Andrea Colombo
Alessandra Pigliaru
16/03/2025
Meloni y el elogio del soberanismo occidental
Andrea Colombo
La sonrisa de 36 dientes es tan fija que autoriza a sospechar que se ha ensayado durante mucho tiempo frente al espejo. El público conservador responde cuando la primera ministra italiana arranca aplausos, pero sin acalorarse demasiado. La apelación a la identidad occidental no funciona tanto como la de las raíces norteamericanas: por mucho que se esfuerce Giorgia Meloni, en su discurso de un cuarto de hora, en un inglés como de costumbre excelente, no consigue inflamar de verdad a la platea del CPAC [Cobservative Political Action Conference].
El discurso era en buena medida previsible y, sobre todo para Europa, el suspense se centraba en una sola pregunta: ¿la primera ministra que ha estado, casi más que ningún otro jefe de gobierno del Viejo Continente, cerca de Ucrania y de su presidente, ahora aborrecido en Washington, hará como si no hubiera pasado nada o mantendrá el tipo? Meloni se ha mantenido firme, dadas las circunstancias. El pasaje sobre Ucrania es rápido pero inequívoco. Empieza de lejos, partiendo de una cita de Pericles: «La felicidad consiste en la libertad y la libertad depende del valor». Los europeos y los norteamericanos son hijos de ese concepto, lo han demostrado «deteniendo invasiones» y «derrocando dictadores». Pero también lo han hecho «en los últimos tres años en Ucrania, donde un pueblo orgulloso lucha contra una invasión injusta». Hay que continuar para lograr «una paz justa y duradera», fórmula tras la que se ha atrincherado toda Europa. No es casualidad, por lo demás, que Meloni haya dado marcha atrás en su decisión de desertar del G7 «anti-Putin» del próximo lunes. Allí estará.
No son palabras que agraden a Trump, quien, de hecho, no pierde el tiempo en su discurso final en darle las gracias a la primera ministra italiana, a la que había reservado incluso el sitial de honor, dejándola hablar justo antes de su clausura. Meloni, sin embargo, concluye con astucia dialéctica y arranca el aplauso. Para la paz hace falta un «líder fuerte» como Trump y «sé que con él al timón de EEUU no nos pasará lo que en Afganistán hace cuatro años». Es un gol a puerta vacía. Atacar a Biden es una forma segurísima de ganarse el corazón y los aplausos de la gente de Trump, y poco importa si la alusión al desastre afgano es descaradamente tendenciosa y si con el débil presidente, 'Sleepy Joe', la conservadora de Roma se comportaba como la nieta favorita.
Por lo demás, el discurso sólo tiene un objetivo: intentar mantener unidas las dos orillas del Atlántico: «No puede haber Occidente sin América, es más, yo diría América pensando en los patriotas que luchan por la libertad en América Central y Sudamérica. Del mismo modo, no puede haber Occidente sin Europa». De nuevo recurre Giorgia a los halagos: «Nuestros adversarios esperan que el presidente Trump se aleje de nosotros. Pero conociéndole como líder fuerte, apuesto a que se equivocarán». Con los dedos firmemente cruzados en la esperanza de que sea cierto. Pero, por supuesto, la primera ministra no lo juraría.
Pero si Occidente es realmente uno, si la batalla por la libertad, contra la invasión de inmigrantes (y los aplausos cada vez que se menciona) y contra la odiadísima cultura woke es la misma, ¿cómo es que los EEUU y Europa nunca han estado tan alejados? Es sencillo. Por culpa de la izquierda, que si no existiera habría que inventarla como fuente de todo daño y de cualquier mal. La primera ministra la ataca siempre que puede, pero lo más destacado es su alineamiento sin ambigüedades con Vance. En Europa, el número dos de la Casa Blanca habló «en defensa de la identidad, de la democracia, de la libertad de expresión: del papel y la misión históricas de Europa». Muchos «se indignaron», mientras que se trata de «ideas de sentido común, compartidas ahora por la mayoría de los ciudadanos de Europa. Son conceptos que yo misma he expresado muchas veces».
