Julio César Guanche
Joan Casanovas Codina
27/09/2020Manuel R. Moreno Fraginals es un historiador fascinante, y sería muy difícil serlo sin tener, asimismo, una vida sustanciosa. Moreno creyó siempre en la colaboración para realizar su obra. Cuando me planteé qué tipo de texto podía aportarse como novedad a lo que ha venido apareciendo este año, en que se celebra el centenario del nacimiento del intelectual, concebí una colaboración que, a varias manos, diera cuenta de la fascinación por su obra y del interés por su vida.
Lo que sigue es el resultado de ese propósito. Primero, una entrevista con su hija, Beatriz Moreno Masó —que explica el interés que despierta su vida personal—. (No hay que repetir aquí que lo personal es político). Luego, un comentario del reconocido historiador Joan Casanovas, profesor titular de historia de América en la Universitat Rovira i Virgili, en Tarragona, Cataluña (España), que indaga en los por qués de la fascinación que ejerce su obra. En medio del trabajo, pasamos por varias conversaciones entre nosotros, con otros colegas y con familiares de Moreno.
Sirva de invitación para leer al historiador, una sombra siempre frondosa para entender a Cuba, también en el siglo 21. Julio César Guanche
Un humanista muy singular
Entrevista con Beatriz Moreno Masó
La familia
Mi padre mencionaba que uno de sus antepasados había sido contrabandista en la zona central del país, cerca de Trinidad. Yo no le hago mucho caso a tales historias. Probablemente era verdad, pero muchos lo eran en aquellas fechas, como lo son, o lo somos de alguna manera, ahora. Tener un contrabandista en la familia suponía para papá, al parecer, cierto halo romántico.
En cambio, sí tengo constancia, en papeles que guardo, de varios mambises entre nuestros ancestros. Manuel Lico Moreno, el abuelo de papá, fue mambí. Vivió y guerreó en la zona de Sancti Spíritus. Tras enfermar, terminó suicidándose. Quizás haya sido uno de esos viejos que, al verse inútiles, acaban con su vida.
Desde entonces, el suicidio fue un tema tabú en mi familia. Mi padre siempre nos mandó a callar cuando salía el tema.
Mi madre, Beatriz Masó, también tuvo un padre mambí, Carlos Massó —era pariente de Bartolomé, del mismo apellido—. Massó era un apellido catalán, que venía desde Sitges, pero parece que él prefirió escribirlo luego como Masó, con una sola s. Carlos combatió con Calixto García. Le decían el capitán “Candela”, por su fogosidad y celeridad para hacer encomiendas. [Carlos Masó Hecheverría llegaría a ser, según Carlos Roloff, teniente coronel en el Cuartel General del Departamento Oriental].
Cuando mi abuelo supo del licenciamiento del Ejército mambí, dijo que no tomaría ninguna pensión porque él podía trabajar, cosa que hizo hasta que se murió. Y murió, como le pasaba a la gente en esa época, de cualquier cosa, no sé bien la causa.
Mi tío Calixto Masó escribió una pequeña biografía de mi abuelo Carlos. Calixto era jurista, historiador y maestro. Estuvo entre quienes protagonizaron la Protesta de los 13 [1923]. Entre otras cosas, dio clases en Evanston (Chicago). Son las vueltas de la vida: allí vive hoy mi nieto.
Calixto escribió “El carácter cubano” [publicado en 1941, pero con textos fechados desde 1922] donde dice que “la brujería y el ñañiguismo son también supervivencias en Cuba de las costumbres inmorales y fetichistas de los negros africanos”, que el régimen colonial era la causa principal de la “desmoralización cubana” o que la indolencia no era un rasgo originario del criollo cubano.
Nosotros somos cinco hermanos por parte de madre y padre y uno nacido fuera del matrimonio. No todos nacieron en Cuba. De ellos, solo yo vivo en Cuba. Los demás se fueron hacia Estados Unidos y otros lados. Ahora están todos en los Estados Unidos. Mi hermano Pepe [José J.] fue el único de nosotros que estudió Historia y colaboró con mi padre en el libro Guerra, migración y muerte. El ejército español en Cuba como vía migratoria.
