Sahra Wagenknecht
18/05/2023Hace poco mantuve una conversación con un empresario de Corea del Sur que estaba en Alemania por primera vez y parecía inquieto. Me contó que en su país de origen se considera a Alemania un modelo a seguir por virtudes como la puntualidad, el orden y la precisión, por un Estado que funciona sólidamente y una buena ingeniería. Su primera experiencia formativa en este país: un viaje con Deutsche Bahn, en el que el tren llegó a su destino con dos horas de retraso. Además, no había nada que comer, ya que en la cafetería de a bordo sólo había chocolatinas. En el segundo viaje, coge el coche de alquiler: grandes desvíos y largo atasco porque hubo que cerrar un puente sin renovar. Y por último en la capital el caos en el tráfico: los activistas contra el cambio climático han salido a la calle y se han pegado al suelo.
Es una suerte que el hombre no tuviera motivos durante su estancia para visitar una escuela en una zona residencial más pobre, intentar encontrar plaza en una guardería, pedir cita en una oficina de registro de ciudadanos de Berlín o, como paciente con seguro médico, esperar la cita de un especialista para aclarar un diagnóstico potencialmente peligroso. Entonces su imagen de Alemania seguramente se habría derrumbado para siempre.
Emergencia permanente de la coalición del semáforo (socialdemòcratas-rojo-, liberales -amarillo-, verdes -verde-)
El único punto de su lista que sigue siendo medianamente correcto es la buena labor de ingeniería en miles de empresas industriales, muchas de ellas pequeñas y medianas empresas, que constituyen la columna vertebral de nuestra economía y la piedra angular de nuestra prosperidad. Por el momento. Después de que los gobiernos de los últimos veinte años hayan dejado que las infraestructuras se deterioren, hayan hecho que las administraciones sean parcialmente inoperantes por falta de equipos técnicos y de personal, y hayan puesto los servicios públicos vitales -educación, sanidad, asistencia- en un estado de emergencia permanente por inanición financiera e incentivos equivocados, ahora nuestra industria también está siendo golpeada por la coalición del semáforo. Si no entramos en razón rápidamente, los días en que Alemania fue una de las naciones industriales líderes del mundo pronto estarán contados.
Los datos económicos actuales son tan malos que hasta un ministro verde de Economía debería darse cuenta de ellos. En el último trimestre de 2022, la economía alemana se contrajo un 0,5%. En 2023, habrá un crecimiento cero en el mejor de los casos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) espera que sea negativo. Con estas cifras, Alemania se sitúa a la cola de Europa y probablemente seguirá así por el momento.
Sólo en un aspecto estamos a la cabeza: la inflación. El aumento de los precios se sitúa desde hace meses en torno al 7%, y sería mucho mayor si no se hubiera modificado recientemente la definición de la cesta de la compra. Los precios de los alimentos han subido un 22% en un año, y las familias tienen que pagar ahora un 40% más por la energía.
El declive del pilar de la prosperidad
Por supuesto, no sería una tragedia que una economía fuerte se estancara durante algunos trimestres. Incluso una inflación de precios a corto plazo sería soportable si todo volviera rápidamente a la normalidad. Pero lo que estamos viviendo actualmente no es una recesión económica normal. El índice, que mide la producción en el sector manufacturero en Alemania, ha estado cayendo con fluctuaciones desde 2018. Con un total del 9 por ciento en cinco años, el descenso es considerable, y se está acelerando. Esto se puede ver de manera particularmente impresionante en el índice de fabricación intensiva en energía, que se ha desplomado casi un 16 por ciento en los últimos cinco años, más del 80 por ciento solo en el último año.
Esto significa que tras la recesión se esconde el declive de nuestro pilar de prosperidad más importante: la industria alemana. Y quien crea que los puestos de trabajo industriales pueden sustituirse sin grandes perjuicios por empleos en los sectores de servicios, debería visitar de vez en cuando el norte de Inglaterra, el Cinturón del Óxido estadounidense o las regiones desindustrializadas de Italia. Un país en el que los sólidos fabricantes de herramientas tienen que abandonar y se extienden las ventosas fintechs o ideas empresariales como las de los "gorilas", cuyos empleados miserablemente remunerados transportan comestibles a la puerta de la clase media urbana, no está en buena forma.