La conclusión es una llamada a las armas en nombre del MWGA, Make West Great Again [Hagamos Grande De Nuevo a Occidente]: «La batalla es dura, pero la elección es sencilla: ¿queremos favorecer el declive o luchar contra él? ¿Queremos que las nuevas generaciones se avergüencen de sus raíces o queremos que recuperen la conciencia y el orgullo de lo que somos?». Meloni intentó ayer cabalgar la ola del choque entre los Estados Unidos y la UE sin perder el equilibrio. Muy pronto se sabrá si lo consigue o si, por el contrario, acaba en la lista negra del presidente norteamericano.
il manifesto, 23 de febrero de 2025
Queriendo ser puente, Meloni se ha encontrado en medio del fuego cruzado
Andrea Colombo
Estar atrapado entre dos aguas puede significar hacer de puente, un papel destacado que le garantiza a uno un rendimiento envidiable. Pero también puede significar verse atrapado en meio del fuego cruzado, una situación mucho menos agradable. Giorgia Meloni empezó convencida de que podría desempeñar el papel de gran mediadora en el escenario cada vez más tormentoso de la política internacional. Ahora se da cuenta de que, por el contrario, puede acabar atrapada en medio de las balas que vuelan desde ambos lados, y quizá por eso se ha encerrado en un silencio sin precedentes, hasta el punto de que estuvo ausente incluso de la Conferencia de Múnich.
Deberíamos ser comprensivos con ella. Una cosa es proponer una mediación a la banda que manda en Washington. Tratar realmente con ellos es otra historia. Quieren hacer a Europa «grande de nuevo», pero la receta que tienen en mente para poner en marcha todo el asunto es reducirla a papilla. Musk, una especie de Lex Luthor escapado de los cómics para hacer estragos en la realidad, alberga sueños interplanetarios, pero mientras tanto ni él ni su magnate presidente apartan la vista de sus libros de bolsillo. El Viejo Continente tendrá que hacer un desembolsar para su defensa, pagar precios escandalosos por la energía y soltar la pasta si quiere acceder al mercado más rico del mundo.
Ursula, la amiga de Meloni en Bruselas, ha respondido con amabilidad a estas amenazas, pero existe la posibilidad real de que todo sean ladridos y nada de mordiscos, lo que le sugiere cautela a la primera ministra romana. Los altos mandos del otro lado del Atlántico ya la veían con recelo debido a su flirteo con Biden. La han perdonado por ello, pero no es seguro que fueran tan generosos si volviera a ponerse de su lado.
Ucrania es, por sí sola, una espina clavada profundamente en su costado. Pasar del paraguas protector del viejo Joe, que pretendía desviar al granuja ruso a cualquier precio, al del nuevo presidente, cuyo único interés en Kiev es recuperar los miles de millones estadounidenses con intereses, es algo que puede hacerse. Pero realizar semejante carambola con facilidad y sin perder la cara y la credibilidad ya sería pedir demasiado.
La posición de la intermediaria, como podrían llamarla Don y Elon, se encuentra doblemente en peligro. Hasta moverse entre el envalentonado soberanismo europeo y los salones adecuados de Bruselas se está convirtiendo en una tarea difícil. La victoria en los Estados Unidos no es un bache en el camino: es un avance en el frente, y quienes se benefician de ella son los que siempre han compartido el mismo horizonte político y la misma visión del mundo con Trump: los patriotas de Orbán, Le Pen y Salvini. No han tenido que esperar a la orden de Vance para reabrir las puertas a la AfD alemana, que en unos diez días será el segundo partido alemán, lista para el asalto. Han sido lo suficientemente celosos como para adelantarse, readmitiendo a los presuntos neonazis que fueron expulsados hace apenas unos meses, en otra época histórica. Son la derecha europea, y para los conservadores de Meloni, soberanistas, pero también europeístas, populistas, pero de la mano del establishment, el espacio se ha reducido considerablemente.
Tarde o temprano -pero lo más probable es que sea más temprano que tarde- la primera ministra tendrá que decidir, y eso es precisamente lo que más odia. Por ahora, se las arregla enviando señales opuestas alternativamente. Es la única dirigente de un gran país europeo, Reino Unido incluido, que no ha defendido al Tribunal de La Haya de las sanciones de Trump ni ha protestado por la brusca brutalidad con la que el presidente norteamericano ha apartado a Europa de las negociaciones con Putin. Al mismo tiempo, llamó y le aseguró a von der Leyen que Italia jugaría su papel en la guerra arancelaria. Se mostró ruidosamente indignada por el vitriólico ataque de Moscú contra Mattarella, cuyas palabras, además, iban dirigidas a Putin, pero estaban también pensadas para Trump. Pero basta con escuchar lo que dicen sus funcionarios para ver que ya no saben qué hacer con el heroico Zelenski, y que celebrarían que se quitara de en medio.
