¿Habría sido Georges Bataille un teórico del decrecimiento?

Bernard Kalaora

14/09/2024

«El organismo vivo recibe más energía de la que necesita para mantener la vida. Si el excedente no puede ser absorbido todo en su crecimiento, debe perderse sin provecho, gastarse voluntaria o involuntariamente», como decía Georges Bataille en La Part maudite. Esta «economía general» es otra forma de abordar la ilusión del crecimiento como fundamento de cualquier sistema económico.

En su ensayo La notion de dépense (1933)[1], Georges Bataille explora el concepto de gasto desde diversos ángulos, situándolo tanto en una perspectiva cósmica como humana. Su pensamiento se basa en los principios de la termodinámica para ilustrar la necesidad del gasto en el universo y en la vida humana. Considera que el gasto es una característica fundamental del universo, ilustrada por procesos como la difusión del calor o la emisión de luz por las estrellas.

Estos fenómenos termodinámicos demuestran que el universo está en constante movimiento y que la energía se gasta inevitablemente. Explorando los vínculos entre el gasto de energía, la naturaleza y el universo en su conjunto, utiliza ejemplos extraídos de la física del globo terráqueo, así como de individuos extendidos a colectivos humanos y al mundo vegetal y animal.

Bataille sostiene que el gasto energético no sólo es una característica fundamental del universo, sino también una necesidad para el individuo y la sociedad. En su opinión, el gasto no debe circunscribirse a los estrechos límites establecidos por el sistema económico y social, sino que debe experimentarse como un exceso vital. Esta concepción del gasto como exceso de energía trasciende las nociones tradicionales de consumo y producción, y permite al individuo y a la sociedad elevarse por encima de las limitaciones impuestas por normas y convenciones. Lector de Mauss y de la teoría del potlatch[2], extrae de ahí la idea de que la producción y la adquisición son secundarias con respecto al gasto, y que la vida humana y, más en general, la de todas las especies, no puede reducirse y «limitarse a los sistemas cerrados que le asignan las concepciones razonables».

El principio de la vida comienza «sólo con el déficit de estos sistemas». Partiendo de la noción de gasto, critica la economía burguesa, centrada en el deseo de producir y consumir únicamente, y sitúa en el centro de su demostración la noción de exceso, que para él es constitutiva de la vida. Basa su hipótesis en los movimientos de la energía sobre la superficie del globo, en la ilusión de «las posibilidades de crecimiento que ofrece el desarrollo industrial», y la contrapone a una economía general y omnicomprensiva de la vida en la que la energía siempre sobra, y que debe destruir y consumir sin descanso la energía sobrante. La historia de la vida y de la energía es la matriz desde la que se opone a una «representación estrictamente económica del mundo, en el sentido vulgar y burgués de la palabra». El odio al gasto es la razón de ser y la justificación de la burguesía; es al mismo tiempo el principio de su espantosa hipocresía». Rechazando «esa razón que lleva las cuentas», defendió «el principio de una economía general en la que el consumo, el gasto, es el objeto primordial en relación con la producción». Para ello, recurrió a un amplio abanico de disciplinas, desde la física del globo a la economía política, pasando por la historia, las ciencias naturales, la filosofía, la poesía, la psicología, la antropología, etc.

En el ámbito vegetal, Bataille demuestra que el proceso de crecimiento de las plantas exige un gasto constante de energía para mantener su vitalidad y desarrollo. Del mismo modo, en el reino animal, se refiere al comportamiento del tigre como ejemplo de gasto excesivo de energía. Como depredador, el tigre caza y mata a otros animales para alimentarse, lo que representa un gasto considerable de energía. Este gasto, aunque a menudo se percibe como brutal, es en realidad un elemento crucial del equilibrio ecológico. En el contexto humano, desarrolla la idea de que el gasto no es sólo una cuestión de economía o consumo, sino una necesidad biológica y social. Demuestra que actividades humanas como el arte, la religión e incluso la guerra implican un gasto de energía que va más allá de la simple satisfacción de las necesidades vitales.

Por ejemplo, Bataille cita las ceremonias religiosas, que a menudo implican sacrificios materiales o humanos, lo que demuestra que el gasto improductivo es un componente esencial de la vida social y cultural. Del mismo modo, se refiere a las obras de arte monumentales o a las construcciones arquitectónicas que requieren recursos considerables, destacando la dimensión del gasto en la creación artística y la construcción de la sociedad.

