D.D. Guttenplan
Robert Kuttner
Harold Meyerson
03/11/2024
20.000 forasteros llenan el Madison Square Garden a favor de Trump
D.D. Guttenplan
Llamar nazis a Trump y a sus partidarios pasa por alto el peligro genuino que el falso multimillonario y sus amigos auténticamente plutocráticos suponen para nuestra república.
Cuando le conté a la gente que planeaba asistir al mitin de Donald Trump en el Madison Square Garden de ayer por la tarde, todos expresaron su preocupación por mi seguridad. «¿Vas al mitin nazi? Ándate con cuidado». En algún lugar de mis estanterías tengo un polvoriento ejemplar de Under Cover, el relato del periodista armenio-norteamericano Arthur Derounian de sus viajes entre el German American Bund y otros grupos fascistas autóctonos de los años 30 y 40. En febrero de 1939, el Bund celebró un gran mitin en el antiguo Madison Square Garden, de ahí la preocupación de mis amigos de que pudiera ponerme en peligro.
Habiendo asistido a decenas de mítines de Trump desde 2015, nunca me he sentido en peligro físico. Es cierto que en 2016 algunos manifestantes se vieron agredidos por la multitud, con la evidente aprobación del candidato. A veces, la puesta en escena de sus actos parece sacada del manual de Leni Riefenstahl: un montón de policías en moto con botas de cuero brillante escoltando la limusina del candidato, con grandes pancartas verticales flanqueando el escenario. Y los periodistas presentes en el recinto de la prensa son a menudo objeto de insultos verbales por parte del candidato, una indignidad que yo suelo evitar sentándome en las gradas entre los creyentes (este domingo incitó al público del Garden a abuchear las «noticias falsas»). Pero las únicas heridas que he sufrido en tales ocasiones han sido emocionales: el calvario de tener que escuchar tantas mentiras, repetidas tan a menudo y con tan aparente convicción.
Además, después de nueve años ya me he insensibilizado a la mendacidad de Trump. En cuanto a la amenaza nazi, lo primero que vi al doblar la esquina de la calle 33 fue un rebaño de jóvenes bochers [estudiantes] de yeshivá [escuela ortodoxa judía] con largos payess [cabellos] enroscados bajo sus gorras rojas de MAGA que veían las intervenciones de los teloneros retransmitidas en directo en sus teléfonos móviles. Era una multitud mucho menos diversa que la que acudió al mitin de Trump en Crotona Park [en el Bronx neoyorquino] en mayo, y también menos confiada. En primavera, con la revancha Biden-Trump a la vista y la victoria de su hombre aparentemente ya predestinada a suceder, el ambiente era de carnaval. En la convención republicana, los delegados estaban incluso de mejor humor. Todo eso se terminó, sin embargo, cuando Biden se retiró en favor de Kamala Harris.
¿Qué ocupó su lugar? Fuera del Garden, una especie de hosca impaciencia, animada sólo un poco por las camisetas gratuitas repartidas por Kalshi, la página digital de apuestas políticas cuyas operaciones acaban de recibir una sanción de un tribunal federal de apelaciones la semana pasada (las camisetas, en las que se instaba a los apostantes a «apostar por Trump», le daban un 57% de probabilidades, aunque cuando terminó el mitin, ese porcentaje había subido al 62%). Acorralados por las barreras de la policía, tardamos casi tres horas en llegar desde la 6ª Avenida hasta la entrada del estadio, en la 7ª. Como estaba previsto que Trump empezara a hablar a las 5, la gente empezó a marcharse, un éxodo alentado por la falta de aseos y la proximidad de las terminales del Long Island Railroad y el New Jersey Transit en Penn Station. Finalmente, la policía anunció que el Garden estaba lleno y que no dejarían entrar a nadie más. En ese momento, mi estrategia de mezclarme con la multitud empezó a parecerse a un error, y pedí indicaciones para llegar a la entrada de prensa, únicamente para acabar descubriendo que la habían cerrado también.
Así que yo también me fui a casa (a Brooklyn), y allí encendí la televisión a tiempo para ver a Vivek Ramaswamy [millonario empresario republicano de origen indio] describir Nueva York como un «estado indeciso». Esa sí es una apuesta que aceptaría encantado. Pero si me hubieran dicho en 2020 que Tulsi Gabbard [ex miembro de la Cámara de Representantes que se pasó de los demócratas a los republicanos] hablaría en un mitin de Trump, describiendo como candidato de la paz al hombre que ha instado a los Estados Unidos a dejar que Bibi Netanyahu «acabe el trabajo» en Gaza, tampoco me lo habría creído. Y si me hubieran ofrecido una trimurti de Gabbard, RFK Jr. y Trump en el mismo podio, lo probable es que también hubiera aceptado esa apuesta.
