Yanis Varoufakis
24/11/2024
Rena nunca ha conocido una huelga en Grecia que no apoyara, nunca ha faltado a una manifestación que respaldase nuestro partido. Pero el miércoles, en la manifestación con motivo de una huelga general infrecuente en todo el país, Rena no estaba. Preocupado, la llamé. No, no había pasado nada. «No puedo permitirme perder un día de sueldo; esta semana, no», me dijo, disculpándose. Después de perder su piso el año pasado a manos de un fondo buitre -un fondo de inversión que compra a bajo precio acciones de empresas en quiebra para llegar a controlarlas, mejorar sus resultados y así ganar dinero-, Rena ha tenido dificultades para pagar el alquiler de este mes, que se come el 60 % de sus ingresos. «Quedo contigo un rato, en la pausa para comer», me prometió.
Rena no es un caso atípico. La participación en la huelga general fue deprimentemente baja. Margaret Thatcher tenía razón al afirmar que la combinación de austeridad y financiarización de las viviendas de clase trabajadora (mediante la venta de viviendas sociales) es el perfecto veneno para el movimiento sindical. En Grecia, la financiarización de la vivienda siguió un camino más tortuoso. Un encuentro casual en 1998 con un director de un importante banco alemán me había alertado de ello mucho antes de que se desarrollara.
Desconcertado por su regocijo de que Grecia hubiera sido invitada a entrar en el euro, le pregunté por qué. Me explicó que los griegos éramos el «sueño húmedo» de su banco. Si bien mucho más pobres que los alemanes, el 80% de los griegos era propietario de su vivienda y no tenía deudas. «Una vez que sus salarios estén en divisas fuertes, serán nuestros mejores clientes», dijo. «Os venderemos hipotecas, Volkswagens, todo tipo de electrodomésticos y los préstamos con los que comprarlos». Nada convencido, le pregunté qué pensaba que pasaría cuando esos préstamos desencadenaran un boom económico alimentado por la deuda, inflando burbujas que estaban destinadas a estallar para dejar luego a sus clientes griegos sin otra cosa que deudas impagables. «Nos vamos a quedar con vuestras casas», respondió, con clarividencia.
Hoy, en un país de 10 millones de habitantes, más de un millón de viviendas y pequeñas empresas, entre ellas el piso de Rena, han caído en manos de fondos buitre que compraron a los bancos hipotecas en dificultades a una fracción del valor nominal de los préstamos. Al subastarlos, estos fondos cosechan rendimientos superiores al 200%, que transfieren legalmente a sus cuentas en paraísos fiscales. Alrededor de una cuarta parte de la renta nacional anual de Grecia se desviará así de un país cuyos trabajadores no pueden permitirse lo más esencial, pero cuyos ricos han estado celebrando sus inesperadas ganancias caídas del cielo durante los últimos cuatro años.
Cuando las ondas expansivas de la crisis financiera de 2008 golpearon a Grecia, a falta de una moneda que devaluar, sus acreedores impusieron la lógica de la devaluación interna: en lugar de una devaluación de la moneda, digamos, del 30%, recortaron en un 30 % todo lo demás: salarios, pensiones, gastos en sanidad y educación, etc. Por desgracia, hay algo que la devaluación interna nunca podrá devaluar: la deuda. Habiendo perdido gran parte de sus ingresos en euros, mientras crecía su deuda en euros, tanto el Estado griego como los trabajadores como Rena entraron en bancarrota.
Alrededor de 2018, cuando el Estado se deshizo de sus activos en una venta forzosa y el dinero extranjero se apresuró a comprar terrenos e inmuebles baratos, la caída libre comenzó a desacelerarse y surgió un equilibrio comatoso. Los alquileres y los precios de la vivienda se pusieron por las nubes, impulsados también por los nómadas digitales y las casas convertidas en alquileres de Airbnb, mientras que los salarios seguían por los suelos. Entre 2009 y 2023, en países como Polonia y Eslovenia, el salario real por hora aumentó significativamente (un 42 % y un 23 %, respectivamente). Pero en Grecia, cayó nada menos que a un 23.7 %. Grecia consiguió incluso desplazar a Bulgaria del último puesto de la tabla de la UE-27 en cuanto a poder adquisitivo del salario por hora. En 2022, casi uno de cada cuatro trabajadores griegos a tiempo completo vivía con unos ingresos que en 2009 se consideraban por debajo del umbral de pobreza.
Además, cuando la pauperización de muchos va de la mano de la privatización de todos los bienes públicos, la democracia es la siguiente víctima. La compañía eléctrica griega, antes pública, es un buen ejemplo. Dividida en pedazos que fueron entregados a cinco oligarcas griegos (junto a fondos de capital riesgo como Macquarie y CVC), sus márgenes de beneficio están entre los más altos de Europa. Pero si intentas criticarles, te cancelan, por lo menos las cinco principales cadenas de televisión, las cuales, por alguna extraña coincidencia, también están controladas por los mismos cinco oligarcas. ¿Es de extrañar que Grecia ocupe el puesto 107, por detrás de Qatar y Tailandia, en la clasificación de libertad de prensa? clasificación de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras?
Normalmente, semejantes panoramas de descontento deberían ser caldo de cultivo para las movilizaciones obreras. Pero en Grecia, no, en donde la mayor parte de la austeridad, las subastas electrónicas utilizadas para desahuciar a los propietarios y las sórdidas privatizaciones se convirtieron en ley gracias al centro izquierda: primero, con los socialistas del Pasok y luego con mi antiguo partido, Syriza, de izquierdas, que está sufriendo una sangría de apoyo y diputados, y ya no es la oposición oficial.
Con el trabajo sucio realizado por la izquierda -con la complicidad tácita de los sindicatos que controlaba la izquierda-, el Gobierno de centro-derecha del primer ministro Kyriakos Mitsotakis se mostró totalmente imperturbable ante la huelga no tan general del miércoles. Sus verdaderas preocupaciones eran las ominosas disputas en el seno de su partido de gobierno que han surgido al poco de la victoria de Donald Trump.
Desde 2019, con la caída en desgracia que se autoinfligió la izquierda, Mitsotakis ha ido construyendo su hegemonía sobre una coalición de dos facciones: una que jura por la austeridad, la liquidación por incendio y la depredación que mantiene a la oligarquía seriamente opulenta; y una segunda facción de extrema derecha, xenófoba y trumpiana. Con tres partidos de extrema derecha ya en el parlamento y que le pisan los talones en las encuestas, Mitsotakis se enfrenta a una insurrección de su facción trumpiana.
En cuanto a la izquierda, nuestra doble y onerosa tarea consiste, en primer lugar, en recuperar la confianza de la gente a la que abandonamos a un Estado depredador diligentemente reconstruido y, en segundo lugar, suscitar la creencia de que la resistencia nunca es inútil.