Albino Prada
28/11/2022Algunos indicadores sustantivos del progreso social que Pinker revisa –y certifica- en este voluminoso ensayo[1] tienen un anclaje básico y determinante en la economía fósil. En sus propias palabras:
“cuando la revolución industrial liberó un surtidor de energía utilizable a partir del carbón, el petróleo y la fuerza del agua posibilitó el Gran Escape de la pobreza, la enfermedad, el hambre… y el siguiente salto en el bienestar humano, el final de la pobreza extrema y la propagación de la abundancia con todos sus beneficios morales, dependerá de los avances tecnológicos que proporcionen energía a un coste económico y ambiental aceptable para el mundo entero” (47)
Siendo así, llama la atención que mientras una página antes de esta cita anota cómo las sociedades recolectoras-cazadoras consumían tres mil calorías diarias y las agrícolas veinte mil, nada nos diga en su voluminoso ensayo sobre la cifra actual que nos permitimos con aquel “surtidor”. Nos quedamos sin saber la cifra homogénea de calorías diarias tras el Gran Escape. Una ausencia inquietante sobre un dato central en el argumento del ensayo.
Por fortuna contamos con evaluaciones muy bien acreditadas al respecto. En el año 1971 Earl Cook publicó un artículo[2] de referencia sobre el particular del que tomo una gráfica de la evolución de consumos de energía por persona a lo largo de la historia humana que se reproduce más abajo.
Según este autor partiríamos de unos consumos de 5.000 por persona (cazadores-recolectores) para pasar a 26.000 en las sociedades agrarias (en el mismo orden de ascenso que señalaba Pinker), para llegar a las 230.000 en la actualidad. Se habría multiplicado casi por diez los requerimientos energéticos asociados al surtidor fósil que posibilitó la revolución industrial (el Gran Escape).
De manera que mientras el primer salto agrario incrementó los consumos energéticos en 21.000 unidades por persona, el segundo salto industrial (basado en los combustibles fósiles) lo hizo en más de 200.000 por persona. Será este surtidor el que explique, de forma directa o indirecta, el “progreso” que cuantifica Pinker en variados indicadores a lo largo de su ensayo[3] (alimentarios, demográficos, de movilidad, etc.).
Mientras el primer escape agrario nos llevó a menos de mil millones de personas, el segundo lo hará a más de seis mil millones. No hace falta sino multiplicar los dos datos para entender la escala de la ola energética (el “surtidor” de Pinker) en la que estamos navegando… y del tsunami que estamos alimentando. En un caso hablamos de una escala de 1000x26 (población y consumo) y en el otro de 6000x240 (de generalizarse el modelo de progreso más exitoso), con lo que pasaríamos de un reto energético global de orden 26 a uno de orden 1440, más de cincuenta veces mayor.
Como además, según sus propias palabras, en la actualidad “los combustibles fósiles proporcionan el 86 % de la energía mundial” (179), con aquella progresión no es extraño que se considere que las emisiones de CO2 se nos están yendo de las manos (y con ello la incertidumbre climática). Un coste ambiental muy poco “aceptable” para el mundo entero. Algo en lo que incluso Pinker, con su fe en el progreso, está de acuerdo. Un escenario que ya es muy malo si el surtidor se agota, y aún peor si el surtidor no se agota.
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Detengámonos ahora en algunos ejemplos de los milagros de este “surtidor” que nos reclamaría multiplicar por cincuenta los consumos de energía a escala global -en el tránsito entre sociedades agrarias e industriales- si todos los países quieren imitar a los más ricos. Este sería el caso de las constatables mejoras de los indicadores de bienestar humano relacionados con la alimentación (calorías por persona o porcentaje de desnutridos) que estarían asociadas al empleo –directo indirecto- de combustibles fósiles:
“A mediados del siglo XIX hacían falta veinticinco hombres durante un día entero para cosechar y trillar una tonelada de grano, en la actualidad una persona que maneja una cosechadora puede hacerlo en seis minutos” (106).
