Libia: después de la derrota de Haftar, ¿golpe de Estado o escalada?

René Backmann

09/05/2020

Invocando un mandato recibido del pueblo, el mariscal Haftar se presenta dispuesto a gobernar solo, Libia. Pero su “golpe de estado”, claramente ficticio, está sobre todo destinado a distraer la atención de la derrota que acaba de sufrir en su ofensiva contra el poder de Trípoli.

¿A qué juega el mariscal Khalifa Haftar? En el momento en que su ofensiva militar experimenta serios reveses, el señor de la guerra que controla el este y una parte del sur de Libia, lejos de revisar su estrategia, se obstina y se lanza incluso en una complicada huida política hacia adelante. Durante una intervención, anoche lunes, uniformado en su cadena de televisión libia al-Hadath, el hombre fuerte de Cirenaica declaró que había conseguido el “mandato del pueblo” para gobernar Libia y continuar su ofensiva contra Trípoli. Igualmente anunció “el fin del acuerdo de Skhirat” firmado en diciembre de 2015, bajo la manto de la ONU, entre las facciones rivales libias, del que salió un Gobierno de Unidad Nacional (GNA), que trata de derrocar. No es la primera vez que el mariscal autoproclamado anuncia el final de este acuerdo que le compromete aunque le estorba.

En diciembre de 2017, ya había asegurado que el acuerdo había “expirado”. E incluso el jueves pasado, pidió a los libios que designasen una institución destinada a confiarle la misión de gobernar el país, después de lo que presentó como “el fin del acuerdo”.

Pero no sabemos nada de qué institución o de qué consulta popular ha recibido su “mandato”, ni el contenido exacto de esta inesperada delegación de poder. Y con razón: las dos entidades que le proporcionaban hasta ahora una cierta forma de legitimidad; la Cámara de representantes basada en Tobruk y presidida por Ageela Saleh, y el gobierno del este, también con base en Tobruk y presidido por Abdullah al-Thani, fueron las primeras en verse despojadas de su poder por el golpe de estado, de momento únicamente verbal, de Haftar.

No es la primera vez. Las inclinaciones autoritarias de este admirador del dictador egipcio al Sissi son tan conocidas ahora, como sus múltiples declaraciones e iniciativas aventureras. Esas interioridades del mariscal de Bengasi, como su dificultad para cumplir sus compromisos y la duplicidad de algunas capitales respecto a él, explican ampliamente los sucesivos fracasos de los enviados especiales de la ONU, cinco en nueve años, encargados de resolver el conflicto libio.

Del caos político, militar y de seguridad, consecuencia de la caída en 2011 del régimen de Gadafi, han surgido, hemos de recordarlo, dos polos de poder en Libia. Uno en Trípoli, el GNA, reconocido por la comunidad internacional, bajo la autoridad del arquitecto y empresario, Fayez al-Sarraj, designado primer ministro en enero de 2016. Su legitimidad parte del acuerdo de Skhirat y en su origen se benefició del apoyo diplomático de Qatar y el sostén de varias milicias de obediencias dispares, antes de recibir desde finales de enero una ayuda militar sustancial de Turquía.

El otro polo, basado en el este del país, obtiene su legitimidad política de la Cámara de representantes, asamblea parlamentaria con sede en Tobruk, y su credibilidad internacional del ejército constituido por Khalifa Haftar, ex-general del ejército de Gadafi, en su segunda vuelta del exilio en Estado Unidos en 2014.

Reuniendo antiguos soldados de Gadafi, combatientes tribales, salafistas aliados y milicianos locales, armados y equipados, y posteriormente entrenados gracias a apoyos egipcios, emiratís y rusos, Haftar ha constituido una poderosa pequeña fuerza militar, que el bautizó como Ejercito Nacional Libio (LNA), que le permitió, en algunos años, liquidar a las milicias vinculadas a Al-Qaeda o el Daesh, y tomar el control del este del país y una parte del sur. Siempre presentándose como un muro local contra el terrorismo islamista.

