Roger Martelli
24/06/2017El decisivo ciclo electoral de 2017 ha terminado. La política no está mejor. La izquierda está enferma, pero su sector izquierdo está, en principio, en una posición más favorable. Razón de más para no perder la oportunidad y redoblar el esfuerzo.
Constituir el pueblo
Dispersión del campo político, abstención extraordinaria, retroceso de los partidos tradicionales ... Todas las pistas convergen para subrayar lo que es una verdadera crisis política, articulada con una crisis de régimen. las redefiniciones marginales y los parches constitucionales no sirven y son inútiles. Relanzar la izquierda para dejarla como estaba ya no tiene sentido. Los tiempos exigen una ruptura sin precedentes en todos los sentidos. La izquierda exige una refundación o la metamorfosis, más que su mero desarrollo.
El "movimiento obrero" se ha derrumbado - la crisis del sindicalismo es un acontecimiento importante - sin que el "movimiento social" tome el relevo. El radicalismo no escapa a la tensión entre un pragmatismo por defecto - el pretexto de que la utopía no es creíble - y el anhelo de los “días felices", que no siempre está claro si son los de la esperanza revolucionaria o bien los de la socialdemocracia de antaño. El "realismo" defendido por el socialismo queda varado en la arena, pero la "alternativa" no ha sido capaz de demostrar su fuerza y credibilidad.
Con los años, el PCF ha encerrado en la memoria de su época gloriosa y el PS se ha convertido en el partido de la "gestión equitativa" del capitalismo global. Así, ambos partidos han dejado de ser espacios para la promoción de las expectativas populares, en especial obreros y urbanos y los nuevos espacios de socialización permiten a las capas subordinadas disputar a los grupos con recursos materiales y simbólicos derivados de su estatus. La violencia de la crisis política, la pasividad cada vez más pronunciada de los ciudadanos y el empuje del Frente Nacional son las indicaciones más fuertes de este proceso regresivo. La política aborrece el vacío: cuando las fuerzas más críticas no están a la altura de la tarea, el espacio queda libre para centrismos improbables o alternativas violentas, de "comunidades" pequeñas y grandes.
No se cambia el desorden de la sociedad sin una base humana que lo haga posible. Pero la izquierda tradicional esta en crisis. El comunismo y el socialismo que la han estructurado a lo largo del siglo XX; que ya no son capaces de hacerlo. Incluso la polarización derecha / izquierda está en cuestión, desde el momentos que sus gestiones del poder se confunden. La conclusión es obvia para muchos, en el sentido de que es necesario un nuevo paradigma: el objetivo ya no es unir a la izquierda, sino reagrupar al pueblo; no en contra de la derecha, sino de la "élite", tanto de la izquierda como de la derecha.
Hay mucho de verdad en esta afirmación. El pueblo está compuesto por personas que brillan por su ausencia en la arena política institucional. Tiene sus huestes (los empleados y los trabajadores comprenden dos terceras partes de sus activos) y en contra su dispersión. Ya no se trata de un núcleo central, moderno y en expansión. Y aunque sus reservas de combatividad están intactas, el corazón del movimiento popular de ayer - el movimiento obrero - ahora es muy incierto. El sindicalismo vacila sobre sus formas y proyectos, el mundo asociativo se rompe y lo que fue el gran unificador del mundo popular urbano - el gran sueño de lo "social" - todavía está luchando por encontrar sus formas contemporáneas, frente a los proyectos bien definidos de las fuerzas dominantes.
