Oler a mierda de cloaca en prime time: cuestión de prioridades, no de principios

David Guerrero

Andrea Pérez Fernández

17/07/2022

La semana pasada Crónica Libre filtró y transcribió partes de unos audios que muestran varias conversaciones entre el (hoy imputado) ex comisario José Manuel Villarejo, el director de La Sexta Antonio García Ferreras y el consejero de Atresmedia y presidente de La Razón Mauricio Casals. No tienen pérdida. En las grabaciones se puede escuchar cómo Villarejo y Ferreras coinciden en lo “chungo” y “demasiado burdo” de una información que el propio Ferreras publicó unos meses antes, en 2016. La información había sido suministrada por un amigo común, Eduardo Inda, colaborador habitual de Ferreras y director de la gacetilla sensacionalista de extrema derecha Okdiario. Se trataba de una pretendida prueba de que Pablo Iglesias, entonces al frente de Unidas Podemos, habría recibido dinero del gobierno venezolano a través de una cuenta bancaria en Las Granadinas. Aun sospechando de su veracidad, Ferreras dio a conocer estas pruebas en su programa matinal de máxima audiencia en La Sexta, Al rojo vivo

Los audios muestran que La Sexta ha sido instrumental en las campañas de intoxicación mediática contra Podemos y cualquier formación política que se moviera a la izquierda del PSOE. La Sexta es tomada por muchos, todavía hoy, como un canal favorable al centroizquierda y como factor causal de los éxitos electorales de Podemos (de hecho, Ferreras saca en los audios el tema de la información falsa contra Pablo Iglesias como defensa – ¡menuda defensa! – ante la acusación de Villarejo de ser una cadena sesgada hacia la izquierda). “Fuimos los que matamos a Monedero”, se jacta Ferreras en otro momento. Los audios y la intervención de Ferreras y Casals en ellos no dejan lugar a dudas del rol de “televisión de estado” – en sus propias palabras – que creen que cumple La Sexta en España.

Las reacciones a estas noticias han reanimado un viejo debate sobre las izquierdas y su relación con los medios de comunicación de masas convencionales. El caso ha mostrado cómo los conglomerados mediáticos no están solo al servicio de los intereses comerciales milmillonarios de sus anunciantes y sus propietarios. Mucho más: los audios muestran que estas empresas de comunicación son instrumentales en las tareas de represión y control social del Estado español. Una información falsa, un bulo, fabricado por fuentes nacionales e internacionales desconocidas, filtrada por los cuerpos de seguridad del estado a los tabloides sensacionalistas de la extrema derecha y más tarde distribuida a gran escala a través de medios de máxima audiencia que gozan de cierta confianza entre la opinión pública y la profesión periodística. Los audios enseñan que todos los eslabones de la cadena, desde el principio al final, dudaban de una información que, no obstante, se publicó a bombo y platillo. Y de poco sirve el derecho de réplica a los afectados cuando informaciones tan dañinas ya han sido distribuidas masivamente. 

¿Qué deben hacer los activistas y periodistas de izquierdas o, más ampliamente, aquellos mínimamente comprometidos con la democracia? Algunos periódicos referentes en la prensa española de izquierda como La Marea y El Salto han cuestionado la pertinencia de seguir acudiendo al programa de Ferreras, Al rojo vivo; si merece la pena difundir nuestro trabajo periodístico crítico o agenda política en un altavoz de la cloaca. La reacción del propio Pablo Iglesias ha ido también en esta línea.

Íntegros y sagaces

El tono general del debate ha tendido a estructurarlo como una cuestión de principios: sobre lo duro que hay que tener el estómago para colaborar en medios que conscientemente participan de las cloacas del Estado, sobre la decencia o valentía de quien decide ir o no ir, sobre el grado adecuado de maquiavelismo requerido en la labor propagandística de una agenda política de izquierdas. Sin embargo, creemos que este es un terreno poco fértil para discutir. Apelar a principios abstractos no solo tiende a moralizar el debate – según quien lo cuente: astutos contra beatos, realistas contra idealistas, ambiciosos contra desinteresados…–,  también tiende a obviar la coyuntura política, la economía política de la comunicación o, más importante aún, el debate escasamente explicitado pero fundamental: si queremos, y cómo queremos, politizar el Ferrerasgate.

