André Singer
03/05/2020Brasil ya transitaba dos crisis superpuestas: la sanitaria y la económica. Ahora se suma una crisis política. El presidente Jair Bolsonaro exoneró al jefe de la Policía Federal, Mauricio Valeixo, y lo reemplazó por un amigo de su hijo Carlos Bolsonaro. Sérgio Moro, figura del Lava Jato, renunció a su cargo de ministro de Justicia y acusó al presidente de querer acceder a información de inteligencia sobre investigaciones a él y su entorno. Recientemente, el Supremo Tribunal Federal (STF) autorizó una investigación y el juez de esta corte Alexandre de Moraes suspendió el nombramiento de Alexandre Ramagem como nuevo jefe policial.
En este enredo entró Bolsonaro, quien busca jugar la carta de la radicalización en medio de la agudización de la pandemia de Covid-19, que ya provocó más de 5.000 muertos mientras el mandatario agita a sus seguidores contra el distanciamientos social. André Singer, profesor de la Universidad de San Pablo y portavoz del primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, sintetiza en estas preguntas y respuestas para la Revista Nueva Sociedad algunas claves para leer la coyuntura actual.
-¿Qué tan esperable era la salida de Moro del gobierno?
La partida de Moro no se la esperaba, al menos en el momento en que ocurrió. Hay múltiples interpretaciones sobre quién lo precipitó y por qué. No se sabe con certeza. Solo el tiempo y la investigación determinarán los contornos de este episodio lleno de incógnitas y juegos cruzados. Tengo la impresión, pero no estoy seguro, de que Bolsonaro, una vez más, tomó la iniciativa, llevando a cabo un movimiento muy arriesgado, por la carga simbólica, contra el ex-juez que es visto por la sociedad como el heraldo de la lucha contra la corrupción. Bolsonaro ejerce una estrategia de radicalización permanente. Moro dejó el cargo con dos mensajes implícitos pero fuertes: primero, que Bolsonaro trató de interferir en la Policía Federal, que en general tiene autonomía de investigación desde la promulgación de la Constitución de 1988; segundo, que él está disponible para ser candidato a la Presidencia en 2022.
El primer mensaje abre un debate sobre un delito de responsabilidad, que podría dar lugar a una solicitud de destitución o delito común (por obstrucción a la justicia), que sería investigado por el STF. El problema es que en ambos casos el proceso necesitaría el apoyo de dos tercios de del congreso, es decir, 342 votos, lo que solo ocurre cuando se forma una amplia coalición ideológica para avanzar.
Este es el punto muerto del momento, porque esta coalición no está formada. Tal vez esa coalición deberá formarse desde la sociedad para luego incidir en los partidos, porque los intereses electorales los dividen, lo que hace difícil lograr la unidad necesaria para defender la democracia.
Con el segundo mensaje, Moro podría agrupar a los decepcionados recientes del bolsonarismo, proponiendo una conversión «legalista» de sectores que hasta hace poco navegaban en el barco de la extrema derecha. Pero como no tiene una carrera política previa, es difícil decir si lo logrará y de qué modo. En este momento, el principal competidor de Moro es el gobernador de San Pablo, João Doria, quien, a la cabeza de la política en favor del aislamiento social contra la pandemia, busca ocupar el mismo lugar ideológico de Moro. Doria tiene la ventaja de ser gobernador y contar con experiencia electoral, aunque sea corta. En cualquier caso, son nombres que se han proyectado en la escena nacional en esta crisis provocada por el Covid-19.
-¿Existe un bloque político-social bolsonarista?
En los últimos cinco años parece haberse formado un bloque ideológico y social bolsonarista. Sin embargo, es difícil saber cuán grande es, porque nació pequeño, aglutinando a sectores radicalizados del antipetismo en 2015. Poco a poco fue creciendo y explotó en la campaña electoral de 2018, cuando fue capaz de atraer a los votantes que se habían desprendido del lulismo y de ganar las elecciones presidenciales.
Sin embargo, en los primeros cuatro meses de gobierno, en 2019, perdió alrededor de 20% del electorado y dio la impresión de que se aislaría rápidamente. En esta hipótesis, disminuiría hasta lo que las encuestas indican como el núcleo duro del bolsonarismo, que según algunos analistas solo reúne alrededor de 10% de los votantes, los más ideológicos y radicalizados. Su tónica es el antipetismo, mezclado con un anticomunismo al estilo estadounidense y el rechazo de la «vieja política».
