Norma Rangeri
30/01/2022
Sin ni siquiera la máscara dramática de una Gloria Swanson en Sunset Boulevard, sino más bien con los tonos de una farsa digna de los hermanos Vanzina, ha tirado la toalla Silvio Berlusconi, renunciando a la loca e increíble carrera hacia el Quirinal. Es una liberación, en primer lugar para el país, que no merecía entretenerse con esta pantomima. También es una buena noticia para el centro-derecha, al que Berlusconi ha seguido manteniendo en la cuerda floja con desmadejadas reuniones a través del “zoom”, poco apropiadas para una decisión tan importante como debería ser la elección del Presidente de la República.
Desde hace tiempo, y ya sin el consenso religioso del pueblo que le cantaba a coro "menos mal que está Silvio", es evidente para todos menos para él que la antigua gloria no podía resucitar en alas de una improbable mayoría de grandes electores. Y sin embargo, gracias al círculo de sus cortesanos y al locutorio creado por alguien que le debe mucho, como Sgarbi, ha conseguido mantener a Italia a merced de sus seniles ansias de poder.
Tras el gran cónclave con el general desarmado y los coroneles guardándose las espaldas unos contra otros armados, a la esperada salida de escena le siguió una especie de contraseña rebotada entre los distintos líderes del partido: que Draghi se quede en su puesto y no se atreva a pensar en el Quirinal [residencia del Presidente de la República]. Pronto veremos lo que ocurre.
Pero si Mario Draghi se trasladara al Quirinal y uno de sus portavoces se sentara en el Palazzo Chigi [sede de la presidencia del Gobierno], entonces pasaríamos de la farsa a la tragicomedia, ya no a los acordes de un Vanzina, sino más bien digna del gran genio de Dario Fo. De hecho, es posible que tras la parada de rigor en el Palazzo Chigi, Draghi cruce la línea de meta del Palacio del Quirinal, que, a partir de mañana, con el inicio de las votaciones, entra en su fase fundamental. No era tan difícil prever el gran salto de su aventura política en Italia, anunciada por los grandes periódicos cuando la mayoría rojo-amarilla aún intentaba mantenerse a flote ("Draghi apunta al Quirinal, imagínate si se mete en el pantano de la política").
Por el contrario, Supermario ha tenido que ensuciarse las manos con el gobierno. Y con resultados cuestionables: una ley presupuestaria inicua, una gestión incierta de la pandemia, un enorme aumento de la precariedad laboral y del paro, especialmente entre las mujeres, y una grotesca política (¿todavía nuclear?) medioambiental. Pero ahora que lo más está hecho y cualquiera, hasta un piloto automático, puede seguir aplicando el programa ya definido (palabras de Draghi), todo está listo para la corona presidencial.
Y para asumir el papel de primer ministro de momento (hasta nuevas elecciones, que son muy inquietantes e inoportunas), buscamos un "colega", o mejor, un avatar, como llamamos a esta singular figura de un segundo primer ministro, inmediatamente después de asistir a la famosa rueda de prensa de Navidad. ¿Tendremos, pues, otro funcionario pescado en el actual equipo de gobierno o, mejor aún, en la bolsa de jubilados de alto rango (parece que el Consejo de Estado dispone de una reserva de los mismos)?
Los devotos de la vieja idea de la democracia no han perdido la esperanza de que para dirigir el gobierno pueda contarse con un hombre (o una mujer) con historia política. Pero en un momento en el que se ha convertido en un punto de mérito no tener pasado en los partidos (los grandes periódicos, siempre ellos, exaltan el hecho de que no se sepa a quién vota Draghi, único caso en Occidente de un primer ministro "políticamente clandestino"), se transmite el mensaje “qualunquista” y fascista de que es mejor trabajar y no hablar de política: no hay que molestar. Pero, ¿molestar a quién? A las estructuras económicas y financieras europeas ("los mercados"), las mismas que catapultaron a Draghi al Palacio Chigi para hundir a un gobierno de centro-izquierda que no le gustaba a la Confindustria [la patronal italiana] y que, además, tenía la pretensión de gastar la avalancha de miles de millones del PNRR (Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia).
Completar la metamorfosis de una democracia en tecnocracia, o como la llama el profesor Luciano Canfora, en "democracia de los ricos" en menos de un año, no es fácil. El doble salto mortal entre el Quirinal y el Gobierno requiere una capacidad de maniobra poco común. En primer lugar, desenredar un atasco institucional (el actual primer ministro que nombra a su sucesor), como nunca antes se había visto. Nada, sin embargo, sucede por casualidad, y sin repetir la jaculatoria sobre la crisis de la política, se puede decir que los tiempos para una revolución desde arriba están más que maduros. Por otro lado, ¿no somos el país donde la mitad del electorado ya no vota?