Eloise Davis
29/03/2024
Muchos visitantes de Venecia pasarán una noche en la Fondamenta della Misericordia, en el sestiere más al norte de Cannaregio, uno de los lugares más animados de la ciudad para catar vinos y cicchetti. Pero a tan solo unos minutos hacia el Puente de Santa Fosca los canales se vuelven más tranquilos. De repente, es más fácil imaginar Venecia como lo era en la noche del 5 de octubre de 1607, cuando el puente se convirtió en el escenario de un intento de asesinato político que sacudió Europa.
El objetivo del ataque era Paolo Sarpi, un fraile servita y teólogo estatal a sueldo de la Serenísima República de Venecia. Los asesinos eran sospechosos de ser agentes papales. Después de ser apuñalado, Sarpi, cuya sangre fría se convirtió en parte de su leyenda, comentó que reconocía el stilum Romanae Curiae (el estilo, o estilete, de la Curia Romana). Los retratos pintados de él después del incidente muestran un parche negro, ocultando sus heridas. Hoy en día, el evento lo conmemora una estatua de bronce de Sarpi, erigida en 1892, a pocos pasos tanto del lugar del ataque como de la residencia permanente de Sarpi en el monasterio de la Orden Servita. En la época de la muerte de Sarpi, en 1623, se renunció a una propuesta de monumento para evitar un conflicto diplomático con Roma.
La notoriedad de Sarpi se derivaba de su destacado papel en la controversia del interdicto veneciano (1606-1607), una de las principales crisis internacionales de principios del siglo XVII. En abril de 1606, tras una disputa sobre las leyes venecianas que regían la propiedad de la Iglesia, el Papa Pablo V colocó a Venecia bajo interdicto, prohibiendo los servicios religiosos en todo el territorio veneciano. Un concepto en gran medida desconocido hoy en día, proclamar un interdicto era el arma más fuerte del papado, y su objetivo era paralizar la vida espiritual cotidiana: no había bautizos, matrimonios ni entierros. En los meses siguientes, algunos intelectuales venecianos —Sarpi el más destacado— defendieron la posición de la República en una serie de panfletos, galvanizando la opinión en toda Europa.
Del lado romano, el teólogo y cardenal Roberto Belarmino argumentaba que el Papa poseía un derecho “indirecto” a intervenir en asuntos seculares si un gobernante ponía en peligro las almas de sus súbditos al actuar en contra de la religión. Para Belarmino, eso era exactamente lo que había sucedido: Venecia había pecado al infringir los derechos eclesiásticos. Pero Sarpi veía las cosas de otro modo, temiendo que los argumentos de Belarmino allanaran el camino hacia una monarquía papal universal y la extinción total del poder civil. Si el Papa ejercía jurisdicción sobre todos los asuntos concernientes al pecado —y, crucialmente, era él también el encargado de juzgar qué constituía un pecado— entonces el Papa podía reclamar poder secular siempre que quisiera, en Venecia o en cualquier otro sitio. Las leyes y la independencia de todos los estados estaban en riesgo; así, la causa veneciana se convirtió, en palabras de uno de los admiradores de Sarpi, “en la causa común de todos los príncipes”. [N. T.: Como en otras fuentes de la época, aquí “príncipe” tiene un sentido que no es necesariamente monárquico, pues se refiere a cualquier magistrado civil al mando de un estado soberano, p. ej., el dogo de la República de Venecia o el estatúder en las Provincias Unidas].
El debate en torno al interdicto se produjo en un momento de transición en la teoría de las relaciones internacionales. Para Sarpi, el mundo estaba dividido en múltiples estados independientes, gobernados por diferentes soberanos absolutos. Según esta perspectiva no había lugar para las reivindicaciones supranacionales papales defendidas por Belarmino, que operaban más allá de las fronteras nacionales. Rechazando el enfoque anterior a la Reforma que asumía la dependencia de la autoridad general del Papa o del Sacro Emperador Romano, Sarpi abrazó una visión de estados separados que se asemejaba mucho a la “soberanía westfaliana” mucho antes de 1648. Sus panfletos dejan claro que las concepciones totalmente desarrolladas de soberanía unitaria no surgieron con Thomas Hobbes o la Paz de Westfalia: fueron producto de décadas de disputas sobre el poder papal.
