¿La “nación indispensable”? Límites y hegemonía actuales de los EE. UU. Dossier

Daniel Larison

Anatol Lieven

Branko Marcetic

26/11/2023

El cuento norteamericano de Biden se queda corto

Daniel Larison

El discurso del presidente en el Despacho Oval sobre el apoyo norteamericano a Ucrania e Israel fue prolijo en declaraciones ideológicas y somero en justificaciones reales de las medidas políticas de su administración.

Repitiendo los tópicos del apogeo del momento unipolar, Biden insistió en que los Estados Unidos deben apoyar las dos guerras en curso porque son la "nación indispensable" y que "el liderazgo norteamericano es lo que mantiene unido al mundo". El presidente también afirmó que el éxito de Ucrania e Israel resultaba "vital para la seguridad nacional de los Estados Unidos", pero su defensa de esta afirmación equivalía a poco más que una teoría del dominó revisada, según la cual el fracaso en un lugar provocaría desastres en otros lugares.

Si el éxito ucraniano e israelí fuera realmente "vital" para la seguridad nacional norteamericano resultaría dudoso que los Estados Unidos siguieran desempeñando un papel de apoyo. El hecho de que los Estados Unidos hayan evitado hasta ahora intervenir directamente en ambos conflictos sugiere claramente que ni siquiera Biden se cree realmente que los intereses vitales de los Estados Unidos estén en peligro en ninguno de los dos lugares. Si este fuera el caso, tendría razón en decir que los intereses vitales no están amenazados. Podría ser preferible que dos países no aliados se impusieran en sus respectivas guerras, pero no puede calificarse con exactitud de algo vital para la seguridad de los Estados Unidos.

Biden está exagerando lo que está en juego para exigir mayor apoyo a ambas guerras al mismo tiempo, cuando cada una de ellas debería debatirse de acuerdo con sus propios méritos.

El peligro en esto es que el presidente ha declarado públicamente que en ambas guerras están en juego intereses vitales, cuando esto no es así. Biden ha facilitado que los partidarios de la línea dura le echen en cara sus propias palabras si la situación se deteriora en cualquiera de los dos conflictos. Se vería entonces presionado para comprometer a los Estados Unidos en más guerras innecesarias y potencialmente muy costosas.

Es poco probable que la elección del presidente Biden de meter con calzador ambas guerras en el mismo discurso para conseguir apoyos a la financiación de ambas convenza a los escépticos. Los dos conflictos son lo suficientemente diferentes en aspectos significativos como para que sea difícil de tomar en serio el intento de convertirlos en parte de la misma lucha global. El emparejamiento de tiranos y terroristas en el discurso de Biden es un movimiento retórico de la era Bush que nos recuerda los errores que pueden derivarse de agrupar a adversarios radicalmente diferentes.

En la guerra de Ucrania, es Rusia la que ocupa ilegalmente un territorio del que se apoderó por la fuerza. En el conflicto entre Israel y Hamás, Israel es el ocupante ilegal, y lleva más de medio siglo ocupando la tierra de otro pueblo. La larga historia de desposesión y opresión de los palestinos bajo dominio israelí hace imposible tratar ambos conflictos como simples historias de democracias asediadas, pero eso es lo que ha intentado hacer Biden para justificar el envío de mayor ayuda militar todavía al Estado más poderoso de la región.

Aunque Biden merece algo de crédito al reconocer que Hamás no representa al pueblo palestino, su apoyo incondicional a la campaña militar israelí, incluido el paralizante asedio de Gaza, demuestra que en la práctica no respeta esta distinción.

Biden afirmó que, si no se detiene a los adversarios, estos "continúan avanzando" y que “siguen aumentando las amenazas para los Estados Unidos y el mundo", pero eso parece extremadamente improbable en estos dos casos. Rusia carece de las capacidades necesarias para librar una guerra ofensiva contra países más allá de Ucrania, e incluso en el peor de los casos, en el que Ucrania fuera derrotada directamente, el gobierno ruso tendría que ser un suicida para intentar seguir avanzando hacia el Oeste, hacia territorio de la OTAN.

El deseo del presidente de exagerar la mayor amenaza de Rusia le lleva a cuestionar la capacidad de la OTAN para disuadir de un ataque. En el otro conflicto, parece mucho más probable que las amenazas a los Estados Unidos sigan aumentando si se vinculan estrechamente a Israel mientras éste libra una guerra demoledora en Gaza.

La suposición de que los Estados Unidos son la "nación indispensable" y que su liderazgo "mantiene unido al mundo" es un artículo de fe de un credo desacreditado. No es cierto, y abundan los ejemplos, desde Vietnam hasta Irak y Siria, de cómo el "liderazgo" norteamericano ha avivado la división y el conflicto en detrimento de todos. Esa creencia en lo "indispensable" de los Estados Unidos ha alimentado algunos de los peores errores y crímenes de la historia norteamericana reciente, y ha hecho mucho para socavar y perjudicar la seguridad norteamericana y la comunidad internacional en los veinticinco años transcurridos desde que Madeleine Albright pronunció esa frase.

