Natalie Bennett
02/06/2019El animado debate en torno a la renta básica ha solido obviar con demasiada frecuencia un aspecto crucial: las dinámicas de género. En una sociedad fundada sobre diferencias de género, ¿cómo podría afectar una renta básica de forma diferente a hombres y mujeres? ¿Se podría emplear la renta básica como herramienta en la lucha por los derechos de las mujeres? Adoptar una perspectiva feminista en la discusión sobre la renta básica implica un conjunto particular de problemas y virtudes de la propuesta. Natalie Bennett recuerda la larga historia en el siglo XX de la lucha de las mujeres en el Reino Unido por una defensa feminista de la renta básica.
Resulta revelador que, al menos en Reino Unido, las mujeres estuvieran en la vanguardia de las primerizas campañas por una renta básica[1]. Se ha afirmado, con algunos buenos motivos, que Virginia Woolf, al afirmar que las mujeres necesitaban 500 libras al año y un cuarto propio, estaba exponiendo un argumento en favor de la renta básica, cuando no un modelo de esta.
La activista Lady Juliet Rhys-Williams, con antecedentes anteriores a la Segunda Guerra Mundial en temas de maternidad y bienestar infantil, precisó una renta básica universal en tanto que una alternativa al modelo británico Beveridge de Estado del bienestar menos basada en el trabajo asalariado y que implicaba menos discriminación de género. Lo hizo en su libro Something To Look Forward To en 1943[2]. Sin embargo, el modelo Beveridge (por el cual subsidios como las pensiones están basados en las contribuciones en lugar de en la necesidad, algo que demasiado a menudo ha atrapado a las mujeres más mayores en la extrema pobreza) triunfó, tal y como estaba orientado a las necesidades de la economía de crecimiento capitalista. El arquitecto del modelo, William Beverdige, sufrió el significativo ataque de un amplio espectro de mujeres por estas características, notablemente de Elizabeth Abbot y Katherine Bompas de la organización sufragista Women’s Freedom League, que dijo que el plan de Beveridge era “un plan de hombres para hombres”. Pero el partido laborista que debería materializar el plan –y en cierto modo los conservadores les dejarían hacerlo durante décadas—estaba poco predispuesto a aceptar el reto y actuar en base a él.
Es importante continuar resaltando esa historia hoy, cuando hombres billonarios tecnológicos como Elon Musk, Sam Altman y otros como ellos llenan los titulares como campeones de la renta básica universal para una (posible) era de triunfo tecnológico. Muchas mujeres estuvieron aquí en primer lugar y no deben ser olvidadas.
Cómo se estableció la visión feminista de la renta básica
Fueron a menudo las mujeres quienes continuaron en el Reino Unido la presión hacia una renta básica durante las décadas siguientes. Esto incluyó de manera destacada la exitosa campaña por las prestaciones universales para niños, introducidas en 1946, lideradas por la decidida diputada Eleanor Rathbone. Esa prestación universal, solo ha sido abolida con poco ruido, por desgracia, recientemente (en 2013), bajo el gobierno de coalición 2010-2015 de los partidos conservadores y demócrata-liberales. El activismo, sin embargo, nunca alcanzó fuerza realmente en la opinión pública más allá del apoyo a la infancia (e implícitamente a sus madres). Tampoco en los grandes partidos masivamente dominados por hombres, los cuales, en el sistema electoral británico de mayoría simple en el que el ganador se lleva todo, son los únicos que han sido capaces de introducir cambios estructurales.
Aun así la presión continuó. En 1984, el Consejo Nacional para Organizaciones Voluntarias en Reino Unido propuso una renta básica universal, diciendo que las mujeres serían las principales beneficiarias, nunca más dependientes de los ingresos de sus maridos (junto con los desempleados, que no caerían en lo que ahora llamamos “trampas de la pobreza”)[3]. En 2001, la filósofa Ingrid Robeyns de nuevo articuló una defensa de la renta básica, señalando cómo los Estados del bienestar de Europa occidental habían desarrollado, en una época muy diferente, estabilidad, trabajos seguros y matrimonios, y una división sexual del trabajo basada en el género, con todos los hombres encargados del traer ingresos a casa.