A grandes rasgos, y aun a riesgo de hacer una caricatura también “demasiado burda”, podemos agrupar a los contendientes en un espectro con dos extremos: los “sagaces” y los “íntegros”. (Nuestra intención es identificar un debate relevante para las izquierdas en España y señalar algunos de los que creemos que son sus puntos ciegos. Va de suyo que asumimos que los “sagaces” e “íntegros” que pugnan en el debate de esta semana son todos comprometidos demócratas y la mayoría de ellos convencidos izquierdistas).

Según los “sagaces”, no hay que desperdiciar la oportunidad que nos brindan los medios de comunicación masivos para difundir nuestras ideas. Nos sabemos infrarrepresentados e infraescuchados. No podemos permitirnos cerrar, y mucho menos voluntariamente, ninguna puerta de acceso a la esfera pública. En La Sexta, como en tantos otros medios, dicen los “sagaces”, puede haber habido errores periodísticos deleznables o incluso ataques conscientes al proceso democrático. Pero hay que bajar al barro, mancharse, y disputar la esfera pública. 

Por el contrario, los “íntegros” – acusados por los anteriores de beatería – argumentan que, habiéndose demostrado públicamente que el director de La Sexta es un antagonista de la democracia, darle audiencia o colaborar con él implica blanquearle, convertirnos en un engranaje más de esa máquina mediática que tritura cualquier alternativa al régimen. Las filtraciones habrían hecho saltar por los aires el triple pacto tácito entre La Sexta, los bulos de la extrema derecha y las cloacas del Ministerio del Interior. Cualquier colaboración en dicho pacto, dicen los “íntegros”, no solo conlleva no cuestionar, sino normalizar ese triángulo putrefacto y peligroso para la democracia.

Bajo nuestro punto de vista, el foco debe desplazarse de los principios al terreno en el que estos se pretenden poner en práctica. Las exhortaciones a principios generales, sean en forma de crudo cinismo estratégico o de virtuosismo beatífico, son incompatibles con un análisis de coyuntura. Las informaciones que han salido a la luz conectan de manera explícita a uno de los medios generalistas más legitimados por el centroizquierda con las cloacas del estado, con operaciones parapoliciales de represión política, con una alianza consciente de dispersión de bulos auspiciados por la extrema derecha. 

Una oportunidad para politizar la cloaca 

El debate sobre la valentía o la decencia implicadas en seguir yendo o dejar de ir a La Sexta obvian el asunto más importante que se ha abierto en la coyuntura actual: la oportunidad de capitalizar políticamente el Ferrerasgate. Es decir, la posibilidad de mostrar de forma clarividente las variables estructurales e institucionales que conectan las deficiencias democráticas del régimen salido de la transición con el capitalismo mediático español. Hablamos de la tormenta perfecta desde la que concienciar a la población sobre un panorama televisivo que no deja hueco para las agendas progresistas. Los espacios mínimamente abiertos a estas ideas, cuando no son víctimas de cancelaciones expeditivas (e.g., las anulaciones de las tertulias matinales de Jesús Cintora, primero en Cuatro y luego en RTVE; ambas peligrosas competidoras del programa de Ferreras), sufren de la amplificación de bulos, la cobertura de causas judiciales abiertas a todo volumen y que nunca llegan a ningún lugar, de campañas mediáticas dirigidas a deslegitimar sus gobiernos... La capitalización política del Ferrerasgate abre la posibilidad de hacer caer audiencias y dirigirlas hacia otros medios y tertulias, o de granjearse aliados poco frecuentes en la crítica dura a los medios de comunicación (asociaciones de periodistas, trabajadores de la propia cadena, ciudadanía no politizada…).