Se trata de una creencia asombrosamente arrogante que sostiene que la seguridad del resto del mundo depende de la constante interferencia de los Estados Unidos. Cuando se aplica a la política, condena a los Estados Unidos a luchar o participar en guerras en el extranjero durante el resto de su existencia. Lejos de mantener unido al mundo, eso tendrá un efecto desestabilizador y destructivo en muchas regiones, ya que los Estados Unidos siguen intentando demostrar lo "indispensables" que son a pesar de su relativo declive.

Merece la pena recordar que la formulación de Albright no sólo hacía hincapié en que el mundo depende de los Estados Unidos, sino en que dependía de los Estados Unidos porque "nos mantenemos erguidos y vemos más lejos que otros países al mirar hacia el futuro" y, por tanto, los Estados Unidos estarían justificados a la hora de usar la fuerza cuando lo considerasen oportuno. Tal como ha observado Andrew Bacevich, la afirmación de Albright no tenía sentido: "Los Estados Unidos no ven más lejos al mirar al futuro que Irlanda, Indonesia o cualquier otro país, por muy antiguo o recién nacido que sea".

Los Estados Unidos no tiene una especial capacidad premonitoria especial ni una mayor comprensión del mundo que otros países, y en muchos casos está dolorosamente claro que nuestros líderes tienen problemas para ver lo que se encuentra delante de sus narices.

Quizá lo más preocupante del llamamiento de Biden para que se preste más apoyo a ambas guerras sea su falta de preocupación por lo sobrecargado que están ya los Estados Unidos en todo el mundo. En una entrevista anterior con el programa televisivo 60 Minutes, el presidente desestimó la preocupación de que los Estados Unidos estuvieran asumiendo demasiadas cargas adicionales:

"Somos los Estados Unidos de América, por el amor de Dios, la nación más poderosa de la historia...no del mundo, de la historia del mundo. La historia del mundo. Podemos ocuparnos de ambas cosas y seguir manteniendo nuestra defensa internacional global".

Las declaraciones del presidente destilan arrogancia. Ignorar los límites del poder de los Estados Unidos ha llevado a nuestro gobierno a extralimitarse de forma peligrosa y contraproducente. Hemos de esperar que el exceso de confianza del presidente no ande tentando a la suerte.

Puede que el discurso de Biden haya satisfecho a otros creyentes en el papel "indispensable" de los Estados Unidos, pero está destinado a caer en saco roto entre los norteamericanos que no comparten esa creencia y los muchos más que quieren que su gobierno se ocupe más de los problemas internos de este país.

El sermón de Biden pidiendo más fondos para la guerra puede tener éxito a corto plazo en el Congreso al recurrir al apoyo preexistente a Israel para conseguir más apoyo para Ucrania, pero también podría agriar el apoyo público a ambos conflictos debido a la creciente demanda de recursos norteamericanos. El presidente insiste en que se trata de una "inversión inteligente" que "dará dividendos", pero para un número creciente de norteamericanos no parece más que gastar el dinero a espuertas y en balde.

Responsible Statecraft, 23 de octubre de 2023


 

Qué quieren decir cuando afirman que los Estados Unidos son “indispensables”

Anatol Lieven

En su reciente discurso sobre la guerra de Gaza y la de Ucrania, y sobre la participación de los Estados Unidos en ambas, el presidente Biden citó la famosa frase de la ex secretaria de Estado Madeleine Albright, según la cual los Estados Unidos son "la nación indispensable". Esta es, en efecto, la creencia de acuerdo con la cual que vive y trabaja el estamento de poder norteamericano de asuntos exteriores y seguridad.

Como reflejó el discurso de Biden, es una de las formas en que el estamento del poder justifica ante los ciudadanos norteamericanos los sacrificios que se les pide que hagan en aras de la primacía de los Estados Unidos. También es la forma en que los miembros de la caterva funcionarial se perdonan a sí mismos su participación en los crímenes y errores de los Estados Unidos. Porque por espantosas que sean sus actividades y errores, pueden excusarse si tienen lugar como parte de la "indispensable" misión de los Estados Unidos de conducir al mundo hacia la "libertad" y la "democracia".

Por tanto, es necesario preguntarse: ¿indispensable para qué? Las vacuas afirmaciones sobre el "orden basado en normas" no pueden responder a esta pregunta. En el Gran Oriente Medio, la respuesta debería ser evidente. Supongo que otro hegemón podría haber dejado la región con un desorden aún mayor y a un coste todavía mayor para sí mismo que el que han conseguido los EE. UU. en los últimos treinta años, pero habría tenido que esforzarse mucho para lograrlo. Tampoco está claro que la ausencia de una superpotencia hegemónica hubiera podido empeorar las cosas.