Mi esposo, Tito Díaz Bravo, es ingeniero químico, pero casi siempre trabaja como profesor de cálculo. Ahora lo estás viendo llegar en su bicicleta, en la búsqueda de la supervivencia. Mi hijo Rogelio, físico de formación como yo misma, trabaja como un mulo en una clínica médica en Córdoba, Argentina. Mi hija, Beatriz, también estudió Física y trabaja en Canadá en su profesión.
La casa donde estamos no es la original de mis padres. Esa la permutamos para llegar a aquí. En estos libreros están sus libros y sus cosas. Soy ordenada asintomática, tengo mi reguero, pero yo lo encuentro todo en medio del desorden.
El carácter
Mi padre siempre iba a lo tremendo. A lo máximo. Eso lo llevó a cometer sus errores. Creía, por ejemplo, que en los ingenios los esclavizados no podían crear y sostener una familia. Estaba convencido que era imposible. Sin embargo, María del Carmen Barcia, Aisnara Perera y María de los Ángeles Meriño han demostrado lo contrario, con mucha documentación, con datos de matrimonios encontrados, por ejemplo, en archivos de iglesias.
Papá era el dueño de la verdad absoluta. Yo, como física, sé que conocer lo que vino después con Einstein y Schrodinger no demerita a Newton, aunque lo contradigan en parte, pero mi padre era bien pasional con sus ideas. Yo no me ofendo porque lo desmientan.
Sabía manejarse muy bien socialmente. Con las damas, sabía hacerlo muy bien. Le encantaba estar, vivir, sentirse moderno. Cuando nadie usaba sandalias, él las usaba, sin medias, con bermudas. Tenía mucho cuidado al mostrarse. Muchas mujeres lo consideraban un hombre apuesto. Hablaba con una elegancia tremenda.
Era creyente. Creía en el Dios de los católicos. No en el sentido de que Dios tiene cerca a las once mil vírgenes, pero estoy convencida que creía en Dios.
Decía que era un buen corredor. Yo me río con sus cosas. Sí, corría distancias de fondo. Ciertamente, le gustaba mucho y lo hacía todo el tiempo. En Pelota era increíblemente malo. También le gustaba el fútbol (no recuerdo bien si el americano o el español, pero le gustaba y hablaba de ese deporte). También apreciaba el ajedrez.
Estudió algo de pintura, pero fue solo porque mi abuela quería sacarlos a él y a su hermano Elpidio de la calle en tiempos de Machado. El nació en 1920 y era un niño adolescente en medio de la crisis de esa tiranía. Los matricularon en San Alejandro. A mi padre le sirvió para conocer el medio artístico y para hacer amistades, pero no para pintar, en lo que era bastante malo.
[Oscar] Zanetti ha dicho que militó un tiempo en la Triple A —la organización antibatistiana creada por Aureliano Sánchez Arango—, pero yo no lo recuerdo. Yo era muy chiquita entonces. Mi hermana Eugenia, mayor que yo, sí recuerda a Aureliano Sánchez Arango. Dice que, en el aspecto físico, en su memoria se le parece al alcalde de San Nicolás del Peladero (Enrique Santiesteban).
Papá siempre leía mucha poesía y nos obligaba a leerla. Y a aprendérnosla de memoria. Una vez le dio porque me aprendiera Platero y yo.
Los amigos
También era pasional con sus amigos. Mario Arancibia, el cantante chileno, uno de los recordados boleristas de la edad dorada del género, fue uno de sus amigos más cercanos. Trabajaron juntos en Radio Continente, en Caracas. Hicieron radionovelas, de esas en las que se llora muchísimo. La esposa de Mario era actriz en ellas.
En Cuba, Pepe Guedes fue íntimo suyo. Le decíamos tío, por la familiaridad del trato. Su amistad venía también desde Venezuela.
Papá era asimismo muy amigo de Cintio [Vitier], [José] Lezama [Lima], Eliseo [Diego], Fina [García Marruz], de todo el grupo de la Biblioteca Nacional José Martí, que, claro, venía de Orígenes. Eran sus socios fuertes, como dicen los jóvenes ahora. También lo eran Odilio Urfé y Argeliers León.
Igual eran amigos suyos el padre [Ángel] Gaztelu, el obispo Carlos Manuel [de Céspedes y García Menocal] y Jaime [Ortega], que fue cardenal. Y dentro de la gente más joven que él, Reynaldo González. Seguro se quedan algunos, pero estos son los que recuerdo ahora mismo.