Ante esta decisión estratégica (politizar o no el Ferrerasgate) merece la pena detenerse un poco más en la propuesta “sagaz” de seguir colaborando con la cadena. Esta suele defenderse desde dos argumentos. El primero insiste en que en La Sexta se ha cometido una mala praxis periodística. Y que esto se ha producido por una falta de atención, por un exceso de confianza en fuentes venenosas. ¡Ha faltado fact check! O quizá han sido víctimas de la presión que ejerce la velocidad vertiginosa de los ciclos mediáticos: la competición descarnada por las audiencias en el contexto de la precarización sistemática del sector, etc. Aquí tiene sentido hablar de rendición de cuentas, o incluso pedir la dimisión de Ferreras. Y ambas reivindicaciones son compatibles con seguir yendo a su programa. El segundo argumento “sagaz”, más crítico, dice que lo que hay en juego es básicamente una decisión táctica. Ya sabíamos que la mera existencia de cadenas como La Sexta y el gigantesco conglomerado mediático en el que se integra es una amenaza para la democracia. A pesar de todo ello, sigue valiendo la pena priorizar la difusión de nuestras ideas. 

Sin duda, los “sagaces” están en lo cierto: la rendición de cuentas periodística y el uso decididamente instrumental de los medios de comunicación son dos cuestiones que deben guiar nuestro análisis. Pero si nos las tomamos en serio, debemos ser cautos y evitar que entre tanta exhortación viril a seguir peleando en el barro se nos escape el análisis de la situación concreta. Hay que tener muy claro que si lo que se quiere politizar en esta coyuntura es el Ferrerasgate y sus implicaciones, difícilmente podremos hacerlo en La Sexta. Nuestra presencia allí no garantiza la difusión de este mensaje, o al menos no en unos términos en los que este pueda contribuir a la formación de un sentido común que haga tambalear al medio en el que se emite. La capacidad de influencia de los medios de comunicación no reside en el hecho de decirnos qué debemos pensar, sino sobre qué pensar y cómo enmarcar los acontecimientos.

La Sexta puede impedir de muchas maneras que esta cuestión se politice sin necesidad de censurar nuestra participación. Veamos un par de ejemplos. Imaginemos que nuestro mensaje es el siguiente: “La Sexta es una amenaza para la democracia porque censura y difama a formaciones políticas de izquierdas, porque es un altavoz consciente de las cloacas del estado”. Lo más probable es que esto aparezca en un debate en el que cada cual da su opinión. En ese contexto, nuestro mensaje es una opinión como otra cualquiera. Y encima nuestra mera presencia legitima el espacio de discusión. El resultado, para los espectadores, es que si alguien como nosotros puede expresar su opinión es porque el debate es libre. Si La Sexta no fuera una cadena plural, no estaríamos allí. “Aquí todo el mundo puede hablar”. No nos sorprendamos si otros periodistas conocidos de la cadena cierran filas con este argumento. O, por poner otro ejemplo, nuestra participación podría contribuir al proceso ya en marcha de victimización de Ferreras, presentado como un periodista grabado en secreto por expolicías corruptos y cuya voz todos quieren silenciar, desde Vox hasta Podemos. Se trata de la escenificación de un circo televisivo en el que los dos extremos ponen en el punto de mira a un profesional de la información – ¡receta para el éxito! –. Este teatrillo fomenta la idea de que Ferreras es odiado por todos precisamente por su imparcialidad (“no cae bien a nadie porque no se casa con nadie”). 

Por último, huelga recordar que La Sexta puede no llamarnos más en caso de que fuéramos lo suficientemente inteligentes como para salir airosos de los dos escenarios anteriores. Y que eso no sería censura, sino la mera aplicación de su línea editorial. A veces se olvida que la ventana de opciones de lo que allí podemos divulgar se abre en función de dos cosas: primera, el enfoque de la actualidad que el medio ya ha definido previamente y, segunda, un solapamiento fortuito de sus intereses con los nuestros. Los colaboradores que defienden una agenda mínimamente radical van como ejemplares necesarios para la construcción de una tertulia plural, o polémica, que es lo que mantiene a los telespectadores enganchados. Si pensamos que lo que importa en esta coyuntura es capitalizar políticamente el Ferrerasgate y la crítica estructural del papel de los grandes medios de comunicación en España, entonces nuestra agenda política está constituida muy explícitamente contra los intereses de La Sexta y de su director. A nadie se le escapará que este punto está lejos de ser parte del solapamiento de intereses en el que se basa la (siempre desigual) mutua instrumentalización. (Quizá habrá muchos “sagaces” que piensen que capitalizar políticamente el Ferrerasgate no es una prioridad, pero entonces hay que explicitar por qué no lo es).