En este tiempo, no ha tenido éxito ni un solo esfuerzo beneficioso de Estados Unidos por la paz en la región; pocos se han intentado siquiera de un modo serio. Y lo que es más, los Estados Unidos ni siquiera han desempeñado el papel positivo fundamental de cualquier hegemón, el de proporcionar estabilidad.

Por el contrario, con demasiada frecuencia ha actuado como fuerza de desorden: invadiendo Irak y permitiendo así una explosión de extremismo islamista suní que acabó desempeñando un papel terrible también en Siria; aplicando durante veinte años una estrategia megalómana de construcción estatal impulsada desde el exterior en Afganistán, desafiando todas las lecciones de la historia afgana; destruyendo el Estado libio y sumiendo así al país en una guerra civil interminable, desestabilizando gran parte del norte de África y permitiendo una avalancha de emigrantes hacia Europa; y, lo que es más grave, negándose a adoptar un enfoque mínimamente equitativo del conflicto entre Israel y Palestina, y al no llevar a cabo durante la mayor parte de los últimos treinta años ningún esfuerzo serio para promover una solución.

Durante la última generación, las sucesivas administraciones norteamericanas hicieron la vista gorda, no sólo mientras los gobiernos del Likud mataban lentamente la "solución de dos Estados" y avivaban la ira palestina y árabe con su política de asentamientos, sino mientras el primer ministro Netanyahu ayudaba deliberadamente a levantar a Hamás como fuerza contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), para no tener que negociar en serio con esta última.

Esta estrategia ha resultado catastrófica para el propio Israel. También se llevó a cabo sin tener en cuenta en absoluto los intereses de los Estados Unidos o de sus aliados europeos frente al terrorismo islamista.

¿Y qué ha ganado con ello el propio pueblo norteamericano? Nada en absoluto, es la respuesta; mientras que las pérdidas se pueden calcular con precisión: más de 15.000 soldados y contratistas muertos en Afganistán e Irak; más de 50.000 heridos, a menudo discapacitados de por vida; más de 30.000 suicidios de veteranos; 2.996 civiles muertos el 11-S, atentado reivindicado por Al Qaeda como represalia por la política norteamericana en Oriente Medio; unos 8 billones de dólares gastados posteriormente en la "Guerra Global contra el Terror".

En otras partes del mundo, el historial de los Estados Unidos no ha resultado tan desastroso, pero tampoco ha justificado ni remotamente las afirmaciones sobre la necesidad de la primacía estadounidense. El único ámbito en el que esto ha sido ampliamente cierto es en Europa. Durante la II Guerra Mundial y en la Guerra Fría, los Estados Unidos liberaron Europa occidental y defendieron allí la democracia; mientras que en el resto del mundo, con demasiada frecuencia se pusieron en la piel del colonialismo europeo.

Después de la Guerra Fría, las poblaciones de Europa del Este acogieron con verdadera satisfacción la protección norteamericana, aunque la afirmación de Biden de que, si no se le detiene en Ucrania, Putin invadirá Polonia, carece de fundamento. Rusia no tiene ni voluntad ni capacidad para hacerlo; y en cualquier caso, si la pertenencia a la OTAN no es un elemento disuasorio suficiente, ¿qué sentido tenía ofrecer a Ucrania la pertenencia a la OTAN?

Fuera de Europa, la única región en la que realmente puede decirse que los Estados Unidos han desempeñado un papel ampliamente positivo hasta la fecha es Asia Oriental (exceptuando, obviamente, la guerra de Vietnam), y por la misma razón: que Japón y Corea del Sur ven con buenos ojos una alianza con Estados Unidos. Y aunque otros estados, como Filipinas, desean ver un equilibrio entre los Estados Unidos y China, no desean que se marchen los Estados Unidos. Sin embargo, este papel requiere la presencia de los Estados Unidos, no su primacía. Dado que China no puede invadir Japón ni Corea del Sur -y mucho menos Australia-, los Estados Unidos pueden perfectamente mantenerse a la defensiva detrás de sus actuales sistemas de alianzas, mientras comparten influencia en otros lugares con Pekín.

En cuanto a África, los países del continente no tienen conflictos entre sí que los Estados Unidos tengan que controlar o en los que mediar. Los problemas de África son internos, y los Estados Unidos han hecho muy poco desde el 11-S y la Guerra Global contra el Terror para ayudar. El reciente aumento del interés norteamericano en África consiste principalmente en una reacción a la creciente participación comercial de Rusia y China en ese continente.

Lo más extraño y sorprendente de todo es el papel de los Estados Unidos en su propio patio trasero, en México, América Central y el Caribe, cuyos problemas afectan realmente a la población de los Estados Unidos. Al igual que en África, los Estados Unidos no necesitan reprimir los conflictos locales entre estados, pues éstos cesaron hace tiempo. Una vez más, las amenazas son internas, pero también se ven impulsadas en gran medida por la demanda de drogas ilegales en los Estados Unidos. Uno de los resultados de la decadencia interna de estos países es el enorme flujo de emigrantes hacia los Estados Unidos, que está provocando retrocesos y discordia política en la propia América.