En específico, mi padre y Lezama eran grandísimos amigos. De esa amistad, surgió el prólogo a Oppiano Licario. En ese texto papá cuenta que Lezama tenía un trabajo de seis horas diarias, que el poeta ocupaba en organizar y estudiar expedientes de presos comunes que cumplían condena por robo, escándalo o juego prohibido.
A mi padre le producía un asombro infinito, según puedes ver en este prólogo, cómo en medio de todo ello Lezama escribía “el venero de la más exquisita poesía: Cautivo enredo ronda tu costado/nevada pluma hiriendo la garganta…” Por eso, él dice aquí que el poder de aislamiento entre la realidad circundante y el mundo interior era una característica muy propia de Lezama.
Cuando mi padre se opera de cataratas, no recuerdo si fue la UNEAC o alguna otra institución, resolvió una reservación en el motel “Los Jazmines”, en Viñales, por 15 días. Era sabido que si dejaban a mi padre en la Habana, cogía calle rápido y la operación hubiese sido un desastre. Mi madre estaba trabajando. Por eso, nos fuimos para “Los Jazmines” Lezama y María Luisa [Bautista de Lezama], papá y yo. En ese momento, había una actividad universitaria, de la facultad de Física, de ir a trabajar al campo. Me justifiqué para no asistir, pero fue la única vez que falté a una de esas cosas de entonces.
En Viñales, Lezama y papá se pasaban todo el día en lo que me gusta llamar “la maledicencia”, ese arte de hablar mal de todo el mundo, específicamente de otros intelectuales. No te vayas a pensar que Lezama hablaba de ello como escribía poesía. Nada de eso. La maledicencia se entiende siempre. La suya era muy comprensible. Yo los dejaba en lo suyo y me iba para la piscina.
Papá fue muy amigo de [Tomás Gutiérrez] Alea. El que descubre la anécdota de La última cena es mi padre. Alea la recrea narrativamente. Zoila Lapique fue una grandísima amiga y siempre fue su mano derecha. La memoria de Zoila es lo más grande de la vida. Es de esas historiadoras que si te dice que hay un grabado sobre el comercio de La Habana, en tal año del siglo XIX, en tal revista, vaya usted para allí que allí estará.
Mi padre dejó inconcluso un libro que gracias al trabajo de Zoila, y al mío, pudimos publicar. Se titula Iconografía de la Guerra de los Diez Años.
Odilio Urfé, el musicólogo, a quien ya mencioné, fue otro de sus más grandes amigos. Urfé dio mucha “lata” en casa. Almorzaba, comía, hablaban. No tenían para cuándo acabar. En casa teníamos un piano eléctrico. Urfé se ponía a tocar música de memoria. Entre tema y tema, hablaban mucho, críticamente, sobre el Consejo Nacional de Cultura. En el caso de Urfé y mi padre, la maledicencia abarcaba sobre todo el ramo de la música, pero el ICRT no quedaba indemne.
Papá tuvo un cargo formal en el Consejo Nacional de Cultura, pero era como un asesor, sin presencia real ni menos con poder de decisión.
Los adversarios
Sobre sus críticos y enemigos, no sé qué decir. Mi padre era un poco de “hacerse el víctima”. Decía que él no podía entrar a la Universidad de la Habana. Era verdad, con ese grupo tenía muchos conflictos. Sergio Aguirre y él no se podían ver. He escuchado que Aguirre se vanagloriaba de haber entrado nunca en un archivo. Eso no puedo asegurarlo, pero sí sé que mi padre era un hombre de archivo mañana, tarde y noche.
Sin embargo, aquí entre nosotros, también decía que no le permitían entrar en el Instituto de Historia. Como parte de mi trabajo, estando yo en el Instituto Superior de Arte (ISA), tuve que ir varias veces al Instituto de Historia. Un administrador me llamó un día y me mostró una carta ya amarilla por los años, que consignaba la invitación expresa a mi padre para trabajar con esos fondos.
Quizás lo que decía mi papá tuviese segundas intenciones. No lo sé. En todo caso, mi padre era un hombre con conciencia y conocimiento sobre la función del drama, y acaso también dramatizaba a sus adversarios.
