y sus amigos consideran a Israel como vanguardia contra los bárbaros, y no son exactamente muy agudos.
Para hacerle justicia al gobierno de Netanyahu, permítanme matizar mi afirmación diciendo que todas las formas de sionismo mantienen la apreciación de que cierto grado de antisemitismo beneficia a la empresa sionista. Dicho sea más ásperamente, el antisemitismo es generador y aliado del sionismo. Los judíos sólo abandonan su lugar de residencia en masa cuando se ve socavada su situación económica y su seguridad física. Masas de judíos se ven empujadas, más que atraídas, a este país. El anhelo de la tierra de Sión y Jerusalén no es lo bastante fuerte como para impulsar a millones de judíos hasta el país que aman y aferrarse a sus terrones.
Puesto que los judíos de Israel ansían inmigrantes con una cierta vinculación con su pueblo, y dado que el sionismo —como cualquier otra ideología— necesita una justificación constante, tenemos la secreta esperanza en nuestros corazones de que una moderada ola antisemita, junto al deterioro de la situación económica de sus países de residencia, haga que los judíos de la Diáspora se den cuenta de que es entre nosotros donde encajan.
¿Hacen falta siquiera pruebas? Nadie protestará por la afirmación de que el ascenso del antisemitismo en Francia nos procuró cierta satisfacción, en el sentido de “ya os lo habíamos avisado, ¿verdad?”. El difunto primer ministro Ariel Sharon no dudó en formular esa declaración, enojando al gobierno francés y a muchos judíos que se consideran ciudadanos incondicionales de Francia. Miles de judíos de Francia que ven a Israel como tabla de salvación, como póliza de seguros, compraron apartamentos en Israel e hicieron que subieran los precios inmobiliarios en ciudades de la costa. Eso está bien. Demuestra que el sionismo tenía razón.
Por ende, nadie puede negar que la crisis económica del imperio soviético, unida al recrudecimiento del antisemitismo en el país, fue la razón por la que inmigraron a Israel cerca de un millón de judíos y de parientes suyos no judíos, la mayoría de los cuales no tiene vinculación con la cultura judía. Tampoco puede contradecir nadie el embarazoso dato de que Israel maniobró para para cerrar las puertas de los EE.UU., la apertura de las cuales hubiera dirigido a muchos de estos judíos y sus parientes hacia este país, y acaso a un número todavía mayor de los mismos.
No era el bienestar de los inmigrantes judíos lo que teníamos ante los ojos sino el reforzamiento del Estado. Si bien el acto de bloquear y dirigir a los judíos hacia Israel resulta éticamente dudoso, se justificaba por la ideología sionista que afirma que la normalización de la situación judía —dicho de otro modo, concentrar al pueblo judío en su propio territorio — es lo único que nos salvará de otro Holocausto y, según alguna gente, acelerará incluso la llegada del Mesías.
La cómoda situación de los judíos en Norteamérica suscita dudas respecto a si valía la pena apostar por la creación de un Estado judío. La normalización no nos proporcionó a los israelíes una existencia normal ni aminoró el antisemitismo que extrae ahora alguno de sus argumentos de la forma en que gestionamos el conflicto con los palestinos. Hay israelíes cuyos padres o abuelos emigraron a Israel en la creencia de que es aquí donde acabará ese atroz viaje histórico, y ahora sus hijos están dándose cuenta de que no se ha cumplido la promesa.
Con el fin de eliminar estas maliciosas dudas, sería bueno tener algo de antisemitismo en Norteamérica. No un antisemitismo grave, nada de progromos ni persecuciones que vacíen Norteamérica de judíos, pues les necesitamos allí, sino sólo una muestra de tan agria substancia para que podamos recuperar nuestra fe en el sionismo.
Yarod London (1949), conocido periodista israelí, además de actor y autor de canciones, con una prolongada carrera como presentador de programas y noticiarios en varios canales, documentalista y corresponsal de medios escritos como el diario Yediot Aharonot.
Yediot Aharonot, 21 de noviembre de 2016