Ante esta amenaza, y preocupado por los intereses de los ciudadanos norteamericanos, cabría suponer que el hegemón regional daría prioridad a esta región y dedicaría serios recursos a su desarrollo. Esto también estaría en sintonía con la "política exterior para la clase media" que Biden prometió en su campaña electoral.

De hecho, las cifras comparativas de la ayuda estadounidense son positivamente grotescas. El total de la ayuda estadounidense al desarrollo para México y toda Centroamérica desde 2001 asciende a 12.210 millones de dólares. En comparación, Israel ha recibido 64.800 millones de dólares y Egipto 32.800 millones. Incluso Georgia ha recibido casi el doble de ayuda que México (3.900 millones de dólares frente a 2.100 millones), y Georgia está a 10.000 kilómetros de las costas de Estados Unidos y tiene una población inferior a una trigésima parte de la de México.

Ante los problemas de México que se extienden a Estados Unidos, algunos destacados políticos republicanos piden ahora, no más ayuda, sino que se despliegue el ejército norteamericano en México para luchar contra los narcotraficantes, una idea descabellada que revela la bancarrota moral y práctica de la primacía estadounidense en su propio continente.

La desatención a los vecinos del sur revela algo más sobre la primacía norteamericana: que sean cuales sean los problemas de una región, los Estados Unidos sólo se comprometen si ven un peligro real o supuesto de que se esté interesando una potencia rival. Esto podría denominarse el planteamiento del perro del hortelano elevado a principio estratégico básico. Queda bien resumido en un artículo de Suzanne Maloney, de la Brookings Institution, sobre el anterior -y desastroso- intento de la administración Biden de retirarse parcialmente de Oriente Próximo sin resolver los problemas básicos de la zona:

"La Casa Blanca ideó una estrategia de salida creativa, intentando negociar un nuevo equilibrio de poder en Oriente Próximo que permitiera a Washington reducir su presencia y su atención, al tiempo que se aseguraba de que Pekín no llenara el vacío".

Si los Estados Unidos quieren verdaderamente retirarse de Oriente Medio, debería dar la bienvenida a otros estados que intentan desempeñar un papel positivo, como ha hecho China promoviendo la distensión entre Irán y Arabia Saudí.

La búsqueda de la primacía mundial también corrompe intelectual y moralmente a los propios norteamericanos. Para justificar sus costes y sacrificios ante los estadounidenses de a pie es necesario, por un lado, exagerar enormemente la promoción de la democracia y, por otro, exagerar colosalmente tanto la amenaza como la maldad de otros estados. El resultado es un discurso público que con demasiada frecuencia se asemeja a una papilla para bebés con cianuro: la papilla es el lenguaje de los Estados Unidos difundiendo la libertad, y el veneno es la desconfianza hacia otros países y sus respectivos pueblos.

Aun en el caso de que fuera posible una primacía global norteamericana exitosa -si no "indispensable"-, no se podría basar en cimientos tan corrompidos como éstos.

Responsible Statecraft, 25 de octubre de 2023


 

EE.UU. tiene la mala costumbre de ir a por todas en las guerras de sus estados clientes

Daniel Larison

Los Estados Unidos tienen la mala costumbre de apoyar a sus estados clientes hasta las últimas consecuencias en las guerras que libran estos. Esto coloca a los Estados Unidos en la poco envidiable posición de verse implicado en los crímenes de guerra que cometen sus estados clientes, mientras Washington se niega a utilizar la influencia de la que claramente goza para frenar a sus clientes.

Al igual que han hecho los Estados Unidos durante años al apoyar la guerra de la coalición saudí contra Yemen, Washington ha respaldado instintivamente las campañas militares israelíes a lo largo de los años, y no ha restringido su ayuda militar, a pesar de los repetidos ataques contra objetivos civiles. En la actual guerra de Gaza, la administración Biden no sólo se ha resistido a las presiones para pedir un alto el fuego, sino que tampoco ha establecido líneas rojas que pudieran provocar una reducción o corte de la ayuda.

El mensaje que los Estados Unidos han enviado con sus acciones es que no habrá consecuencias para el gobierno israelí, haga lo que haga en Gaza. Washington debería hacer uso de su influencia para limitar los daños causados por esta guerra y, en el mejor de los casos, para poner fin a los combates, pero en lugar de ello está abdicando de su responsabilidad. El enfoque actual es un desastre para la población de Gaza y una mancha en la reputación de los Estados Unidos.

Aún estamos a tiempo de evitar resultados aún peores, pero para ello será necesario un cambio drástico en la política norteamericano.

