Chiara Cruciati
Michele Giorgio
Tommaso Di Francesco
14/04/2024
“La serie de limpiezas étnicas de la población de Gaza, dirigida a culminar con la expulsión de 1,4 millones de personas atrapadas en Rafah (la mitad de ellas niños) a Al-Musawi, una desolada zona desértica del tamaño del aeropuerto de Los Ángeles, o al Sinaí egipcio, me ha recordado algo que mi difunta madre dijo una vez sobre su experiencia durante el Holocausto nazi: "No era guerra; era exterminio. Éramos como cucarachas, escurriéndonos de un lado a otro cada vez que la luz caía sobre nosotros"
(Norman Finkelstein, febrero de 2024)
La Europa colonial sólo ve puntitos negros
Chiara Cruciati
Vistos desde arriba, parecen hormiguitas. Puntos que se mueven de un lado a otro, algunos más rápido, otros más lento. Cuerpos indistinguibles se agrupan en manchas negras. Parecen hormigueros o bandadas de pájaros. Vista desde la perspectiva lejana de un dron del ejército israelí, la multitud de personas hambrientas en la rotonda de al-Nabulsi no parece gente.
La misma distancia define nuestra anestesia colectiva. Si se desciende al nivel del suelo, pueden verse los rostros individuales. En los vídeos, los rostros están blancos de muerte y harina, filas de cadáveres en carros tirados por burros y en la parte trasera de las furgonetas.
Estas hacen las veces ahora de ambulancias o coches fúnebres. Algunos de los que van dentro tienen sangre coagulada alrededor de las sienes. Vistos de cerca, son personas. Al escucharlos de cerca, sus testimonios cuestionan lo que queda de nuestra capacidad para nombrar las cosas: "No quería traer a mi hijo Mahmud, pero no teníamos nada que comer. Le dije: 'Vamos, coge un saco de harina y come para que aliviemos el hambre'. Mi querido hijo murió hambriento".
Dicen que los más afortunados son los que murieron en el primer día de guerra: no tuvieron que presenciar la barbarie que vino después. 30.000 muertos significa un gazatí de cada 75. Con 10.000 desaparecidos y 70.000 heridos, eso significa que uno de cada 20 palestinos de Gaza está muerto, herido o desaparecido. Luego están los vivos, sometidos a un hambre convertida en arma que no deja escapatoria al espíritu humano. ¿Cómo volverá a levantarse una población humillada, deshumanizada y aterrorizada durante cinco meses?
Gaza es una tumba. No sólo por las personas, sino por la incapacidad de nombrar las cosas. Ciertas palabras desatan el miedo en toda Europa, que no se atreve a reflexionar sobre su significado y finalidad. Racismo, colonialismo, supremacismo: todos están ahí, en Gaza. También el genocidio.
Lleva semanas debatiéndose entre juristas, historiadores y periodistas si debe llamarse genocidio, si lo que está ocurriendo entra dentro del artículo 2 de la Convención de 1948, "la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso" mediante asesinatos, graves daños físicos y mentales, "condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial" o "la imposición de medidas destinadas a impedir nacimientos".
El Tribunal Internacional de Justicia calificó de "plausible" que lo que está ocurriendo sea genocidio, y le dio a Israel un mes para detenerlo, sea "eso" lo que sea. Ese mes ya ha pasado, y ha sido uno de los peores. El hambre envuelve Gaza como un sudario fúnebre. Hay que elegir entre la inanición o el intento desesperado de conseguir comida. ¿A qué denominación estamos dispuestos a recurrir para nombrar esto?
il manifesto global, 1 de marzo de 2024
A la espera de un alto el fuego, Ahmed Qannan se muere de hambre en un hospital
Michele Giorgio
No se trata sólo de Yazan Al Kafarna, el niño que aparece pálido y demacrado en las fotos, con miembros esqueléticos, que murió el lunes y del que habló un día antes el enviado palestino ante Naciones Unidas, Riyad Mansour. Hay muchos más niños que corren el riesgo de morir por falta de alimentos y sumarse a los quince que ya han muerto de hambre en el hospital Kamal Adwan de Beit Lahiya, en el norte de Gaza, sometido a la escasez más extrema de alimentos.
Uno de los que corren más riesgo es Ahmed Qannan, de sólo 2 años: pesaba 12 kilos antes de la ofensiva militar israelí, y hoy pesa la mitad. Con los ojos hundidos, muy débil, reducido a piel y huesos, Ahmed yace en una cuna del centro de salud Al Awda de Rafah, en la frontera con Egipto, al cuidado de una tía. Los niños que le rodean no están mejor.
Al igual que Ahmed, necesitan urgentemente calorías, vitaminas y proteínas, pero en Gaza, bajo el ataque de Israel, hasta encontrar un paquete de galletas resulta una hazaña difícil.
