Tommaso Di Francesco
05/06/2022
La historia vuelve a ser víctima en el campo de batalla, con las ruinas del Donbás y la agresión de Putin contra Ucrania de fondo. Ayer fue 2 de junio, Día de la República, una celebración que marca el referéndum de 1946, que estableció la República Italiana. Y después de dos años pandémicos en los que se suspendió, con razón, el desfile militar -ya que estábamos inmersos en una batalla muy diferente-, este año volvió el desfile militar.
Sinceramente, no era una cosa que se necesitase.
No sólo por la vocación de paz de nuestro país, de la que se hicieron eco hace tiempo las palabras del ex presidente Pertini - "cerrar los arsenales, abrir los graneros"-, sino por el profundo desastre que nos rodea y que exige otras prioridades bastante urgentes. Empezando por la condición material de la sociedad, ya que en nuestro país las desigualdades aumentan visiblemente, con la pobreza, los salarios de hambre, los más bajos de Europa (si no, que se lo digan a Bankitalia), donde en la "República fundada en el trabajo" no hay trabajo y abunda el trabajo precario, socavado con el trabajo no precario, por la falta de seguridad en los lugares de trabajo que alimenta la masacre de los trabajadores y el medio ambiente que está ante nuestros ojos; un país donde los jóvenes ya no buscan ni trabajo ni educación. Por no hablar del desastre de la sanidad pública, la de todos, que está iniciando la privatización de los principales departamentos de salud ante la falta de medios y fondos.
Aun así, podríamos decir que lo que está sosteniendo el suelo fértil de la vida social, la lucha por una democracia consumada, la lucha de los impotentes y los sin derechos junto con las relaciones humanas entre generaciones en Italia, es la substancia de una Constitución que sigue defendiendo la igualdad, el trabajo, los derechos y la paz, repudiando la guerra, ¿verdad?
Pero seríamos ilusos si pensáramos así. Seríamos ilusos si pensáramos que el 2 de junio no es sólo el aniversario de una fecha fundamental en la historia de Italia, la elección entre república y monarquía, sino del sólido legado de la Resistencia contra el nazifascismo que dio origen a la Constitución, y que, sobre todo, pretendía que la guerra que acababa de terminar, con los escombros aún visibles y los veteranos volviendo al campo de batalla, fuera la última: esa fue la verdadera razón de la derrota de la opción monárquica, que dividió a un país consciente de las graves responsabilidades históricas de la monarquía y de su connivencia con el fascismo. En definitiva, que las atrocidades de las que había sido víctima todo un pueblo no debían repetirse jamás.
Por eso, la Constitución, nacida de la guerra, de una guerra de liberación ganada, declara que repudia la guerra no sólo "como instrumento de agresión contra la libertad de otros pueblos", sino también "como medio de solución de controversias internacionales". Una aspiración tan arraigada que nuestros redactores la inscribieron de forma indeleble en el artículo 11, cuyo subartículo prevé una reducción de la soberanía para llegar a soluciones de paz, pero nunca autoriza ninguna guerra.
Pero seríamos ilusos si pensáramos así, porque el miércoles [1 de junio], un artículo de opinión de Antonio Polito en el Corriere della Sera (al que Luigi Pintor [fundador de il manifesto] llamaba el "Correo del zar", para destacar lo cerca que se encuentra del poder) lo dice tal cual de veras es.
Según argumenta, la verdadera "Constitución material" tiene en realidad como fecha de fundación la elección de Italia de entrar en la OTAN en 1949, pasando, por supuesto, por la derrota del Frente de Izquierda en abril de 1948 y la ruptura de la colaboración de las fuerzas antifascistas, que fueron expulsadas del gobierno "hasta Berlinguer" (se podría advertir su excesivo uso constante de la figura de Berlinguer). Escribe Polito: "Una Constitución material que vinculó a la República y acompañó a la Constitución literal resultante del referéndum de 1946... Es el documento de identidad de Italia en el mundo, y su pasaporte. Sin ella, contaríamos mucho menos, en una escena global en la que, de otro modo, seríamos plantas en una maceta".
Bien. Por fin se sabe. Ahora sabemos por qué, ante el desastre social de Italia, hemos optado por un rearme que destina inmediatamente 33.000 millones de euros, pero que pretende llegar a los 40.000 millones, para volver a llenar nuestros arsenales con armas cada vez más sofisticadas y mortíferas; y por qué no nos enteramos de lo que ha pasado con nuestra democracia en nuestro propio Parlamento; ahora sabemos por qué tenemos unas cincuenta bombas atómicas en nuestro territorio; y por qué ponemos cada día nuestro territorio a disposición -servidumbre militar a gran escala- de las bases de la OTAN, de nuevos sistemas de control y de operaciones. Ahora sabemos por qué no tenemos una política exterior, y la Unión Europea tampoco, sino que la ha delegado en la Alianza Atlántica; y por qué hemos participado en ese peligroso "ruido de sables" hacia el Este llamado ampliación de la OTAN, contra el que hasta muchos analistas de seguridad norteamericanos habían lanzado advertencias; y ahora también tenemos conciencia de por qué, entre el séquito subordinado de la Alianza Atlántica -mucho mejor que las "plantas en maceta", por cierto- hemos entrado en guerras espantosas: la de Somalia, la antigua Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, en las que los occidentales hemos cometido miles de horrores, masacres y crímenes que han quedado impunes.
Ahora sabemos por qué. Ahí está la "Constitución material", la que de verdad importa, porque desde luego la otra, el texto de la Constitución republicana que "repudia la guerra", no es más que una pieza de adorno "literal".
Por eso, en el Día de la República, el espectáculo debe continuar, en medio del desfile de tanques, aviones y paracaidistas, en medio de las filas militares, del paso de la oca, del toque de cornetas.