El Washington Post informó recientemente sobre la falta de voluntad de la administración para poner condiciones a la ayuda norteamericana a Israel. Según el informe, condicionar la ayuda militar se consideraba un "imposible" en la administración porque sería impopular y por el "apego personal de Biden a Israel". Son excusas pobres para justificar el apoyo al status quo y respaldar la guerra sin condiciones. Los Estados Unidos podrían utilizar la considerable influencia de que gozan para frenar al gobierno israelí, pero la administración no quiere hacerlo por una combinación de miedo, ideología y sentimiento.

En cualquier relación entre los Estados Unidos y un Estado cliente es irresponsable descartar un recorte de la ayuda militar. Debe haber límites a lo que los Estados Unidos les permitirá hacer a sus clientes con las armas que les proporciona, y cuando se alcancen esos límites resulta imperativo que los Estados Unidos pongan fin a la ayuda. Los Estados Unidos no debería ayudar e instigar a otro gobierno cuando comete crímenes de guerra, pero al dar a cualquier Estado cliente un cheque en blanco efectivo, los Estados Unidos se garantizan ser cómplices.

No importa que los funcionarios norteamericanos emitan vacuas advertencias sobre el cumplimiento de la ley cuando los Estados Unidos está permitiendo la guerra del Estado cliente. Lo único que puede centrar la atención de un gobierno cliente en medio de una guerra es la perspectiva de perder parte o todo el apoyo de Washington en el que ha llegado a confiar.

El informe del Post también declaraba que la administración cree que la guerra de Israel ha sido "demasiado dura, demasiado costosa en víctimas civiles y carente de un final coherente", pero las personas que dirigen la política exterior del país más poderoso del mundo se echan las manos a la cabeza en señal de frustración y afirman que no pueden hacer nada respecto a una guerra que están apoyando activamente. Si la administración está convencida de que la respuesta israelí ha sido demasiado dura y los costes demasiado elevados, tiene la obligación de hacer todo lo posible por cambiar esa situación.

No hay excusa para renunciar a intentar frenar a un Estado cliente, antes incluso de haberlo intentado.

Es revelador que la misma administración que se enorgullece de la importancia del liderazgo norteamericano no quiera sencillamente ejercer su liderazgo si eso significa romper con un cliente. Cuando los Estados Unidos disponen de una influencia extraordinaria que podría utilizarse para mitigar o poner fin a una catástrofe humanitaria en curso, oímos una y otra vez lo lamentables e impotentes que resultan de repente los Estados Unidos. Oímos más o menos lo mismo durante el debate sobre la participación de los Estados Unidos en Yemen, y era tan ridículo entonces como lo es ahora.

Puede que los Estados Unidos no puedan controlar todo lo que hacen sus estados clientes, pero sí pueden controlar si les proporcionan armas y cobertura diplomática para facilitarles sus guerras.

Los defensores del enfoque del cheque en blanco dirán que un Estado cliente no detendrá su guerra sólo porque Washington lo desapruebe. Eso podría ser cierto, pero en la práctica, cuando los gobiernos clientes empiezan a temer que están perdiendo el apoyo de los Estados Unidos tienden a buscar una forma de salvar la cara para dejar de luchar. Tal vez el Estado cliente siga luchando sin el respaldo de los Estados Unidos, o tal vez la amenaza de retirar el apoyo norteamericano le obligue a replantearse lo que está haciendo. No hay forma de saber cuál será la reacción hasta que la administración intente aplicar la presión que hasta ahora se ha negado a aplicar.

Uno de los escollos de ofrecer un apoyo automático y acrítico al comienzo de un conflicto es que hace políticamente más difícil reducir ese apoyo cuando las cosas van mal. Por eso, los Estados Unidos deberían ser mucho más cuidadosos sobre cómo y cuándo ofrece apoyo a las guerras de otros Estados. Y sobre todo cuando los Estados Unidos no tienen ninguna obligación formal de apoyar a otro Estado en guerra, la respuesta por defecto de Washington debería ser abstenerse de asumir compromisos importantes.

A menos que estén en juego intereses vitales para los Estados Unidos, no suele haber razones de peso para que Washington apoye la guerra de otro país.

Los Estados Unidos ya van sobrecargados en todo el mundo con demasiados compromisos, por lo que resulta insensato ofrecerse voluntario para participar en conflictos adicionales. Esta implicación no sólo aumenta las cargas inmediatas de Estados Unidos, sino que corre asimismo el riesgo de enredar a nuestro país en conflictos de mayor envergadura. Cuando estalla una guerra, la respuesta de los Estados Unidos no debe consistir en apresurarse a tomar partido, sino presionar para que se ponga fin a los combates antes de que se intensifiquen.

Aun cuando las súplicas de paz de Washington se vean rechazadas al principio, es mucho mejor que nuestro gobierno desempeñe el papel de un posible mediador, en lugar de ser un facilitador del derramamiento de sangre.