Esta ventaja estratégica atrajo la simpatía, digamos el apoyo, de varios Estados extranjeros, Francia entre ellos, que le ha proporcionado mediante la DGSE, una preciosa ayuda militar. Aunque reconociendo oficialmente como gobierno de Libia, al poder de Trípoli, que él ya trataba de derrocar.

Bien visto por París, a pesar de ciertos comportamientos juzgados como “criticables”; apoyado por Washington; en buenas relaciones con Riad; ayudado financiera y militarmente por los EAU, Jordania y Egipto, que incluso le han prestado apoyo aéreo, Haftar igualmente ha estrechado lazos con Damasco y recibido apoyo de Moscú bajo la forma de consejeros militares y de algunos centenares de mercenarios del “Grupo Wagner”.

Según varios expertos esta ayuda hasta ahora modesta de Moscú, en realidad sería más diplomática que militar. Ayudando a Haftar, Rusia que, como Francia y Estados Unidos, reconocen oficialmente al régimen de Trípoli, tratarán ante todo, de asegurar su presencia en la mesa de negociaciones a la hora en que tengan lugar los regateos diplomáticos sobre el dossier libio.

Con tales apoyos, Haftar se comprometió hace un año, desbaratando todas las maniobras diplomáticas, en su gran ofensiva militar contra Trípoli. Lanzando a la batalla la mayoría de sus fuerzas disponibles; es decir, como mínimo 18.000 hombres de su ANL, 3.500 mercenarios sudaneses, varios centenares de chadianos, cerca de 2.000 rusos y casi 500 combatientes sirios pro-Assad, seleccionados y entrenados por el “Grupo Wagner” en las regiones anteriormente controladas por Damasco.

Esta infantería, equipada con blindados ligeros y 4X4 por sus aliados emiratís, jordanos y egipcios, era apoyada desde el aíre por drones Win Loong, de fabricación china, proporcionados por los Emiratos. Incluso llegó, como han comprobado expertos de la ONU, a disponer del apoyo de cazabombarderos emiratís y egipcios.

 Enfrente, en el campo del GNA, apoyado por Qatar y Turquía, se desplegaban al inicio efectivos claramente inferiores y con apoyo aéreo muy modesto. Pero sigue recibiendo blindados ligeros modernos y reclutando combatientes extranjeros. Según un informe remitido el 9 de diciembre al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuyo texto íntegro publicó Médiapart el 21 de diciembre, los dos polos del poder libio habían recibido entregas clandestinas de armas, municiones y material militar y recurrieron al refuerzo de mercenarios extranjeros, violando el embargo sobre entregas de armas establecido por la ONU en febrero de 2011.

En un primer momento, el desequilibrio de los medios militares parecía ser favorable a Hafter. Lanzados a una maniobra de rodear la capital, las fuerzas del LNA lograron al transcurrir los meses el control de varias ciudades costeras en el oeste, entre Trípoli y la frontera tunecina, estableciendo una posición avanzada. Militar y logística en la ciudad de Tarhouna, a 70 km al suroeste de Trípoli. Incluso descargas de artillería alcanzaron la periferia de la capital.

Según Naciones Unidas, en menos de seis meses, el conflicto había causado más de mil muertos, cerca de 6.000 heridos y al menos 200.000 desplazados, sin dar a uno u otro una ventaja decisiva.

Pero desde enero, todo ha cambiado con la intervención militar directa de Turquía, al lado del GNA. Pues el acuerdo sobre delimitación marítima firmado el 27 de noviembre entre el presidente Recep Tayyip Erdogan y el jefe del GNA Fayez al-Sarraj, contenía un componente de cooperación de seguridad que autorizaba el envío a Libia de ayuda militar turca.

En cualquier caso violando el embargo de la ONU, pero en adelante de forma oficial, desembarcaron en Trípoli varios cientos de consejeros militares turcos, drones de observación y combate, blindados, artillería moderna, baterías de defensa anti-aérea y sobre todo, 6.500 combatientes sirios, en su mayoría antiguos rebeldes anti-Assad del Ejército libre de Siria, entrenados y equipados por el ejército de Ankara.

