Caspar Salmon
22/09/2023A principios de los años 90, de acuerdo con una historia que puede que esté hoy un poco mitificada, los ejecutivos de Disney le pidieron a la actriz Sarah Polley, que entonces tenía 12 años de edad, que se quitara una insignia con el símbolo de la paz que llevaba puesta. Cuando ella se negó, Disney la puso en la lista negra. Esta historia perdió un poco de fuerza el mes pasado con el anuncio de que Polley iba a dirigir la nueva versión de “acción real” de Bambi. Para los admiradores de la carrera decididamente independiente de Polley, el estruendo de su historial no puede ser más sonado: se trata de alguien que trabajó con Atom Egoyan, David Cronenberg y Hal Hartley, por el amor de Dios, antes de cumplir 22 años.
Estas reflexiones sobre Polley volvieron esta semana con el ruido, ahora ensordecedor, que ha rodeado el estreno de Barbie, dirigida por otra antigua reina del cine independiente, Greta Gerwig. Activa desde algunos años después de Polley, Gerwig era tan independiente que sus películas ni siquiera iban al festival de Sundance, sino a South by Southwest [festival cultural que se celebra en Austin, Tejas]. Era tan “indie” que cuando pasó de las películas “mumblecore” de micropresupuesto a una película con guión de Noah Baumbach -Greenberg, en 2010-, The Guardian la calificó de "sus primeros pasos tentativos en la cultura dominante". Greenberg contó con un presupuesto de 25 millones de dólares, que no recuperó; Gerwig ha dirigido ahora Barbie para la rama cinematográfica de la megacorporación Mattel, con un presupuesto de 145 millones de dólares. El giro de Gerwig hacia esa cultura dominante de verdad nos lleva a preguntarnos si la expresión "venderse" sigue teniendo algún sentido.
Gerwig y Polley no son las únicas directoras que se han movido últimamente en esta dirección: Barry Jenkins, por ejemplo, acaba de terminar la secuela de El Rey León para Disney. El primer largometraje de Jenkins, Medicine for Melancholy, se estrenó en South by Southwest en 2008, el mismo año en que Greta Gerwig presentó allí su debut como directora: Nights and Weekends, codirigida con Joe Swanberg (es interesante, por cierto, que tantos artículos omitan ahora acreditar esa diminuta película, poco vista, como primera película de Gerwig, prefiriendo en su lugar reiniciar su carrera como directora con Lady Bird, nominada al Oscar, casi 10 años después). Cuando Moonlight, de Jenkins, ganó el Oscar a la mejor película en 2017, ABC News la llamó "la pequeña película que fue capaz"; IndieWire se preguntó "cómo una película independiente de 1,5 millones de dólares consiguió ocho nominaciones a los Oscar". Pero, ¿triunfó Moonlight sobre la industria, o fue en realidad al revés?
Mattel y Disney son dos enormes corporaciones que parecen representar todo aquello a lo que estos directores se oponen…o deberían oponerse. Para cualquiera que observe el estado del cine en 2023, debería ser un punto de máxima claridad que el poderío de estas empresas con pasta gansa no puede hacer otra cosa que aplastar a los más pequeños. En un reciente artículo sobre Barbie publicado en el New Yorker se citaba nada menos que al propio agente de Gerwig: "¿Es estupendo que nuestros grandes actores y cineastas creativos vivan en un mundo en el que sólo se pueden dar golpes de gigante en torno a contenidos de consumo y productos fabricados en serie? No lo sé. Pero es el negocio". No se dice.
¿Por qué el concepto de "venderse" ha perdido tanto capital cultural hoy en día? En la Red apenas se puede dar un paso sin toparse con los defensores de estos directores, que alardean de modo beligerante del hecho de que, por ejemplo, Gerwig tiene influencias de directores como Max Ophüls y Jacques Tati, como si eso le confiriese mayor legitimidad a una película que utiliza la propiedad intelectual para hacer dinero para una empresa de juguetes que vende muñecas vacuas e hipersexualizadas. Hay un paralelismo: la idea de que las muñecas Barbie sean de alguna manera nocivas parece, en el clima actual, una postura tan irremediablemente pedestre como el concepto de venderse. Parece como si la reflexión fuese la siguiente: “mira, los malos han ganado, así que todos debemos aceptarlo; ya que todos estamos hipersexualizados de todos modos, podríamos hacerlo de una manera más igualitaria; ya que las grandes corporaciones lo dominan todo ahora, podríamos conseguir que sea la gente con un poco de ingenio artístico la que figure como imagen de su producto”.
Pero las recientes huelgas de guionistas y actores en Estados Unidos demuestran que venderse no es sólo una cuestión de ética personal, sino una preocupación de toda la industria. La decisión de un director de alinearse con estos Goliats del entretenimiento tiene consecuencias; hace ganar dinero a los grandes, por oposición al fomento de una industria en la que tengan más oportunidades películas y creadores más pequeños.
El activista y guionista de Don´t Look Up, David Sirota, comentaba recientemente: "Recordatorio rápido de que, literalmente, ni un solo ser humano pagaría dinero alguno por ver una película o programa de televisión escrito e interpretado por Bob Iger [el multimillonario consejero delegado de Disney], lo que significa que los recursos que pagan todo su sueldo de tropecientos millones de dólares los generan guionistas y actores, y no él". Sin duda es cierto. Por su parte, Mark Ruffalo, conocido por ser el Increíble Hulk, tuiteó: "¿Qué tal si ahora nos metemos todos a “indies”?", con lo que hacía referencia a que Sag-Aftra, el sindicato en huelga, permite excepcionalmente que sigan rodándose ciertas películas independientes. Pero el caso es que Ruffalo y compañía siempre podrían haber hecho pelis “indie”. Ahí es donde empezó él, al fin y al cabo, en películas para directores como Kenneth Lonergan, y donde muchos de sus colegas siguen ejerciendo su oficio; su filmografía reciente, en cambio, ha generado miles de millones para Disney, a través de Marvel. Por supuesto, los creadores deben aprovechar las oportunidades que puedan para crear, dentro de una industria cada vez con más componendas, pero la responsabilidad personal sigue existiendo; las acciones de los individuos tienen grandes repercusiones.
Queda por ver el impacto de las actuales huelgas en la industria; tal vez conduzcan a un resurgimiento del cine independiente, como lucha contra el dañino monopolio de Disney y el predominio del modelo de propiedad intelectual. Mattel está planeando películas basadas en Barney el Dinosaurio, He-Man y Polly Pocket –nombres como para convertir en cenizas las esperanzas de un periodista cinematográfico- y, junto a las nuevas películas de Bambi y El Rey León, Disney tiene preparada una plétora de nuevas versiones de muertos vivientes de su antigua propiedad intelectual, incluida una nueva versión de Los aristogatos a cargo de Questlove, el director del documental independiente Summer of Soul.
Lo más probable es que Barbie sea una película tan buena y creativa como sea posible, dadas las circunstancias; lo más probable es que tenga la temeridad de burlarse ligeramente de la muñeca y de sus multimillonarios mecenas. Pero, mientras tanto, en un mundo cambiante en lo que concierne a las películas, continúa la lucha por el alma del cine.