Por lo tanto, las categorías populares necesitan hacer un movimiento, como los trabajadores de ayer supieron encontrarse en el movimiento obrero. Deben luchar y organizar el descontento para que la ira se transforme en acción colectiva, no en resentimiento. Al unirse, serán "multitud". Pero no es suficiente, porque la sociedad no es una simple yuxtaposición de prácticas y estructuras específicas: es una manera de ponerlas en orden. Tiene su coherencia, sus lógicas dominantes. En el capitalismo global, sabemos la clave: la acumulación de bienes materiales, materias primas y el beneficio sirven de motor; la competencia es la base de todo dinamismo; la gobernanza es el modo regulador por excelencia; la desigualdad, la polarización y las relaciones de poder son los ejes de distribución de los individuos, los grupos y los territorios. En principio, corresponde a la política actuar sobre estas coherencias y, para ello, agrupar las mayorías que puedan resultar decisivas. Si quiere ir a la raíz de la dinámica social para transformarla, la multitud de luchas populares debe convertirse en un “pueblo” político.
Pero lo que hace a las clases populares pueblo no sólo es la consciencia de un adversario o un enemigo. Señalar a los responsables de las dificultades puede ser una palanca de movilización inicial; pero no es una garantía de éxito a largo plazo. Más que nada, es importante dilucidar las causas de lo que está mal. El "pueblo" lucha contra los que explotan y los que dominan (la "elite"). Sin embargo, no se convierte en un agente central más que si impone una manera coherente y realista para abolir los mecanismos que producen la separación entre la "gente" y la "élite", la distinción entre explotadores y explotados, dominantes y dominados. El proyecto de emancipación popular, no el odio a la élite, es lo que transforma a los sectores populares en un pueblo político.
La izquierda no es siempre lo que se dice ser
Se podría decir que la izquierda está enferma, que ha llegado la oportunidad finalmente de deshacerse de ella. ¿Ha servido para enmascarar todos los errores? Se hace otra cosa. Se olvidan de que la polarización original de izquierda y derecha tiene una doble ventaja. Obliga a plantear, en cualquier momento, la cuestión de la mayoría necesaria para actuar sobre la coherencia social. Situa en el centro de la controversia pública la elección de valores que sostienen la arquitectura de la vida colectiva. Históricamente, la derecha acepta la desigualdad, reserva el poder para los "competentes" y promueve la competencia; la izquierda, se basa en la igualdad, aboga por la expansión de la ciudadanía y promueve la solidaridad. No es anodino que siempre que se ha desvanecido esta diferencia, las dinámica populares nunca han sido más fuerte, por el contrario. Básicamente, es por haber abandonado esta diferencia a favor de otras - la de Oriente y Occidente, en particular - como la Cuarta República perdió su impulso ...
Es cierto que el singular que se utiliza a menudo, no puede esconder que existen formas distintas de ser de derecha o de izquierda. A la izquierda, hace mucho tiempo que la diferencia más formativa opone a los que piensan que es posible alcanzar la igualdad mediante el desarrollo del sistema y los que están convencidos de que este debe eliminarse para empujar hasta donde sea posible la igualdad. De un lado se encuentra el polo de la adaptación y del otro el polo de la ruptura, y nunca ha sido secundario saber cuál de los dos polos es capaz de marcar la pauta. En las últimas décadas el problema no ha sido solo que el discurso de la izquierda se haya vuelto incomprensible. Es el resultado de que la fuerza dominante en la izquierda ha sido la que se ha adaptado a la globalización financiera y se haya afirmado que era imprescindible agrupar a toda la izquierda a su alrededor. En este juego, como hemos visto, ha sido la propia izquierda la que ha terminado por perder su alma. Esto no es una razón para pronunciar hoy su horizonte funebre. Es mejor centrarse en relanzarla y refundarla.
Los períodos en los que el movimiento obrero ha sido más dinámico no son aquellos en los que dio la espalda a la izquierda política. En el umbral entre los siglos XIX y XX, Jaurès tenía razón cuando explicó, a la vez, que el socialismo no podría desarrollarse sin independencia completa de los partidos "burgueses", pero que tampoco podría dejar su huella sin conectar con la gran experiencia histórica de la izquierda. Por un lado, temía la cooptación por el orden burgués, del otro el aislamiento y la incapacidad de suprimir el orden-desorden de las sociedades de clases...
