Estados Unidos: por qué el crecimiento no atrae a la opinión pública

Romaric Godin

08/05/2024

Es uno de los misterios del momento. Una gran parte de los estadounidenses están muy descontentos con el historial económico de Joe Biden, a pesar de que los economistas no dejan de alabarlo y de que el país es la envidia de muchos, sobre todo en Europa.

Los días en que los asesores de Bill Clinton podían explicar el resultado de las elecciones de 1992 con la famosa frase "Es la economía, estúpido" han quedado atrás. Si nos fijamos únicamente en las cifras del PIB, la situación de la actual administración es en realidad bastante positiva.

La economía disfrutó de dos años de sólido crecimiento en 2022 y 2023, con un 1,9% y un 2,5% respectivamente, cuando la mayoría de los analistas pronosticaban una recesión inducida por la inflación. A finales de 2023, el PIB real del país era un 1,15% más alto de lo que habría sido si hubiera seguido la tendencia de 2009-2019, lo que revela una dinámica real poco frecuente en otros lugares del mundo. Mientras que la crisis sanitaria provocó una interrupción del ritmo de crecimiento en la mayoría de los casos, en Estados Unidos fue seguida de una aceleración. No ocurría desde principios de los años ochenta.

El viernes 26 de abril, la Oficina de Análisis Económico informó de que, aunque el crecimiento se había ralentizado hasta el 0,4% en tres meses en el primer trimestre de 2024, seguía siendo el doble de rápido que en Francia o Alemania. En un año, el PIB estadounidense ha aumentado incluso un 3%. Todo ello acompañado de un mercado laboral muy sólido, con una tasa de paro del 3,8%, la más baja desde finales de los años sesenta.

Y la guinda del pastel es que los salarios reales aumentan (+0,6% interanual en marzo para los salarios por hora), al igual que la renta bruta disponible real de los hogares, es decir, su poder adquisitivo (+1,1% interanual). Además, el consumo se mantiene sólido. En el primer trimestre de este año, aumentó a un ritmo anualizado del 2,5%, tras un +2,2% en el conjunto de 2023.

En otras palabras, los hogares estadounidenses se benefician de una economía sana. El periodista político de New York Magazine Jonathan Chait lo resume así: los hogares "se comportan como si la economía estuviera en auge, aunque no lo crean".

La tensión entre "sentimientos" y cifras de crecimiento

Dados estos antecedentes, es cierto que el mal humor en Estados Unidos parece bastante sorprendente. El Índice de Sentimiento del Consumidor de la Universidad de Michigan experimentó una notable subida el trimestre pasado, hasta 79,4, pero sigue casi 20 puntos por debajo de los niveles habituales para el periodo 2015-2019.

Una encuesta de Gallup sobre la confianza en la economía confirma este estado de ánimo sombrío entre los ciudadanos, a pesar del crecimiento. En abril de 2024, la diferencia en puntos entre la proporción de satisfechos e insatisfechos es de 29 a favor de estos últimos. Por supuesto, es mejor que los -58 puntos de junio de 2022, pero sigue siendo un nivel extremadamente bajo: el saldo se acerca al de abril de 2020 (-32), en plena crisis sanitaria, pero también al de abril de 2009 (-37), en plena recesión provocada por la crisis financiera.

Irónicamente, también era el mismo nivel que durante la campaña de 1992, cuando los cercanos a Bill Clinton hicieron sus protestas. Pero entonces, la economía estaba en recesión... Este mal humor está pesando sobre la popularidad de Joe Biden, que también se encuentra en abril de 2024 en su nivel más bajo de la historia, con un 39%. Se trata del índice más bajo registrado para un Presidente a estas alturas de su mandato desde que se inició el estudio en 1956...

Este enigma de la evaluación de la situación económica tiene, pues, una dimensión crucial a pocos meses de las elecciones en las que, como reconoce el propio Joe Biden, "está en juego la democracia". Así que los economistas que apoyan a la actual administración se dedicaron a demostrar al pueblo estadounidense que estaban equivocados y que las cifras eran correctas.

