Diego Genoud
Jesús Arboleya
Rafael Hernández
15/11/2024
La ayuda de Trump a Milei, la verdadera ultraderecha y la alternativa de los desesperados
Diego Genoud
Sin haber asumido el poder, el triunfo de Donald Trump ya tiene consecuencias dentro y fuera de Estados Unidos. El gobierno de Javier Milei supone que desde ahora una potencia global legitima su intento local de exterminar a las organizaciones colectivas que no responden al poder económico. Aunque Trump tiene una agenda complicada en todos los frentes, la extrema derecha es puro triunfalismo y apuesta a que la anuencia social le permita prolongar la fiesta financiera hasta las elecciones legislativas.
La doble victoria de Trump -en el Colegio Electoral y sobre todo en el voto popular, después de 20 años- aceleró en los últimos días un proceso discreto que se había iniciado antes del 5 de noviembre. El staff del Fondo Monetario Internacional comenzó a dar pasos agigantados para completar la Evaluación Ex Post del programa que el Frente de Todos firmó con el organismo. Aunque todavía queda pendiente un desembolso y el programa no finalizó, El Destape pudo confirmar que la burocracia del FMI tomó nota del cambio de aire y contactó al menos a tres importantes ex miembros de la gestión económica del peronismo para avanzar con un balance de algo que todavía no terminó. Hasta hoy oculto, el objetivo del staff del FMI es claro: cumplir con el reglamento interno que obliga a cerrar una evaluación antes de firmar un nuevo programa y tener todo listo para volver a darle un préstamo a la Argentina de Milei. La urgencia es del gobierno de Milei, que necesita nueva deuda para financiar el dólar electoral planchado, pero también del organismo que le prestó a Mauricio Macri la cifra demencial que representó un 1227% de la cuota permitida para Argentina y más que triplicó lo aceptado para los créditos Stand-By standard.
Alcanza comparar cuánto tardó el Fondo en hacer la misma evaluación cuando el FDT canceló el préstamo que había tomado Macri y decidió prescindir de 13000 millones de dólares de los U$S 57000 que se le habían autorizado. Recién en diciembre de 2021 se conoció el balance que ahora se apura entre Buenos Aires y Washington. Si Caputo logra aumentar otra vez la deuda externa argentina, la pregunta es con qué condicionamientos y con qué objetivo lo hará el Fondo: si será para fortalecer reservas, para reeditar la formación de activos externos o para pagarle a los fondos de inversión de Wall Street que financiaron el primer festival de deuda del reincidente Caputo hasta que se dieron vuelta y desataron la crisis del macrismo.
La hipotética visita de Milei a Mar-a-Lago y la designación del nuevo embajador en Washington podrían colaborar con ese proceso. Si el converso Daniel Scioli tiene el aval de Guillermo Francos, el candidato preferido de Milei es Demian Reibel, el asesor estrella que vive en Nueva York, donde fundó el fondo de inversión QFR Capital Management. Reidel está obsesionado con Silicon Valley, acompañó a Milei en los encuentros con Elon Musk y repite que una Argentina sin dólares puede convertirse en el cuarto polo mundial de la Inteligencia Artificial.
Sin haber cedido jamás a la presión del partido republicano que trató de jubilarlo durante cuatro años, el proteccionista Trump volvió al poder con el bonus track del voto de trabajadores y sectores medio bajos que antes votaban a los demócratas. Entre el cúmulo de razones que explican su regreso, la primera es que no tuvo oposición. La interna se redujo a la de su ex embajadora ante la ONU Nikki Haley, que solo pudo ganarle en un estado en las primarias. La externa fue la de un partido capturado por los intereses del establishment y los límites de un imperio menguante, que ya no puede con todo. Los demócratas cambiaron de candidato en medio de la campaña pero no de mensaje. El eje principal continuó siendo el de plantear una elección entre democracia y autoritarismo, algo parecido a lo que intentó UP ante Milei sin siquiera plantearse la pregunta de cómo la dinámica actual del capitalismo convive o condiciona esa democracia.