Olvidar que la izquierda está siempre potencialmente escindida es correr el riesgo de ahogarse en un consenso paralizante. Sin embargo, hacer caso omiso de la fuerza de un agrupamiento mayoritario como pretende una cierta concepción de la izquierda empuja al aislamiento y la ineficiencia. Es necesario, pero no suficiente, el "frente social". En cuanto al"frente popular", no es por sí mismo, como pudo serlo ayer, ese proyecto de sociedad, esa lógica sistémica, esa "república social" gracias a la cual finalmente dejaremos de asignar los individuos a clases desiguales y a comunidades cerradas herméticamente.
Por lo tanto, la reactivación de la vitalidad democrática está de lado del "pueblo", cuya ausencia en la arena política es evidente y cuyo desconcierto es el primer fermento de desintegración del tejido democrático. Agruparlo es un horizonte estratégico: es fácil estar de acuerdo en este punto. Pero esa reagrupación no se decreta. Es el resultado de un paciente movimiento desde abajo, en el que se articulan las luchas parciales, unificando los grandes combates, convergiendo en movimientos fuertes que demuestran todo el poder de la calle. Un movimiento que exige formas adecuadas para llevar a cabo esta lucha de clases genuina de nuestro tiempo: las viejas estructuras se transformarán, las nuevas aparecerán, todas deben converger. Todos ellos serán la base para una reconstrucción política; pero el movimiento no será por si mismo, sin embargo, una fuerza política.
Construir fuerza política
Durante mucho tiempo, en Francia, las clases populares se han apoyado en la existencia de dos grandes partidos, el Ps y el PC, que encarnaban la adaptación y la ruptura. Ambos han formado la columna vertebral de la izquierda del siglo XX. Pocos países en Europa han ofrecido esta característica, pero la historia revolucionaria francesa así lo ha querido. Los momentos más importantes de la historia popular y obrera han estado marcados por la convergencia de ambos partidos; pero siempre fueron posibles porque dominó el espíritu de ruptura.
El momento actual no parece maduro. El PS nacido del Congreso de Epinay en 1971 se ha agotado. El PC carece de los recursos que le dieron su dinamismo y le aseguraron, durante unas décadas, la capacidad de representante principal del mundo del trabajo. La ruptura preparado por François Hollande y llevada a cabo por Emmanuel Macron debería concluir con la creación de un partido demócrata de tipo americano o italiano. ¿Hay que deducir que, sin la derecha tradicional, el espacio para una izquierda plural ya no existe y sólo quedarán cara a cara ese partido demócrata y una fuerza popular, la que ha cristalizado en 2017 en el voto a Mélenchon? ¿La polarización izquierda / derecha dará paso a la dualidad "sistema" / "anti-sistema"? El espacio del sistema contra el partido del pueblo?
En el límite de este razonamiento pueda surgir la convicción de que, del lado de la crítica del "sistema", la antigua tensión entre adaptación y ruptura es obsoleta. La hipótesis, atractiva y muy simple, no es menos discutible. En primer lugar, nadie sabe todavía lo que sucederá con la tradición del socialismo francés. ¿Se disolverá en el "macronismo"? Se dividirá entre radicalismo y cooptación centrista? Se reconstruirá con un modelo cercano al de Corbyn en el Reino Unido? ¿La hipótesis de un partido socialista es obsoleta? No se sabrá pronto.
No debemos olvidar tampoco otras experiencias europeas, en las que el conflicto adaptación / ruptura no fue ha desarrollado en un registro más o menos partidista. En Italia, la trágica historia de comienzos del siglo XX hizo que el Partido Comunista Italiano (PCI) de posguerra integrase la doble tradición del comunismo y la socialdemocracia. Agrupaba a casi toda la izquierda, situándola bajo hegemonía comunista después de 1943. Sin embargo, a principios de 1990, el PCI desapareció para convertirse, algún tiempo después, en un pivote del social-liberalismo europeo. En teoría, la lógica de la adaptación era ultra-minoría en Italia; al menospreciar su fuerza, de hecho se hizo posible su victoria. El resultado es doloroso: la izquierda radical italiana fue laminada y con ella, toda la izquierda se encontró exangüe. Imaginar que la crisis disuelve las bases de una izquierda de gestión adaptable es iluso. Y pensar que ahora no queda espacio más que para una sola formación, máxima expresión del "pueblo" agrupado, podría ser un espejismo formidable.
