Francia: Del buen uso de Macron

Jacques Juilliard

27/05/2017

Todo estuvo bien en esta entronización presidencial. Los invitados estuvieron bien: los amigos, la familia, los militantes, los militares, los militares, sobre todo, estuvieron bien. El tiempo mismo estuvo bien, el sol sobre todo, que hizo apariciones dignas de Austerlitz; pero la lluvia misma tampoco estuvo tan mal. En cuanto a “Brigitte”, estuvo obligadamente muy bien. Y el nuevo presidente, él mismo, sobre todo en su discurso, estuvo muy, muy bien. Pero estuvieron, sin embargo, los periodistas, sobre todo los de France 2, que fueron los mejores. En éxtasis, como se ha advertido justamente en la página de Marianne. En levitación. ¡Muy, muy, muy bien! Tras celebraciones televisivas como ésas, la pregunta era si todavía resultaban bien necesarias las elecciones legislativas. 

Dejemos la televisión. Hay en ella una cierta bajeza natural que hace algunos días les hacía linchar a Hollande, igual que ayer les ha hecho dar lametones a Macron. Y volvamos al fondo. Me parece, ante el ovni Macron, que hay que evitar dos actitudes. 

La primera es creer que ha llegado. Que se está realizando el viejo sueño giscardiano de “dos franceses de cada tres”. Que el viejo ideal centrista, que consiste en rechazar las barreras, y conseguir la unidad de la gente honesta, de las buenas gentes, confundidos todos los colores políticos, o, para ser precisos, la conjunción de la derecha de la izquierda y de la izquierda de la derecha contra la derecha de la derecha y la izquierda de la izquierda sería de pronto posible. Eso sería Navidad en Pentecostés, o mejor aún, Navidad más Pentecostés. Ahora bien, no significa con todo faltarle al respeto al nuevo presidente recordar  que, si tuvo la bonita idea de recorrer los Campos Elíseos en un command car, por el momento no tiene en su haber más que la liberalización de los autocares turísticos.   

Pues, pese a las apariencias, Emmanuel Macron sigue siendo un presidente muy “clivant” [“divisor”], como suele decirse. Mucho más que François Hollande que, habiendo tenido contra él a casi todos los franceses -¡ya se volverá a hablar de ello!-, alcanzó por defecto una suerte de unidad nacional.   

Macron tiene con él a los patronos, perdón, a los emprendedores, pero no a los obreros. Tiene las grandes ciudades, pero no las pequeñas, y no tiene ya el campo. Tiene bobolandia [de “bo-bo”, “bourgeois-bohême”], pero no la Francia periférica. A los europeos, pero no a los soberanistas. A los moderados, pero no a los extremos. A los presidencialistas, pero no a los parlamentaristas. A los partidarios de la oferta, pero no a los de la demanda. A los comunitaristas, no a los universalistas. En una palabra, a las élites y los titulados, no al pueblo.   

Esa fue la lección de la primera vuelta. Los descontentos, los que han votado a Mélenchon, Hamon, Dupont-Aignan, e incluso en parte a Fillon, eran en buena medida mayoritarios en el país. Y a su frente, desde luego, Marine Le Pen, ídolo hoy vencido a la que Bertrand Renouvin llama muy bien en Royaliste, “rentista de la desgracia”.    

Y luego estuvo la segunda vuelta. ¿Cómo en oro puro este plomo se ha transformado? [cita invertida de un verso de Racine] Es el milagro de la segunda vuelta, esa maravilla francesa que hay que conservar como la Torre Eiffel, la receta de la blanqueta de ternera y la petanca bajo los plátanos. Ya ve usted, Régis Debray, que no somos todavía completamente americanos. 

Pues el milagro de la segunda vuelta consiste en dar al elector un lenguaje más complejo, menos sumario, en una palabra, más articulado. La mayoría de los franceses se siente muy decepcionada por Europa, y lo dice en la primera vuelta; pero no es cosa de dejarla, y lo dice en la segunda. Está descontenta de un liberalismo demasiado desigualitario (primera vuelta), pero no quiere una economía estatizada y estéril (segunda vuelta). Y así sucesivamente. A buen seguro, Emmanuel Macron es el gran beneficiario de este discurso de segunda oportunidad, o de mal menor, como se quiera.   

En suma, invita a resistir la segunda tentación, la inversa de la señalada más arriba, la de hacerle pagar su oportunidad y volverse, con nuestra pena negra, a los rentistas de la desgracia, por detestar a estos nuevos prebendados de la fortuna.  

Corresponde a Francia, comprendida la oposición de mañana, aprovechar la ocasión que se nos ha dado de sacudirse la resignación, la delectación morosa, todo lo que los monjes de la Edad Media designaban con el nombre de “acedia”. Francia, dice muy bien Sylvain Tesson, es un paraíso poblado por gente que se cree en el infierno. 

Y las gentes de la Francia de arriba, que quieren más que nunca gobernar, no siempre se han equivocado. Respecto a Europa, respecto al mantenimiento de la prerrogativa presidencial, respecto a la desprofesionalización de la vida política, me siento cerca de Macron. Por el contrario, estoy muy atento a su política social, a sus indulgencias en relación al comunitarismo, como todos nosotros en Marianne.     

Toda la cháchara sobre la desaparición de la fractura izquierda-derecha no cambiará nada de ello: la izquierda ha perdido tremendamente con los peores resultados de la V República; la derecha es la que ha ganado y la que va a gobernar.  

La recomposición “en curso” no es otra cosa que la reconciliación provisional de la izquierda de arriba con la derecha de arriba.  

La izquierda debe aprovechar esta ocasión para mirarse como lo que es: una vieja cortesana mal maquillada que no seduce más que a los militares o a los aventureros de paso. No es cosa de lanzarse bajando la cabeza sobre una séptima vuelta – revancha social- para hacer olvidar las decepciones de las seis primeras (primarias, presidenciales, legislativas). La victoria de Macron le invita más bien a patearse el culo y volver a poner en marcha su cerebro. Hace falta, decía Jules Ferry en los inicios de la III (República) que “La República se convierta en gobierno”. Pues bien, éste es el programa: ¡hace falta que la izquierda vuelva a convertirse un día en gobierno! 

(1933) es un veterano intelectual y periodista de la izquierda francesa históricamente cercano a diversas corrientes socialistas y del catolicismo social, antiguo responsable sindical, ensayista autor de obras sobras numerosos intelectuales y políticos, de Pascal a Clemenceau, historiador especializado en el anarco-sindicalismo y destacado articulista del Nouvel Observateurentre 1970 y 2010, fecha en que lo abandonó para convertirse en editorialista del semanario francés Marianne, apelando a una socialdemocracia de combate y en contra de una socialdemocracia como línea de repliegue de la burguesía de negocios.
Fuente:
Marianne, 19-25 de mayo de 2017
Traducción:
Lucas Antón

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