Al vincular estos ejemplos a los principios de la termodinámica, Bataille demuestra que todos los procesos biológicos, ya sean vegetales, animales o sociales, implican la transformación y el gasto de energía, de acuerdo con las leyes de la termodinámica. Bataille subraya que el gasto de energía es esencial para la supervivencia y el desarrollo del individuo y de la sociedad. Nos permite trascender los límites impuestos por el sistema económico y social, y abre el camino a una experiencia más rica y profunda de la vida. Al aceptar el exceso de energía como una fuerza vital, los individuos y la sociedad pueden liberarse de limitaciones y convenciones para explorar nuevos horizontes de posibilidades.

En el contexto actual de crecientes desafíos medioambientales, el pensamiento de Georges Bataille ofrece una perspectiva fresca y original sobre cómo podemos replantearnos nuestra relación con la energía, el consumo y el medio ambiente. A través de su concepto de gasto, Bataille invita a una reevaluación radical de nuestros modelos económicos y sociales, haciendo hincapié en la necesidad de reconocer y aceptar el exceso de energía como condición de libertad. En una época en la que la producción y el consumo dominan nuestros sistemas económicos, el pensamiento de Georges Bataille ofrece una poderosa crítica a este enfoque, calificándolo de mortificante.

Siguiendo con el análisis de Bataille, en lugar de centrar toda nuestra energía en la explotación de territorios rentables, es acrucial reconocer la importancia de mantener una parte de la tierra en barbecho o preservada para fines no productivos.

En su opinión, replegarse en la producción y el consumo es restringirse y privarse de la vitalidad necesaria para una existencia plena. El gasto energético, lejos de ser una mera noción abstracta, es una necesidad vital, una condición fundamental de la vida misma. Esta exigencia vital se encuentra en el corazón mismo de las sociedades llamadas primitivas y prelógicas a través de las pinturas rupestres, como las de la cueva de Lascaux, una experiencia que le dejó maravillado, donde vemos «un mundo robado al esfuerzo laborioso al margen de cualquier miserable necesidad»[3] (con lo que se refiere a la producción). Su ambición es plantear la cuestión esencial del movimiento de la vida y de su efervescencia, ignorada por los partidarios de las disciplinas, en particular los de la economía clásica y los hombres para quienes el único valor es el del trabajo.

Transponiendo el análisis de Bataille a los retos medioambientales de las sociedades industriales, nuestra dependencia de las energías fósiles, fuente principal de nuestra producción y consumo desenfrenados, conduce a un consumo excesivo de energías no renovables limitado a las necesidades funcionales de la economía, poniendo en peligro el equilibrio ecológico del planeta y el movimiento de la vida. Este sobreconsumo, lejos de enriquecer nuestra vida, nos aliena al alejarnos de nuestras auténticas necesidades y al limitar nuestro gasto energético potencial, que podría invertirse en otros ámbitos esenciales para una vida soberana y autónoma, como el lujo, la poesía, el arte, el disfrute, el erotismo, lo sagrado, la sexualidad (no en el sentido de reproducción), etc.

Siguiendo con el análisis de Bataille en lo que respecta a las cuestiones medioambientales, en lugar de centrar toda nuestra energía en la explotación de territorios rentables mediante la agricultura industrial, cuyos impactos nocivos sobre la biodiversidad y la vida están bien documentados, es crucial, por el contrario, reconocer la importancia de mantener una parte de la tierra en forma de barbecho o de preservación para fines no productivos. Esta atención a lo innecesario es esencial para garantizar la supervivencia de una sociedad liberando su exceso de energía en dimensiones distintas de las productivas. Al explotar la tierra únicamente como parte de una economía basada en la apropiación y la acumulación, la humanidad se encamina a su propia ruina, a menudo sin ser siquiera consciente de ello.