Lo que hubo no fue solo una rebelión anti woke como dice la extrema derecha y sus satélites sino un castigo a un gobierno que dedicó demasiados esfuerzos en financiar guerras ajenas y no pudo revertir el deterioro del poder adquisitivo que provocó la inflación pospandémica. En la gran potencia de Occidente, el debate sobre el eventual default de la deuda estadounidense fue el tema con el que los republicanos arrinconaron a Biden durante los últimos dos años en el Congreso. En una carrera de discursos xenófobos, la oposición le exigia a Biden dejar de financiar a Zelensky para blindar la frontera sur y expulsar a los migrantes que cruzan la selva del Darién para huir de países demasiada veces afectados por políticas de Estados Unidos. También las juventudes demócratas y de izquierda reclamaron dejar de respaldar a Netanyahu con inéditas movilizaciones que Biden prefirió ignorar.
Trump se convirtió en una excepción histórica, el único ex presidente que vuelve al poder en los últimos 150 años después de perder una elección. La pandemia, que lo eyectó del poder, ahora fue uno de los factores que lo trajo de regreso. “Es la economía estúpido”, el eslogan de Clinton, se volvió en contra de los demócratas. Aunque la inflación se redujo en 2024 a la tercera parte de lo que fue en 2022 no alcanzó para recomponer ingresos de una sociedad gobernada por el mercado. Entre el aumento de precios y el pleno empleo, las nuevas generaciones se plegaron al sindicalismo en grandes compañías como Amazon, Starbucks y Apple, algo que no pasaba hace décadas. Biden tuvo que competir con Trump para ganar el respaldo de los grandes sindicatos y perdió el apoyo de la clase trabajadora. A sus 83 años, Bernie Sanders lo vio mejor que Biden.
Ahora, el multimillonario republicano tiene la posibilidad de liderar una ofensiva inédita contra el deep state que no le respondió como hubiera querido en su primera aventura. Con más poder, decisión y conocimiento y sin reelección, Trump debe resolver una serie de dilemas sin solución. No va a ser fácil, como lo advierten algunos analistas que ya empiezan a hablar de “Trump-flation”. Es lo que puede pasar si el proyecto MAGA intenta cumplir con todas sus promesas: abandonar la política antimonopolio de Biden en algunas áreas, permitir un boom de las fusiones empresarias como el que ya prevé Wall Street, aumentar el presupuesto, subir la tasa de interés y elevar los aranceles a los productos chinos. Además, por su baja tasa de natalidad y el grado de envejecimiento de la población, la economía depende de los migrantes que los republicanos desprecian y la política de fronteras cerradas podría impactar también en los precios.
Frente a demócratas que tuvieron el respaldo del establishment y de Wall Street, Trump se apalancó en las red de redes y la apuesta militante de Musk desde X. Ese vínculo asoma crucial para lo que viene. El magnate libertario estuvo en los festejos de Mar-a-Lago con su familia y destacó la apuesta de Trump a los programas de youtube como en el Joe Rogan que vieron 50 millones de personas, en su mayoría jóvenes.
Según un informe de AP, si Trump impone aranceles del 60% a todas las exportaciones chinas, puede afectar fuerte el crecimiento económico que proyecta el gigante asiático, hoy golpeado por alto desempleo juvenil, crisis inmobiliaria y deuda gubernamental. Es lo que hizo en su primer mandato, cuando impuso aranceles a más de 360 mil millones de dólares en productos chinos y forzó una negociación que derivó en una tregua comercial. Biden mantuvo la mayoría de esos aranceles y sumó este año otros al acero, los paneles solares y los autos eléctricos. Un acuerdo entre Trump y Xi Jinping para desactivar la guerra en Ucrania podría servir de acercamiento.