Proporcionar a los clientes de los Estados Unidos un cheque en blanco es una invitación al abuso y a lo que Barry Posen, especialista académico de relaciones internacionales, ha llamado "conducción temeraria". Es malo para los Estados Unidos y para la paz y la seguridad regionales, y a largo plazo también es malo para los propios estados clientes. Ya es hora de que Washington ponga condiciones a la ayuda militar que proporciona a sus clientes de Oriente Medio, Israel incluido, y no debería tener miedo a cortar esa ayuda cuando los estados clientes empiezan a conducir de forma temeraria.

Responsible Statecraft, 7 de noviembre de 2023


 

La posición global de los EE.UU. se verá enormemente afectada por su actitud hacia Israel

Branko Marcetic

El pasado fin de semana se publicó un inquietante informe de Axios, tras una llamada telefónica entre el secretario de Defensa Lloyd Austin y su homólogo israelí.

Según fuentes anónimas, en el seno de la administración Biden crece el temor de que el gobierno israelí quiera provocar a Hezbolá para que inicie una guerra regional más amplia que implicaría al Líbano y a otros países cercanos, así como a los Estados Unidos.

Es un poderoso recordatorio de que la actual política de la administración Biden de apoyo incondicional a la guerra del gobierno israelí contra Gaza no conlleva ninguna ventaja y sólo presenta desventajas en lo que respecta a los intereses de los Estados Unidos.

Evitar otra guerra en Oriente Medio es una prioridad fundamental para el presidente Joe Biden, que hizo campaña para acabar con las "guerras eternas" lo mismo que ha expresado su preocupación por la capacidad de los Estados Unidos para una futura confrontación militar con China.

De hecho, según Axios, la llamada telefónica del fin de semana de Austin fue precisamente para dejar constancia de su preocupación por los ataques israelíes en el Líbano y "la necesidad de contener el conflicto en Gaza y evitar una escalada regional". Al parecer, funcionarios norteamericanos han estado tratando de evitar este desenlace desde el comienzo del conflicto.

A falta de una guerra total, el apoyo de Washington a la guerra ya está provocando bajas norteamericanas. Hasta el lunes, las fuerzas estadounidenses y de la coalición habían sufrido al menos 52 ataques desde el 17 de octubre, con 56 soldados heridos en Irak y Siria. En un caso clásico de ojo por ojo, cuatro de esos ataques se produjeron sólo el pasado domingo en respuesta a ataques aéreos norteamericanos contra instalaciones vinculadas a Irán, que a su vez fueron una respuesta a ataques anteriores de milicias contra objetivos norteamericanos en la región por el apoyo de Washington a Israel.

En una de estas ocasiones, un dron lanzado por un avión no tripulado respaldado por Irán se estrelló contra el cuartel norteamericano de una base aérea iraquí, sin conseguir matar a las tropas estadounidenses sólo porque estaba defectuoso.

Hay pocos intereses más importantes para una nación que garantizar la seguridad de sus ciudadanos. El gobierno de Biden sin duda piensa así, ya que ha mencionado en repetidas ocasiones a los ciudadanos norteamericanos tomados como rehenes por Hamás y ha dejado clara la importancia que concede a su retorno seguro. Sin embargo, los ciudadanos norteamericanos siguen atrapados en Gaza, y sus vidas se ven amenazadas no sólo por la implacable campaña de bombardeos de Israel, sino por el asedio que ha creado una demoledora crisis humanitaria en el territorio.

Cuanto más dure la guerra, mayor será el riesgo para las vidas de estos norteamericanos.

Al mismo tiempo, los funcionarios de la administración ya están advirtiendo que la guerra va a exacerbar el terrorismo, eso mismo contra lo que los Estados Unidos han gastado en las últimas dos décadas miles de vidas y billones de dólares tratando de combatir. El Departamento de Estado de los EE. UU. emitió una alerta al principio de la guerra en la que se advertía de un incremento de "la posibilidad de atentados terroristas, manifestaciones o acciones violentas contra ciudadanos e intereses estadounidenses". Un boletín de inteligencia filtrado por las mismas fechas avisaba de que Hezbolá y varios socios de Al Qaeda estaban llamando a cometer atentados contra ciudadanos e intereses norteamericanos a causa del conflicto, y que la explosión del 17 de octubre en el hospital Al Ahli de la ciudad de Gaza -cuya autoría aún no se ha determinado- "probablemente seguiría provocando reacciones públicas y respuestas organizadas" (desde entonces, el ejército israelí ha atacado repetidamente múltiples hospitales de Gaza).

Abundan advertencias de un género semejante. El Departamento de Seguridad Nacional ha advertido de que los Estados Unidos se encuentran "en un entorno de mayor amenaza" como consecuencia de la guerra. El director del FBI, Chris Wray, declaró ante el Congreso que "múltiples organizaciones terroristas extranjeras han hecho llamamientos a atentar contra norteamericanos y contra Occidente", y que "la guerra en curso en Oriente Próximo ha elevado a otro nivel la amenaza de un atentado contra norteamericanos en los Estados Unidos.