Paul Krugman, antiguo premio de economía del Banco de Suecia en honor de Alfred Nobel en 2008, y autor de una popular columna en el New York Times, multiplica sus manifestaciones en este sentido. En su artículo del 8 de abril, subrayaba el hecho de que "cuando los salarios y los precios suben, la gente tiende a pensar que se han ganado sus aumentos salariales y que la subida de los precios les está quitando las ganancias que tanto les ha costado conseguir".

Aquí nos encontramos con una de las viejas características de la economía ortodoxa: los hechos económicos son más "verdaderos" que los "sentimientos" de la gente, que en general son irracionales, y esto va en detrimento de la salud de la economía. La conclusión de Paul Krugman es, pues, imparable: como la gente tiende a ver su situación personal como buena y la situación general como mala, la explicación está en la afiliación partidista.

En otras palabras, los adversarios de Joe Biden son ideológicamente críticos con la situación económica e influyen en los votantes indecisos, mientras que los votantes demócratas están satisfechos. Es cierto que esta división es muy evidente en las encuestas. Los indicadores dicen una verdad sobre la economía estadounidense que está distorsionada por la propaganda trumpista.

Por supuesto, dada la situación política y mediática de Estados Unidos, el análisis de Paul Krugman no puede descartarse sin más. Sin duda hay algo de verdad en él, y un estudio del Instituto Brookings intentó demostrar recientemente que el tono negativo de las noticias ha jugado un papel en la confianza de los consumidores. De ahí el deseo de Krugman de "comprometer a todos los progresistas" en la defensa del historial de Biden para "reconducir" la imagen que los votantes tienen de la economía.

Pero para que este plan funcione, tiene que haber algo de verdad en este malestar. Otra hipótesis es que la propaganda trumpista aproveche el descontento genuino para volverlo contra la actual administración. Porque, a menos que partamos de la idea de que todos los estadounidenses son estúpidos, a excepción de los votantes autoidentificados como demócratas y los economistas, tenemos que entender cómo funciona la propaganda económica, es decir, en qué argumentos podría basarse. Brookings admite que el efecto mediático no puede explicarlo todo.

En este caso, sin embargo, equivale a reconocer que la situación en Estados Unidos no es tan paradisíaca como la describen los economistas próximos a Joe Biden. En resumen, no cabe duda de que existe una tensión entre la realidad retratada por los economistas y lo que Paul Mattick, en su último libro, El retorno de la inflación (Smolny, 2024), llama "las desconcertantes realidades de la vida".

Salarios, inflación y desigualdad

El primer paso es, por tanto, examinar si la situación de los hogares estadounidenses es tan brillante como podríamos pensar. Y para ello hay que empezar por los salarios. Un estudio citado por Paul Krugman señala que los salarios reales del 5% peor pagado aumentaron, en términos reales, un 9% entre diciembre de 2019 y diciembre de 2023. En consecuencia, el descontento de los trabajadores no parece justificado.

Aparte de los problemas metodológicos de estos datos reconstruidos, hay varias objeciones que plantear. En primer lugar, se trata de salarios por hora. Pero si nos fijamos en las cifras del salario medio real por semana para los empleados a tiempo completo, vemos una realidad diferente: aumentó entre el tercer trimestre de 2019 y el primer trimestre de 2024 de 362 a 365 dólares, un aumento del 0,8%, cuatro veces menos que la cifra presentada por el estudio citado anteriormente.

Esto significa que la subida de los salarios reales afecta a los trabajadores más precarios. En consecuencia, su situación sólo mejora marginalmente con esta subida salarial, ya que el problema de estos trabajadores es mucho más el de poder trabajar lo suficiente.

Esto contrasta con el cálculo de los salarios reales mediante el simple índice de precios al consumo, que no es un índice del nivel de vida ni del bienestar. En términos de gasto cotidiano, las personas con rentas más bajas gastan una mayor proporción de sus ingresos en alimentos, alquiler y energía.