En Estados Unidos, algunos anticipan que el imperio de Musk puede cumplir un papel similar al de Google durante la presidencia de Barack Obama, cuando 29 ejecutivos de la compañía aterrizaron en la Casa Blanca y ocuparon puestos clave en las agencias federales. Musk, que presiona por apoyo estatal para pelear la carrera de la Inteligencia Artificial, ya recuperó parte de lo invertido en campaña con la suba de las acciones de Tesla. Detractor de la industria de los autos eléctricos, Trump puede quitarle subsidios al sector, algo que podría afectar sobre todo a los competidores rezagados de Musk.
Tan o más importante es el rol que el dueño de X puede jugar en la relación de Trump con China porque hoy la fábrica de Tesla en Shanghai -que abrió en 2020- produce la mitad de sus autos eléctricos. Según la revista de negocios Caijing, los ejecutivos chinos de autos eléctricos esperan que Musk incida en Trump para que abrace la industria y permita a las empresas chinas construir fábricas en Estados Unidos para aumentar la fabricación nacional y la creación de empleo. Musk, que estuvo en Shanghai en abril pasado, tiene un vínculo estrecho con la primera plana del gobierno de Xi Jinping. También el CEO de JP Morgan, Jamie Dimon - que rechazó ser secretario del Tesoro de Trump-, el de Starbucks, Laxman Narasimhan y el director ejecutivo de Apple, Tim Cook, tienen intereses en China. A principios de mayo, en la reunión anual de su fondo de inversión Berkshire Hathaway, el magnate Warren Buffett y su mano derecha Charlie Munger consideraron que las tensiones entre Estados Unidos y China eran "estúpidas" y plantearon que las dos potencias se necesitan mutuamente. Buffet tiene intereses en China desde hace años.
La asociación que el gobierno de Milei de la protesta con el terrorismo y la extorsión es parte de una ofensiva global de la ultraderecha, que el ideólogo Agustin Laje explicita con más detalle que Santiago Caputo. El influencer de la nueva derecha afirma que los demócratas ganaron las últimas elecciones con el voto de los ricos acomodados y el discurso de minorías victimizadas. Además, sostiene que el continente americano estuvo gobernado por la izquierda por un “accidente histórico”. “Ahora vamos a ver la derecha de verdad. Hasta ahora, estaba la tesis de que para enfrentar a la izquierda había que ir por el centro, había que ser bienpensante, políticamente correcto, había que fingir ideas que no teníamos simplemente para agradar y nadie podía decir ‘yo soy derecha’. Estábamos en el clóset. Lo que pasó en Argentina muestra que a la izquierda se la combate por derecha, no se la puede combatir por centro”, afirmó Laje el miércoles pasado, con alusiones críticas a Macri. Este miércoles, el politólogo de extrema derecha va a lanzar la Fundación Faro en Buenos Aires.
Una encuesta nacional de la consultora Sentimientos Públicos revela la profundidad del dilema opositor. Como contó El Destape, el trabajo muestra que el peronismo sigue siendo la opción predilecta de los que rechazan a Milei: el 51,5% de los consultados dice que existen chances altas -34%- o intermedias -17,5%- de votarlo. Su principal fortaleza está en la provincia de Buenos Aires, donde el 54% manifiesta voluntad de votarlo. Pero es un peronismo que ve envejecer a su base social y se aleja cada día más del voto joven: apenas el 37% de los menores de 29 años admite alguna posibilidad de votar peronismo, mientras el 63% de los jóvenes lo rechaza de plano.
Del análisis en función del voto en primera vuelta de 2023, hoy casi un 20% de los votantes de LLA se reconocen con chances de votar al peronismo: son, dice el estudio, los arrepentidos de Milei. La pregunta por qué tipo de peronismo hace falta es reveladora. El 45% dice que lo votaría solo porque las demás opciones son peores, el 25% apuesta por un kirchnerismo renovado, un 12% se inclina por un peronismo que vuelva a la doctrina de Perón, un 11% por un peronismo tecnológico postdemocrático al estilo chino y un 7% por un peronismo de centro con base en las provincias y apoyo de los sectores altos.
El estudio de la consultora que dirige Hernan Vanoli advierte una profunda mutación, de un partido de clases apalancado por el sueño argentino de inclusión y progreso, a un partido de clusters movidos por la ideología, la moral o la desesperación. Es, afirma, la opción de los desesperados, de los desahuciados por la recesión y de los indignados por la herejía simbólica libertaria.