Pero este juego ya se está agotando, y puede romperse antes incluso de lo esperado. Durante un tiempo más y hasta el último momento útil, la primera ministra italiana hará todo lo posible por mantener este acercamiento: tan a medio camino entre Washington y Bruselas como entre Orbán y el Palacio Berlaymont. Luego, cuando le tuerzan el brazo, tendrá que elegir, y habría que ser muy optimista para apostar que se enfrentará a una derecha global que, después de todo, se le parece mucho.
Andrea Colombo, comentarista político del diario italiano il manifesto. Antiguo militante de Potere Operario y experto en la historia italiana de los años 70, sobre la que ha escrito varios libros, fue portavoz del grupo parlamentario de Rifondazione Comunista en el Senado.
il manifesto global, 20 de febrero de 2025
La retórica del gobierno Meloni y nuestros cuerpos vivos
Alessandra Pigliaru
En el clima rugiente y beligerante de hoy, la opción de Giorgia Meloni para distinguirse en vísperas del 8 de marzo ha sido la de enfrentarse a «otra guerra», la que ella considera feminicidio contra las mujeres. Ha apoyado firmemente el proyecto de ley antiviolencia que introduce con el artículo 577-bis el delito según el cual, si una mujer es asesinada por el hecho de ser mujer, la pena llegue a la cadena perpetua.
Meloni afirmó sentirse orgullosa, a su manera tan contundente y acorde con los tiempos, de haber dado «un latigazo en la lucha contra esta lacra intolerable». Impronunciable hasta hace unos años, la denominación de feminicidio en esta forma llega al código penal y adquiere una nueva relevancia simbólica. Lástima que se trate de un cortocircuito retórico más, utilizado por un gobierno que a estas alturas ya está bien versado en la resignificación de puntos y pasajes históricos, así como de asuntos espinosos de los que ofrece resúmenes y soluciones cuando menos cuestionables.
Sin embargo, para contrarrestar la violencia masculina contra las mujeres y su resultado final, el feminicidio, no se necesita un paquete de medidas y sanciones adicionales. A pesar de que en ese «latigazo» pronunciado por Meloni está todo el brillo del casco de quien claramente se representa a sí misma en las trincheras. Quién sabe dónde, dado que no se trata de una guerra. No es un fenómeno de emergencia sino sistémico, tiene raíces históricas y patriarcales muy profundas, es inútil presentarlo como una alarma, o peor una 'plaga', porque no es el significado apropiado.
Los centros antiviolencia repiten desde hace años que no es una emergencia; lo dicen las bases políticas construidas para reafirmar los lugares de libertad, los colectivos y movimientos, las iniciativas y todo lo que es un trabajo constante en torno a la antiviolencia. Pero Giorgia Meloni tiene ideas diferentes: porque este interés por las mujeres asesinadas en el ámbito familiar-afectivo (los datos dicen que los autores son siempre predominantemente maridos y ex) no discute en absoluto el sistema que lo produce, no quiere deconstruirlo de ninguna manera, ni siquiera lo describe, más bien nos invita a «alimentarlo». Con una buena dosis de familiarismo y tradicionalismo a tanto el kilo, e invocando luego el delito autónomo.
No sería de extrañar que este tipo de medidas (que contemplan el aumento de penas para los delitos de maltrato personal, acoso, agresión sexual y pornovenganza) recibieran el aplauso sin paliativos de quienes creen que ése es el camino a seguir. Pero hay que tener cuidado: si uno quisiera creer en la «dedicación» que este Gobierno tiene hacia las mujeres, sus libertades y derechos, estaría apostando por el lado equivocado. De hecho, este gobierno sigue escondiendo debajo de la alfombra la desigualdad, el empobrecimiento, la discriminación, la competición con los pro-vida para hacerse con el control y la autodeterminación de nuestros cuerpos. Por nuestros cuerpos, que son la vida de las mujeres, nos alegramos de hablar de ellos en vida. Y nos gustaría volver a hacerlo hoy, 8 de marzo.
il manifesto, 8 de marzo de 2025