Al mismo tiempo, Alemania dominó inicialmente la globalización mejor que muchos otros países occidentales porque conseguimos mantener la creación de valor industrial en el país. Por supuesto, aquí también ha habido trastornos estructurales. Sectores intensivos en mano de obra, como la industria textil, han desaparecido en gran medida, al igual que las minas, las fundiciones y gran parte de la antigua industria pesada. Pero lo que sostiene nuestra economía y crea puestos de trabajo bien remunerados, aparte de unos pocos grandes grupos industriales, son sobre todo los fabricantes medianos de calidad, los proveedores de automóviles y los constructores de máquinas e instalaciones, que han sabido mantener y ampliar su posición en el mercado mundial gracias a sofisticados productos tecnológicos de punta. Sin embargo, este modelo vivía de ciertas condiciones previas, y en la medida en que la política las destruye, deja de funcionar.
Estas condiciones incluyen un sistema educativo capaz de producir los trabajadores cualificados y los ingenieros necesarios, unas administraciones públicas eficientes y una buena infraestructura, desde carreteras, puentes y líneas ferroviarias intactas hasta rápidas redes digitales. Y para un país fuerte en exportaciones y pobre en materias primas, estas condiciones previas incluyen necesariamente una política económica exterior que apueste por relaciones comerciales justas y estables con el mayor número posible de socios, en lugar de sanciones rampantes y sermones arrogantes, y que garantice el suministro de materias primas y energía barata. Por simples razones geográficas, Rusia desempeñaba un papel clave en este contexto, al igual que China entretanto, debido a su tamaño y poder económico.
Todas estas condiciones previas han desaparecido. Estamos viviendo las consecuencias. Hoy en día, casi una de cada cinco empresas quiere renunciar a las áreas de negocio intensivas en energía en Alemania. El gigante químico BASF invertirá 10.000 millones de euros en un nuevo centro de Verbund en China y ampliará su producción de plásticos en el sur de EE.UU., mientras que en su país se suprimirán miles de puestos de trabajo. Audi informa de que en el futuro hará fabricar sus coches eléctricos en EE.UU., y oímos cosas similares de otros fabricantes de automóviles. Y las empresas extranjeras están posponiendo o deteniendo las inversiones previstas porque la ubicación alemana se ha vuelto demasiado poco atractiva.
Las deslocalizaciones son una tendencia desde hace tiempo. Desde 2012, por ejemplo, la producción extranjera de Volkswagen, BMW, Opel y Mercedes-Benz ha crecido de 8,6 a más de 10 millones de vehículos, mientras que la producción en Alemania ha caído más de un tercio. Sin embargo, estos cambios no supusieron un gran problema para la economía alemana, siempre y cuando las piezas importantes de los proveedores procedieran de Alemania y las exportaciones, y por tanto la producción nacional, también se vieran impulsadas por la apertura de mercados más amplios. Sin embargo, debido al cambio de las condiciones marco políticas, las empresas intentan desde hace poco asegurar cada vez más sus cadenas de suministro a nivel local. Están motivadas para ello por exigencias políticas (China) o incentivos financieros (EE.UU.) y alentadas por sanciones cada vez más importantes y debates sobre la desvinculación. Además, la clase media industrial nacional está perdiendo competitividad de forma masiva debido al encarecimiento de la energía, la incertidumbre en el suministro de materias primas y los problemas de mano de obra cualificada. Los que no son lo bastante grandes para expandirse en el extranjero deben temer en muchos casos por su supervivencia.
La ambición de China, la dureza de Estados Unidos
¿Qué podría hacer un gobierno alemán sensato contra este cóctel venenoso que amenaza con asestar un golpe mortal al modelo alemán de prosperidad? En primer lugar, por supuesto, ocuparse de un Estado eficiente con buena educación e infraestructuras en casa. Un país en el que cada vez se trabaja menos está, sin duda, en declive. El problema sigue siendo que muchos de los cambios políticos del mundo no dependen de nosotros. El hecho de que Joe Biden esté utilizando 1,2 billones de dólares y levantando sin pudor barreras comerciales para reindustrializar la economía estadounidense y mejorar su posición frente a su gran rival, China, no es responsabilidad del gobierno federal. Tampoco es responsabilidad de los dirigentes chinos que, con el programa "Made in China 2025" y la "Nueva Ruta de la Seda", disponen de una estrategia bien pensada, extremadamente ambiciosa y hasta ahora asombrosamente exitosa para convertir a su propio país en el líder tecnológico en mercados clave y en la nueva potencia económica mundial que, en caso de duda, se independizará de los suministros de los países occidentales. Y la guerra de Ucrania también podría ser terminada en cualquier momento por Washington, pero desde luego no sólo por Berlín.