Por lo tanto, podría formularse otra hipótesis. La crisis sistémica que vivimos no invalida la posibilidad de que permanezcan en el espacio de la "izquierda" actitudes políticas y corrientes más enfocadas hacia la reforma del sistema que su superación progresiva. La forma pueda adoptar esta corriente es incierto, en un campo político inestable en su totalidad. Pero si esta posibilidad es fuerte, es mejor tener en cuenta que, después de un ciclo de elecciones turbador, el objetivo de la corriente crítica no debe ser abarcar todo el campo de lo que fue la izquierda francesa.
La ruptura social no tendría lugar sin que la decida una mayoría; pero la mayoría no decidirá sobre la ruptura, si la propuesta no viene dada por una fuerza política que defienda su necesidad, que demuestra que es posible y sugiera las condiciones. Es esa fuerza la que hay que crear, lo suficientemente coherente para que sea respetada y creíble, lpero también flexible para agrupar a todas las personas, todas las corrientes, todas las prácticas que rechazan las normas dominantes de la globalización financiera y aspiran a construir una alternativa global, a largo plazo, al orden-desorden del estado de cosas existente.
Forjará relaciones de alianza-competitivas con otros componentes menos “radicales" de la izquierda? Solo el futuro responderá esta pregunta. Por ahora, podemos tener una doble convicción. La primera es que esta nueva fuerza popular tendrá que ser independiente de cualquier otro partido. La segunda es que, en cualquier caso, aspirará a establecer su hegemonía entre las fuerzas que, cada una a su manera, siguen luchando por la igualdad y la libertad, manteniendo los valores de la izquierda.
La izquierda alternativa: en el medio
Después de "la gran pesadilla de la década de 1980" - frase feliz del historiador François Cusset - con el declive del PCF sin ninguna alternativa de recambio, la última década ha visto como la izquierda de la izquierda levantaba de nuevo su bandera. La dinámica "antiliberal" ha relanzado el proceso a principios del nuevo siglo. La experiencia del Frente de Izquierda la ha instalado un poco más en el orden institucional. Pero esa experiencia no pudo llegar hasta el final: el Frente de Izquierda nunca fue otra cosa que la competencia del PC con la formación política creada por Jean-Luc Mélenchon en 2008, el Partido de izquierda. No fue ni una fuerza coherente de afiliados, ni una verdadera alianza de partidos. Después de la elección presidencial de 2012, se sumergió en una sucesión rápida de elecciones y crecieron los desacuerdos entre el PCF y el PG. El Frente de Izquierda se desintegró gradualmente, sin que nada frenase su caída.
Sin lugar a dudas, en un periodo de confusión extrema en la izquierda, la candidatura de Jean-Luc Mélenchon en la elección presidencial ha abierto un nuevo proceso. El impulso de su campaña se impuso poco a poco y la estructura que constituyó para apoyarlo, la Francia Insumisa, se instaló en el panorama político. Se implantó en los territorios, especialmente los más urbanos. Oscilando entre el 19,6% de las presidenciales y el 13,7% de las legislativas, las fuerzas agrupadas en la campaña de Mélenchon acercaron a la izquierda de la izquierda a los mejores resultados electorales del comunismo francés.
No hay vuelta atrás: las realidades creadas por el ciclo electoral 2016-2017 deben tenerse en cuenta en todas sus dimensiones. La Francia Insumisa nació de una movilización militante que combina, en este corto tiempo de actividad, el compromiso individual y las redes sociales modernas. Como Podemos en España, trata de conciliar la coherencia política de un grupo militante y la ruptura con la vieja “forma-partido", jerárquica y centralizada. Pero no es seguro que encuentre respuesta a la pregunta más difícil: en una estructura reticular, donde el compromiso del individuo no se considera inamovible y permanente, ¿dónde se encuentra el verdadero poder para garantizar la coherencia y la orientación?