Además, a diferencia de otros productos del índice de precios, estos gastos son recurrentes y tienen un impacto directo en el nivel de vida. Entre enero de 2020 y marzo de 2024, la inflación de los alimentos alcanzó el 25,6%, la de los alquileres el 22,9% y la de la energía el 32,1%, frente al 14,7% del índice sin alimentos ni energía. Para juzgar cómo "se sienten" los estadounidenses, necesitamos un índice de precios más preciso y mejor adaptado a cada grupo de renta. Siempre es extraño basar un índice general en clases con comportamientos y medios financieros diferentes.

Si los ingresos reales por hora han aumentado efectivamente un 9% con respecto al índice de base, pero la estructura del consumo depende más de estos tres elementos, cuyos índices registran subidas de 4 a 10 puntos por encima del índice, podemos ver que la "sensación" de dificultad entre los hogares quizá no sea tan irracional.

Tanto más cuanto que la inflación fue más elevada entre 2022 y 2023 y que su desaceleración, que sólo fue parcial (la tasa de inflación seguía siendo del 3,5% interanual en marzo), vino acompañada de una ralentización de los salarios. En marzo, los ingresos reales por hora se mantuvieron estables durante un mes, con un crecimiento anual que bajó del 1,1% al 0,6%. Así pues, el elevado nivel de los precios se hace sentir aún más y resulta amenazador.

También hay que tener en cuenta los efectos de la desigualdad. Mientras que los salarios reales más altos han caído durante el periodo 2019-2023, las rentas del capital se han disparado y han compensado con creces esta caída, debido en particular a la fuerte subida de los mercados bursátiles. Se trata de una vuelta a la dinámica de la inflación: los grandes grupos han utilizado los precios para aumentar sus beneficios y redistribuir los dividendos. Un periodo así no puede sino reforzar las desigualdades.

En resumen, existe un sentimiento de fragilidad y de desvalorización entre los más pobres, lo cual es bastante comprensible. Esto se refleja directamente en el mencionado índice de la Universidad de Michigan: el índice de confianza en el estado de la economía para el tercio más pobre es 16,9 puntos inferior al del tercio más rico. Hace tres años, la diferencia era de 12,7 puntos. Sin duda, aquí hay algo más que un simple efecto de humo y espejos de los medios de comunicación.

¿Es Estados Unidos un paraíso económico?

También hay que señalar que el crecimiento estadounidense, construido sobre la base de una inyección masiva de dinero público (casi el 20% del PIB en cuatro años y un déficit público cercano al 6% del PIB), no es en absoluto excepcional. La subida del 2,5% en 2023 está en línea con la media de la década anterior, y es inferior a la de la primera década del siglo. Aunque la tendencia actual es superior a la del periodo 2009-2019, sigue estando muy por debajo de la tendencia anterior a la crisis de 2008. Por tanto, no estamos en una década de crecimiento acelerado.

Pero economistas como Paul Krugman hacen especial hincapié en los efectos del "milagro del empleo" estadounidense. La creación de empleo y el bajo desempleo se consideran signos de irracionalidad política. Pero quienes viven a diario este pseudomilagro parecen menos entusiastas que el "Premio Nobel de Economía".

Según Gallup, en abril sólo el 49% de las personas pensaba que era un buen momento para tener un empleo de calidad. Se trata de un nivel particularmente bajo: en octubre de 2021, el 60% respondía afirmativamente, y hay que remontarse a abril de 2017 para encontrar un nivel semejante. En otras palabras, la calidad de los empleos sigue deteriorándose.

Además, este milagro del empleo es sobre todo el resultado de una menor participación en el mercado laboral. En marzo de 2024, el 62,4% de los estadounidenses mayores de 16 años formaban parte de la población activa. Esta cifra era inferior a la de febrero de 2020 (63,3%) y no se registraba desde septiembre de 1977, antes de la crisis sanitaria.