Los escritos de Sarpi tuvieron una resonancia particular en Inglaterra, pues se produjeron apenas unos meses después del descubrimiento de la “conspiración de la pólvora” el 5 de noviembre de 1605 [N. T.: en la que un grupo de católicos fue acusado de planear la voladura del palacio de Westminster con el rey y los parlamentarios dentro]. El embajador inglés en Venecia, Sir Henry Wotton, y su sacerdote, William Bedell, vieron la oportunidad de fomentar una ruptura permanente entre Venecia y Roma. Cultivaron relaciones con el partido antipapal veneciano y coordinaron la traducción y publicación de varios panfletos en Londres, incluidos los de Sarpi. Sarpi inició reuniones clandestinas asiduas con protestantes, que continuaron incluso después de que se levantara el interdicto en abril de 1607. Bedell realizaba visitas semanales al monasterio servita (a tan solo cinco minutos por el canal desde la casa del embajador británico) con el pretexto de enseñar inglés a los frailes. Otros encuentros políticos tenían lugar en tiendas, barberías y farmacias. Dado que todos los presentes podían alegar razones independientes para estar en esos lugares de encuentro, se podían esquivar preguntas embarazosas.
El gran temor de Sarpi era una monarquía papal universal, respaldada por las pretensiones intelectuales de Roma y el poderío militar de la pro-papal España. Para evitar este destino, trató de crear una liga antipapal y antiespañola entre Venecia y otros estados simpatizantes. Las primeras dos décadas del siglo XVII fueron un período de relativa paz en Europa, en contraste con las destructivas guerras religiosas de finales del siglo XVI. Pero los observadores sabían que los acuerdos de paz existentes eran frágiles. La defenestración de Praga (1618) fue solo un incidente en la nueva ola de violencia confesional que marcó la primera fase de la Guerra de los Treinta Años. Sarpi pasó su vida tratando de asegurar que esa guerra no resultara en una hegemonía hispano-papal.
El mundo de espionaje e intrigas veneciano de Sarpi tenía muchos de los elementos de un thriller de la Guerra Fría: división ideológica marcada, reuniones clandestinas, agentes dobles acechando, asesinatos políticos y la amenaza inminente de una guerra catastrófica total. Para sus interlocutores protestantes, Sarpi asumió un papel similar al de Vaclav Havel y los disidentes soviéticos de finales del siglo XX, intentando valientemente “vivir dentro de la verdad”, en una Iglesia y un estado marcados por la corrupción romana. Sin embargo, para el propio Sarpi su posición era más ambigua, requiriendo disimulación camaleónica en cada momento, tratando de equilibrar la lealtad a Venecia con la crítica a sus estructuras eclesiásticas. Era, escribió, imposible vivir en Italia sin una máscara.
Sarpi también estuvo a la vanguardia de los rápidos cambios en el pensamiento científico que se estaban produciendo en Venecia y Padua. En 1609, el informe de Sarpi sobre un telescopio de mala calidad que se había intentado vender al Senado veneciano llevó a su amigo Galileo a diseñar un mejor telescopio propio. Galileo, con la mirada puesta en el patrocinio florentino, más tarde se distanció de Sarpi y otros contactos venecianos: como hoy, el mundo de la investigación científica no estaba exento de presiones políticas. A Galileo no le fue muy bien; si se hubiera quedado en Venecia, habría disfrutado de una mayor protección del desagrado papal (exceptuando a los asesinos solitarios).
Los documentos de Sarpi que sobreviven incluyen notas privadas dispersas (sus Pensieri o pensamientos) que exploran las implicaciones más controvertidas del nuevo pensamiento científico y filosófico. La disposición inquebrantable de Sarpi para analizar ideas no ortodoxas, especialmente la posibilidad de una sociedad de ateos, llevó al historiador David Wootton a etiquetarlo como un ateo moral, quizás incluso el primero de la historia. Es difícil hacer un juicio definitivo sobre las creencias más íntimas de Sarpi basándose en sus Pensieri fragmentados y experimentales, pero sus puntos de vista ciertamente estaban moldeados por una fuerte dosis de escepticismo.
Aunque los Pensieri nunca estuvieron destinados a una audiencia pública, las obras de Sarpi publicadas en vida también muestran un profundo interés en la religión y su papel social. Sarpi desarrolló una interpretación particular de la “religión civil”, argumentando que el gobierno eclesiástico debería fomentar la estabilidad política. Insistió en que la Iglesia no poseía poderes coercitivos excepto aquellos otorgados por el gobernante secular, quien podría revocarlos a voluntad. La subyugación de la Iglesia al estado hizo de Sarpi un héroe para los críticos posteriores del clericalismo.