Por otra parte, el 11% de Francia Insumisa en las legislativas y los 17 escaños obtenidos en dura lid la convierten en la primera formación de la izquierda francesa. Pero este resultado no la sitúa a un nivel que le permita ser una fuerza potencialmente hegemónico en los territorios y, más allá, en el ámbito nacional. Por supuesto, la nueva formación puede creer que con el tiempo lo conseguirá por si misma. ¿No es mejor, sin embargo, convencerse de que esa capacidad será el resultado no solo de la capacidad de FI como de su su capacidad para sumar fuerzas con otras corrientes, posiblemente estructuradas, que son parte del mismo espacio político? La tentación ciertamente existe de decir a los que buscan una eficacia común "unirse a nosotros". La Francia Insumisa podría muy bien, como el PCF en su mejor época, afirmar que no hay espacio fuera de ella, para una práctica que sea a la vez realista y revolucionaria.
Pero, en un momento de crisis y recomposición, cuando se trata de reagrupar ampliamente e inventar juntos, una lógica que parezca más o menos como un llamamiento a la integración no sería la más apropiada. La tarea es inmensa: no es suficiente sumar fuerzas, sino fusionarlas. No hay necesidad de crear un nuevo partido político, sino de inventar la forma política que asumirá las funciones que anteriormente estaban reservadas a los partidos, siempre que supere los defectos de su forma anterior. Pero esta refundación política es terriblemente compleja. Hay intentos en este o aquel sentido, aquí y allá, como ha hecho Podemos brillantemente en España. Pero, por ahora, nada se ha estabilizado. Agruparse alrededor de una formula existente, hablar de disciplina, aunque no se ha establecido una coherencia equivale a poner el carro delante de los bueyes. Lo más urgente es compartir y nada debe impedir que es puesta en común sea lo más amplia posible.
Hay que soñar con una fuerza que no sea la mera alianza de las estructuras existentes, que busquen ante todo mantenerse. Sin embargo, todavía es más necesario que como en el modelo antiguo, no se confunda la coherencia con disciplina, el rigor de una organización sin cacofonías con el monolitismo de un discurso único formateado, para el que lo más importante sea discernir que propuestas se desvían de la ortodoxia común. Hay que inventar lo que aún no existe: una manera de estar juntos que combine la coherencia de una fuerza (no falta de visibilidad del Frente de Izquierda, entre 2014 y 2017 fue fatal), con el diseño de una organización fundada en la afiliación individual (que no quiso el Frente de izquierda) y la posibilidad de integrar corrientes y organizaciones concretas. Nada sería peor que tener que elegir entre una organización “devoradora”, que funcione como un cuasi-partido y una alianza de partidos condenada a la tensión permanente, las disputas internas y el estancamiento.
Todos estos debates son complejos, como son los de la "izquierda", la "izquierda populista" o la globalización. Deben llevarse a cabo con el máximo rigor, sin consensos blandos, sin miedo a las aristas. Pero no estamos en 1920. En aquellos días, la incipiente Internacional Comunista consideró que lo principal era imponer una ruptura implacable con los elementos considerados "débiles" o "sospechosos". Se dedicó a promulgar todas las "condiciones" que se suponía permitirían separar el grano de la paja. El comunismo naciente del siglo XX ganó coherencia y combatividad. Pero el precio fue un sectarismo que nunca pudo superar del todo y que acabó en necrosis.
Casi cien años después, la izquierda está de nuevo en un momento en el que la refundación es la condición de su supervivencia. Si esta refundación radical requiere la mayor claridad, prohíbe todo espíritu sectario. Los que quieran proporcionar al movimiento popular la fuerza política crítica que necesita, el respeto a estas dos observaciones debe ser una obligación imprescindible. Ninguna fuerza, sea la que sea, vieja o nueva, en crecimiento o modesta, puede pensar que está exenta de ello.