En este sentido es cierto: El gran conflicto entre Estados Unidos, por un lado, y Rusia y China, por otro, que se está librando con palos cada vez más duros, ha cambiado la situación geopolítica. Pero, ¿quién demonios nos obliga a posicionarnos en este conflicto como súbditos obedientes al lado de Washington? Sobre todo, la narrativa predominante de que se trata supuestamente del bien contra el mal, del Occidente libre y democrático contra el Oriente no libre y autocrático, de que se trata de valores más que de intereses, de moralidad más que de beneficios pecuniarios. Nuestro ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes está especialmente ansiosa por contarnos este cuento de hadas.
Rusia, acelerador de incendios
La verdad es que en este conflicto la potencia mundial EEUU lucha contra su decadencia y contra el fin del dominio americano en el mundo. Y no por nobles razones morales, sino porque este dominio ha aportado a las empresas y al Estado estadounidenses muchas ventajas tangibles: desde el acceso a las materias primas y a los mercados, hasta el aseguramiento global de los derechos de propiedad, pasando por el poder de chantajear a los regímenes díscolos de todo el mundo mediante sanciones. Por no hablar de la posibilidad del Estado estadounidense de pedir préstamos en el extranjero casi sin límite, porque todos los países querían o tenían que acaparar reservas de dólares. Este mundo ideal del imperio estadounidense es cosa del pasado, y parte de la ironía de la historia es que la guerra de Ucrania, que en realidad pretendía ser una guerra por poderes para debilitar a Rusia, ha actuado como acelerador de este proceso.
Europa, y especialmente Alemania, no tienen motivos para lamentar la Pax Americana. Tanto si se trata de guerras como de cuestiones económicas, en caso de duda los dirigentes estadounidenses siempre se han decantado por el interés americano en lugar del común. La actual guerra económica contra Rusia es reconocidamente más perjudicial para nosotros que para el destinatario real, porque socava la competitividad de nuestras empresas. Cualquiera que aún tenga en los oídos las diatribas de Donald Trump contra los excedentes de exportación alemanes puede adivinar que no se trata de un efecto secundario involuntario. Y el daño será mucho mayor si ahora nos dejamos arrastrar al conflicto con China.
Macron lo entiende, Scholz no
La primera y más importante tarea de la política exterior de un Gobierno alemán sensato sería, por tanto, centrarse en nuestra propia seguridad e intereses económicos en lugar de perseguir una moral cuestionable que, si se examina más de cerca, resulta ser una política de intereses estadounidense. El interés más importante es la paz y la estabilidad en Europa y el retorno a unas relaciones comerciales mutuamente beneficiosas con nuestro gran vecino del Este. Ni que decir tiene que debemos tener cuidado de no hacernos completamente dependientes de ningún país. Lo mismo debería ser nuestra máxima en el comercio con China. En otras palabras: nada de libre comercio ingenuo cuando conduce a la destrucción de importantes capacidades nacionales, como ocurrió en su día en la industria solar. Cuidado cuando las adquisiciones se limiten al acceso a la tecnología punta nacional. Pero nada de bloqueos ciegos, con los que destruiríamos un mercado central de exportación y nos aislaríamos de materias primas e insumos elementales.
A Europa y a Alemania les conviene un mundo multipolar en lugar de uno bipolar, en el que se nos asignaría la incómoda posición de vasallo dependiente que, en caso de duda, sacrifica sus propios intereses por los estadounidenses y, en el peor de los casos, incluso va a la guerra por ellos. Emmanuel Macron parece haberlo entendido, pero por desgracia Olaf Scholz no. Necesitamos una política exterior europea independiente y una estrategia económica europea con la que podamos posicionarnos de cara al futuro y convertirnos por fin en soberanos en ámbitos clave, como el financiero o el digital. ¿Por qué no existe un programa ambicioso y bien pensado "Made in Germany 2030"?