El Destape, 10/11/24
Donald Trump y el hombre nuevo de la derecha
Jesús Arboleya
La victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, saca a flote las enormes contradicciones que hoy aquejan a la sociedad norteamericana. Sus mensajes fueron una convocatoria al egoísmo y la discriminación, sin embargo, votaron por él personas que se consideran caritativas, como el 62% de los evangélicos, muchos de los cuales lo perciben como el nuevo Mesías, y el 56% de los católicos, a pesar de los insistentes llamados del papa Francisco a favor de la solidaridad entre las personas.
A decir verdad, también hay muchos desvalidos a los que cuesta trabajo ayudar y no pocas víctimas de la discriminación votaron por el discriminador. Llama la atención que por primera vez en mucho tiempo el partido demócrata recibe más apoyo proporcional entre los electores ubicados en el tercio más adinerado, que entre los sectores pobres. En particular, resalta el voto favorable del 54% de los hombres latinos, a los que Trump no se cansó de insultar. Entrevistado por un medio de prensa, uno de estos hombres explicó su decisión: “hay que pagar los billes, lo demás no importa”, dijo. Es difícil no sentir pena ajena por un latino disfrazado de trumpista.
Donald Trump es la imagen viva de un ostentoso explotador, adorado por los explotados. De manera particular, por un movimiento obrero que desde el New Deal se identificó con los demócratas y ahora los culpa del desplome de sus niveles de vida. Bernie Sanders tiene razón, el partido demócrata está pagando el precio de haberlos abandonado, para responder a los intereses de los sectores neoliberales que dominan las estructuras del partido y son grandes cómplices de las transformaciones económicas generadas por la globalización, verdadera causa de sus desgracias. “Mientras los líderes demócratas defienden el estatus quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón”, dijo el senador por Vermont.
La salida por la derecha del descontento popular se explica porque el movimiento sindical nunca fue realmente unitario, sino que mayormente se limitó a defender los reclamos económicos de los grandes sectores industriales blancos, apartó a los trabajadores más pobres y estuvo traspasado por el racismo, la xenofobia y la discriminación de la mujer. También porque los avances sociales de los años 60 no cuajaron en la consolidación de una corriente de izquierda que articulara su doctrina, estableciera sus objetivos e impusiera sus condiciones al partido demócrata, donde habita porque no ha encontrado otro nicho donde guarecerse.
Donald Trump es un mentiroso al que muchos quieren creer, porque alimenta sus peores instintos. Fanáticos de la ley y el orden votaron por un delincuente convicto, dispuesto a quemar el país con tal de satisfacer su egolatría, que ahora quedará liberado de todas sus culpas, las viejas y las nuevas, toda vez que la Corte Suprema, diseñada a su imagen y semejanza, le concedió inmunidad para cualquier delito cometido durante el ejercicio de su cargo. Al Capone llegó al poder con salvoconducto para delinquir y perdonar a sus cómplices.
Otra vez una mujer, para colmo mestiza, fue rechazada por la mayoría de los votantes, entre ellos un 44% de las mujeres blancas y el 54% de los varones de la misma raza, el segmento más relevante entre los electores norteamericanos. La ignorancia también fue una aliada del trumpismo, el 54% de las personas sin instrucción universitaria votaron por el magnate y triplicaron la diferencia con los demócratas respecto a 2020. Aunque también lo hizo a su favor el 41% de los graduados, como para confirmar que no siempre las buenas intenciones anidan en las mentes más cultas.
El respaldo a Trump se identifica como una muestra de rechazo al sistema, pero aunque ciertamente estamos en presencia de una crítica muy abarcadora a las instituciones, dígase el ejecutivo, el congreso, el sistema judicial, incluso la prensa, se reafirma el individualismo y el culto al dinero que caracteriza a esa sociedad, así como sus tendencias sociales más reaccionarias. Según algunos sociólogos norteamericanos, este culto al dinero es el factor que más define a la cultura de esa nación, por eso Donald Trump es también un fenómeno cultural, difícil de asimilar en otros países.
