David Guerrero
Andrea Pérez Fernández
03/11/2024*Todas las comillas inglesas de nuestro artículo (“”) son citas del texto de Cantoneras. Las comillas angulares («») son nuestras.
El pasado 27 de octubre se publicó “Un linchamiento feminista da la puntilla a la nueva política”, un texto de Colectivo Cantoneras sobre las reacciones al caso Errejón. El artículo nos ha llegado a través de diversos espacios militantes, recomendado por personas a quienes apreciamos personal e intelectualmente. Por ello, queremos enfatizar que nuestra crítica no impugna el mundo feminista por el que Cantoneras milita. La autonomía de las mujeres, un feminismo con perspectiva de clase o la búsqueda colectiva de herramientas que no solo combatan la violencia machista a golpe de sentencia judicial son para nosotros horizontes más que deseables.
Dicho esto, creemos que este artículo publicado en Zona de Estrategia tiene un problema grave de enfoque. Un problema que comparte y se agrava en otras narrativas recientes sobre los «excesos» del movimiento feminista que colman medios generalistas (también en momentos de condena social mayoritaria de la violencia machista).
La parte por el todo
Las autoras señalan, muy acertadamente, las consecuencias de la polarización digital, el amarillismo y el oportunismo mediático y político en la reacción al caso Errejón. Se hace referencia “al gran mundo de ahí fuera”, a “las dinámicas de redes”, a la ausencia de cobertura mediática de otros abusos (racistas, clasistas) a mujeres… Incluso a cómo el caso ha sido utilizado “como herramienta para la guerra interna”. Pero, entonces: si la responsabilidad de los fenómenos que señala el artículo, como el sensacionalismo o la condena de determinadas prácticas sexuales, tiene que ver con dinámicas de los medios de comunicación, de las cúpulas de otros partidos políticos, o del diseño algorítmico de las redes, ¿qué sentido tiene hablar de “linchamiento feminista”?
Sin embargo, a lo largo del texto se repite que parte del problema reside en que “el giro reaccionario sobre la sexualidad (...) venga de la mano del feminismo”. Esta contundencia a la hora de responsabilizar al “feminismo” —o, en otros momentos más matizados, al “feminismo mainstream”— contrasta con la ausencia de referencias a autoras o colectivos que puedan identificarse con el movimiento feminista.
En todo momento, en lo que respecta al movimiento feminista, el artículo discute con la indefinición (en el mejor de los casos, con un muñeco de paja gramaticalmente impersonal): “como parece apuntarse estos días” (¿quién lo apunta?), “se cuestiona el sexo no normativo” (¿quién lo cuestiona?), “parece que se condena” (¿quién lo condena?), “el feminismo parece afirmar” (¿quién lo afirma?), “estamos celebrando la transformación del feminismo” (¿quién celebra?). Nos preguntamos por qué se imputan al feminismo todos estos fenómenos cuya responsabilidad no le corresponde. Y, si de facto se está discutiendo con una persona o colectivo feminista en particular, ¿no sería adecuado concretarlo para así poder medir si efectivamente esas militantes son suficientemente representativas de un movimiento tan amplio y diverso?
Quizá esta falta de concreción responde a cierta responsabilidad militante, al deseo de no señalar a otras compañeras. Pero incluso si es así, y de hecho se tienen personas y grupos concretos en mente, el artículo procede falazmente al tomar «la parte por el todo»: como X compañeras están equivocadas, “el feminismo” se halla inmerso en una deriva equivocada. Este mal razonamiento tiene consecuencias políticas que socavan la legitimidad del movimiento feminista en general, como explicaremos más adelante. Creemos que muchas personas de izquierdas leerían el artículo de Cantoneras con otros ojos si piensan en lo que opinarían de un texto que hablase de “linchamiento” sindical o de “autoritarismo” en el movimiento de las inquilinas la misma semana en que un policía ha salido herido tras encontrar resistencia organizada a un desahucio.
La pendiente resbaladiza
El mecanismo retórico que en este artículo conecta “feminismo” con “linchamiento” es la idea de que, pese a lo que quieren muchas feministas, el movimiento “parece deslizarse” poco a poco hacia un futuro indeseado: dando lugar a un proyecto que coincide con “el sueño de los fundamentalistas”. El estudio de las consecuencias no previstas de la acción social es una rama apasionante de las ciencias sociales, sobre todo cuando se hace con las ventajas de la perspectiva histórica (digamos, desde el presente hacia el pasado). No obstante, cuando en política se apela a los posibles efectos no deseados de algo se suele hacer desde el futuro hacia el presente. Esto implica al menos dos problemas.