En 2000, esta tasa superaba el 67%. Por supuesto, el envejecimiento de la población está contribuyendo a reducir esta tasa, pero no explica la recesión posterior a la crisis, ni la amplitud del descenso desde la década de 2000. Esto último sólo puede explicarse por una caída de la salud general de la población o por unas condiciones de trabajo demasiado deterioradas para convencer a una parte de la población de aceptar los empleos que se ofrecen. En ambos casos, la satisfacción con la situación económica sólo puede relativizarse.

El otro factor importante para explicar esta insatisfacción es la naturaleza del gasto. Si se examinan en detalle las cifras del PIB, se observa que el aumento del consumo de los hogares viene impulsado desde hace varios años por la "restricción del gasto", sobre todo en servicios de mercado (guarderías, por ejemplo) y sanidad. Sólo en el primer trimestre de 2024, el gasto en servicios sanitarios privados representó nada menos que el 35% del aumento total del consumo de los hogares. Si añadimos los alquileres y los servicios financieros (seguros, gastos bancarios diversos), obtenemos dos tercios del aumento de este consumo.

Este es sin duda uno de los elementos cruciales del malentendido de los economistas: si los reducidos aumentos de los salarios reales son engullidos por los gastos forzosos, sobre todo en sanidad, entonces la sensación de mal humor de los hogares no es necesariamente irracional, aunque estos gastos se traduzcan en un aumento del PIB.

Lo que el PIB no mide...

Lógicamente, esta tensión entre los "sentimientos" y las cifras de los economistas debería llevar a criticar el instrumento que utilizan para medir la "salud" de la economía estadounidense. Éloi Laurent, investigador en Sciences-Po París y autor de Sortir de la croissance (Les Liens qui libèrent, 2019) y Coopérer et se faire confiance (Rue de l'échiquier, 2024), lleva años criticando el PIB. Señala que "el PIB se inventó en Estados Unidos para medir la salud de 'la economía' y enmascarar los problemas de desigualdad y todas las tragedias de la Gran Depresión que se documentaron en el arte y la literatura".

A partir de entonces, "la economía" se convirtió en una realidad autónoma, superior a lo que realmente vivían los ciudadanos. Y es esta escisión la que ahora se impone en Estados Unidos. "El PIB no mide la calidad de vida, mide los precios", afirma Éloi Laurent. Por tanto, es el producto de la ilusión de la mercantilización de la vida, pero también en este caso los precios no dicen nada sobre las realidades de la vida, y esto es precisamente lo que refleja la discrepancia entre "sentimientos" y cifras.

"La ineficacia del sistema sanitario estadounidense es una fuente de crecimiento", afirma Éloi Laurent. Y esto lo ilustra el peso del gasto sanitario en el consumo: los estadounidenses gastan mucho en su salud, pero este hecho no dice nada sobre su estado real de salud, ni siquiera sobre la eficacia de los tratamientos. La única realidad que se refleja aquí es que los hogares tienen que gastar cada vez más en sanidad. Si el sistema es caro e ineficiente, genera crecimiento, pero deja por el camino la sanidad pública.

Y aquí es donde entra en juego el "milagro" del crecimiento al otro lado del Atlántico, junto con otros factores más concretos, como la esperanza de vida. En este sentido, los datos son claros: Estados Unidos ha perdido dos décadas de mejora en la esperanza de vida al nacer. En 2022, será de 77,5 años, el mismo nivel que en 2004.

Antes de 2019, la esperanza de vida aumentaba, pero a un ritmo mucho más lento que en el resto del mundo desarrollado. Este estancamiento comenzó en la década de 1980. En 1982, la diferencia entre Estados Unidos y la media de los países desarrollados era de 0,6 años. En 2004, era de 2,8 años. En 2022, será de 4,7 años.

En cierto modo, es la otra cara de la famosa diferencia de crecimiento con Europa. El crecimiento estadounidense tiene un alto precio. Esto también quedó patente durante la crisis sanitaria: Estados Unidos optó por "sacrificar" vidas a cambio de crecimiento, lo que explica en parte por qué ha superado la tendencia del PIB anterior a la crisis.

