Mario Ricciardi
09/02/2024
Nietzsche escribió que lo que tiene historia no puede definirse, pero esta afirmación debería tomarse como una advertencia, no como una prohibición. La historia de las ideas no puede prescindir de fórmulas que establezcan el significado de términos fundamentales para reconstruir una tradición de pensamiento. Sin embargo, esas fórmulas funcionan más como puntos de referencia provisionales para orientarnos en la exploración de un ámbito con límites inevitablemente vagos que como "definiciones" en el sentido propio del término, el típico de disciplinas como la lógica o la geometría.
En el caso de la política, debemos tener siempre presente que las fórmulas que utilizamos para reconstruir el pensamiento de un autor, o el debate en el seno de un movimiento o partido, están expuestas al peligro de diluirse o distorsionarse en su uso hasta el punto de perder por completo su capacidad para orientar el pensamiento y la acción. Este fenómeno puede ejemplificarse considerando la forma en que el término "reformismo" se utiliza hoy en Italia. De hecho, la palabra ha adquirido un significado tan vago que sería mejor dejar de utilizarla (al menos como término a emplear en el debate político).
Para ilustrar esta tesis, creo que es apropiado comenzar con una carta de Keir Hardie, fundador del Partido Laborista, a Friedrich Engels, escrita poco antes del congreso de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889. En la misiva, el sindicalista y activista político escocés informaba a su corresponsal de que, en su opinión, el movimiento obrero británico no era especialmente propenso a emprender acciones revolucionarias. Los habitantes del Reino Unido, según Hardie, "son personas sólidas, muy prácticas y poco inclinada a perseguir pompas de jabón". Una apreciación reiterada en el congreso para decepción tanto de William Morris como de los marxistas- cuando señaló a sus interlocutores que nadie en Inglaterra creía en otra cosa que no fueran los métodos pacíficos para lograr la mejora de las condiciones de la clase obrera.
Comentando estas afirmaciones de Hardie, el historiador del comunismo Archie Brown ha afirmado que para el líder político británico, como para otros congresistas, el socialismo era una mezcla hecha con ingredientes de diversa procedencia. Para Brown, "antes del éxito de la revolución bolchevique de 1917, las líneas divisorias entre socialistas y comunistas eran menos nítidas de lo que serían posteriormente".
Si el análisis de la política en términos de lucha de clases fue un elemento común de estas diferentes tendencias, se interpretó de formas significativamente distintas. De la experiencia británica se hizo eco Eduard Bernstein, que había permanecido en el Reino Unido durante mucho tiempo, dialogando tanto con Engels como con exponentes del socialismo fabiano. La frecuentación del movimiento laborista puede advertirse en sus observaciones sobre el método empleado por los socialistas británicos: "ningún socialista en condiciones de pensar sueña hoy en Inglaterra con una victoria inminente del socialismo a través de una revolución violenta, nadie sueña con una conquista rápida del Parlamento por un proletariado revolucionario. Al contrario, se basan cada vez más en el trabajo realizado en los ayuntamientos y otros órganos de autogobierno'.
La reacción a las tesis "revisionistas" propuestas por Bernstein en 1909 dio lugar a la oposición entre "reformistas" y "maximalistas" que animó los vivacísimos debates en los que participaron los más importantes exponentes de los partidos socialdemócratas y socialistas del continente, y que cristalizaron, tras la revolución bolchevique, en la fractura entre comunistas y socialistas. A este debate, y a la forma en que fue conceptualizado, permaneció sustancialmente ajeno el socialismo británico. La elección del método parlamentario, y el consiguiente rechazo de la revolución, ya no se cuestionó por parte de los socialistas del otro lado del Canal. Esto no quiere decir que no exista una dialéctica interna en el partido entre posiciones más o menos radicales, pero se trata de la elección de determinadas políticas, no del método de lucha, que sigue firmemente anclado en la perspectiva constitucional.
Tras la Segunda Guerra Mundial, una elección análoga fue la que hicieron los partidos socialistas y socialdemócratas del continente similar, que toman progresivamente distancia del marxismo y se adaptan, en algunos casos con gran éxito, a una perspectiva en la que el fin último no era la realización de una sociedad socialista, sino la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. En las circunstancias favorables de los "treinta gloriosos", esto permitió una reducción sin precedentes de las desigualdades en las sociedades europeas (un proceso similar se puso también en marcha en Estados Unidos, pero promovido por el liberalismo social de la izquierda democráta y no por los socialistas).
Italia, de acuerdo con este perfil, presenta una trayectoria anómala, debido al considerable peso electoral tanto de la Democracia Cristiana como del Partido Comunista. Si, por un lado, incluso en nuestro país, los "treinta gloriosos" fueron un periodo de importantes reformas promovidas por los componentes progresistas de la DC, con la participación decisiva de los socialistas y de otros partidos menores, por otro lado la división entre reformistas y maximalistas no pudo resolverse. Al contrario, el "reformismo" se convirtió en el motivo dominante de la larga lucha por la hegemonía en la izquierda entre el PSI y el PCI.
Esto no quiere decir que el Partido Comunista en Italia fuese una fuerza "revolucionaria" en el sentido marxista tradicional. Pero la búsqueda de una identidad que aunara la aceptación del método democrático y la perspectiva de superar el capitalismo siguió siendo un obstáculo para restañar la escisión de Livorno. El enfrentamiento se volvió, a finales de los años 70, especialmente acalorado, tras la elección de Bettino Craxi como secretario del PSI: exponente de la corriente "autonomista" del partido, que hizo del "reformismo" la seña de identidad de una nueva identidad para los socialistas. Pragmática, agresiva en la comunicación y orientada hacia una competencia muy acentuada con el PCI.
La caída del Muro de Berlín, la disolucion de la Union Sovietica, y la crisis del sistema de partidos provocada por las investigaciones de la justicia, cambiaron profundamente la oferta politica de la izquierda. La desaparición de los socialistas como fuerza política con un papel significativo, y el nacimiento del nuevo partido surgido de las cenizas del PCI, parecen marcar también, con el final del "duelo en la izquierda", la victoria tardía y final del reformismo en nuestro país. Esto ocurrió, sin embargo, en un contexto internacional que estaba cambiando profundamente, en el que las tendencias neoliberales surgidas a finales de los años 70 en Estados Unidos y el Reino Unido se irían convirtiendo en hegemónicas, y pronto acabarían cambiando profundamente la naturaleza y la orientación de los partidos socialistas.
Hoy, el tema de fondo para la izquierda en Europa y Estados Unidos ya no es el que se resumía hace un siglo en la alternativa entre reforma y revolución. La lucha contra las desigualdades que son el resultado de treinta años de hegemonía neoliberal, y en favor de la defensa de una democracia y de un Estado del Bienestar que corren serio riesgo de extinción, es lo que anima las experiencias más avanzadas de la izquierda, tanto entre los socialistas como entre los liberales igualitarios. Si todos somos reformistas, es obvio que la palabra "reformista" ha perdido su utilidad como término de distinción.