Como ha dicho Christopher Robichaud, profesor de ética de Harvard: “Es cultural. América culturalmente, ha abandonado por completo una política de decencia y respeto y ha abrazado en su lugar una política de resentimiento, venganza, falsa nostalgia y acoso (…) Una cultura que ha descendido a este nivel de degradación no se arregla fácilmente. De hecho, puede que nunca se solucione”.
Llama la atención como, a partir de estas premisas, se transforma la cultura de los extranjeros cuando se asientan en Estados Unidos y transcurre el maldito proceso de convertir a los discriminados en discriminadores. Han sido los inmigrantes los más rechazados, toda vez que constituyen una amenaza al valor del salario y, por ende, un deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores que han logrado establecerse en el país. No existe contradicción entre el interés del capitalista por aumentar la tasa de ganancia mediante la devaluación de la fuerza de trabajo y la persecución institucional a los inmigrantes: mientras menos derechos tienen estas personas, más barato tienen que venderse. Efectivamente, Trump ha aumentado el apoyo de los hispanos gracias a su política anti inmigrante, porque el sistema los conmina a repudiar a sus semejantes.
La consigna “Make America Great Again”, se la robó Donald Trump a Ronald Reagan, pero quiere decir otra cosa. En el caso de Reagan fue un llamado a fortalecer el sistema hegemónico norteamericano, debilitado por la derrota en Vietnam, la crisis petrolera y otros acontecimientos internacionales. Fueron los vencedores de la guerra fría y los promotores de una filosofía neoconservadora orientada al dominio mundial de Estados Unidos, mediante el control del capital financiero y la difusión de las grandes empresas transnacionales, en el entendido de que Estados Unidos actuaría sin competidores equivalentes. Con más o menos recatos “democráticos”, el desenfreno belicista, fuente de beneficios extraordinarios para el complejo militar-industrial, así como el desmedido uso del poder financiero para imponer sanciones a terceros, han sido los principales instrumentos de la política exterior estadounidense, sin importar el partido en el poder.
En lo que respecta a Trump, la consigna es una vuelta al nativismo más primitivo, condicionado por los efectos de esta globalización neoliberal sobre la economía doméstica estadounidense y el consiguiente deterioro de los niveles de bienestar de la sociedad norteamericana. En esto consiste el punto de demarcación de las corrientes que animan la política exterior del país y diferencian a demócratas y republicanos en este sentido. Ninguno está exento de una visión imperialista ni descarta el uso de la fuerza, militar o económica, para imponer sus condiciones al resto de los países, pero parece que Trump no está animado por la pretensión de establecer un sistema único de dominación mundial, como proponen los demócratas, sino que concibe estos instrumentos como recursos para “negociar” con ventaja, a favor de los intereses específicos y concretos de Estados Unidos. Esto explica sus condicionamientos a la alianza con Europa y su crítica a la promoción de guerra en Ucrania, a costa de los contribuyentes norteamericanos.
Los países del Tercer Mundo tampoco salen bien parados de la aplicación de esta lógica, toda vez que los “intereses específicos y concretos” incluyen la explotación de nuestros recursos, el maltrato a nuestra gente y el desconocimiento de nuestros derechos. Donald Trump actúa como el “abusador del barrio” y por eso es el líder del “hombre nuevo de la derecha” en una sociedad enferma. La única manera de pararlo es enfrentándolo.
Progreso Weekly, 13/11/24
¿Antídotos a Trump? Comentarios sobre política cubana
Rafael Hernández
El pasado fin de semana, mientras escuchaba a artistas y escritores en congreso, volví a pensar que nuestra relación con los EE. UU. es, en primerísimo lugar, un problema cultural. Aunque no hubo tiempo allí para debatir esa relación, y extraer lecciones prácticas que sirvan para mejorarla, me vino a la mente una pregunta: ¿Cuán conscientes y preparados estamos para asumir ese encuentro entre las dos sociedades que ha ido emergiendo en los últimos veinte años? Ya que entender esa relación no es una materia optativa, o que podamos dejar para luego porque supuestamente nos “distrae de resolver nuestros propios problemas” o porque, no siendo dirigentes ni diplomáticos, es cosa ajena.