Y, sin embargo, la comida se encuentra allí mismo, cerca de Rafah, pero al otro lado de la frontera, en el lado egipcio, donde se detiene a los camiones tras prohibirles entrar en Gaza y entregar su cargamento junto con la Media Luna Roja, la ONU y otras contrapartes internacionales.
En declaraciones a la agencia de noticias Reuters, Diaa Al-Shaer, enfermera del centro Al Awda, declaró que el número de niños que sufren desnutrición y una serie de enfermedades relacionadas con la mala alimentación ha alcanzado niveles sin precedentes. "Nos enfrentaremos a un gran número de pacientes que padecen ... desnutrición", ha advirtido.
Según el Dr. Ahmad Salem, de la Unidad de Cuidados Intensivos de Kamal Adwan, a los bebés no les va mejor, ya que las propias madres están desnutridas: "Las madres no pueden amamantar a sus hijos. No tenemos leche de fórmula”.
Adele Khodr, directora regional de UNICEF, la agencia de la ONU para la infancia, declaró: "La sensación de impotencia y desesperación entre los padres y los médicos al darse cuenta de que la ayuda vital, a sólo unos kilómetros de distancia, se mantiene fuera de su alcance, debe ser insoportable".
El martes, otra agencia de la ONU, la UNRWA, blanco durante semanas de los ataques de Israel por supuesta "connivencia con Hamás", denució por medio de su comisionado general, Philippe Lazzarini, que en el norte de Gaza uno de cada seis niños menores de dos años estaba ya en enero "gravemente desnutrido".
Tras ser objeto de presiones, Israel decidió permitir la entrada de ayuda humanitaria en Gaza por mar, según informó el martes el canal de televisión Canale 13. De acuerdo con las informaciones, Emiratos financiará los envíos de ayuda a Chipre, donde se someterán a la inspección de funcionarios israelíes. Desde allí, los barcos viajarán a Gaza y descargarán la mercancía en la costa. La primera flotilla partirá hacia Chipre en los próximos días, con la esperanza de llegar a Gaza al comienzo del Ramadán, que empieza el 10 o el 11 de marzo.
No obstante, el alto el fuego sigue siendo la única vía real para poner fin a las masacres de civiles y abastecer regularmente a la población de la Franja, en gran parte desplazada en los últimos meses a instancias del ejército israelí. Los negociadores de Hamás permanecieron en El Cairo durante el tercer día de conversaciones sobre el alto el fuego, pero en la noche del martes, la distancia entre el movimiento islámico e Israel parecía insalvable. El gabinete de guerra dirigido por Netanyahu se negó a enviar una delegación a Egipto antes de recibir de Hamás una lista completa con los nombres de los cerca de 130 rehenes israelíes en Gaza. La organización palestina afirma que no puede facilitar dicha lista porque los rehenes están dispersos por un amplio territorio y en manos de distintos grupos.
Israel insiste en que sólo está interesado en un alto el fuego temporal, durante el cual se liberaría a los rehenes. Hamás insiste en que cualquier acuerdo debe conducir a un cese permanente de las hostilidades y al regreso de los desplazados al norte.
Desmintiendo las noticias de que un acuerdo está al alcance de la mano, difundidas por algunos medios de comunicación, los negociadores egipcios afirman que Israel y Hamás no se moverán de sus posiciones e insisten en las mismas exigencias que han impedido un acuerdo hasta ahora.
Un portavoz de Hamás, Bassem Naim, afirma que su grupo ha presentado un proyecto de acuerdo de alto el fuego y que ahora espera una respuesta de Israel. Otro portavoz de Hamás, Osama Hamdan, insiste en que no se liberará a ningún rehén israelí sin un alto el fuego definitivo en Gaza. El gobierno de Netanyahu insiste a su vez en que su país "está haciendo todo lo posible para llegar a un acuerdo. Estamos esperando una respuesta de Hamás".
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, vuelve a ponerse del lado de la versión israelí de los hechos: "El acuerdo sobre los rehenes está ahora mismo en manos de Hamás ... ha habido una oferta - una oferta racional. Los israelíes la han aceptado... Sabremos en un par de días si se va a llevar a la práctica", declaró el presidente norteamericano a los periodistas antes de embarcar en el Air Force One en Maryland.
El martes, las fuerzas armadas israelíes mataron a un adolescente palestino de 16 años en el paso fronterizo de Huwara, Cisjordania, tras un ataque con cuchillo en el que resultó herido un soldado. Desde octubre, al menos 358 palestinos han muerto a manos de soldados y colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental. En el mismo periodo, al menos 12 israelíes han muerto en ataques palestinos. En Líbano, un ataque aéreo israelí contra el movimiento chií Hezbolá mató a cuatro personas en las regiones del sur del país.