El cuestionamiento del Pacto Verde por el Parlamento Europeo, en particular la obligación de no cultivar una parte de la tierra para dejarla en barbecho, cavar estanques o plantar setos, pone de manifiesto la forma en que la economía se esclaviza al crecimiento en lugar de consagrarse a un auténtico desarrollo humano. El Parlamento revaloriza la producción a costa de abandonarla en favor de la efervescencia de la vida. El pensamiento de Bataille se hace eco del Antropoceno, donde el hombre, a través de sus artefactos técnicos y automatizados, se ha convertido en la principal fuerza que esclaviza a la Tierra para sus propios intereses económicos:

«En esta subordinación al crecimiento, el ser humano pierde su autonomía y se subordina a lo que será en el futuro a medida que aumenten sus recursos. De hecho, el crecimiento debe situarse en relación con el momento en que se resuelve en puro gasto. Pero esto es precisamente lo difícil. La conciencia se opone a ello en el sentido de que trata de captar algún objeto de adquisición, algo en lugar de la nada del puro gasto. Se trata de llegar a un momento en que la conciencia deje de ser conciencia de algo... Es decir, una conciencia que ya no tenga nada por objeto» (La Part maudite, primera edición de 1949).

En efecto, esta conciencia, que debería dar paso a la «nada» y a la renuncia a las posesiones, principio mismo de nuestras sociedades consumistas, es difícil de franquear. Lo vemos en numerosos ejemplos, como la negativa a reubicar las viviendas en las zonas costeras para crear zonas de amortiguación naturales, que permitan a la naturaleza y al mar recuperar sus derechos. Del mismo modo, la pandemia de Covid-19 es un ejemplo emblemático de la propagación y mutación de un virus estrechamente vinculado a la deforestación y a la explotación de los bosques con fines lucrativos, tratando a los bosques como capital y no como una forma de vida. Este empobrecimiento da lugar a una cohabitación involuntaria entre humanos y no humanos, creando una fuente de propagación de enfermedades infecciosas emergentes.

Pero la experiencia de Covid es también, como podría haber dicho Bataille, la de «la afirmación del carácter secundario de la producción y la adquisición en relación con el gasto», siendo para él una ilusión la idea de un mundo movido por la necesidad primordial de producir y llevar cuentas. Bruno Latour, en su artículo de AOC titulado «Êtes-vous prêt à vous déséconomiser» (¿Estás listo para economizar?), se parece a Bataille cuando dice: «Sería una gran lástima perder demasiado rápido todo el beneficio de lo que Covid-19 ha revelado como esencial». En medio del caos, de la crisis mundial que se avecina, del dolor y del sufrimiento, hay al menos una cosa que todo el mundo ha sido capaz de comprender: algo va mal en la economía. En primer lugar, por supuesto, porque parece que puede suspenderse de repente; ya no parece ser un movimiento irreversible que no debe ni ralentizarse ni, por supuesto, detenerse, so pena de catástrofe (...). Pues bien, ¡no deberíamos haber tenido tiempo de pensar durante tanto tiempo! Llevados por el desarrollo, deslumbrados por las promesas de abundancia, probablemente nos habíamos resignado a ver las cosas sólo a través del prisma de la economía. Y entonces, durante dos meses, fuimos arrancados de lo evidente, como un pez fuera del agua que se da cuenta de que el entorno en el que vive no es el único. Paradójicamente, fue el confinamiento lo que nos «abrió puertas» al liberarnos de nuestras rutinas habituales. En consecuencia, es el desconfinamiento el que se vuelve mucho más doloroso; del mismo modo que a un preso al que se le ha concedido un permiso le resultaría aún más insoportable volver a la celda a la que se había acostumbrado. Esperábamos un gran viento de liberación, pero nos está encerrando de nuevo en la inevitable «marcha de la economía», mientras que durante dos meses las exploraciones del «mundo del después» nunca habían sido tan intensas. ¿Volverá todo a ser como antes? Probablemente, pero no es inevitable.

Al igual que Bataille, afirma que la vida no se compone únicamente de relaciones económicas. El Homo œconomicus es un engaño útil para los que quieren hacernos creer que la vida es sólo trabajo productivo. B. Latour continúa irónicamente: «Libera la presión, y se emancipa, como los virus abandonados de repente en un laboratorio cuya financiación había sido cortada». También aquí se trata de un exceso de presión que encuentra en la crisis una oportunidad para liberarse y mostrar que otro mundo es posible, uno «donde las fuerzas ordenadas y reservadas se liberan y se pierden para fines que no pueden someterse a nada que pueda explicarse», como dice Bataille en esta cita que se hace eco del texto de Latour.