Con Julio Le Riverend tenía cierta reticencia. Es verdad. Le Riverend obtuvo la beca del Colegio de México. Mi padre y Carlos Fontanellas también la solicitaron. Papá, sin saber el resultado de la decisión sobre la beca, agarró un avión y se fue para México. Así se fue, “a la barbarie”. Las autoridades del Colegio decidieron dividir el escaso monto de la beca entre Fontanellas y mi padre. El resto de lo necesario para vivir tendrían que buscárselo por su respectiva cuenta. Papá y Le Riverend, a veces, se pedían la cabeza, pero luego el domingo nosotros íbamos al cumpleaños de Adita, o de Lochy, o de Julito, sus hijos.
Mi padre pasó un tiempo en la Universidad de las Villas, otro en la de Oriente, pero su mayor labor docente fue en el ISA, de donde salió al final porque estaba ya viejo, viajaba mucho y le resultaban una impedimenta sus compromisos allí. No obstante, en el ISA dejó muchos alumnos y tuvo un buen espacio para trabajar.
Los negocios, y las estadísticas
Papá estuvo en muchos giros de trabajo. La cervecería Caracas —en los 1950— le “provocó” que se pusiera obeso, pues las cajas de cerveza y malta llegaban a casa por tongas. Como ya dije, trabajó en radionovelas, pero también en organización de shows. Cuando el Benny [Moré] fue a Caracas él tuvo que ver con la organización de su espectáculo.
Moreno, como le llaman, llegó a ser propietario de Radio Junín. Parece que en una ocasión le tumbaron un dinero, y para compensarlo le dieron esa emisora radial. Cuando llegamos todos a Venezuela fuimos a dar a ese villorrio, llamado San Cristóbal. Hoy es una ciudad muchísimo más grande, y, por cierto, muy conflictiva por el trasiego con Colombia. El contrabando era muy común en la fecha —y lo sigue siendo—.
Allí me entero, además, que los horóscopos los hacían dos personas (mi papá y un colaborador), en una mesa, inventándolos de cabo a rabo.
Estuvimos viviendo en San Cristóbal por un año, más o menos, hasta que triunfa la revolución en 1959 y vinimos para La Habana. Papá vendió Radio Junín y nos mandó a los tres hermanos ya nacidos para entonces hacia acá. Cuando liquidó aquello, mandó los muebles de la casa por barco para Cuba y se reunió con nosotros.
En todo ese periplo de trabajos, conoció bastante de finanzas. A diferencia de muchos humanistas, mi papá entendía de matemáticas. Ahí tengo libros de econometría con los que trabajaba. Manejaba muchos datos e información y era capaz de procesarlos. Por eso, pudo procesar luego tanta estadística sobre los mercados azucareros globales y cubanos.
Un nuevo libro de Moreno Fraginals
De los trabajos en el ISA, fue crucial su proyecto sobre el origen y desarrollo de la cultura cubana. En esos materiales, a propósito, puedes encontrar citas de poemas de Eliseo.
Hilda Vila, entonces muy joven, recién egresada de Historia, recogió sus intervenciones de posgrado y en otros espacios del ISA. Los grabó en casetes. Hilda era una devota, no tengo otra palabra para describirla, de la obra de mi padre. Son grabaciones no profesionales, con saltos y frases ilegibles, pero el grueso se conserva, gracias a ella.
Esos materiales escritos a máquina, de las antiguas, fueron digitalizados por mí, y corregidos en la medida de mis posibilidades. Además, incorporé algunos materiales, en su mayoría inéditos, que redondeaban algunos aspectos que quedaban, digamos, un poco en el aire.
Será un volumen de próxima aparición por la Editorial de Ciencias Sociales. Comienza con tres escritos donde se desarrolla la parte conceptual y luego veintidós capítulos, que van desde los indocubanos hasta principios de la revolución.
El exilio
Mi padre se fue de Cuba a los 75 años. Ya mis hermanos se habían ido. Esto forma parte de los temas escabrosos, de los que prefiero no hablar mucho. En el mundillo intelectual esto lo sabe todo el mundo y no descubriré aquí nada nuevo.
Cuando mis padres se van, me dicen: “Tici” —esa soy yo—“ nosotros volvemos, pero…¿cómo haremos entonces para las cosas del diario?” Yo le mandé a decir a mis hermanos que me mandaran algún dinero mensualmente y que yo me hacía cargo de ellos dos cuando estuvieran aquí de nuevo. Eso fue en el durísimo 1994. Pero mis padres no volvieron.