Las encuestas aportan elementos contradictorios sobre la popularidad de Bolsonaro después del comienzo de la pandemia. Siempre es importante recordar que las mejores encuestas son cara a cara, lo que no se puede hacer durante la cuarentena, por lo que se usan los celulares, lo que dificulta la comparación de los datos.
Pero teniendo en cuenta esta incertidumbre, hasta ahora no tenemos pruebas de una caída en la aprobación del gobierno después de la pandemia, que sigue girando en torno de 30%. Por otro lado, en las últimas semanas, el número de personas que piensan que la actuación presidencial en relación con el brote de Covid-19 ha sido mala o pésima aumentó de 33% a 45%.
Aún no está claro lo que representa este tercio del electorado que ha apoyado a Bolsonaro desde el principio del gobierno. Según un análisis publicado en Folha de S. Paulo, en los últimos cuatro meses los sectores con mayores ingresos y educación se han ido alejando del presidente, pero el apoyo ha aumentado entre los más pobres, así como entre los trabajadores por cuenta propia y los trabajadores informales.
De hecho, con la pandemia de Covid-19, Bolsonaro perdió el apoyo en las zonas de clase media que lo habían apoyado en 2018. Los cacerolazos contra el presidente pueden escucharse ahora en los barrios que antes lo apoyaban. El negacionismo del coronavirus, la falta de respeto a las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su indiferencia hacia las víctimas, actuales o potenciales, pueden explicar esta reacción. Varios aliados importantes se han alejado del antiguo capitán.
Por otro lado, la posición de Bolsonaro a favor de la reapertura de las actividades económicas −y en contra del aislamiento social− puede traerle simpatía precisamente donde el lulismo era más fuerte: las clases populares. De la misma manera, el inicio del pago de la ayuda de 600 reales (112 dólares estadounidenses) puede explicar explicar un cierto cambio en la apreciación del presidente.
Esto indica, por un lado, que su base de apoyo aún no se ha estabilizado. Y, por otro lado, que la pandemia está trayendo cambios que pueden ser importantes para el futuro de un posible bloque ideológico-social. Cabe señalar, sin embargo, que estos son todavía elementos frágiles e incipientes que deben seguirse de cerca.
-¿Cuál es el papel de los militares en todo esto?
La posición de los militares es hasta ahora enigmática. Aunque hay un número considerable de ellos en el gobierno, no está claro qué relación han establecido con el presidente. Durante meses, se dijo que estaban tratando de moderarlo. Sin embargo, Bolsonaro mantiene un estilo y un proyecto radical. Cuando retrocede, normalmente luego vuelve a avanzar. Creo que el mayor riesgo no es el de un autogolpe, sino el de un continuo y apenas perceptible deslizamiento hacia una situación autoritaria, con la aprobación de las Fuerzas Armadas. Adam Przeworski utiliza el concepto de «autoritarismo sigiloso», que me parece apropiado para pensar esta situación.
El misterio se agrava por el hecho de que, en el caso de la destitución de Bolsonaro, el general Hamilton Mourão asumiría la Presidencia de la República. ¿Qué clase de gobierno haría? ¿Cuáles son sus verdaderos compromisos con la democracia? Nadie lo sabe aún.
-¿Qué posición tomó el Partido de los Trabajadores (PT)?
Después de una posición inicial moderada, Lula da Silva y el PT se han adherido en los últimos días a la idea de que el presidente debe ser removido. Pero aún no está claro cómo hacerlo. Hay varias formas: impugnación, juicio por parte del STF e incluso intentar impugnar la fórmula Bolsonaro-Mourão por haber utilizado «fake news» en la campaña para las elecciones de 2018.
El mejor escenario para el PT sería llegar en condiciones democráticas a 2022 y que Lula da Silva pueda postularse. La permanente radicalización del Bolsonaro hace muy incierta esta travesía de casi tres años. Pero por ahora el partido y el ex-presidente no han encontrado la forma de tomar la iniciativa en el juego político, que hoy está está inmerso en una lógica de enfrentamiento entre la derecha y la extrema derecha.