Sin embargo, allí estaba él, el taxidermista aficionado favorito de los Estados Unidos, vendiendo su patente mezcla de paranoia y absurdas patrañas (bañadas en el carisma de Kennedy y servidas con una pizca de rabia radical), y parecía sólo un poco menos fuera de lugar que el Dr. Phil [psicólogo y presentador televisivo], que pronunció una conmovedora homilía sobre la necesidad de enfrentarse a los matones. ¿Estaría escuchando Elon Musk? ¿Había alguien? El público parecía en su mayoría desconcertado, y aunque aplaudía obedientemente los ataques de Kennedy contra el sistema médico, las grandes empresas y la CIA, se podía decir (aunque esté claro que Kennedy no puede) que sus corazones no estaban en ello.
Algo que nadie puede decir de Howard Lutnick, consejero delegado de Cantor Fitzgerald -la empresa de Wall Street que perdió a 658 empleados el 11 de septiembre- y presidente del equipo de transición de Trump. Al subir al estrado al grito de «¡Debemos elegir a Donald J. Trump porque tenemos que aplastar la yijad!». (lo que debió de sorprender a los fieles [musulmanes] de Trump en Hamtramck [Michigan]), Lutnick se embarcó en una larga ensoñación en la que esbozaba su versión de «Hacer grande a Norteamérica», la cual implicaba la eliminación total del impuesto sobre la renta. En un entorno mediático con menos objetivos, todo el discurso de Lutnick -que incluía odio antimusulmán, hacer del mundo un lugar seguro para que los multimillonarios de Wall Street acaparen su riqueza, y el tipo de flagrante autocomplacencia que al parecer le ha repugnado incluso a algunos enterados del mundo de Trump- habría recibido el análisis que merecía. Por el contrario, funcionó principalmente como secundario cómico de Elon Musk, una barbuda Pepper Potts [heroína de historieta de Marvel] cómibarbuda para el sonriente Tony Stark [novio de historieta de Pepper Potts] de Musk.
Como no pude ver a los cómicos y locutores de radio cuyas intervenciones como teloneros racistas acapararon los titulares, tuve que consolarme con Musk, Hulk Hogan [luchador profesional] y el amoroso encuentro de la familia Trump (el cual, extrañamente, fue retransmitido en directo en su totalidad por la PBS [cadena televisiva pública]). Como es habitual en este tipo de actos, el nivel de intolerancia casual era lo suficientemente alto como para disuadir a los pusilánimes. Pero la capacidad de creer que «no están hablando de mí» siempre ha sido el precio de admisión en los actos de Trump para la gente de color. Haciendo cola detrás de los hasidim, escuché a un hombre con acento inglés y tatuajes nacionalistas blancos explicar a su acompañante -un joven paquistaní cuya gorra roja proclamaba «Joe and the Ho Gotta Go» [“Que se vayan Joe y la puta”] - lo injustamente que la prensa trata a Tommy Robinson [líder ultranacionalista inglés], cuya retórica antimusulmana contribuyó a desencadenar días de disturbios mortales este verano en Gran Bretaña.
Que Trump tenga la oportunidad de demostrar que realmente «habla en serio» cuando dice que quiere detener a millones de inmigrantes, encarcelar a sus oponentes políticos, substituir la Seguridad Social por cuentas privadas (gestionadas, quizás, por sus amigos de Cantor Fitzgerald) y hacer que el ejército ataque a los disidentes nacionales es una cuestión que puede resolverse en poco más de una semana. Por el bien de todos, espero que no lleguemos a enterarnos nunca.
¿Nos salvará Trump de Trump?
Robert Kuttner
Su mitin a lo Nuremberg en el Madison Square Garden marca una adhesión aún más explícita al fascismo. ¿Qué diferencia marcará en la última semana de campaña?
Los desagradables comentarios de la intervención del telonero de Trump, Tony Hinchcliffe, que llamó a Puerto Rico «isla flotante de basura», podrían hundir la campaña de Trump por sí solos.
El comentario impulsó a todos los grandes artistas puertorriqueños a apoyar a Harris, Bad Bunny y Jennifer López incluídos. Hay 500.000 votantes puertorriqueños en Pensilvania, y Filadelfia tiene la segunda mayor población puertorriqueña de los los Estados Unidos después de Nueva York.