Si nos atenemos a su pensamiento sobre la noción de gasto, Bataille podría de hecho abogar por una forma de sobriedad «libidinal», no como una restricción o pérdida impuesta, sino por el contrario como una liberación de las exigencias del consumo excesivo en favor de una auténtica libertad, la libertad de florecer como individuos y como colectivos. Desde esta perspectiva, por ejemplo, la sobriedad que es objeto de tanta controversia hoy en día no debería verse como una restricción o privación, sino más bien como un retorno a la esencia misma de la vida. Nos invita a reconectar con la vitalidad inherente a todas las formas de vida, a abrazar el exceso de vida en lugar de conformarnos con la tibieza de una existencia restringida por las limitaciones de un consumo desenfrenado con un único objetivo, el de la acumulación. Un sistema económico tan cerrado restringe nuestras posibilidades en lugar de abrirnos al universo, la biosfera y el cosmos y a los movimientos energéticos que los animan y a los que estamos vinculados.

Bataille escribe: «Partiré de un hecho básico: el organismo vivo, en la situación determinada por el juego de la energía en la superficie del globo, recibe en principio más energía de la que necesita para mantener la vida: el excedente de energía (riqueza) puede utilizarse para hacer crecer un sistema (por ejemplo, un organismo); si el sistema ya no puede crecer, o si todo el excedente no puede absorberse en su crecimiento, debe necesariamente perderse sin provecho, gastarse, voluntaria o involuntariamente, gloriosa o catastróficamente. » En cierto modo, ésta es la ley de la entropía y la termodinámica a la que también se refiere en su obra un autor como Bernard Stiegler, al tiempo que reconoce su deuda con Bataille: «El Antropoceno, en la medida en que es un «Entropoceno», realiza el nihilismo como nivelación insoportable de todos los valores y el surgimiento imperativo de una «transvaloración» que resucita una «economía general» en el sentido de Georges Bataille, que he intentado mostrar en otro lugar que es una economía libidinal revisitada. «[4]

Contrariamente a la idea convencional, la sobriedad en el decrecimiento feliz y costoso podría verse como un lujo, un exceso de vida, de gasto en el sentido de Bataille.

Bataille nos lleva a mirar la sobriedad de otro modo, viéndola no como un límite, sino como un desbordamiento, un exceso, una ruptura transgresora con el cálculo económico y sus restricciones limitadoras asociadasal Homo œconomicus, una pálida versión unidimensional del hombre a la que se niega a adherirse. Pone en tela de juicio las normas convencionales de producción y consumo en favor de una economía más abierta, que denomina «economía general» por oposición a la «economía particular», en la que la conciencia de la obligación de gastar energía y derrochar en lugar de crecer y acumular se convierte en algo central.

Para él, el gasto de energía es una condición de la libertad, porque permite trascender los límites y las restricciones que impone una economía centrada estrictamente en la producción y el consumo, que disminuye el potencial y las capacidades creativas de los individuos y de la sociedad, y que, por el control que ejerce, limita o incluso canaliza la energía al servicio exclusivo de las utilidades. Como en una caldera en la que la energía no encuentra salida, este confinamiento energético provoca la implosión de la caldera. La negativa a liberar el exceso de energía inherente a la efervescencia de la vida conduce, sin que los individuos lo sepan, a fenómenos incontrolables como la guerra, la conquista, la competencia y, hoy, podríamos añadir, la posibilidad de colapso ligada a las consecuencias del crecimiento y al rechazo a situar en el corazón de la sociedad mecanismos de gasto improductivo y de despilfarro, equivalentes a los de los sacrificios y potlatch de los indios del noroeste americano estudiados por Franz Boas y teorizados por Marcel Mauss en suEnsayo sobre el don.

En este sentido, la sobriedad en el decrecimiento feliz y costoso, contrariamente a la idea convencional, podría verse como un lujo, un exceso de vida, de gasto en el sentido de Bataille, es decir, una zambullida audaz en las riquezas inagotables de nuestra existencia. Sería un retorno a lo esencial, a la simplicidad, a la profundidad de la experiencia humana, donde cada acto de gasto de energía se convierte en una celebración de la vida misma.