Allá a mi papá lo enamoraron. Su nueva esposa le exigió que se divorciara de mi mamá. En Cuba España/España Cuba aparece mencionada como colaboradora su nueva esposa.
Ahora, cuando le dicen a mi padre que van a publicar ese libro me pide (por teléfono) los disquetes de 3 y ½ —aquella tecnología de entonces—, y se los envío para allá. Al poco tiempo, salió la edición. Seguramente le hicieron cambios, como parte del proceso editorial, pero me consta que el libro ya existía desde antes de salir de Cuba.
Desde antes de irse, con el paso de los años, mi papá se había ido quedando sin visión. Eso le impedía manejar ya en Cuba, así que en Miami ni pensarlo. Él vivía en el reparto de Coral Gables y daba algunas clases o charlas en Florida International University. El accidente que le provoca, a la larga, la muerte, está relacionado con la pérdida de visión.
Él sale (ya viviendo en casa de la nueva señora) a recoger el buzón de la correspondencia, se cae y se fractura la cadera. Tras la operación, con una subida de presión, se formó el trombo que sería el comienzo del fin. Al morir, tenía 81 años (2001). Podía haber hecho mucho más. José Luciano Franco y Ángel Augier con esa edad, y más, siguieron haciendo cosas.
La entonces Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana y las autoridades cubanas me resolvieron la visa y todos los trámites necesarios en una semana para viajar. Pude verlo en la cama. Sus restos están en Miami, pero no sé dónde. Soy hipertensa emotiva. He ido mucho a esa ciudad, pero no he querido averiguar ni dónde está y menos ir a su tumba. Lo que hago es mantenerlo en mí a mi manera, trabajando y publicando sus cosas.
El recuerdo del padre
Mi padre y yo nunca discutimos sobre política. En lo absoluto. Se preocupaba mucho por nosotros. Nos pedía tener mucha confianza en nosotros mismos. De su formación moral hacia nosotros, siempre lo recuerdo diciendo:
-“Hay que trabajar mucho”.
No me has preguntado por esto, pero yo te lo voy a decir: Fue un padre amoroso.
Moreno Fraginals, una visión cubano-caribeña del mundo
Joan Casanovas Codina
1.
Ya al leer el primer párrafo de la obra más conocida de Moreno Fraginals, El Ingenio, el lector percibe que inicia la lectura de un gran libro de historia.
Cuando la leí por primera vez estudiaba en la Stony Brook University, una universidad pública del estado de Nueva York. Los estudiantes de posgrado de historia de América Latina leíamos las obras de muchos autores estadounidenses. Por suerte, la profesora Barbara Weinstein, quien posteriormente dirigiría mi tesis sobre historia de Cuba, nos asignó la lectura de varios autores latinoamericanos. Fue así como leímos The Sugarmill(editado por Monthly Review, en 1976), en una excelente traducción que Cedric Belfrage hizo de la edición en castellano (Unesco, 1964).
Recuerdo que me gustó leer una obra escrita en un estilo que, por mi origen europeo, me era muy familiar. Sin embargo, a la vez El ingenio era una obra en la que encontraba puntos de vista y formas de expresión muy novedosos. Fue este segundo aspecto lo que más me cautivó.
Después de leer unas páginas, Moreno Fraginals ya me había sumergido en su visión cubano-caribeña del mundo. Desde entonces, periódicamente releo esta obra, ya sea en la edición de 1964, o los tres volúmenes de la edición de 1978. Me agrada porque provoca que el lector sienta el universo social que rodeaba las cajas de azúcar que movían la economía cubana.
Moreno Fraginals consigue que sintamos el aliento de las personas que vivieron en este mundo del pasado. A la vez, escribe dentro un materialismo histórico muy flexible e innovador que nos permite entender cómo el entorno material y la tecnología acompañan un proceso que impulsan las personas.
Tal y como explica el profesor y amigo suyo Josep Fontana, esto supuso en Cuba a Moreno algún que otro tropiezo. Hubo quien lo definió como un historiador “poco marxista”, con lo que ello significaba en la Cuba de ese momento.1 Afortunadamente, el tiempo pone todo en su sitio. A día de hoy la obra más importante de la historiografía cubana de las últimas décadas sigue siendo El Ingenio.