En años recientes, tanto la defensa feminista como la defensa amplia de una renta básica universal han generado interés. La investigadora de la Universidad de Richmond Jessica Flanigan escribió en una revista elegida por los millenials, Slate, que esta es una “causa feminista”. La defensa feminista de la renta básica a menudo comienza, como hace Flanigan, en el hecho de que las mujeres en Reino Unido, como en el resto del mundo, tienen más probabilidad que los hombres de ser pobres. Pero en el núcleo está el hecho de que las mujeres tienen más probabilidad de hacerse cargo de los jóvenes y los ancianos, un trabajo que suele ser no remunerado, a veces no elegido, y no respetado. La frase “solo soy ama de casa” se escuchaba normalmente hace treinta o cuarenta años. Ahora se oye menos, al menos en el discurso público “educado”, pero eso no significa que las tareas de cuidados se hayan vuelto adecuadamente respetadas o valoradas, ni en las vidas individuales ni a nivel nacional (en forma de PIB).
Esa no es una situación nueva, pero las presiones de vida de quien se hace cargo de los cuidados, en un mundo en el que se le dice constantemente a la gente que “se vendan a sí mismos”, que sean un “producto”, que estén listos para aprovechar nuevas oportunidades, para volverse más agudos que nunca. Una agotadora vida en la pobreza, al cuidado de padres ancianos, de un marido o una mujer enfermos, un hijo discapacitado, deja poco espacio para cuentas resplandecientes de Instagram o Facebook, el desarrollo de un “look” o de una “marca”, o la desenvoltura optimista y la clase de “habilidades personales” que ahora se requieren incluso en empleos de salario mínimo. Del mismo modo ocurre con la naturaleza del empleo moderno. Puede parecer que la economía de pequeños encargos (gig economy) se preste por sí sola a las demandas de los cuidados domésticos, pero incluso cada vez más se espera que sus trabajadores adapten sus vidas a las nuevas demandas.
Promoviendo la solidaridad
También ha habido una atención creciente en la manera en que una renta básica universal podría abordar el socavamiento de soberanía que implican la pobreza y la indigencia (y ello resulta de un sistema de bienestar en Reino Unido cada vez más amenazado). Con las normativas sobre prestaciones que afectan a casi uno de cada cuatro subsidios de personas que buscan empleo entre 2011 y 2015, y con recortes en prestaciones de 132 libras tan solo en 2015, la desesperación es una condición demasiado familiar en muchas comunidades, siendo normalmente las mujeres las que se tienen que hacer cargo de los problemas provocados.
Y los más vulnerables son quienes tienden a sufrir más. La diputada que lidera el Partido Verde de Inglaterra y Gales, Amelia Womack, escribió en 2018 en la versión digital del periódico británico The Independent sobre el valor que la renta básica universal tiene para algunas de las mujeres más vulnerables de la sociedad: víctimas de violencia de género y acoso. Al contrario, el sistema de crédito universal que está siendo implementado por el Partido Conservador concibe los pagos a los hogares de manera agregada, en un solo pago (excepto en caso de petición especial), haciendo más difícil que mujeres vulnerables escapen de situaciones de maltrato.
Un estudio alemán ha descubierto que la incapacidad para cumplir los requisitos de un puesto de trabajo, y en particular la falta de oportunidades debido a la discriminación de los empleadores, expulsaba a mujeres y hombres mayores del mercado de trabajo cuando todavía querían trabajar, normalmente obligándoles a recibir pensiones menores de lo que les hubiera gustado, condenándoles a una vejez de pobreza e inseguridad[4].
Esta es la situación de un grupo de mujeres en Reino Unido conocido como WASPI (Women Against State Pension Inequality). Fundado en los cincuenta, ellas han sufrido los efectos adversos del incremento de la edad de jubilación, equiparada con la de los hombres (contra lo que pocas discuten), pero con poco tiempo para planear y prepararse, y en muchos casos sin notificación oficial (y a menudo aviso personal) de los cambios de sus circunstancias. Una renta básica universal aseguraría que no fueran obligadas a cumplir requisitos humillantes, muchas veces dañinos para la salud, necesarios para recibir las exiguas prestaciones por desempleo, con muy poca posibilidad de encontrar un trabajo.