El primero es que el argumento político de las consecuencias no previstas es también, desde un punto de vista lógico-formal, una falacia. El argumento sugiere que hay una cadena causal, una «pendiente resbaladiza», que nos lleva desde algo a primera vista inocuo a un evento ulterior indeseable. Para armar bien la demostración de este argumento se deberían explicar cada uno de los pasos causales, p. ej.: cómo (A) determinado “concepto” de la violencia sexual nos lleva a que (B) “los contornos de las agresiones se difuminen así peligrosamente”, y cómo (B) nos lleva entonces al (C) “todos son violadores”, y luego cómo (C) nos porta a (D) que todas las mujeres “somos víctimas indefensas en toda relación”... y de ahí hasta (Z), pongamos por caso, un feminismo en el que el “sueño de los fundamentalistas sobre el control de las costumbres aparece aquí por un lado no previsto”. Una explicación de este tipo es, efectivamente, muy difícil de evidenciar (independientemente de la selección de ejemplos). Por eso, un atajo consiste en establecer un continuo entre todos los pasos, insinuando que una vez empezamos nos escurrimos sin querer hasta el final: que si intuitivamente nos podemos creer la conexión entre pasos cercanos, es decir, que (A) nos lleva (B), (B) a (C)… entonces podemos asumir también una relación causal que nos lleva necesariamente de (A) hasta (Z). Conclusión: (A), a primera vista inocua, debe ser juzgada políticamente como si se tratara de (Z), palmariamente nociva.
El segundo problema es más contingente, pero no queremos perder la oportunidad de señalarlo. Justamente esta forma de argumentar en política es lo que Albert Hirschman denominó “la tesis de la perversidad” en La retórica de la reacción. El argumento que estructura la hipótesis del “linchamiento feminista” no solo es falaz, sino que en muchos contextos ha sido y es un lugar clásico del conservadurismo político. Una llamada a la desmovilización. Es cuando la crítica de horizontes políticos que en principio podrían parecer razonables toma la forma de una suerte de advertencia premonitoria sobre los excesos que están por llegar.
Hablando en plata, una moraleja del artículo de Cantoneras es que el camino a cierto infierno (feminista-autoritario) está lleno de buenas intenciones (feministas-emancipadoras). Dejando de lado la verdad trivial del refrán, esto nos parece contrario a la llamada que las autoras también hacen a la autoorganización feminista. Nos están diciendo que dejemos de hacer ciertas cosas que, aunque en principio nos puedan parecen legítimas y feministas, en realidad hacen al movimiento “deslizarse” hacia lugares terribles.
Pero la clave es que este mal y falaz argumento es, por desgracia, tan aplicable a lo que ellas llaman feminismo mainstream como a su propia concepción del feminismo (y estamos seguros de que lo habrán sufrido en sus propias carnes). Por otra parte, queda a la imaginación de las lectoras el saber cómo se concreta la “autodefensa” feminista y la búsqueda de “herramientas colectivas” a las que el propio artículo apela al constatar que, en efecto, los canales institucionales actuales para dar respuesta a la violencia sexual son insuficientes y poco garantistas (“la justicia casi nunca está de nuestra parte”, afirman). Si lo que se pretende al criticar las siempre imperfectas estrategias actuales (p. ej., la denuncia anónima) no es la desmovilización, nosotros echamos de menos propuestas concretas (y puede que echemos de más el lenguaje hiperbólico contra el movimiento en general).
Tres planos de análisis
Otro de los problemas del texto de Cantoneras es la mezcla de planos: (1) el propagandístico (en el buen sentido de análisis de la imagen generada por el movimiento feminista, de cómo generar mayor adhesión); (2) el descriptivo (el análisis feminista de la realidad); y (3) el normativo (la estrategia y táctica feminista para cambiar esa esa realidad).
(1) El plano propagandístico ocupa buena parte de las preocupaciones del artículo. Por eso las autoras nos dicen que el “feminismo que se presenta estos días mediante un fuego redentor posiblemente aleje a muchos y a muchas, en vez de convencerles de que nuestro proyecto trae un mundo más generoso y amable para todos”.
(2) Pero, para evitar la “mezcla” de todo con todo que preocupa a Cantoneras, este primer plano no debería en ningún caso confundirse con el plano descriptivo. Nuestra descripción de la realidad nunca debería hacerse en función de si el movimiento parecerá más o menos amable. Es confundir cómo son las cosas con cómo nos gustaría que fueran. Pensemos en los estudios que muestran que en contextos de agresión sexual se producen reacciones biológicas que implican la “inmovilidad tónica” de la víctima, lo cual explica momentos de incapacidad para negarse a tener relaciones. En efecto, esta descripción de la realidad no da una imagen muy positiva de la autonomía de las víctimas pasadas o futuras, quizá tampoco favorece su empoderamiento. Y puede que insistir en este hecho incluso genere reticencias en el compromiso feminista de muchos hombres, que de repente sienten que deben preocuparse de buscar un consenso más explícito del que querrían. Pero, evidentemente, que la propaganda feminista deba tener en cuenta esto último no tiene nada que ver con que este y otros procesos deban formar parte de una descripción feminista de las agresiones machistas.