El pensamiento de Bataille nos anima a replantearnos nuestra relación con la vida, a rechazar las normas de la sociedad de consumo en favor de una existencia más auténtica y plena. Al aceptar el gasto energético como una manifestación de vitalidad, emprendemos el camino hacia una vida plena y vibrante, en armonía con el mundo que nos rodea. Bataille podría reconocer que el consumo excesivo y el derroche excesivo de energía han contribuido a los problemas medioambientales actuales, incluido el cambio climático. Podría animar a reevaluar las prioridades y a reducir el consumo excesivo en determinados ámbitos, sobre todo en aquellos en los que el gasto de energía es especialmente perjudicial para el equilibrio ecológico. En este sentido, su pensamiento resuena con las preocupaciones medioambientales contemporáneas.

La visión del gasto energético como expresión de la vitalidad y la responsabilidad humanas puede arrojar luz sobre nuestra comprensión de los retos a los que nos enfrentamos hoy en día. Sin embargo, esto no significa necesariamente que Bataille adoptara una postura de estricta sobriedad. Podría abogar por un enfoque más matizado, que reconozca la necesidad del exceso y el gasto de energía en determinados contextos, al tiempo que promueve un uso más responsable de los recursos y una toma de conciencia de las consecuencias de nuestras acciones sobre el medio ambiente.

De este modo, alejarse del incesante flujo de producción y consumo podría considerarse un acto de auténtico lujo, que permitiría a los individuos volver a conectar con los verdaderos valores de la vida y encontrar un equilibrio más armonioso con su entorno. En esto, sus posiciones se hacen eco de las de B. Stiegler sobre la denuncia del capitalismo de compulsión, un capitalismo de servicios que orienta nuestros deseos hacia el consumo de productos industriales. En el número de 2009 de la revista Télérama , hacía la siguiente observación: «A fuerza de haber desviado el deseo y la creación hacia un impulso de compra, el sistema capitalista ha producido sociedades desmotivadas y autodestructivas», esta «sumisión de las tecnologías intelectuales a los únicos criterios del mercado las mantiene en una función de técnicas de control», bloqueando «el acceso a las tecnologías para cualquier otro fin».

Este ensayo inacabado sobre una obra que se prolongó entre 1933 y 1949 y que no pudo concluirse abre varias perspectivas, entre ellas la de trascender las dicotomías simplistas entre vida y muerte, consumo y sobriedad, para abrazar la complejidad y la dualidad de la existencia humana. Es en esta tensión entre exceso y moderación donde reside la verdadera esencia de la vida, una esencia que es una invitación a reconsiderar nuestros vínculos y nuestras formas de producir y consumir para estar en sintonía con el mundo en el sentido físico y material del término «ya que el destino del universo es una realización inútil e infinita», siendo el destino del hombre perseguir esta realización más allá de las concepciones distorsionadas de la utilidad clásica.

Por supuesto, sería un error considerar a Bataille como un pionero de la ecología. No mencionó a Darwin y probablemente desconocía los trabajos del botánico A. G. Tansley[5]. G. Tansley[5] en 1935, al que debemos la noción de ecosistema, e ignora sus dimensiones interactivas, relacionales y dinámicas. Sin embargo, su concepción de una economía general que se extiende al movimiento de la vida y no sólo al desarrollo de las fuerzas productivas es rica en enseñanzas para comprender la ilusión del crecimiento como fundamento de cualquier sistema económico, que a pesar de todas las consecuencias mortíferas y destructivas que ha generado, continúa su precipitada carrera hacia adelante.

 

es socioantropólogo. Es miembro del laboratorio del Institut interdisciplinaire d'anthropologie du contemporain (IIAC), dirigido por el CNRS y la EHESS. También es asesor de organizaciones nacionales e internacionales sobre la gobernanza del mar y el litoral. Ha sido Presidente de la asociación LITTOCEAN, dedicada a desarrollar la dimensión marítima de la acción pública. Entre otras obras, es coautor, con Guillaume Decocq y Chloé Vlassopoulos, de La Forêt salvatrice : reboisement, société et catastrophe au prisme de l'histoire, publicado por Editions Champ-Vallon en 2016.
Fuente:
https://aoc.media/opinion/2024/09/03/georges-bataille-aurait-il-ete-un-theoricien-de-la-decroissance
Traducción:
Antoni Soy Casals

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