"El jefe del Estado Mayor Conjunto, Charles Q. Brown, ha declarado que el ritmo sin precedentes de matanzas de civiles probablemente generará más militantes, subrayando que "cuanto más rápido se llegue a un punto en el que se detengan las hostilidades, menos conflictos habrá entre la población civil que se convierta en alguien que ahora quiera ser el próximo miembro de Hamás".

Mientras tanto, la guerra le está causando un profundo daño a la reputación de los Estados Unidos, según afirman tanto los funcionarios de la región como de la propia administración. Un cable diplomático obtenido por la CNN afirmaba que diplomáticos estadounidenses en países árabes habían advertido al Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, a la CIA y al FBI, de que el apoyo de Biden a la guerra "nos está haciendo perder a la opinión pública árabe para toda una generación".

Esto se hace eco casi exactamente de lo que algunos funcionarios descontentos del Departamento de Estado declararon al HuffPost que estaban escuchando de sus homólogos de los gobiernos árabes.

Según se informa, un memorando de disconformidad recogido por funcionarios del Estado advierte de que el hecho de que Estados Unidos no critique públicamente las violaciones israelíes "contribuye a que la opinión pública regional perciba a los Estados Unidos como un actor parcial y deshonesto, lo que en el mejor de los casos no favorece, y en el peor perjudica, los intereses norteamericanos en todo el mundo".

De hecho, el Washington Post informó recientemente, basándose en las palabras de analistas y funcionarios árabes, de que el apoyo de Estados Unidos a las acciones de Israel "corre el riesgo de causar un daño duradero a la posición de Washington en la región y más allá" y ha sido una "fuente constante de fricción" a medida que el secretario de Estado Tony Blinken ha ido recorriendo Oriente Medio. Los dirigentes árabes han criticado reiterada y públicamente a los Estados Unidos."

Los funcionarios árabes y del Sur Global están desconcertados por la indiferencia de Biden ante la forma en que su bloqueo de un alto el fuego está hundiendo la posición de los Estados Unidos a escala mundial", afirma Trita Parsi, vicepresidenta ejecutiva del Quincy Institute for Responsible Statecraft. "Me han dicho funcionarios árabes que Biden le ha causado más daño a la posición de los Estados Unidos en la región que George W. Bush con su invasión ilegal de Irak".

"Se ha perdido todo el trabajo que hemos hecho con el Sur Global [sobre Ucrania]", declaró un alto diplomático del G7 al Financial Times al principio de la guerra. "Olvídense de las reglas, olvídense del orden mundial. No volverán a escucharnos".

Sin embargo, Biden y otros funcionarios norteamericanos han establecido repetidamente como alta prioridad la defensa y reconstrucción de este mismo orden mundial, en el cual, según la administración, se sustenta la seguridad y prosperidad de Estados Unidos.

El firme apoyo de los Estados Unidos a Israel se ha justificado normalmente sobre la base de que, a pesar de todas las críticas que se le hacen, tiene más ventajas que inconvenientes para los intereses estadounidenses. Pero es imposible argumentar lo mismo respecto al apoyo de la administración Biden a la actual guerra de Israel, que está dañando profundamente la reputación de los Estados Unidos y genera el riesgo de que muera un número incalculable de norteamericanos.

 

Responsible Statecraft, 15 de noviembre de 2023


 

Los hechos, querido muchacho": Lecciones de la guerra en Gaza para la primacía de los EE. UU.

Anatol Lieven

La catástrofe de Israel y Gaza demuestra una vez más la verdad de un comentario del primer ministro británico Harold Macmillan cuando le preguntaron por el mayor reto para un estadista: "Los hechos, querido muchacho, los hechos". Los gobiernos elaboran planes minuciosos para dirigir su política exterior y de seguridad, y luego se ven obligados a reaccionar ante cualquier imprevisto.

Sin embargo, acontecimientos como el ataque de Hamás a Israel o la invasión rusa de Ucrania no surgen de la nada. Son producto de decisiones humanas; y si las decisiones en sí no pueden predecirse en detalle, sí pueden estudiarse las circunstancias que las producen. Al fin y al cabo, para eso tenemos legiones de analistas de inteligencia, funcionarios del servicio exterior y "expertos".

La primera lección del horror actual para los responsables políticos occidentales es, por tanto, recordar siempre que el adversario tiene voto, y que sus acciones estarán condicionadas por el propio comportamiento de los Estados Unidos. La segunda es que ciertas partes del mundo tienen muchas más probabilidades de generar acontecimientos desastrosos que otras. La tercera es que cuantas más zonas del mundo abarquen los Estados Unidos, más expuesto estará a tales acontecimientos. La última lección es que los adversarios de una parte del mundo intentarán inevitablemente aprovecharse de las dificultades norteamericanas en otra.