La campaña de Trump trató de modo inepto de distanciarse del número de Hinchcliffe. Puede que sea Trump la isla de basura
En su giro hacia el fascismo total, Trump sigue intensificando sus amenazas de utilizar todo el poder del Estado para castigar a los enemigos políticos. En las elecciones de 2016, algunos votantes podían engañarse pensando que Trump no quería decir literalmente lo que decía. Pero así fue. Y Trump pasó gran parte de su mandato exasperado porque muchos de los nombrados por él se negaban a cumplir sus órdenes más extravagantes.
Sus generales le recordaron que su juramento les comprometía con la Constitución. Su primer fiscal general, Jeff Sessions, se negó a ordenar al Departamento de Justicia que procesara a Hillary Clinton. El sucesor de Sessions, Bill Barr, que sirvió como facilitador de Trump una y otra vez, puso finalmente coto a las afirmaciones de Trump sobre el robo de las elecciones, y Trump lo despidió.
El Estado profundo, también conocido como el sistema constitucional norteamericano, tenía vida suficiente para contener los peores impulsos y exigencias dictatoriales de Trump. Los republicanos muy conservadores de su administración, desde sus antiguos generales hasta sus nombramientos en Wall Street y su propio vicepresidente, salvaron por los pelos la democracia norteamericana.
Trump no cometerá dos veces ese mismo error. Conseguirá nombramientos mucho más extremistas y que sean puros aduladores. Los recientes mítines de Trump han ofrecido una muestra de fascismo. Si es elegido, nos ofrecerá fascismo en toda su extensión.
¿Tomarán nota por fin los votantes?
Creo que sí, si Harris hace lo que tiene que hacer en la última semana.
Las encuestas y los grupos de discusión sugieren que un mensaje republicano que pregunte a los votantes si están mejor que hace cuatro años juega a favor de Trump, mientras que un mensaje demócrata que advierta del carácter racista y autoritario de Trump ayuda solo marginalmente.
Pero esa dinámica podría cambiar algo a medida que Trump se vuelva más explícitamente fascista. Tal como ya he escrito, en esto las mujeres son un público clave, que probablemente se sientan más ofendidas a nivel personal por el puro acoso de Trump y por las amenazas republicanas a su salud, que por la etiqueta abstracta de fascismo. Antes incluso de este pasado fin de semana, a Harris le iba mejor entre las mujeres que a Biden en 2020 o a Hillary Clinton en 2016.
Michelle Obama ha sido especialmente elocuente a este respecto. En una alocución en Kalamazoo, estado de Michigan, dirigiéndose a los hombres, declaró: «Las mujeres que defienden lo que es mejor para nosotras pueden marcar la diferencia en estas elecciones. Así que usemos nuestras voces en estos últimos días para dejarles claro a los hombres de nuestra vida que no tenemos que estar con Trump, sino con nosotras mismas».
Para Harris, el reto consiste en socavar las afirmaciones de Trump sobre la economía y relacionarlas con la amenaza que representa como autócrata. Harris ganará si indica que muchos de sus altos cargos se han negado a apoyarle, incluida la mitad de su gabinete y antiguos altos mandos militares. También ganará si señala los esfuerzos pasados de Trump por debilitar la Seguridad Social y Medicare con el fin de financiar los recortes de impuestos a los multimillonarios. Le hace falta poner en conexión este mensaje con otro más potente y mejor enfocado sobre lo que va a hacer su administración para mejorar la prosperidad de los norteamericanos de a pie.
Muchos comentaristas han expresado su alarma ante los planes de Trump, sacados directamente de un manual fascista, de fomentar vigilantes MAGA para acosar a los trabajadores electorales y tratar de retrasar la certificación del recuento de votos. Pero a diferencia de 2020, cuando los aliados de Trump controlaban el Gobierno, el Departamento de Justicia está hoy en manos amigas y cuenta con una amplia gama de estrategias para cortar de raíz el vigilantismo, entre ellas el envío de alguaciles federales cuando sea necesario.
A escala de los estados, la administración electoral también está en manos mayoritariamente amigas, con cinco de los siete estados indecisos con gobernadores demócratas y dos (Nevada y Georgia) con gobernadores antiMAGA.
«Los funcionarios y la sociedad civil llevan años preparándose para todo tipo de payasadas desesperadas por parte de Trump y están listos para afrontarlas», afirma Ian Bassin, de Protect Democracy. «Pero sigue siendo cierto que la mejor protección para nuestro sistema democrático es que los votantes acudan en masa a rechazar el asalto de Trump en su contra».