Aunque el resultado de las elecciones en EE. UU. pueda impulsarla o no en cierta dirección, esa relación entre países no depende, estrictamente hablando, de quién haya ganado. Siendo un fenómeno cultural, atañe a corrientes de intercambio que subyacen en la sociedad cubana adentro y afuera; así como a nuestra capacidad para entender al vecino de los altos, con su imperialismo que nos azoca desde hace más de siglo y medio, y con su cultura y sociedad que hacen parte del ajiaco que somos (Fernando Ortiz dixit). De ahí por qué importa tanto una conciencia crítica para mirarla (y verla) de frente, y en su complejidad.
No hemos sido los únicos espantados ante el hecho de que un político de la nueva ultraderecha, cuyo auge se extiende a Europa y América Latina, vuelva a entronizarse en la Casa Blanca; dentro de un sistema presidencialista, en el que el Ejecutivo concentra un poder descomunal.
De hecho, muchos están más preocupados que nosotros con la segunda temporada de Trump, incluidos algunos de sus aliados y adversarios. Hasta podría decirse que, entre todos los latinoamericanos y caribeños, somos los más preparados: ninguno como Cuba acumula tanta experiencia de la hostilidad de EE. UU., al punto de hacérsenos costumbre. De hecho, hemos estado mucho menos habituados a los buenos modales y el tono conversacional de Barack Obama que al estilo brutal y amenazante de Donald Trump.
Aunque un amigo mío me había apostado que Kamala Harris triunfaría de calle y le propinaría una pateadura a Trump, preferí optar, como “hipótesis de trabajo”, por que la ultra volvería a ganar, y la tendríamos otros cuatro años. En ese escenario “de horror y misterio”, descartaré la creencia comúnmente aceptada de que los políticos de EE. UU. se suavizan con Cuba en su segundo mandato. Primero, porque esa tesis tan repetida carece de suficiente evidencia; y segundo, porque nada hace pensar que DT tenga algún interés especial hacia la isla, ni siquiera el dictado por la lógica de los negocios, como imaginé cuando fue elegido en 2016. Y como no le interesa, se la puede dejar a cualquiera, sea Marco Rubio o la Asociación de Veteranos de la Brigada 2506. Como dicen ellos, who cares?
Me interesa discutir qué podemos hacer para fomentar relaciones e intereses que contrarresten los efectos de una nueva presidencia de Trump. Y, dado que la política se basa más en intereses que en otras afinidades, ¿qué pueden querer los estadounidenses que los cubanos podamos ofrecerles, y con qué ventajas comparativas?
A diferencia de lo que suele asumirse, no estamos en cero. Cuba y EE. UU. tienen intereses comunes identificados en áreas de cooperación como migración, narcotráfico, protección del medio ambiente, aplicación de la ley, enfrentamiento al delito, etc. En esos temas, el principal interlocutor ha sido más Homeland Security (DHS) que el Departamento de Estado; y en ningún caso el Congreso.
A las agencias que operan bajo la sombrilla del DHS, desde el Servicio de Guardacostas hasta el FBI, pasando por la DEA, contar con la cooperación con Cuba y el diálogo con sus instituciones resulta de mayor interés, no solo como agenda bilateral, sino en su cobertura del Caribe, con el que la isla mantiene relaciones estrechas.
Si pensamos en la cooperación de Cuba con el Caribe post Guerra Fría, encontraremos áreas que pueden servir de guía para pensar relaciones alternativas con EE. UU. Más allá del comercio y el turismo, están la salud pública, la educación, la defensa civil contra los huracanes, la seguridad nacional y pública, el desarrollo de las industrias culturales, la protección del medio ambiente.