En otras palabras, la búsqueda de la primacía de los Estados Unidos en todos los rincones del mundo (tal y como quedó establecida en la “Doctrina Wolfowitz” de 1992 y que han seguido en la práctica todas las administraciones estadounidenses posteriores) es una garantía segura de que los Estados Unidos se encontrarán tarde o temprano enfrentados a múltiples crisis simultáneamente.

Desde su toma de posesión, la administración Biden ha tratado en dos ocasiones de abordar problemas internacionales complejos y peligrosos dándoles carpetazo mientras se ocupaba de otra cosa. En palabras de un funcionario europeo, "pensaban que iban moviéndolos como si le dieran patadas a una lata, pero resultó que era una granada de mano".

En la primavera de 2021, los funcionarios norteamericanos declaraban en privado que estaba muerto el Acuerdo de Minsk para resolver el conflicto en el este de Ucrania (que preveía una autonomía garantizada para el Donbás dentro de Ucrania). No tenían, sin embargo, ninguna idea de con qué sustituirlo, aparte de seguir armando a Ucrania y hacer hincapié en el apoyo a Ucrania y la adhesión a la OTAN en algún momento no especificado en un futuro lejano.

La esperanza de la administración era que la cuestión de Rusia y Ucrania pudiera quedar archivada mientras los Estados Unidos se concentraban en enfrentarse a un rival mucho más poderoso, China. Cuando Moscú dejó claro que no le seguiría el juego, la administración no tenía ningún plan, ni para un compromiso total con Ucrania ni para un compromiso diplomático con Rusia. Sólo el extraordinario valor y resistencia de las tropas ucranianas en las primeras semanas de la guerra salvaron a Ucrania de la conquista y a los Estados Unidos de una humillación estremecedora.

En Oriente Medio, la renovación del acuerdo nuclear con Irán se vio bloqueada y retrasada por exigencias norteamericanas, las cuales debería haber sido obvio que Teherán nunca aceptaría, en la creencia de que Teherán no estaba en condiciones de perjudicar seriamente a los Estados Unidos o Israel. El conflicto palestino-israelí se ignoró básicamente por completo, hasta cuando la política israelí de asentamientos destruía progresivamente la posibilidad de la "solución de dos Estados" con la que los Estados Unidos siguen oficialmente comprometidos.

En su lugar, la administración Biden siguió a la administración Trump en su intento de dar un rodeo a ambas cuestiones promoviendo una alianza de facto entre Israel y Arabia Saudí que contuviera a Irán y dejara a los palestinos completamente aislados y sin apoyo.

Pero, por supuesto, Hamás supo ver perfectamente este plan estadounidense. El resultado es un nuevo conflicto desastroso que, entre otras cosas, echará por tierra cualquier esperanza de normalización saudí-israelí y podría desestabilizar a los estados clientes de los Estados Unidos en todo Oriente Próximo.

Ahora, hay ciertas voces en Israel y los Estados Unidos que tratan de ampliar este desastre utilizándolo para promover un ataque israelí-norteamericano contra Irán, del mismo modo que utilizaron el 11-S para promover un ataque norteamericano contra Irak. Casi se podría suponer que estas voces están trabajando para Vladimir Putin y Xi Jinping, pues pocas cosas anhelan con más ardor en Moscú que una guerra entre los Estados Unidos e Irán. Distraería recursos norteamericanos de Ucrania, permitiría a Moscú devolverle el golpe a los Estados Unidos proporcionando armamento a Irán y desacreditaría por completo las pretensiones de los Estados Unidos de defender un "orden basado en normas" a los ojos de la mayor parte del mundo.

Al buscar la primacía mundial en todas partes, los Estados Unidos se están asegurando de que se enfrentarán a amenazas y crisis por doquier en el mundo; y aun en el caso de que, en principio, puedan reunir los recursos para hacer frente a todas ellas, es muy poco probable que el pueblo norteamericano tenga la voluntad de seguir haciendo indefinidamente los sacrificios económicos necesarios.

En la generación transcurrida desde el 11-S, se ha demostrado una y otra vez que los Estados Unidos no pueden resolver estas cuestiones mediante la fuerza militar. Es hora de dar un descanso a la primacía y dejar que lo intente la diplomacia.

Responsible Statecraft, 15 de noviembre de 2023

columnista habitual de Responsible Statecraft, es colaborador de Antiwar.com y ex redactor jefe de la revista The American Conservative. Doctor en Historia por la Universidad de Chicago, escribe regularmente para su boletín, Eunomia, en Substack.
periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Autor de libros como “Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry”, ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.
redactor de la revista Jacobin y autor de “Yesterday's Man: the Case Against Joe Biden”. Ha publicado artículos en The Washington Post, The Guardian y In These Times, entre otros.
Traducción:
Lucas Antón

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