“Lo que realmente cambió todo, explica un conocedor del escenario, fue la llegada de especialistas de información táctica, una defensa aérea eficaz y una gran cantidad de drones que, en pocas semanas privaron a Haftar del dominio aéreo y proporcionaron al GNA una fuerza de observación y de respuesta de la que antes no disponía. Asociada con la experiencia de combate de la infantería proporcionada por los sirios, el empleo intensivo de la tecnología en el análisis de la situación sobre el terreno así como en la precisión y ajuste de los golpes, tal como se aprende en los manuales de la OTAN, hizo cambiar el equilibro de fuerzas en favor del GNA y de sus aliados”.

Hoy, cuatro meses después de la llegada de los primeros militares turcos y de sus complementos sirios, Haftar ha perdido las ciudades costeras del este, en concreto Al-Ajila, Sabratha y Surman. El cerco que intentó cerrar sobre Trípoli está roto.

Según un observador exterior en Trípoli, el GNA ya había recuperado el control de toda la costa occidental, desde la frontera tunecina hasta más allá de Misrata, a 500 km. En cuanto a la plaza fuerte de Tarhouna, que había de servir de punto de apoyo en la ofensiva final contra Trípoli, está asediada por las fuerzas del GNA que han tomado posiciones en los suburbios desde hace dos semanas y han cortado el suministro eléctrico.

“La situación es sombría”

Confirmada la semana pasada. En la conferencia de prensa en video por la responsable interina de la misión de Naciones Unidas en Libia, la diplomática norteamericana Stéphanie Williams, que asume esta función desde la dimisión de su titular Ghassan Salamé, en marzo pasado, esta serie de reveses de Haftar podría explicar su sorprendente declaración, denunciada como un “nuevo golpe de Estado” por Trípoli.

Esta es la tesis de Jalel Harchaoui, investigador especialista en Libia en el instituto de relaciones internacionales Clingendael en la Haya.

“Cuando encuentra dificultades sobre el terreno, Haftar a cambio puede desviar la atención y tomar la iniciativa. Es exactamente lo que acaba de hacer. Enfrentado a un fracaso militar manifiesto, un año después de haber lanzado su ofensiva, se ha desplazado al terreno político, donde no corre gran riesgo, dado que a quienes les pide que se sometan al ejército son sus apoyos más firmes. No veo ni al presidente del parlamento, Ageela Saleh, ni al responsable del gobierno de Tobruk, Abdullah Al-Thani, enfrentarse a Haftar. En el fondo esto no cambia gran cosa la situación libia, pero le permite ganar tiempo”.

En Cirenaica, donde el mando del ANL le permite disponer, de hecho, de todos los poderes, la proclamación de Haftar no es más que una confirmación tardía de la realidad política. En Tripolitania, y en el resto de Libia, donde los reveses actuales no le sitúan en la mejor de las posiciones para reivindicar la dirección del país, sobre todo revela, en su caso, una relación distante con la realidad cuando le disgusta y un ego desmesurado. Rasgos de carácter que parecen inquietar a algunos de sus aliados.

Apoyo decidido del “mariscal”, Moscú ante todo ha manifestado su “sorpresa” por su iniciativa antes de de tomar claramente distancia. “No aprobamos la declaración del mariscal Haftar por la cual decidiría unilateralmente de que forma vivirá el pueblo libio” ha declarado el ministro de Asuntos Exteriores Serguei Lavrov. “Estamos convencidos, ha precisado el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, que la única forma de resolver el problema libio es el contacto político entre todas las partes, y ante todo entre las que están en conflicto”.

Washington, que no había disuadido a Haftar de lanzar su ofensiva contra Trípoli ha condenado, como la Unión Europea su “iniciativa unilateral”.