Il manifesto global, 7 de marzo de 2024
Israel impide la entrada de incubadoras y alimentos en Gaza sin dar explicaciones
Chiara Cruciati
(Desde el paso fronterizo de Rafah)
La fila de camiones parados comienza en Ismailia. Los conductores se bajan a estirar las piernas. Justo delante, un puesto de control es la primera de las muchas fronteras interiores que desde hace años son un signo del estado militarizado de excepción de la península del Sinaí.
Un funcionario del gobierno egipcio se sienta entre los carriles imaginarios del puesto de control, frente a una polvorienta mesa de plástico y un anticuado libro de contabilidad, en el que anota con un bolígrafo las matrículas de todos los vehículos que pasan por allí. Se puede ver todo el espectro de la sociedad: coches de colores obscuros con hombres trajeados, furgonetas oxidadas, monovolúmenes familiares, chicos con kufiyas tapándoles la cabeza y las caras obscurecidas por el sol, que aquí es muy intenso. Pasa vacío un autobús de la Universidad del Sinaí. Le sigue una camioneta con cientos de trenzas de ajo.
Unos cientos de metros más adelante, vemos el puesto de control que conduce al túnel del Canal de Suez. Diez carriles, desierto. Fue diseñado, tal vez, para un tráfico masivo que no existe hoy en día: el Sinaí está fuertemente blindado. Al final de cada carril se han montado escáneres de rayos X para autobuses y camiones.
Se pueden ver más camiones, aquí y allá. Llevan logotipos del OOPS, de la OIM, ONGs turcas. Cientos de kilómetros después, volvemos a verlos: primero en Al-Arish, luego en Rafah. Es aquí, a poca distancia de Gaza, donde la Operación Espada de Hierro, lanzada por Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, hace sentir su presencia: concretamente, con los 1.500 camiones humanitarios atascados entre al-Arish y Rafah. Van rebosantes de ayuda y su destino está a un paso. Sin embargo, esperan allí, atrapados bajo el sol del desierto.
"El flujo de ayuda es cada vez mayor, de todo el mundo. Me dan ganas de decir: más despacio, que no llegamos. Pero, ¿cómo decir que no a la gente que quiere donar?". nos dice Mohammed Noseer, jefe de operaciones de la Media Luna Roja Egipcia (MLRE) en Al-Arish. Tiene unos 60 años y dice que nunca ha visto una guerra como ésta. En el cruce, da la bienvenida a la caravana de solidaridad italiana organizada por AOI junto con Assopace y ARCI. Parlamentarios de la oposición, periodistas y ONGs han venido a pedir un alto el fuego inmediato.
Noseer se pasea arriba y abajo frente al paso fronterizo, con un walkie-talkie en la mano, coordinando las entradas y salidas. Señala el muro de hormigón que continúa a derecha e izquierda en el gran arco que se ha convertido en símbolo de la impotencia mundial. La vista del cruce parece irreal, como el guión gráfico de una mala película. A este lado, una calma distópica; al otro, hambre y bombas.
"Los camiones pasan por aquí, pero no todos los que se ven entran enseguida en Gaza. Primero tienen que pasar por las inspecciones". Allí comienza el complejo procedimiento derivado del acuerdo entre Israel, Egipto y la ONU. La burocracia militar ralentiza el flujo hasta convertirlo en un goteo desesperante: "Hay dos líneas", dice Noseer. "Los convoyes de la ONU van directamente al cruce de Kerem Shalom. Los convoyes de la MLRE, las ONG internacionales y los enviados por otros países van a Nitzana, 50 km al sur. Tras la inspección, se dirigen a Kerem Shalom. Descargan la carga en tierra mientras esperan a que los camiones palestinos la carguen: Israel no permite que ningún camión de fuera entre en Gaza".
Conseguir la aprobación lleva días, a veces semanas. También controlan a los conductores: primero pasan por el "escáner" de los servicios de seguridad egipcios y luego por el de los israelíes. Hay un tráfico constante de ida y vuelta, porque ahora todo pasa por Kerem Shalom. Rafah es una entrada ilusoria: sólo se permite el paso de combustible. "Además, los pasos fronterizos sólo funcionan cinco días a la semana. Cierran el viernes y el sábado, por la fiesta musulmana y la judía. Matan a los musulmanes toda la semana, pero el viernes les dejan tener un día de oración", comenta Noseer con amarga ironía.
Y los camiones se acumulan en la frontera. A día de hoy, hay 1.500. El martes, el presidente Biden alzó la voz desde el Air Force One: Israel ya no tiene excusas para no permitir la entrada de ayuda humanitaria. Uno sólo puede preguntarse si también utilizó ese tono con [Benny] Gantz en la reunión cara a cara de unas horas antes.