Que una renta básica universal puede allanar el camino hacia una jubilación más gradual, mediante un proceso escalonado de retiro gradual del trabajo asalariado, no es una idea particularmente feminista, pero es significante para muchas mujeres.
Hay algunos otros grupos de mujeres que se beneficiarían especialmente: aquellas trabajando en puestos de remuneración baja con bajas cifras de afiliación y sindicatos relativamente impotentes, como las dependientas y las limpiadoras. Esto se aplica, en particular, pero no exclusivamente, al caso de Reino Unido, con su legislación antisindical altamente represiva.
No hay ninguna cura milagrosa para todas las enfermedades
Hay, se debe reconocer, argumentos genuinos y progresistas hechos desde algunos lugares contra la renta básica desde una perspectiva feminista. La idea principal es que al garantizar la subsistencia básica de las mujeres, podría exponerlas más que nunca a las presiones sociales para realizar trabajo no remunerado de cuidados e incluso comunitario, condenándolas a vidas de ingresos bajos, oportunidades limitadas y un estatus menor. Hace dos décadas se postulaba que las primeras formas de bajas por maternidad en Bélgica, un pago para hasta tres años de interrupción de la carrera, era –como era de esperar en el cambio de siglo—pedida en mayor medida por mujeres[5].
Esto, empero, muestra un punto general e importante sobre la renta básica universal. No es una panacea, una solución para todos los males de la sociedad, incluyendo la misoginia, la discriminación y el poco respeto de los cuidados y los trabajos comunitarios. Pocos de sus defensores han sugerido que lo es. Entonces, en cierta medida, este es un argumento “muñeca de paja”, aunque destaca que la idea de que la lucha por una renta básica universal necesita combinarse con la lucha por una igualdad en la distribución de estas responsabilidades: bajas por maternidad compartidas, respeto al rol y las dificultades de los cuidados, y un adecuado reconocimiento por parte de empleadores, familias y la sociedad en general.
Como he discutido en otro lugar contra aquellos que sugieren que la renta básica podría implicar una amenaza para los servicios básicos universales, que la renta básica universal solo amenazaría con imponer una ideología de mujeres forzadas a quedarse en casa a cargo de los cuidados, una sociedad con una política según la cual esto podría ser concebible o aceptable. En una sociedad igualitaria, o en una que trabaja hacia la igualdad de género, esa demanda no aguantaría el escrutinio público.
Se puede decir, entonces, que la lucha por una renta básica universal es una lucha por todos los grupos de mujeres y feministas. Reconociendo que todos los miembros de la sociedad se merecen una porción básica de sus recursos, suficiente para satisfacer sus necesidades básicas, porque todos contribuyen a su existencia de un modo u otro, fortalece la posición de las mujeres y todas sus otras luchas: como trabajadoras, como miembros de familias, como gente que necesita respeto y también recursos materiales. Cuando las mujeres en Reino Unido aseguraron el derecho a voto en 1928, muchos pensaron que iban por el buen camino para respetar las contribuciones de las mujeres a la sociedad. Es obvio que el progreso ha sido hostil y lento desde entonces, y que una renta básica universal para todos podría ser un importante paso más en ese largo trecho.
[1] Sloman, P. (2015). “Beveridge’s rival: Juliet Rhys-Williams and the campaign for basic income, 1942–55,” Contemporary British History, pp. 203-223.
[2] Sloman, op. Cit., p. 203.
[3] Hencke, D. ”Basic income ‘should replace benefits’ The Guardian (1959-2003); Jul 31, 1984; ProQuest Historical Newspapers: The Guardian and The Observer, p. 4.
[4] Wübbeke, C.J. (2013). “Older unemployed at the crossroads between working life and retirement: reasons for their withdrawal from the labor market“, Labor Market Res. 46: 61.
[5] Robeyns, op cit, p. 85.