María Julia Bertomeu
01/11/2020Intervención en la “Asociación por el Acceso justo a los medicamentos” (AAJM), el 28 de octubre de 2020 en una Mesa sobre el tema: "Los problemas de las compras anticipadas de Vacunas para Covid- 19 SARS 2 y su relación directa con el actual sistema de patentes"
Desde casi el comienzo de la Pandemia Covid-19, German Velásquez (del South Center) no deja de advertirnos –con tono sereno y severo- que si hoy apareciera una vacuna sería un desastre, sería la crónica de millones de muertes anunciadas por falta de acceso a un recurso, existente. Repetiríamos el drama ocurrido hace 20 años con la pandemia del SIDA cuando aparecieron los medicamentos antirretrovirales y recién cuatro o cinco años después se pudieron fabricar los genéricos que podrían haber evitado millones de muertes en África, el continente más afectado. Y si, es un desastre, pero no es un desastre natural, es un desastre que -y como reza el titulo de la convocatoria-, tiene relación directa con el sistema actual de patentes, lo que significa que las causas podrían haberse evitado, porque las patentes no son fenómenos naturales.
Y es muy importante saber que tenemos una causa humana real identificada y decirlo, porque muchos de los peritos en legitimación de la injusticia tienden sistemáticamente a diluir las responsabilidades con el argumento de que las causas no están probadas, por ejemplo aquellos que niegan que la pobreza y la desigualdad mundiales tengan relación causal con la riqueza de los más ricos de la tierra, también acaparadores y probablemente los mismos que acaparan ahora las virtuales vacunas.
Quiero volver al título de la convocatoria que nos habla del panorama que tenemos a la espera de la vacuna, aún inexiste como tal porque no se ha presentado para aprobación, aunque virtualmente ya está acaparada. No hay que olvidar, además, que mientras los habitantes del planeta tierra esperamos la vacuna, los grandes laboratorios farmacéuticos siguen y seguirán ganando fortunas y no tienen pérdidas, porque muchos exigen no ser responsables por los posibles daños que pueda causar su aplicación en humanos y, además, porque la publicidad que han ganado en la pandemia les devolvió grandes ganancias en la bolsa.
Pues bien, les propongo que nos preguntemos si la compra anticipada, ¿es justa? De lo que no cabe duda es que no se trata de un comportamiento solidario, pero eso no es lo importante porque la solidaridad no obliga, es una bonita palabra que usan y de la que abusan algunos gobiernos de países dueños de la OMS, benefactores privados y funcionarios internacionales para no hablar de injusticia, porque la mayoría de las veces son cómplices.
Pero dejemos de lado la retórica para preguntarnos si es justo, en un sentido relevante del concepto de justicia, que se acaparen vacunas mediante una compra anticipada con las consecuencias lógicas del acaparamiento que son desabastecimiento y disparada de los precios que, además, ya están distorsionados a causa de los monopolios que crean las patentes.
Todo esto suena horrible, pero, ¿es injusto? ¿podrían haberlo hecho de otra manera? Pues si. Pensemos, siguiendo al economista Dean Baker, que los gobiernos de los países más ricos, optaron por seguir una senda de investigación de monopolio de patentes, en lugar de una investigación colaborativa de código abierto. Si se hubiera seguido esta última vía, todo el mundo capaz de fabricarla tendría la vacuna. Pero las grandes empresas farmacéuticas, en pandemia, se pusieron las botas y recibieron todo tipo de “estímulos económicos”, por ejemplo cuando el gobierno de los EEUU se coprometió a comprar 1000 millones de dosis a Pfizer; o la financiación anticipada para Moderna, que no impedirá que luego también explote una patente. Dobles e incluso triples “estímulos” para quienes en su momento presionaron diciendo que “merecían” un sistema de patentes que los protegiera porque inventarían vacunas y medicamentos que beneficiarían a la humanidad. A mi entender este es el momento para cuestionar seriamente los argumentos de los patentadores, entre ellos el socorrido argumento de que sin patentes de invención no habría investigación. Hoy tenemos una miríada de patentes y no hubo investigación previa suficiente, a pesar de las advertencias reiteradas anualmente por la OMS sobre futuras pandemias. Es el momento político para rediseñar un sistema de I + D con fondos públicos que evite los “nacionalismos”, y para denunciar la retórica que habla de “bienes públicos mundiales” y sólo aprueba documentos deliberadamente ambigüos y no vinculantes. Tenemos pruebas: hay patentes, no hubo investigación suficiente, cuando haya vacuna será primero para los más poderosos de la tierra.