A poca distancia del cruce, un terreno baldío, empapado de sol cegador y polvo, sirve de aparcamiento a los camiones y de hogar temporal a sus conductores. Dicen que no pueden más; algunos llevan un mes esperando a descargar su carga. Hay una pequeña mezquita y una minúscula tienda de comestibles. Han venido preparados: cuelgan la ropa a secar entre las cabinas de los camiones, y las taquillas de los laterales sirven de cocina y mesa de café. Se hacen té y preparan platos calientes. "Nos pagan de todos modos, pero es un desperdicio", dice uno de ellos. "Alrededor de Al Arish está lleno de camiones. Nos retienen en los cruces para inspeccionarnos, hasta 7 u 8 días. Nos hacen volver varias veces para inspeccionar el mismo camión".
Moataz Banafa forma parte del equipo de apoyo en Gaza de la agencia de la ONU OCHA. En ese aparcamiento, rodeado de interminables camiones humanitarios, intenta darnos algunas cifras: hay unos 800 camiones allí, con cientos más a lo largo de la carretera. Otros siguen en Nitzana para pasar el control; los llaman "camiones dormitorio". Permanecen allí hasta una semana antes de que les den el visto bueno para ir a Kerem Shalom. "En este momento pasan 150 al día; a veces menos, 60 u 80. Cada camión tarda entre siete y diez días en pasar; pero algunos llevan un mes esperando".
Nadie sabe qué hay detrás de la decisión. A menudo viene de dentro de los centros neurálgicos de la ocupación militar israelí; la burocracia parece arbitraria y uno no tiene ninguna certeza, como si estuviera rodeado de una espesa niebla. Y luego están las protestas: "Los bloqueos de manifestantes de la derecha israelí a menudo han conseguido cerrar el paso completamente", continúa Banafa. "Es un coste para la ONU y las ONG: pagan por cada día extra. Es cierto que con un alto el fuego entrarían muchos más camiones. Lo vimos con la tregua de diciembre".
Las inspecciones no son una mera formalidad. El 10% de la ayuda se devuelve, con una X roja pintada por los funcionarios israelíes. Basta una X, en un solo paquete de ayuda, para rechazar un camión entero, dice Banafa. La Media Luna Roja almacena la ayuda rechazada en unas instalaciones en al-Arish. Noseer nos dijo antes en el paso fronterizo que no existe una lista de mercancías prohibidas: "COGAT [la Administración Civil Israelí para los Territorios Palestinos Ocupados] nunca nos ha enviado un correo electrónico oficial con lo que está permitido y lo que no. Ponen una X, lo devuelven, pero no dan una justificación. Nuestro almacén está lleno".
Desde luego que lo está. Han añadido otros edificios prefabricados a la estructura principal de hormigón, porque hay que proteger la mercancía. "Rechazan cualquier cosa que produzca energía, incluidos los paneles solares. Lámparas incluso. Rechazan generadores, bombonas de oxígeno, frigoríficos. Cualquier objeto metálico, hasta las muletas. Rechazan tiendas de campaña si tienen colores de camuflaje militar: dicen que Hamás podría utilizarlas como uniformes. Y los estuches de higiene si contienen cortaúñas: dicen que se pueden utilizar como cuchillos".
El almacén está repleto de palés, apilados unos sobre otros, en tres pasillos. Entre todo ello, lo que realmente da escalofríos son las incubadoras: en el hospital Al-Shifa, decenas de bebés prematuros murieron debido al corte de electricidad y a que las incubadoras no funcionaban. También hay equipos de cocina, camas de larga estancia, generadores, contenedores de agua, purificadores de agua. En Gaza, estos bienes marcan la línea entre la vida y la muerte.
"Israel también devuelve algunos bienes en función de quién los donó", añade Noseer. "Si proceden de Irán, por ejemplo, o de asociaciones palestinas. Quitamos los logotipos de los paquetes y los enviamos igualmente". Lo mismo ocurre con las ambulancias: hay sesenta aparcadas delante del almacén. "Israel sólo permite la entrada de siete ambulancias a la semana", dice Banafa. "Allá dentro ha destruido decenas de ellas. Las ambulancias son necesarias".
Los palestinos utilizan carros tirados por burros para trasladar a los heridos y a los muertos. Algunas ambulancias tienen logotipos de países árabes. Se limitan a despegarlos, con la idea casi tranquilizadora de que puedan sortear un sistema enfermo.
il manifesto global, 7 de marzo de 2024
Para salir de Gaza hay que estar enfermo, estar herido o ser rico
Chiara Cruciati
Si das la espalda al paso fronterizo de Rafah y cruzas el claro hacia la derecha, junto a un par de minibuses con portaequipajes abiertos y decenas de maletas, verás a un grupo de hombres con petos de la empresa Hala. Fuman cigarrillos y se pasan una botella de agua de uno a otro. Más allá de ellos, a través de una abertura en el muro de hormigón, se ven más minibuses. Son los representantes de la empresa egipcia que monopoliza desde hace años el mercado de salida de la Franja de Gaza.
