Francisco Louça
25/12/2023¿Alguna vez se ha preguntado si algún gobierno en el mundo podría atacar impunemente a otro país y en dos meses asesinar a casi 20.000 personas, la mayoría niños y mujeres, liquidar a más de un centenar de empleados de la ONU y expulsar a sus representantes, atacar a periodistas y arrestar médicos, destruir hospitales y escuelas?... si ya se ha hecho esta pregunta es porque sabe la respuesta. Sólo Netanyahu tiene derecho a liderar una coalición racista para exterminar sistemáticamente a un pueblo, obteniendo financiación y armamento de los gobiernos más poderosos, empezando por la Casa Blanca. La guerra se ha convertido en su instrumento de exterminio y la espiral de destrucción continúa incesantemente. El terrorismo tiene un faro en el mundo hoy: es Netanyahu.
Saramago escribió, mucho antes de esta orgía de muerte, que “un día se hará la historia del sufrimiento del pueblo palestino y será un monumento a la indignidad y la cobardía de los pueblos”. Quizás no podría haber imaginado los abismos de indignidad que estamos presenciando ahora.
Las dos victorias de Netanyahu
El Gobierno de Tel Aviv logró dos victorias importantes. La primera, que atrae la atención de los productores de tecnología militar, es la experimentación de nuevos instrumentos de destrucción. El más destacado es el sistema de inteligencia artificial perversamente llamado “Habsora” o “Evangelio”, que selecciona objetivos para los bombardeos.
Según un estudio de Associated Press, durante la guerra de 2014, que duró 51 días, se alcanzaron 6.000 objetivos, provocando el 89% de las muertes de civiles, incluidas 20 familias, que perdieron a más de 10 miembros. Ahora, sólo en el primer mes de combates, 15.000 objetivos fueron destruidos y, según la ONU, alrededor de una quinta parte de las víctimas pertenecen a 312 familias, que perdieron a más de 10 de sus miembros. Pero la determinación de esta mortalidad genera cierta vacilación entre los militares ocupantes, que saben mejor que nadie que están cometiendo crímenes de guerra y matando según un criterio xenófobo: el palestino debe morir. Por tanto, transferir la decisión a una máquina elimina la agencia humana, despersonaliza el misil y permite que la violencia de la ofensiva se multiplique. Netanyahu está utilizando lo que podría ser una de las principales armas del futuro, y los mercaderes de la guerra están encantados con la innovación.
La segunda victoria, quizás a medias, es la sumisión de algunos gobiernos occidentales a la invocación de un “derecho a la defensa” que proclama la legalidad del genocidio y culpa a cualquiera que se oponga a él de promover un “discurso de odio”. Una profesora de derecho de la Universidad de Chicago, Genevieve Lakier, denunció esta lógica como macartista. El caso más famoso de este mecanismo de censura fue la prohibición de la escritora Adania Shibli en la Feria de Frankfurt o la prohibición de manifestaciones propalestinas en Francia. Sin embargo, lo cierto es que en Francia se impusieron las manifestaciones y que la cultura palestina es más escuchada, como muestra de resistencia a la atrocidad. Lo que esto pone de relieve es cómo el conflicto también se produce en la opinión pública.
Después de la violencia del ataque de Hamás del 7 de octubre, que mató a unos 840 civiles y 350 soldados, condujo a la captura de 240 rehenes y, según Médicos por los Derechos Humanos de Israel, a crímenes sexuales, no asistimos a una venganza, ni mucho menos a la defensa de Israel. Estamos ante la banalización del terror, al aplastamiento literal de un país en nombre de un objetivo imposible, ya que ninguna paz de cementerios resolverá el conflicto en Oriente Medio, ni tampoco es la intención de Netanyahu, que quiere la guerra como forma de supervivencia ante su juicio por corrupción y como cemento del Gobierno que elige la muerte como bandera.
Y mientras tanto el negocio de la muerte
La guerra en Gaza, la guerra en Ucrania, la ampliación de la OTAN, las tensiones en el Mar Meridional de China: este es el paraíso para la venta de armas. Pero ni siquiera esto explica por qué la inversión en armas supera hoy a la de la Guerra Fría, cuando la confrontación planetaria era una amenaza. La razón es otra: se trata de un espléndido negocio, protegido por una pantalla de silencio y complicidades, visible en los países europeos de la OTAN, que en diez años aumentaron el gasto militar de 145 mil millones a 215 mil millones de euros, triplicando las importaciones de armas (la mitad de EEUU).
Ahora bien, este buen negocio es una mala elección para los europeos. Un estudio publicado estas últimas semanas por un equipo de las universidades de Florencia, Milán y Newcastle, liderado por Mario Pianta, “Arming Europe”, indica que entre 2013-2023 el producto real de la Unión aumentó un 12%, el empleo un 9% y el gasto en armas el 46% (ver el gráfico para detalles de algunos países). El problema es que las armas destruyen y no crean: en el caso de Italia, estos académicos estiman el efecto sobre el producto de 1 euro de gasto militares de 0,7 euros, mientras que 1 euro en salud, educación y medio ambiente genera una variación de 1,9 euros. Para vivir mejor es mejor invertir en la vida que en la muerte.