Pero volvamos a nuestra pregunta, ¿es justa la compra anticipada de vacunas?. Para simplificar les propongo que ensayemos responderla tomando como criterio una definición de justicia muy antigua que viene del derecho romano, que de una u otra manera anda por detrás de las teorías jurídicas y filosóficas de la justicia. Justo, decía Ulpiano, es “dar a cada uno lo suyo”, con lo cual el peso de la prueba está en saber qué es lo suyo de cada cual. Desafortunadamente “lo suyo de cada cual” en torno a las vacunas y medicamentos, está hoy definido e impuesto coactivamente por las reglas del comercio internacional. Lo suyo de cada cual se fijó mediante la “Declaración sobre los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el Comercio” (ADPIC o TRIPS en inglés), en una Conferencia en la OMC, en momentos de un descomunal apriete de los países ricos y la Big Pharma a los pobres para obligarlos a cumplir las normas de protección de la propiedad intelectual, incluso a los países que no reconocían patentes para algunas áreas de la tecnología, y muy especialmente para las mal llamadas “invenciones” de productos farmacéuticos. Los medicamentos y vacunas hoy tienen “dueños”, son “mercancías” que se compran y venden y es por eso que los que tienen recursos hacen compras anticipadas y acaparan algo que aún no existe.
Es cierto que luego vino Doha, y que los países con mayor número de patentes tuvieron que admitir ciertas “flexibilidades” (por lo general sólo “en el papel” y prácticamente incumplibles) en relación con las patentes de medicamentos. En la práctica, las farmacéuticas multinacionales libraron batallas sangrientas para impedir que las flexibilidades se pusieran en práctica. Tuvo que ocurrir la pandemia de HIV-SIDA, y una campaña internacional en apoyo al gobierno de Sudáfrica, para que se hiciera posible el uso de las licencias obligatorias y se sancionara una ley que permitiría fabricar o importar drogas accesibles por cuestiones de salud pública. Y es en este sentido que cobra importancia lo que dice una y otra vez Germán Velásquez: si hoy apareciera la vacuna sería un desastre, incluso con Doha. ¿Es ésto injusto en el sentido de justicia/injusticia que campea a sus anchas en boca del mundo supuestamente civilizado? Pues no lo es, porque una vez convertidas las vacunas en mercancías ya todo se compra y vende.
Pero ¿hay alguna manera de decir que además de insolidario el acaparamiento de vacunas es injusto? Mi hipótesis es que si, y que hay que decirlo a viva voz, y que es el momento. Si hay algo que es “lo suyo de cada cual” de modo universal, y que debería ser considerado “un suyo de cada cual” previo a cualquier otro “suyo” adquirido, ese algo son los derechos humanos universalmente reconocidos. Acabamos de escribir con el jurista y bioeticista argentino Salvador Bergel un articulo en este sentido, que saldrá publicado en la revista catalana Enrahonar. Las patentes de invención en el campo farmacéutico consagran derechos patrimoniales que son incompatibles con el derecho universal a la salud, y en cierta medida también a la vida. Es absurdo hacer competir el derecho humano a la salud con los derechos patrimoniales de protección de creaciones intelectuales. Y si estamos de acuerdo en que las compras anticipadas de vacunas para Covid-19 tienen relación directa con el actual sistema de patentes de invención, entonces estamos en condiciones de concluir que esas compras son “injustas” y no sólo insolidarias, porque impiden el ejercicio de “lo suyo de cada cual”, sus derechos.
Concluyo ahora volviendo al principio. Dijimos antes que se podría haber tomado otro camino, se podría haber impulsado una investigación conjunta no sólo nacional sino internacional, lo que significaría que todos los hallazgos serían de dominio público, de modo que cualquiera pudiese aprovecharlos. Cierro entonces con la bonita metáfora con la que Michael Polanyi pensó el funcionamiento de una Republica de la Ciencia abierta y autónoma. Imaginemos, nos decía, que el trabajo científico es como un rompecabezas gigante que por alguna razón debemos armar en el menor tiempo posible. El único modo de lograrlo sería que todos trabajaran en el armado teniendo todo a la vista de todos, para que todos estuvieran en condiciones de descubrir cual podría ser el siguiente paso que la nueva situación hace posible. Bajo este sistema, cada investigador actuaría por su propia iniciativa, pero intentando responder a los últimos descubrimientos hechos por los demás.
La república de la ciencia ha sido colonizada por los intereses comerciales públicos y privados, y algo similar ocurre con la Organización Mundial de la Salud y muy especialmente con los países y “benefactores” que son ahora sus dueños. Nos sentimos huérfanos de instrumentos internacionales vinculantes aunque no lo estamos, contamos con las Declaraciones Internacionales de Derechos Humanos. Pero sería importante recordar que los derechos no se otorgan en Ginebra ni en la OMC, los derechos se conquistan en largas y penosas luchas.