Con la ayuda congelada en la frontera egipcia, el tráfico en el paso fronterizo es ahora diferente. Hay palestinos que quieren entrar, para volver a casa, y palestinos que quieren salir. Bajo el gran arco que marca la frontera, Scott Anderson, jefe de operaciones de UNRWA en la Franja, nos dice que "si abrieran los pasos ahora, huiría la mitad de Gaza".
Muchos dicen que no lo harían, ya que abandonar Gaza significaría no poder volver nunca, como ya ha ocurrido antes. Pero es cierto que se trata de una ofensiva "extraña": no hay derecho a huir. Dos millones trescientos mil palestinos están prisioneros dentro. Salir es una empresa complicada y una cuestión de privilegio económico.
"Cada día salen entre 30 y 35 palestinos heridos", explica Mohammed Noseer, jefe de operaciones de la Media Luna Roja egipcia en Al Arish. "Sus familias vienen con ellos: estamos hablando de un máximo de 200 personas al día, a menudo muchas menos. Y luego están los que no necesitan atención médica: cientos más al día. Cada persona que se marcha tiene que coordinar sus planes con la COGAT (Administración Civil Israelí para los Territorios Palestinos Ocupados). Las autoridades israelíes realizan controles de seguridad para asegurarse de que no hay milicianos de Hamás entre ellos".
Si el autobús en el que viajan hacia el cruce del lado palestino no tiene autorización de la COGAT, dispararán contra él, sin previo aviso, añade Noseer. Sin luz verde israelí, no hay forma de salir de Gaza.
Pero también se necesita otra luz verde, la de los egipcios. Tras el inicio de la ofensiva israelí, el 7 de octubre, aparecieron listas de personas que evacuar, confeccionadas por Egipto, que garantizó la salida de sus propios ciudadanos, y por países extranjeros que consiguieron -tras semanas y con enorme esfuerzo- evacuar a sus ciudadanos y a sus familiares, si los había. Luego están los heridos o enfermos crónicos, que ya no tienen forma de recibir atención y tratamiento adecuados en el ruinoso sistema sanitario de Gaza.
Uno de ellos es Bisan. Tiene sólo 2 años y lleva una semana y media ingresada en el Hospital Italiano de El Cairo. La acompaña su madre, Samal. Bisan tiene problemas intestinales, y en su ciudad, Deir al Balah, han suspendido todos los tratamientos desde el comienzo de la ofensiva. "Fue el hospital el que denunció su caso", dijo su madre. "Formaron un comité. Recibimos permisos de salida del COGAT al cabo de tres semanas. Tuvimos suerte. Normalmente tardan más".
Samal dejó a otros tres hijos en Deir al-Balah; se quedan con su padre. Dice que espera encontrar un buen tratamiento y luego volver a casa. Jidana tiene otras esperanzas: llegar a Italia. Su hijo Ahmed tiene sólo tres años y medio y una pierna amputada. Está tumbado en una cama del Hospital Italiano, con una manta encima, de cara a la pared, sin mirar a nadie, concentrado en su teléfono. "Le amputaron la pierna en el hospital de Jan Yunis", dice Jidana. "Resultó herido en octubre, cuando bombardearon nuestra casa en Nuseirat. Atacaron de noche, mientras dormíamos. Cuando se despertó de la operación, me preguntó adónde había ido a parar su pierna".
En unas horas le llegará una prótesis provisional del Ministerio de Sanidad egipcio. Después, Jidana espera llegar a Italia. Ella también dejó atrás a dos hijas, que están en casa con su abuela. Su marido está en Suez con otra hija, también herida en la guerra. Jidana y Samal dicen que no tuvieron que pagar nada: el traslado fuera de Gaza es gratuito para enfermos y heridos.
"Los ministerios de Gaza ya no pueden hacer frente a las peticiones de ayuda. Han implosionado", afirma Marwan Jilani, vicepresidente de la Media Luna Roja Palestina, llegado de Ramala. "Incluso el Ministerio de Sanidad, que solía encargarse de los traslados de pacientes. Nosotros, la Media Luna, sólo nos encargamos del transporte, de acompañarlos en ambulancia hasta el paso fronterizo de Rafah".
Sin embargo, la salida real nunca es un hecho. Se nos ha informado de casos de gazatíes enfermos o heridos con permisos COGAT israelíes que han enviados de vuelta desde el lado egipcio de la frontera. Una vez más, por "razones de seguridad", una justificación que no es válida para las mujeres y los ancianos. Sin embargo, muchos enfermos crónicos han tenido que volver atrás, sin justificación, a pocos pasos de la frontera.
