Albino Prada
13/05/2022
Para enfrentar un problema de inflación acelerada como la actual no es asunto secundario el nivel de desempleo que exista en un país. En Alemania con menos de un cuatro por ciento, en España con un casi quince por ciento o en Estados Unidos con un apenas seis por ciento (Eurostat y Banco Mundial) el margen de maniobra es muy distinto. Siendo así que la rotunda elevación de tipos de interés decidida por la Reserva Federal de Estados Unidos podría tener un encaje social muy diferente del que supondría en España hacer algo equivalente por parte del Banco Central Europeo.
Ahora que nuestros Bancos Centrales (el Banco de España y el Banco Central Europeo, BCE) parecen despertar de una prolongada siesta mientras la inflación se desbocaba –y no hay que olvidar que su control es el principal objetivo que tienen-, habría que reflexionar si la mejor política (“la bala de plata”) para frenarla es encarecer el acceso al crédito por medio de la gradual elevación de los tipos de interés. Y hacerlo sin antes relajar ese objetivo de inflación (por ejemplo del 2% actual, al 4%) para manejar mejor el atolladero en el que estamos metidos.
Porque podría muy bien suceder que encarecer el crédito no afectase en absoluto a la demanda de unos consumidores que no estaban endeudándose como en el pasado a pesar de anotarse tipos reales negativos en los últimos años.
Y que, al mismo tiempo, esa elevación no moderase la inflación si esta no procede de un exceso de demanda, sino de variados y peliagudos shocks de oferta (energía, logística, materias primas, mercados cautivos, oligopolios, guerra, etc.) sobre los que nuestros Bancos Centrales guardan un piadoso silencio.
De lo que no hay duda es que la citada bala de plata (subir los tipos de interés) sí afectaría a otra política económica (los gastos públicos para financiar medidas discrecionales selectivas dirigidas a paliar galopantes riesgos de pobreza y exclusión social derivados de la inflación) al encarecer tanto el endeudamiento público futuro (el de este año 2022) como la refinanciación del acumulado (que en España alcanza cifras históricas después del acelerón Covid).
Todo lo anterior sucederá si el BCE sube los tipos y da por finalizado su programa de compras de deudas soberanas (PEPP) en los próximos meses, provocando que despierten primas de riesgo diferenciadas por países que comparten una misma moneda.
Es ésta una mano de hierro que dificulta la expansión inversora y social; y que se cierra aún más con el mantra neoliberal de reducción de impuestos. Lo que provocaría una recesión asimétrica dentro de la eurozona que, además, agravaría la diferencia entre las tasas de paro dentro de la UE (España 14%, Alemania 4%).
Para paliar esta causación –siempre que el BCE relaje su ortodoxia ordoliberal- una subida de tipos homogénea dentro de la eurozona debiera al menos acompañarse de una compra paliativa de deuda de los Estados con mayores tasas de paro y primas de riesgo (con un programa semejante al actual PEPP).
Pero es que, además, aquella bala de plata (elevar los tipos de interés) esterilizaría la depreciación del euro (ahora potenciada por una alta inflación), dificultando las exportaciones de nuestras economías y favoreciendo, con ello, un mayor riesgo de parálisis económica y creciente desempleo.
Por ambas vías el BCE actuaría como un bombero pirómano, en vez de ser un rumboso héroe con una bala de plata. Porque, al intentar frenar la inflación, podría provocar una recesión. Y en este punto recordemos que el BCE no tiene siquiera un mandato estatutario –como sí tiene la Reserva Federal de Estados Unidos- de control del nivel de desempleo. Al ordoliberal Bundesbank no le preocupa la tasa de paro derivada de un alza de los tipos de interés. Se explica así que las previsiones actualizadas de crecimiento para este año 2022 (de momento sin el impacto de una subida de tipos) sitúen ya a la eurozona por debajo de la media mundial (2,8 % frente a 3,6 %).
Cuando uno indaga algo más allá en esta disyuntiva (bala/bombero) sorprende comprobar que varios de los más expertos economistas académicos aún en un informe del año 2021 no considerasen la inflación un reto sustantivo (aunque –sintomáticamente- ya desaconsejaban que pensiones y salarios se ajustasen a su evolución). Se entiende así que nadie emplazase al BCE a abrir camino a un cambio de la tarifa eléctrica marginalista por otra basada en una media ponderada.
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¿Cuál debiera ser la alternativa a la muy peligrosa bala de plata de encarecer el crédito?
En mi opinión, por un lado, financiar gastos públicos (tanto discrecionales de protección social, como inversiones en autonomía energética y alimentaria) con una rotunda política fiscal progresiva nacional y con endeudamiento mancomunado dentro del euro.
Y, por otro lado, ajustando la demanda energética (electro intensiva, gas intensiva, y del transporte basado en hidrocarburos) a la obviedad de nuestra total dependencia exterior, sin complacencias corporativas. Al tiempo que la oferta energética renovable se impulsase primando a agentes no oligopólicos, y que la actual tarifa marginalista se sustituyese por una media ponderada del mix de energías primarias.
No son balas de plata. Pero sentaríamos las bases para salir de la actual ratonera de inflación global sin dañar, aún más, la cohesión social. Y, de paso, combatiríamos el acelerado colapso climático y la no menos galopante desigualdad social.
A la postre el asunto es muy simple: se trata de repartir el impacto de un shock externo (inflación por encarecimiento de recursos importados) dentro de cada país. Todos perderemos. Pero debieran perder y aportar mucho más los (pocos) que más acumularon en el pasado, y no los (muchos) que llevan décadas viendo devaluarse su situación. Empezando por los sectores financieros y de la energía, directos beneficiarios y amplificadores del actual shock inflacionario.
De no hacerlo así abriremos camino a una reforzada oleada de políticas y gobiernos neoliberales, como ya sucediera por los años 80 (Reagan-Thatcher), con su jarabe de serpiente contra la inflación: devaluación fiscal y laboral.