En esta columna me he referido antes a las relaciones subnacionales; es decir, entre actores en Cuba y en diversos estados de la Unión; así como con distintas agencias públicas descentralizadas de EE. UU.
Instituciones de salud pública dedicadas al enfrentamiento de epidemias han mantenido comunicación y han cooperado, mucho antes de la pandemia de COVID-19, en relación con enfermedades en humanos y animales, aquí, y en otros países, como Haití y Africa Occidental, en torno al dengue hemorrágico y el ébola. Esta cooperación abarca periodos con Administraciones republicanas.
En materia de medio ambiente, defensa civil y salud, Cuba ha cooperado, digamos, con el Gobierno de Luisiana, a partir de la recuperación posterior al huracán Katrina (2005). Y ha mantenido durante años relaciones con agencias dedicadas a la protección del medio ambiente, en especial las áreas marinas compartidas en las fronteras entre ambos países, la fauna de aves y peces que migran constantemente entre los territorios.
Se han desarrollado programas de intercambio entre universidades y fundaciones de EE. UU., y centros cubanos de educación superior, instituciones culturales, científicas y de salud, como el IPK, el Instituto Superior de Arte, el Cenesex, la Casa de las Américas, y las principales universidades cubanas. Organizaciones académicas como LASA han acogido a numerosos miembros residentes en la isla. Y estudiantes estadounidenses se han graduado de medicina en la ELAM y de otras carreras.
La mayor parte de estas relaciones han tenido lugar, sin embargo, por iniciativa del lado de allá. Las instituciones cubanas involucradas han mantenido una política reactiva, que se limita a aceptar propuestas. No se han dedicado a trazar una estrategia de estrechamiento de la colaboración, ni a explorar nuevos interlocutores del otro lado.
Una dimensión principal de las relaciones subnacionales ha sido el aprovechamiento de las oportunidades comerciales abiertas en las pocas rendijas del bloqueo, en particular a nivel de los Estados. También bajo Administraciones republicanas.
Como se sabe, desde el principio, el Gobierno cubano ha tenido un papel principal en esas compras, sobre todo de alimentos. Se trata de transacciones anómalas en términos del comercio internacional, pues carecen de créditos bancarios y otros aseguramientos, se realizan mediante pagos en efectivo y a través de bancos en terceros países. Aunque no dispongo de datos precisos, desde que las empresas privadas cubanas (mypimes) se expandieron en el comercio interior de la isla, estas han adquirido un peso ostensible y creciente en esas operaciones.
Empiezo por señalar que, según las cifras disponibles sobre comercio EE. UU. – Cuba, en los años de Trump (2017-2021), esas ventas se mantuvieron incluso por encima del periodo de Obama; y cayeron relativamente durante la Administración Biden, especialmente en los años de la pandemia, recuperándose posteriormente.
Al informar sobre datos de exportaciones a Cuba en 2022, el Observatory of Economic Complexity dice que la mayor parte de su valor total (341 millones) fueron alimentos, consistentes en carne de pollo (86% del valor total), soya y maíz, seguidas por “vehículos”, así como algunos productos lácteos, huevos, café y otros comestibles. Esta composición se mantuvo hasta el verano de 2024. Los estados desde donde se originaron fueron Florida (más de la mitad del valor total), seguido por Georgia, Mississippi, Texas y Luisiana.
Curiosamente, los 5,6 millones que EEUU importó de Cuba en 2022 consistieron en productos culturales: “pinturas” (4.7 millones), además de “antigüedades” y “esculturas”. Aunque decrecieron en 2023-2024, la composición de estas importaciones se mantuvo, destinadas a NY (casi la totalidad) y Florida.
Dejo para otro momento el análisis de las relaciones con intereses corporativos y congresistas de algunos de esos estados, donde por cierto prevalece el rojo de los republicanos. Solo recordar que tanto ellos como los demócratas tienen la misión de promover los intereses económicos del patio, especialmente fomentar las exportaciones. La existencia de un mercado potencial tan cercano como el de Cuba no les resulta despreciable.
Para terminar, vuelvo a nuestra política interna y a la cuestión cultural.