Y lo que es cierto para las proteínas vegetales lo es aún más para las proteínas animales de la moderna ganadería intensiva.
Otro milagro (otra historia de éxito del progreso social) será el de la movilidad vinculada al automóvil. Ninguno como este objeto de consumo cristaliza la mejora del bienestar gracias a la economía fósil, a los avances tecnológicos, a la competencia en los mercados, la publicidad y la subordinación a él del Estado. Es extraño que en este caso Pinker se resista a presentar contundentes gráficas triunfales.
Bien al contrario. Incluso llega a ridiculizar el pesimista “pico del petróleo” argumentando que se podría haber llegado ya al “pico de coches” (177), lo que en cualquier caso no dejaría de ser una buena noticia. Sin embargo lo cierto es que la producción mundial de automóviles pasó de 58 millones en el año 2000 a 95 millones en 2018 sin que nada parezca frenar tal vorágine energética. Son ciertamente milagros del surtidor[4]. Un improbable freno que sin duda no vendrá de la mano del “mercado” (125), ni de los “defensores del capitalismo” (126) como Pinker.
Otro milagro del surtidor, que Pinker sí documenta gráficamente, es la duplicación de las llegadas de turismo internacional: de 550 millones en 1995 a 1.200 millones veinte años después (2015), gracias a la reducción del coste de la milla aérea a la mitad. Algo a lo que no es ajeno el precio del queroseno (por cierto libre de impuestos).
Por no hablar del crecimiento espectacular del transporte pesado (por carretera, ferroviario o marítimo) del que nada se dice en este ensayo y que es sin duda un pilar fundamental del capitalismo fósil y, por ello, para entender la evolución de muchos otros indicadores del progreso que maneja Pinker.
Respecto a las emisiones de CO2 que esta vorágine industrial y motorizada está suponiendo, me animo a reproducir una gráfica de las que tanto aprecia Pinker, y que no resultará una sorpresa a la vista de los milagros del surtidor y de sus criaturas. Así anotamos un vertiginoso aumento de cien puntos en 60 años, impasible frente a todos los cónclaves y conferencias científicas[5]. ¿Qué nos dice Pinker?: que tenemos un problema.
El lector no encontrará un gráfico de este tipo entre los muchos de su ensayo. Bien es cierto que presenta dos alternativos. Uno –tranquilizador- que recoge como las emisiones por dólar de PIB se han reducido desde 1940 hasta la actualidad, y otro –menos tranquilizador- en el que China aparece como el máximo responsable del crecimiento de las emisiones totales entre 1960-2015, mientras EE.UU. y la UE -que fueron determinantes hasta 1990- ahora pasarían a un segundo plano. Pero sobre el dato crítico de la concentración de moléculas de CO2 por millón (de moléculas de aire) no presenta gráfica alguna. Justo la cara oscura para el clima global que se esconde tras los milagros del surtidor fósil.
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A pesar de aquellas vertiginosas cifras[6], Pinker confía en que algún avance tecnológico nos permita dar el siguiente salto sin quebrantos económicos o ambientales, ya que “las sociedades siempre han abandonado un recurso por otro mejor mucho antes de que el viejo se agotase” (168). Un nuevo salto que denomina Gran Convergencia, siempre de la mano del capitalismo de libre mercado.
Nótese que no se plantea un descenso del consumo energético por habitante en el mundo rico y una contención demográfica en el menos rico[7], que nos permita que las energías renovables[8] actuales reduzcan aquel 86 % a la mitad. Porque esas son cosas que -para abrirse camino- no encajarían con la posición liberal y pro mercado que Pinker asume de su mentor Hayek.
No debería uno esperar mucho más de un ensayo centrado en actualizar el “liberalismo cosmopolita o clásico” (25, 28) de mediados del siglo XIX. Sobre todo al hacerlo sin asumir una reflexión crítica en relación a un neoliberalismo que nunca nombra[9]. Es lo que tiene el asumir la tutela de ideólogos como F. Hayek y considerar[10] que “una prioridad evidente es incrementar el índice de crecimiento económico pues... así se ofrecería más tarta para su redistribución” (155).