Cuestión de prioridades, no de principios

Sabemos que el principio que rige las decisiones de las grandes empresas de comunicación en el mercado capitalista no es el derecho a la información sino la búsqueda del beneficio económico a corto plazo. Una búsqueda que en el contexto español, como en tantos otros, se concreta en la normalización del sensacionalismo, la cosificación de las mujeres, la espectacularización de la violencia y otras tantas prácticas poco deontológicas pero admisibles en un contexto en el que Mediaset y Atresmedia pelean por el último pedazo de cuota de pantalla. 

Contra lo que se suele pensar, la democratización y la libertad en la esfera pública tienen poco que ver con una mayor cantidad y pluralidad de opiniones en liza – muchos regímenes comunicativos poco democráticos, el nuestro entre ellos, pueden producir y enorgullecerse de la pluralidad de voces. Aquello que define la libertad en la esfera pública no es el contenido de las ideas, sino los espacios en que se producen y se divulgan. (Del mismo modo en que aquello que define la libertad en la esfera económica no es la cantidad o variedad de productos disponibles en el mercado, sino las condiciones en las que estos se producen y distribuyen).

En este sentido, crear medios de comunicación democráticos - muchos “sagaces” señalan, desde el desacuerdo, la ejemplaridad del proceso con el que El Salto tomó la decisión de que Yago Álvarez deje de ir a Al rojo vivo - y acabar con la legitimidad, si no con la propiedad, de los grandes conglomerados de comunicación contribuye a democratizar la esfera pública. En cambio, acudir al circo tertuliano más visto, aportar un granito de arena al columnismo de los grandes diarios o regentar la sucursal en línea de un magnate más de la comunicación – por muy radicales o de izquierdas que sean las ideas vertidas en esas tertulias, columnas o vídeos, o por muy útiles que esas acciones puedan ser para llevar a cabo otros objetivos de nuestra agenda –.

Entonces, ¿hay que rechazar a priori las colaboraciones con los medios de comunicación mainstream? Tampoco lo creemos. No abogamos por renunciar a la infiltración de las agendas políticas radicales en el grueso de la esfera pública a través de los medios convencionales. Los sentidos comunes emancipadores tienen que participar de esos medios si nuestros objetivos requieren algo más que predicar para los conversos, o solo para aquellas generaciones que se informan al margen de los medios tradicionales. Sin embargo, este debate solo tiene sentido a la luz de la situación concreta. La valentía de bajar al barro es contraproducente si antes no hemos puesto en orden nuestras prioridades. Paralelamente, la valentía consistente en dejar de colaborar con grandes empresas de comunicación también será contraproducente si la defendemos como una mera virtud moral que apela a nuestra decencia – una virtud, por cierto, que solo podrá exhibir quien no dependa únicamente de su sueldo de periodista para vivir, tenga contactos en un medio alternativo o renuncie a hacer del periodismo su profesión.  

Creemos que la decisión de los “íntegros” – dejar de acudir a La Sexta – tiene todo el sentido cuando se formula como parte de una estrategia más amplia: socavar la legitimidad de los medios enemigos de la democracia y crear alternativas viables. Todo ello aprovechando la coyuntura para capitalizar políticamente este nuevo hallazgo sobre el pacto tácito entre Ferreras, Inda y las cloacas. Por otro lado, la posición de los “sagaces” – seguir acudiendo a La Sexta – debe explicitar cómo se relaciona su propuesta con las posibilidades que abre esta nueva situación. Una defensa en abstracto de la instrumentalización de los medios convencionales puede pecar, en el mejor de los casos, de audacia mal calculada (“nosotros somos más listos que ellos aunque estemos en clara desventaja”) y, en el peor, de un optimismo inocentón que cree en “el poder de las buenas ideas y la verdad” para abrirse paso entre la putrefacción mediática.

Miembro del comité de redacción de Sin Permiso, investigador predoctoral en sociología en la Universitat de Barcelona y la Rijksuniversiteit Groningen. Su twitter es @david_guemar
Graduada en periodismo, investigadora predoctoral en filosofía en la Universitat de Barcelona. Su twitter es @A_niedrig
Fuente:
www.sinpermiso.info, 17-7-2022

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