El resto -los que no están enfermos- tiene que buscarse la vida. Si miramos las cifras recogidas por las agencias de noticias internacionales, no son pocos: son muchos los que se van porque ya no pueden más. Y para ellos, las cosas se complican. Según fuentes humanitarias, no hay un procedimiento convencional: hay quienes consiguen acabar en listas externas, quienes intentan valerse de conexiones internas, ya sean políticas o de redes clientelares, y quienes lo hacen con la ayuda de agencias privadas. Aquí es donde surge el nombre de Hala. No es nada nuevo: desde hace al menos cinco años, la empresa egipcia tiene el monopolio de las salidas de la Franja. Las investigaciones de agencias de noticias independientes, como la egipcia Mada Masr, han descubierto las raíces de su éxito: clanes tribales del Sinaí con vínculos políticos con la inteligencia y el régimen egipcios.
Antes de que empezara la guerra, recurrían a empresas palestinas dentro de la Franja de Gaza. Ahora, el camino parece diferente: quienes quieran escapar de la guerra deben ponerse en contacto con Hala en su oficina de El Cairo o acceder a grupos de Telegram que no dejan rastro en papel. Los precios se han disparado: "Menores de 16 años, pagas 2.500 dólares; mayores de 16, 5.000 dólares", nos dice Nahed, recitando las cifras que a estas alturas los gazatíes se han aprendido de memoria.
Lo encontramos junto a los hombres de Hala. Es gazatí y toda su familia está dentro, desplazada desde el norte hasta Deir al Balah. Intentó sacarlos; no pudo, así que decidió entrar. Vive en los EAU y construye casas prefabricadas. "Los que tienen un documento de identidad palestino pueden entrar en Gaza pagando sólo los impuestos en la frontera. Para salir, tienen que pagar a Hala. Antes también los pagaban, pero diez veces menos". Señala una gran pila de maletas: "Estas no son mías. Las traen los de Hala. También comercian con los bienes que consiguen meter dentro. Ganan mucho dinero con el sufrimiento de la gente".
Según Sky News, durante dos semanas de febrero, Hala gestionó la salida de más de 4.600 personas. Su recaudación estimada fue de un millón de dólares al día. Las tasas se han disparado: antes del 7 de octubre, la gente pagaba un máximo de 350 dólares por persona para atravesar Rafah en un tiempo razonable. Hoy, para quienes no tienen doble nacionalidad y no pueden acceder a los procedimientos de salida por motivos de salud, su única esperanza de salir es a través de Hala: el tránsito normal lleva cinco meses suspendido.
Nahed está a punto de entrar. "No tengo miedo, walla. Cualquiera que tenga allí familia querría ir. Mi hijo Abdallah tiene 7 años. Me dijo que no quiere comida, no quiere juguetes, sólo quiere que su padre esté allí con él. Me dijo que los otros niños tienen allí a su padre con ellos".
il manifesto global, 9 de marzo de 2024
Para evitar la hambruna en Gaza, Biden envía bombas y un "puerto" innecesario
Tommaso Di Francesco
Como ahora la falsedad se impone a la verdad, aquí viene Occidente con ropaje "humanitario", primero los Estados Unidos y luego la UE en la retaguardia. Han sido cinco meses de masacres, de fuego abierto contra la población civil, con 31.000 muertos, mujeres y niños, y más de 71.000 heridos y mutilados.
Más de 2,3 millones de seres humanos se han visto obligados a huir hacia el sur y el norte en una pequeña franja de tierra, en una "guerra" desigual autorizada como venganza por la masacre de Hamás del 7 de octubre. Un pueblo entero se ve reducido a la inanición mientras entierra a sus familiares en fosas comunes.
He aquí que llega entonces Joe Biden -mientras que para Trump los palestinos son una completa nulidad- luchando con las primarias demócratas, descubriendo de primera mano el gran peso electoral del disenso contra sus políticas pro-Israel entre el electorado árabe-norteamericano, entre los jóvenes del movimiento antisionista y entre los estudiantes de los campus universitarios. Por consiguiente, afirma que se está dedicando a la "ayuda humanitaria". A lo que realmente se dedica es a intentar salvar su propia candidatura en vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses.
Esta iniciativa tardía y propagandística (por decir lo mínimo) emite señales tan ambiguas como vergonzosas. En primer lugar, es una señal de fracaso, como admite el alto funcionario norteamericano Jeremy Konyndyk –citado el domingo por Michele Giorgio en il manifesto- debido a la demostrada incapacidad de Biden para frenar a Netanyahu; y, al mismo tiempo, deja claras las consecuencias de los vetos de Biden en el Consejo de Seguridad de la ONU contra cualquier propuesta de alto el fuego que ponga fin a la matanza indiscriminada en curso. No hay que olvidar que el gobierno israelí está siendo juzgado en La Haya, acusado de genocidio.