"El crecimiento se inventó en Estados Unidos, y es en este país donde ahora podemos ver concretamente sus límites", subraya Éloi Laurent, para quien la realidad de la sociedad al otro lado del Atlántico está "fracturada y al borde del colapso". "Y eso, añade, no se refleja en el PIB".

Las desigualdades, las condiciones de trabajo, el medio ambiente y la salud no se reflejan en esas halagüeñas cifras de crecimiento". En mayo del 2023, el Administrador de la Sanidad Pública dio la voz de alarma sobre la "epidemia de aislamiento social y soledad" en Estados Unidos.

Una situación que aumenta el riesgo de enfermedades mentales, cardiovasculares y drogadicción, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades. El estado aparentemente ideal del mercado laboral apenas refleja esta realidad, que, por el contrario, fomenta el crecimiento gracias al gasto sanitario y reduce el desempleo gracias a la menor participación en el mercado laboral.

Pues mientras Joe Biden y los economistas próximos a los demócratas alaban el crecimiento estadounidense, la desigualdad, la salud y el medio ambiente quedan fuera del alcance de las políticas económicas. El famoso plan IRA (Inflation Reduction Act) ha supuesto sin duda un importante impulso al crecimiento, al igual que los planes anteriores puestos en marcha para hacer frente a la crisis sanitaria.

Pero estos planes no dejan de ser ayudas clásicas al crecimiento que prestan muy poca atención a la calidad de ese crecimiento. Como señala Éloi Laurent, "detrás de las cifras del PIB per cápita hay realidades muy diferentes". El compromiso entre Joe Biden y los senadores de derechas del Partido Demócrata sobre el plan IRA daba prioridad a los grandes agregados macroeconómicos, incluso favoreciendo nuevas concesiones petrolíferas y aumentando las subvenciones al capital.

El crecimiento no salvará la democracia

La discrepancia entre el crecimiento medido por el PIB y los sentimientos de la gente no es solo el resultado de la propaganda trumpista; también es el producto de lo que el PIB no mide, que sin embargo está en la raíz del crecimiento y que realmente experimentan los individuos.

"El PIB es la ilusión de la monetarización", dice Éloi Laurent. Es en esta ilusión en la que Paul Krugman y otros intentan atrapar el debate. Pero al poner precio a todo, este indicador pasa por alto las realidades que tienen peso político. E ignora la realidad social que viven los estadounidenses.

El debate sobre la traducción política del crecimiento es, pues, un callejón sin salida. Limita la elección política al fetichismo del mercado y favorece indirectamente lo que Éloi Laurent llama el "crecimiento autoritario" promovido por Donald Trump en Estados Unidos. Como el crecimiento no da frutos, pero no se cuestiona en el debate, entonces la huida hacia delante propuesta por la extrema derecha se convierte en la alternativa. Pero una vez en el poder, la crítica al crecimiento se hace imposible.

Por eso Éloi Laurent advierte: "No podemos salvar la democracia con el crecimiento". En su opinión, hablar de que Europa se está quedando atrás respecto a Estados Unidos es un callejón sin salida. "La alternativa al modelo estadounidense es el Estado del bienestar europeo", afirma. En lugar de cuestionarlo en la carrera por el crecimiento con Estados Unidos, sería más sensato centrarse en reforzar las políticas sanitarias, medioambientales y de apoyo social".

Pero la ilusión del crecimiento, reflejo del fetichismo del mercado, tiene una realidad concreta, que es promover la acumulación capitalista. Por tanto, cuestionarlo va al corazón mismo del sistema económico. Esa es otra razón por la que los economistas prefieren seguir arrimándose a él.

es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.
Fuente:
https://www.mediapart.fr/journal/international/020524/etats-unis-pourquoi-la-croissance-ne-seduit-pas-les-citoyens
Traducción:
Antoni Soy Casals

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