Luca Celada
07/10/2023
La última hazaña de Elon Musk es una clara muestra de que el multimillonario no tiene realmente límites a su autoestima: ataviado con un sombrero vaquero de los Texas Rangers, anunció desde la frontera con México que había ido allí para mostrar a sus millones de seguidores "lo que realmente está pasando" en la frontera meridional de los Estados Unidos.
Su emisión en directo a través de la plataforma Space del antiguo Twitter (ahora "X") no mostró nada nuevo en el contexto de las angustiosas imágenes que ya conocemos de las fronteras entre el norte y el sur del mundo. Más que nada, lo que se exhibía era otra película, que se reproducía en la propia cabeza de Musk, en la que él mismo es protagonista como periodista de investigación e incansable defensor de las verdades ocultas. Aquí, el enemigo implícito contra el que luchaba era la noción de "abrir las fronteras a cualquiera", algo que parece escandaloso para el magnate sudafricano, él mismo inmigrante en Estados Unidos, y que obtuvo su “green card” por méritos sobresalientes en el campo empresarial.
Para Musk, el personaje del Llanero Solitario de la verdad es otro más que le gustaría añadir al de demiurgo tecnológico y oligarca global, invitado habitual de altos funcionarios y amigo de confianza de ciertos líderes gubernamentales. Es un magnate con intereses políticos e incluso geopolíticos que van más allá de la soberanía nacional: véase el papel de su sistema de Internet por satélite Starlink en la guerra de Ucrania, y sus tratos directos con los Estados Unidos, Ucrania y Rusia.
Como reveló el perfil que le dedicó Ronan Farrow en el New Yorker, Musk, en tanto que empresario, tiene una influencia desmesurada en los escenarios geopolíticos, así como en la política interna de muchos países. Su incursión, a cañonazos, en la cuestión migratoria está en sintonía con las obsesiones de la “alt-right” (inmigración y "censura"), con las que Musk -y su plataforma- se alinean ya definitivamente. El viernes, el jefe de X contraatacó a las críticas con un llamamiento a los usuarios a redoblar sus esfuerzos de periodismo ciudadano para luchar contra el monopolio de los grandes medios. Justo el día anterior, había cerrado el departamento "X" encargado de luchar contra la propaganda y las noticias falsas en la plataforma, que tuvo un papel probado en el asalto al Capitolio.
Mientras tanto, se puede tener una idea de cómo es realmente el periodismo "imparcial", según Musk, a partir de la entrevista de Tucker Carlson con Donald Trump, presentada por X. Carlson era la antigua estrella conservadora que al final resultó demasiado polémica para Fox; después, Musk le concedió una plataforma. No es de extrañar: desde que el multimillonario sudafricano compró Twitter, la plataforma social se ha convertido en un pozo negro de figuras racistas, xenófobas y extremistas, muchos retuiteadas por el propio Musk y amplificadas a sus 150 millones de seguidores. A menudo lo hace añadiendo comentarios lacónicos como "Interesante" o "Preocupante" a tuits de los numerosos extremistas que Musk ha vuelto a dejar entrar en la plataforma, entre ellos Trump, Kanye West, el misógino militante Andrew Tate o el neonazi Nick Fuentes. Y el propio Musk escribe tuits incendiarios cuyos objetivos incluyen a personas transgénero y la clásica "conspiración judía" (el mes pasado acusó a George Soros de "querer nada menos que la destrucción de la civilización occidental").
El antisemitismo rampante del sitio digital ha provocado críticas de numerosos observadores de derechos civiles, como el Center for Countering Digital Hate, que ha documentado la negativa de X a eliminar contenidos violentos, hasta cuando se denuncian. En respuesta, Musk demandó a la ONG por difamación. La semana pasada, el testarudo multimillonario organizó un programa en directo con Benjamin Netanhyahu, una operación de imagen coordinada para blanquear las políticas del primer ministro israelí y absolver implícitamente a Musk de las acusaciones de antisemitismo. Este modelo de transacción "mutuamente beneficiosa" convierte a Musk en el aliado perfecto de autócratas y reaccionarios de todo el mundo, y viceversa.
En su deriva extremista, Musk ha conseguido enajenarse tanto a los usuarios como a los anunciantes de la plataforma y ha demolido sistemáticamente una plataforma que había sido, para bien o para mal, un canal transversal de discurso político, cultural y periodístico en el panorama de las redes sociales.