Y tampoco hay que olvidar otro hecho, denunciado por el Washington Post: nunca se habían enviado tantas armas desde los EE.UU. a Israel como en estos cinco meses. Además, según fuentes de la Casa Blanca, se tardará uno o dos meses en poner en marcha el "puerto humanitario", o más bien "embarcadero" -se ha mostrado un mapa del mismo en [el programa televisivo de la RAI] Porta a Porta, de Bruno Vespa-, por lo cual, mientras tanto, sigue vigente la carta blanca para la matanza, al menos hasta la llegada de las cámaras que ruedan anuncios para la virtud occidental.
Y para los que pensaban que esta iniciativa es una forma de eludir el desaire de Netanyahu, el "favor" de Tel Aviv se concede a condición de que el ejército israelí controle toda la ayuda para asegurarse de que no entre ningún artículo "peligroso", como harina, leche, incubadoras, medicinas, purificadores de agua, etc. Es lo mismo que en Rafah: la guerra "debe librarse hasta el final".
¿Por qué Netanyahu se inviste de repente de una fachada agradable? Porque la iniciativa de Biden sirve a sus propósitos. Excluye por completo a las Naciones Unidas, creadas precisamente para este tipo de operaciones, al excluir y penalizar aún más a la UNRWA, a la que los Estados Unidos y muchos países de la UE, entre ellos Italia y no sólo, han cortado la financiación tras las acusaciones interesadas de Israel sobre su supuesta infiltración por Hamás, a pesar de que, durante 75 años, la UNRWA-Naciones Unidas ha sido, y sigue siendo, el único instrumento de apoyo a la población palestina, la gente que llama hogar a los campos de refugiados. Y también hay una deslegitimación de las decisiones del Tribunal de Justicia de La Haya, que, en vista de la actual "pesadilla humanitaria de incalculables consecuencias regionales", ha ordenado al Estado de Israel (el 26 de enero) que "desista y adopte todas las medidas a su alcance, incluida la revocación de las órdenes pertinentes, de restricciones y/o de prohibición para impedir el acceso a la asistencia humanitaria, incluido el acceso a combustible, refugio, ropa, higiene y saneamiento adecuados."
Israel no ha hecho nada de eso, sino todo lo contrario. Si Biden quiere acudir realmente en ayuda de los palestinos, tiene que impulsar un alto el fuego que permita la entrada por tierra -el único corredor creíble y necesario- de la flota de contenedores actualmente varada en el desierto bajo las órdenes de Israel. En lugar de eso, promete un "puerto" en uno o dos meses. ¿Aterrizará también allí el "corredor marítimo" que propone la UE? Y nadie dice quién entregará la cifra de "dos millones de comidas", cómo y a quién.
Librar una guerra por hambre es un crimen contra la humanidad, como nos ha recordado [Sergio] Mattarella [presidente de la República italiana]. No necesitamos Inteligencia Artificial para entenderlo, ni remontarnos al Infierno de Dante para comprender que, ante el hambre, toda asociación humana se ve sometida a un chantaje mortal que desgarra cualquier solidaridad que todavía quede.
Cada día, nosotros mismos experimentamos la necesidad de comer como hábito inconsciente, porque somos capaces de satisfacerla; en Gaza, equivale a un presagio físico de muerte, de rendición, de impotencia. Allí ya no queda humanidad, salvo los restos de ella que mueren ante los ojos de los niños que aún sobreviven y que no olvidarán.
Y tampoco queda religión. El lunes comenzó el mes del Ramadán en el mundo islámico, pero en Gaza no hay necesidad de que un imán recuerde a los creyentes que deben guardar el ayuno diario. Ya no hay ofrendas que hacer, sólo ira.
il manifesto global, 13 de marzo de 2024
Los "jardineros" de Internet resisten el apagón de comunicaciones de Gaza
Chiara Cruciati
Una polea, un cubo, un “smartphone” y una e-SIM: así se construye un "árbol de red" en Gaza. El objetivo consiste en proporcionar acceso a la Red al mayor número posible de personas. No es sólo para comunicarse con el mundo exterior, sino para mantenerse en contacto con familiares y amigos, coordinar las labores de socorro, localizar a los desaparecidos y mantener una noción de comunidad después de que la guerra la haya hecho pedazos.
Desde octubre, Gaza es un agujero negro en Internet, o casi. El volumen de tráfico ha caído en picado. Ya no hay puntos de transmisión debido a los ataques aéreos contra la infraestructura de telecomunicaciones, los apagones intencionados y las restricciones de acceso a la electricidad. El Instituto de Tecnología de Georgia [EE.UU.] ha hecho un seguimiento del punto negro en el mapa: del 95% de conectividad el 6 de octubre a una cifra que oscila entre el 30% y el 1%.