(3) El debate acerca de la mejor propaganda o la mejor descripción tampoco tiene que confundirse con el tercer plano, el de la agenda normativa del feminismo: ¿cómo modifican las instituciones y la autoorganización de las mujeres esas realidades (que desde luego no nos gustan)? Cantoneras sugiere que hay un problema de graduación en la condena y la reacción a las agresiones que se imputan a Errejón y otros casos: “no todo es lo mismo ni exige las mismas respuestas”.
Nuestro problema no es con esta afirmación, con la que estamos muy de acuerdo (como todas y cada una de las feministas que conocemos). Nuestro problema es que, según este artículo, una de las cosas que explica la tendencia al “linchamiento” son ciertas herramientas conceptuales que las feministas usan para describir la realidad. Para Cantoneras, estos marcos descriptivo-conceptuales de la violencia machista nos invitan a no graduar esa opresión y, en consecuencia, nos impiden medir adecuadamente las respuestas a esa opresión. “En la pasada legislatura”, dice el texto, “se vio como una conquista que una misma palabra ‘agresión’ condensase cualquier acto sexual sin consentimiento independientemente de su gravedad o contexto”. Se nos dice que “usar” ciertos “marcos de deseabilidad” “sobre cómo nos gustaría que fuesen nuestras relaciones personales libre ya de todo poder y dominio” es en realidad “contraproducente para un feminismo que parece deslizarse por el marco del autoritarismo”.
Considérese el modo en que activistas y científicos sociales elaboran una estructura explicativa que, con mayor o menor acierto, nos permite calificar como «agresión racista» los insultos racistas a un jugador de futbol, y también como «agresión racista» episodios de brutalidad policial hacia personas racializadas. Y, en efecto, condenamos ambos casos como «agresión racista» en la medida en que apelamos a un “marco de deseabilidad” —por usar la palabra de Cantoneras—. Juzgamos el mundo en función de algo que todavía no es, pero que podría ser y queremos que sea. Y estamos convencidos de que mirar el mundo desde este “marco de deseabilidad” es un gran modo de acabar con el racismo: no solo con el más grave, sino también con el más banal. ¿Quiere decir esto que el movimiento antirracista no puede distinguir entre un insulto y una paliza? Ciertamente, no: claro que puede distinguir. Igual que las críticas del capitalismo rentista pueden distinguir entre quien tiene un piso en alquiler y quien tiene veinte (al tiempo que comprenden que el problema tiene una misma raíz y estructura). Si el feminismo corre el riesgo de “deslizarse” al “autoritarismo” por señalar lo que tienen en común un tocamiento no consentido en el metro con las violaciones en grupo —en efecto, ambas «agresiones» sexistas—, ¿por qué no se desliza también hacia el “autoritarismo” cualquier movimiento emancipador que aspire a explicar y acabar con formas de dominación estructural?
¿Quién "se frota las manos"?
(1bis) Pero olvidemos por un momento la discusión descriptiva y normativa, y volvamos al plano propagandístico. Centrémonos, como se insiste en el artículo, en si “la extrema derecha se frota las manos”, en si estamos facilitando la “representación” del feminismo “que más le conviene” a los reaccionarios. Si hablamos de no reproducir mantras conservadores, para nosotros la pregunta es inmediata: ¿qué hacemos al relacionar al feminismo en general con el “autoritarismo”, el “sueño de los fundamentalistas” y los “linchamientos”? ¿Qué hacemos al representar al feminismo como un espacio en el que “las personas que piensan diferente no se atreven a hablar”?
Nos parece que es justamente esta la “representación” del feminismo que encontramos en el imaginario de las derechas en todos sus niveles y que las autoras del texto han contribuido a desenmascarar en otras ocasiones: desde el más anodino cuñado, pasando por los gacetilleros y youtubers «pensadores incómodos»; una dinámica que es de hecho internacional. Pero tambien tenemos claro que el lenguaje y los marcos que reproduce el artículo, que nos habla de un feminismo “castigador” que se presenta como un “fuego redentor”, es exactamente la retórica de las derechas sobre el feminismo. Esas derechas a las que, por supuesto, ni Cantoneras ni nosotros queremos ceder un palmo en la batalla por el discurso.