A sabiendas de que desde hace años las pinturas y esculturas se clasifican como “productos informativos” exentos del bloqueo, y que los compradores de arte cubano pueden entrarlas legalmente en EE. UU., le consulto sobre el tema a un amigo del gremio. El también se sorprende ante el dato de que las obras de artes plásticas resulten un rubro de importación descollante en esa balanza comercial tan asimétrica. Y me comenta sobre la anomalía del mercado del arte en Cuba.
Los compradores no se dirigen a las galerías cubanas o a instituciones que promuevan el mercado interno del arte, porque el perfil de estas instituciones es muy bajo, y porque la estructuración del mercado del arte es ineficaz. Sin un mercado interno estructurado, como existe dondequiera, dice él, prevalece la informalidad: los compradores van directamente a los ateliers de los artistas, negocian precios, y cumplen con el registro para extraerlas legalmente.
Existen regulaciones que limitan el monto de obras que pueden venderse (digamos, que “topan” ese monto), pero controlarlo es azaroso, mientras que los artistas pueden mandar al exterior obras suyas para participar en exposiciones. De hecho, se convierten en sus propios exportadores. Especula mi amigo que esas sean las vías por las que galerías de Nueva York y de Florida reciben y comercializan ese arte. Todo legal.
Como en una nuez, este pequeño gran ejemplo del mercado del arte sirve para ilustrar el punto central de este artículo: cómo abrir y utilizar los canales paralelos que han ido habilitándose entre los dos lados, al margen de las relaciones intergubernamentales. Y cómo la estructuración de un mercado interno con reglas claras, realistas y viables resulta una precondición para lograrlo.
El ejemplo al canto es el del papel de las mymipes en expandir una relación comercial cuyas cifras ya puse más arriba. Dado el espacio que esos actores tienen en las regulaciones del Gobierno de EE. UU., aprovecharlo parece lo más razonable y útil para el interés nacional. No es ningún descubrimiento que cuando ellos (el Gobierno y sus adláteres políticos) flexibilizan las tuercas del bloqueo para empresarios o artistas, están apostando a que son los sepultureros del sistema y a erosionarlo desde dentro. Pero reaccionar ante esa intención imponiendo restricciones es una manera de seguirle la rima a esa política. Más bien podríamos aprender de los maestros de judo: para lidiar con un contrincante más grande, hay que hacer uso inteligente del impulso de ataque del contrario a favor nuestro. En otras palabras: una política consistente y estable hacia los actores privados es un antídoto clave ante el escenario de nuestras relaciones en el futuro previsible.
El último de esos antídotos es las relaciones con los emigrados. Sobre este tema no tengo nada que agregar a lo argumentado en esta columna, y en trabajos de investigación. Esas relaciones también son política interna, porque se trata del espacio de los emigrados como ciudadanos cubanos.
Me limitaré a compartir una propuesta planteada en el Congreso de los escritores y artistas: “Institucionalizar las relaciones con la cultura cubana en el exterior, mediante mecanismos permanentes, que permitan desarrollar canales y medios que faciliten las relaciones con quienes se identifiquen como cubanos en otros países, y en particular, expandir y profundizar el intercambio y la participación activa de escritores y artistas emigrados, para fomentar iniciativas comunes”.
Se trata, claro está, de una carretera de dos vías, que permita no solo lidiar con el bloqueo, sino asumir el carácter estructural de esa emigración respecto a la sociedad cubana presente y futura.
Un guajiro amigo mío que cultiva café en las lomas me preguntaba la última vez quién iba a salir en las elecciones de EE. UU. Le dije que no sabía, naturalmente; pero que haríamos bien en prepararnos para que saliera el peor de todos. Cuando lea este artículo me dirá seguramente que es un bocado demasiado grande para masticarlo de una sola vez.
Yo le diré que sigamos rumiándolo en otras conversas, cuando pase este huracán, cuyo nombre en hebreo antiguo evoca el poder de la curación. Y que tampoco será el último.
OnCubaNews, 06/11/24