La Iglesia de Roma fue, para Sarpi, el ejemplo supremo de una religión civil que había salido mal. Desarrolló una crítica detallada de la intromisión papal en el poder secular como un fenómeno histórico. Su tesis central era esta: si el poder papal fue construido históricamente, también podría ser deconstruido. Este fue el objetivo del trabajo más famoso de Sarpi, su monumental Historia del Concilio de Trento, publicada en Londres en italiano, latín e inglés en 1619-20, por el propio impresor de Jacobo VI/I. El manuscrito fue introducido mediante contrabando en Inglaterra, camuflado como unas canzioni enviadas al Arzobispo de Canterbury, George Abbot.
Sarpi describió su Historia como “la Ilíada de nuestra era”; las usurpaciones clericales se habían convertido en una forma de guerra, librada a una escala épica. El libro fue una crítica contundente del Concilio de Trento (1545-63), el intento del papado de reafirmarse doctrinalmente tras la Reforma. Tomando inspiración de Tácito, cuyas historias expusieron las decepciones tras del gobierno imperial romano, Sarpi pretendía descubrir al poder papal como el engaño que era. Lejos de ser ordenados por el divino para todos los tiempos, los derechos vindicados por Roma eran simplemente las construcciones de papas codiciosos y ambiciosos. Sarpi se convirtió, en palabras de John Milton, en “el gran desenmascarador”.
La Historia circuló y recibió elogios en todo el mundo protestante; los admiradores (e imitadores) de Sarpi incluyeron a Gilbert Burnet, Edward Gibbon y Lord Macaulay. Su estilo agudo e irónico conserva su atractivo hoy, tanto en italiano como en inglés. En Inglaterra, la Historia resultó particularmente útil a finales del siglo XVII para los whigs erastianos [N. T.: partidarios de la supremacía del poder civil sobre el eclesiástico]. Sarpi ofreció un modelo para desmontar las pretensiones de derecho divino de sus oponentes católicos y de la Alta Iglesia, otorgando así autoridad intelectual a la Revolución de 1688, en la que el católico Jacobo II fue derrocado a favor de su yerno protestante e hija, Guillermo y María. En el sermón fúnebre de María, la Historia de Sarpi fue señalada como un libro que la difunta reina “valoraba mucho y a menudo tenía en sus manos”.
Junto a los defensores de una Iglesia de Inglaterra erastiana, como Burnet, Sarpi también inspiró a críticos más radicales del episcopado, incluidos John Milton y John Toland. Casi con seguridad, Sarpi conoció —y definitivamente influyó— al filósofo político británico Thomas Hobbes, que viajó a Venecia como tutor de Sir William Cavendish en 1614. Una larga correspondencia entre Cavendish y el íntimo amigo de Sarpi, Fulgenzio Micanzio, sobrevive en traducción del propio Hobbes. Hobbes compartía el horror de Sarpi por las incursiones papales en el poder de los soberanos seculares: Belarmino es el único autor moderno nombrado y refutado extensamente en el Leviatán. En el famoso frontispicio del libro, las amenazas religiosas al gobierno están representadas en los paneles de la parte inferior derecha. Incluyen un rayo: el fulmen de la excomunión y el interdicto.
A pesar de su omnipresencia en los siglos XVII y XVIII, Sarpi es poco conocido hoy en día. Sus escritos, impregnados de detalle histórico y estrechamente vinculados a su contexto controversial original, no se adaptan fácilmente a las bibliografías recomendadas como obras de abstracción intemporal. Las secciones sarpianas del Leviatán son ahora los capítulos menos leídos del libro. Sin embargo, fue el enfoque agudo de Sarpi en las controversias específicas de su época lo que hizo que sus intervenciones fueran tan poderosas. Más allá del mundo de la teoría, fue un operador político superlativo. Hizo un uso innovador de la imprenta para formar opinión y reconoció la importancia de la participación activa en redes políticas e intelectuales más amplias. En lugar de teorizar abstractamente, centró sus esfuerzos en obras con un objetivo político preciso: panfletos polémicos, historias y consejos (consulti) que abordaban asuntos específicos del gobierno veneciano. Para Sarpi, la política era una batalla, siempre moldeada por circunstancias y contingencias, del mismo modo que las decisiones del Concilio de Trento lo habían sido. Al lanzarse al fragor de la batalla, hizo más por dar forma al debate político europeo que casi cualquiera de sus contemporáneos.