En ausencia de políticas alternativas en aquella triple dirección, cuando uno busca en su décimo capítulo (centrado en la cuestión energética y crucial para explicar los éxitos -el progreso- de la economía fósil) solo encuentra vaguedades y buenos deseos tecnófilos[11]. Siendo así que en ausencia de una reducción drástica de la escala del problema (al contrario, se apuesta por más crecimiento) seguiremos en una ratonera energética de la que solo nos puede sacar un milagro tecnológico, si antes no nos lleva por delante el colapso climático. Una ratonera en la que, justo en estos meses de 2022, estamos comprobando un redivivo chantaje de inflación y recesión.
Pero, eso sí, una ratonera que amablemente nos podrían solucionar los amigos de la energía nuclear actual[12], de la fusión nuclear cuando la haya, o del hidrógeno y de las baterías de metal líquido como milagrosas formas de almacenamiento energético. Su receta se resume en ganar tiempo hasta que irrumpa un eureka tecnológico que nos permita jubilar sin quebrantos la economía fósil.
A Pinker le basta con calificar a los que dudan de estos atajos como lúgubres ecologistas pesimistas, mientras él se autodenomina optimista-ecologista-ilustrado. Mientras el progreso seguirá cebando la bomba del colapso climático. Con estos mimbres es natural que en la contra capa del libro un Bill Gates rotundo declare: “El mejor libro que he leído nunca”.
[1] Reseña del libro “En defensa de la ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” Steven Pinker, Paidós, Barcelona, 2022. Las palabras y citas entre comillas y/o cursiva son expresiones textuales de Pinker, la página figura siempre entre paréntesis.
[2] Cook, E. (1971): “The flow of energy in an industrial society”, Scientific American, septiembre, 1971, vol. 224, n.3, p.135-144
[3] Siendo así que para Pinker que “los desastres profetizados por la ideología verde de la década de 1970 no se hayan producido” (170); con lo que la “maldición de Malthus” se habría hecho trizas gracias a los combustibles fósiles.
[4] Que Pinker redondea con sendos gráficos –aquí sí- sobre el desplome de las muertes en accidentes de tráfico rodado o de aviación.
[5] A pesar de que “Las naciones del mundo han llegado a un acuerdo histórico sobre el cambio climático” como sostiene Pinker (399), mientras –como vemos en el gráfico- la senda ascendiente de CO2 en la atmósfera continúa imparable.
[6] Gran Escape: decuplicar los consumos por persona y multiplicarlos por cincuenta a escala global, con sus luces (progreso) y sus sombras (emisiones). Si sobre el Gran Escape evade –como vimos- dar cifras de consumo energético por habitante, sobra decir que sobre la Gran Convergencia que propone nada concreta al respecto.
[7] Al contrario Pinker da por supuesto que “antes de que termine el siglo el planeta tendrá que albergar a otros dos mil millones de personas” (401)
[8] Sobre las que Pinker se recrea en sus limitaciones frente a una opción nuclear “más abundante y expansible” (189)
[9] Término que no existe en su índice analítico, aunque sí –por ejemplo- “neofascismo”. En ningún caso relaciona el liberalismo de Hayek-Friedman con lo que él –un optimista- llama “medio siglo de pánico ” (199)
[10] En este extremo Pinker está en sintonía con otro reciente ensayo de la actual directora de la London School of Economics que me he ocupado de reseñar en Sin Permiso.
[11] Pinker nada teme de la energía nuclear ni de organismos genéticamente modificados.
[12] Pinker (pp. 190-193, 407) confía en los reactores nucleares de tercera y cuarta generación como ayuda; aunque nada nos dice de los residuos de los de primera y segunda; de manera que defiende cuadriplicar la capacidad nuclear actual.