A propósito, me parece útil recordar un detalle de interés en la relación de amistad de Moreno con Fontana. Moreno, conocedor de su colega, sabía que su nombre se pronunciaba Josep, que es como se escribe en la ortografía catalana moderna. Sin embargo, en el segundo volumen de El Ingenio, Moreno cita a Fontana escribiendo su nombre de pila como “Joseph”, es decir, con la ortografía catalana anterior al siglo 20. Sin duda, lo hizo por el hecho de que, durante el franquismo, el Estado no permitía escribir los nombres propios en catalán.
Pero, ¿de dónde sale la capacidad de Moreno para observar y reflexionar de una manera tan ágil, a la vez que erudita e interesante? Es bien sabido que la ciencia (ya sea en el campo del mundo físico o del social) es una constante interpretación de la siempre cambiante realidad, que utiliza pruebas y argumentos tan sólidos como le sea posible. No obstante, si recordamos el ejemplo de Platón sobre los estudiantes que son encerrados en una caverna (La República, Libro 7), comprendemos la realidad como un objeto del que sólo vemos la sombra, la silueta, ya sea en un microscopio atómico o en el texto de un documento histórico.
Por lo tanto, si solo vemos sombras, el problema principal de la ciencia no es cómo delimitarlas al máximo, sino decidir cuáles son las sombras que debemos observar, analizar y explicar.
En este sentido, el paso inicial del historiador, o del científico en general, más que ser un acto puramente científico, es fruto sobre todo de su cultura social, artística y por último letrada, científica. En todos estos aspectos, el entorno doméstico, familiar, su mundo afectivo, su mundo como persona que vive de verdad en este mundo, son importantes.
Entendiendo cómo fue lo que se conoce como la “vida privada” del historiador, podemos entender mejor por qué Moreno es un gran historiador, por qué en lugar de escribir un relato meramente económico, o economicista, de la historia de Cuba, construyó una interpretación socio-económica, cultural, y también tecnológica, de gran profundidad, precisión historiográfica y estilo lingüístico. Una obra que además de impactar en el ámbito de la investigación, incluso inspiró películas de la calidad artística de La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea.
Gracias a la visión que nos ofrece la entrevista del profesor Julio César Guanche a la hija del historiador, podemos entender mejor cómo el esfuerzo y la capacidad de Moreno consiguieron hacer que la historiografía cubana, caribeña y latinoamericana diesen un salto adelante tan importante que sigue vigente.
2.
Un segundo punto a subrayar del trabajo de Moreno es que entendió el contexto colonial como un entramado de intereses económicos y lealtades políticas, que se movían en el marco que delimitaba de la vetusta ex metrópoli.
El historiador nunca aceptó dar una visión estereotipada y superficial de la historia de España. Recurriendo al lenguaje del historiador inglés Herbert Butterfield, podemos afirmar que Moreno rechazó de plano toda interpretación «Whig» (es decir «teleológica») de la historia de Cuba.
Moreno ganó la partida, porque actualmente han desaparecido casi totalmente este tipo de interpretaciones históricas, ya sea en relación al pasado colonial, o a la etapa republicana post-1898/1902.
En esta última etapa, la presencia colonial española despareció formalmente, pero, contrariamente a lo que algunos puedan pensar, mantuvo cierta presencia de modo indirecto, por la limitación a la soberanía cubana que durante décadas impuso EEUU, cuyo gobierno gestionó el cambio de soberanía y dominó aspectos fundamentales de la vida republicana.
Por lo tanto, para entender la historia cubana del siglo 20 hace falta también la visión que aportó Moreno en relación a la ex metrópoli.
3.
Por último, intuyo que si Moreno presenciase cómo actualmente la tecnología digital revoluciona nuestro mundo social, intelectual, etc., en lugar de caer en un reduccionsimo materialista, se pondría del lado de quienes afirman que la tecnología sólo satisface las demandas sociales en general, pero también las de las élites políticas y económicas. Moreno observaría el entorno material a partir del contexto social y cultural en que vivimos.
Bienvenida sea, pues, la obra de Manuel Moreno Fraginals al siglo 21.
Nota:
1 Véase Josep Fontana, «La historia de los hombres», Editorial Crítica, 2001, p 236.