"El control de Israel es meticuloso: las empresas palestinas PalTel y Jawwal han sido objeto de amplios bloqueos. Los que están dentro de Gaza luchan por conectarse a una red", nos cuenta Manolo Luppichini, uno de los impulsores de Gazaweb, un proyecto colectivo que ha crecido en el seno de la ONG italiana ACS. Cuenta con los conocimientos técnicos de personas que se han puesto a su disposición para crear soluciones que contrarresten los efectos de los apagones.
Gaza es una pequeña franja de tierra, de sólo 360 kilómetros cuadrados, apretujada entre dos Estados, Egipto e Israel. Quienes viven en las zonas fronterizas y tienen tarjetas SIM israelíes o egipcias consiguen conectarse, pero son muy pocos. La idea de los "árboles de red" surge de un intento de sortear la escasez de tarjetas SIM, electricidad y conectividad a las redes de Gaza: "Desde el 7 de octubre es imposible introducir tarjetas SIM clásicas. Sin embargo, existen las e-SIM, una versión virtual de la tarjeta que se introduce en el teléfono", explica Luppichini. "Se activan a través de un código QR. Las suelen utilizar turistas y empresarios: compran paquetes de datos para poder estar conectados a internet en todo momento, mientras se desplazan incluso de un país a otro."
Tras una campaña de recaudación de fondos cuya primera fase contó con la colaboración de AICS (Asociación para la Cooperación y la Solidaridad Internacional), Gazaweb ha conseguido enviar las e-SIM por correo electrónico o WhatsApp. Los códigos QR sirven para activar las conexiones, ya no con los repetidores gazatíes, ahora destruidos, sino con los egipcios o israelíes a través de “smartphones” de última generación. Después del 7 de octubre, éstos han volado de las estanterías en Gaza: quienes los poseen pueden darles un uso común, creando un punto de acceso para decenas de personas.
Para alcanzar un radio de difusión mayor, el teléfono tiene que colocarse en alto, para que la señal pueda sortear los obstáculos físicos. Para ello se utilizan cubos y poleas. "Intentamos crear una red que sea más popular y accesible. Con los fondos recaudados, hemos comprado unas 20 e-SIM, concentradas en la zona de Deir al Balah. Estamos haciendo contactos al objeto de poder enviarlas también a otras zonas. Con AICS, tenemos una red de contactos que pueden apoyar el trabajo".
Hay otro obstáculo que superar: la electricidad necesaria para cargar los “smartphones”. Manolo nos muestra un cargador portátil que cabe en una mano: tiene varios puertos USB y un panel solar incorporado. El objetivo es introducirlos en Gaza, una operación compleja dado el meticuloso control que Israel ejerce sobre cada artículo que llega. Todo lo que produce energía se devuelve. "Nuestra esperanza es entregar tantos como sea posible para que estos árboles florezcan y se hagan virales. Se trata de una cuestión política".
El acceso a la comunicación y la información es un derecho fundamental reconocido por las Naciones Unidas. Por ello, en otros escenarios, las agencias de la ONU se han esforzado por actuar. Por ejemplo, el Programa Mundial de Alimentos, que cuenta con un equipo especializado, el Grupo de Telecomunicaciones de Emergencia, que trabaja para proporcionar conectividad telefónica y de Internet a las organizaciones humanitarias y a la población civil, haciendo uso de equipos instalados localmente.
En el caso de Gaza, fuera del alcance de estos equipos debido a los bloqueos israelíes, se podría hacer lo mismo desde la frontera egipcia. Así se conseguiría cubrir grandes zonas. También existe la tecnología WiMax, una forma de WiFi aumentada a larga distancia que, sin embargo, requiere que el equipo in situ se instale en altura, como en un tejado. Con los drones israelíes sobrevolando cada rincón de Gaza, WiMax es una quimera: el tejado o la casa que albergue el equipo podría acabar en el punto de mira de la aviación israelí.
"A falta de intervención institucional", concluye Luppichini, "la solución más eficaz es la de las e-SIM. Sin embargo, se trata de un parche. Harían falta verdaderos repetidores, como se ha logrado en otros lugares". En Chiapas y Rojava se han puesto en marcha proyectos similares: han creado redes alternativas que proporcionan a la vez teléfono y conexión a Internet."
Aunque Gazaweb parece más bien una iniciativa simbólica, es una iniciativa política y popular, que canaliza la energía dentro y fuera de la Franja. Proporciona apoyo financiero a los "jardineros de la web", los operadores de la red que la "plantan" y la hacen accesible. "Gazaweb es una operación simbiótica, colaborativa y comunitaria".
Chiara Cruciati
il manifesto global, 16 de marzo de 2024