Sin denunciar explícitamente la iniciativa del “mariscal”, el portavoz del Quai d’Orsay simplemente ha recordado que “la solución del conflicto libio sólo puede pasar por el diálogo entre las partes bajo la cobertura de Naciones Unidas, no mediante decisiones unilaterales”. Preguntado al día siguiente en la Asamblea Nacional, el ministro de Asuntos exteriores, Jean-Yves Le Drian, ha sido aún más evasivo. “La crisis libia ha cambiado de naturaleza, ha constatado. Las injerencias extranjeras, el aporte de mercenarios, las violaciones del embargo suponen una degradación considerable de la situación”.

La única alusión, discreta, de Le Drian a la iniciativa de Haftar ha sido observar, de paso, que “cada uno toma iniciativas que cuestionan la puesta en marcha del proceso político”. Todo ocurre como si París, que desde el inicio de la crisis libia mantuvo dos visiones, quisiese preservar en este conflicto un papel de intermediario que hasta el momento no ha tenido frutos.

La situación en Libia es sombría, resumía la semana pasada Stéphanie Williams. El conflicto sigue e incluso se agrava, alimentado por agentes externos. Las instituciones están divididas. Hay corrupción, una economía en crisis, ya no hay apenas rentas del petróleo y ahora nos enfrentamos a una pandemia que agota unas infraestructuras y un sistema sanitario en ruinas. Estamos al inicio del mes de Ramadan y las llamadas al alto el fuego lanzadas en este momento por el Secretario general de Naciones Unidas, hasta ahora se han ignorado. Como se ignoró la tregua aceptada en enero por ambas partes y violada 850 veces en menos de tres meses.

Gesto de buena voluntad, torpe intento destinado a ganar tiempo o confesión de debilidad, el ANL que no había respondido a las llamadas de tregua humanitaria lanzadas por la ONU o la UE, anunció el miércoles, en una conferencia de prensa de su portavoz Ahmad al-Mismari que había decidido “detener todas sus operaciones militares en dirección a Trípoli en respuesta a la invitación de países amigos”.

Para el presidente de la Cámara de representantes de Tobruk, Ageela Saleh, aliado fiel del “mariscal” la explicación no tiene dudas. “Las condiciones en los frentes son muy difíciles, declaraba el jueves en un encuentro con dirigentes tribales. Las condiciones en la región de Trípoli van rápidamente a desembocar en una derrota de las fuerzas de Haftar”.

“Cada vez está más claro que la ofensiva contra Trípoli ha fracasado, confirma Mohamed Buisier, antiguo consejero de Haftar, preguntado por la cadena catarí Al-Jazeera, Haftar está hoy política y militarmente abocado a mantener sus posiciones en el este del país. Muchos dicen que no hay solución militar al conflicto libio, sólo una solución política. Estoy de acuerdo. Pero hemos también de decir que no habrá solución política mientras Haftar no sea retirado del escenario libio”.

“Haftar está a punto de perder una batalla, es cierto, constata Jalel Harchaoui. Pero por supuesto la guerra en Libia no ha terminado. No puedo imaginar que ni Egipto, ni los Emiratos le abandonen. Eso sería aceptar la victoria de Turquía. Eso no es muy verosímil. Más bien creo que esta pausa política permitirá al Cairo y Abu Dabi,revisar su estrategia sobre el terreno y aumentar su ayuda militar o cambiar su naturaleza”.

El martes, un Boeing 787 de la compañía de los Emiratos Etihad Airways se posó en la zona militar del aeropuerto de Jartum. A bordo se encontraba entre otros, Tahnoun Bin Zayed al-Nahyan, hijo del fundador de los Emiratos y consejero de seguridad nacional. Se encontró durante las cinco horas que pasó en Sudán con el director de la fuerza de apoyo rápido del ejército sudanés Mohmed Hamdan Dagalo. Su encuentro supuso el envío a Libia de dos brigadas de fuerzas especiales, para reforzar el ANL de Haftar. A cambio, los Emiratos habrían prometido proporcionar a Sudán armas y blindados.

La escalada no ha hecho más que comenzar.

es periodista de Mediapart.
Fuente:
https://www.mediapart.fr/journal/international/010520/libye-apres-la-defaite-d-haftar-le-coup-d-etat-ou-l-escalade
Traducción:
Ramón Sánchez Tabares

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