Si gana Harris, no se va ver privada de la presidencia merced a tácticas de vigilantismo. Pero primero tiene que ganar. Y si gana Trump, no es probable que los Estados Unidos vuelvan a tener la oportunidad que tuvimos en 2020 y 2024. Lo más probable es que se mantenga el fascismo. Pero gracias a Trump, Harris puede evitarnos este destino.
Fuente:
The American Prospect, 28 de octubre de 2024
¿Una «isla de basura»? El portavoz de Trump declaró que a la multitud «no le importó»
Harold Meyerson
Breve historia del efecto de la intolerancia de extrema derecha en las campañas presidenciales republicanas
Antes del mitin del domingo en el Madison Square Garden, la campaña de Trump se sintió comprensiblemente ofendida por las comparaciones que se hicieron con el mitin pro-nazi del German American Bund en el Garden a principios de 1939.
Al final del mitin de Trump en el Garden, esas comparaciones no parecían tan descabelladas.
Tal vez la mejor valoración del mitin vino de la propia portavoz de la campaña de Trump, Karoline Leavitt, quien declaró en una entrevista posterior al mitin en Fox News que el cómico Tony Hinchcliffe, al calificar a Puerto Rico de «isla de basura», no representaba el punto de vista de Trump, pero, añadió, la multitud «no le dio importancia».
Tampoco, aparentemente, les importó cuando otro orador del mitin se refirió a los ayudantes de Kamala Harris como «supervisores de proxenetas», o un tercero llamó a todos los demócratas «panda de degenerados» y «escoria ... todos y cada uno de ellos.»
Eso, por supuesto, no quiere decir que los fieles de MAGA sean unos nazis. Por otra parte, el mitin de 1939 de los acólitos de Hitler fue anterior a que los nazis comenzaran la II Guerra Mundial y asesinaran a seis millones de judíos, entre otros: no podemos asumir que todos los asistentes a ese mitin anterior hubieran apoyado el Holocausto per se. Podemos concluir, sin embargo, que todos eran rabiosamente antisemitas y se inclinaban a demonizar a los oponentes de los nazis. Así como también podemos concluir que los MAGAnautas del domingo en el Garden estaban igualmente inclinados a demonizar a los que no están de acuerdo con ellos y «no les ha importdo» cuando esa demonización, o deshumanización, se extendido a razas no blancas. Después de todo, es el propio Trump quien se ha referido repetidamente a los inmigrantes no blancos como «alimañas» que degradan el torrente sanguíneo de los norteamericanos, terminología que los nazis utilizaban para describir a los judíos y otros no arios.
Pero 1939 no es el único punto de comparación con el mitin del domingo [27 de octubre]; también está 1884. En la campaña presidencial de ese año, un reñido enfrentamiento entre el republicano James G. Blaine y el demócrata Grover Cleveland, la calumnia y el fanatismo también ocuparon un lugar destacado. Poco antes del día de las elecciones, Blaine habló en una reunión de destacados clérigos protestantes en el principal restaurante de Nueva York, Delmonico's. En ese mitin, uno de los clérigos se dirigió a Cleveland. También en ese mitin, uno de los oradores teloneros, el reverendo Samuel Burchard, proclamó: «Somos republicanos y no nos proponemos abandonar nuestro partido e identificarnos con el partido cuyos antecedentes han sido el ron, el romanismo y la rebelión. Somos leales a nuestra bandera; somos leales a vosotros». «Romanismo», por si se lo están preguntando, quería decir catolicismo.
El «vosotros» al que los republicanos eran leales era su base protestante nativa, que en general temía y detestaba a los inmigrantes católicos (en aquella época, principalmente irlandeses y alemanes) los cuales bebían presuntamente licores y amenazaban con la rebelión o, al menos, con el activismo sindical y las huelgas.
Blaine no repudió las declaraciones del ministro, del mismo modo que Trump se ha negado a comentar la caracterización de Hinchcliffe, prefiriendo referirse a su mitin en el Garden como un «festival del amor». Y al igual que los demócratas de hoy han aprovechado la equiparación de Hinchcliffe de los puertorriqueños con la basura como forma de atraer a más votantes latinos a su columna, los demócratas de 1884 aprovecharon la intolerancia de Burchard para atraer a más votantes católicos, por no hablar de cualquier protestante tolerante fuera del rebaño, a las urnas.
Cleveland no era gran cosa, pero ganó, y esa flagrante muestra de fanatismo republicano desempeñó sin duda su papel en ello. Una versión moderna de ese fanatismo, que Trump ha infundido personalmente con ecos neofascistas de 1939, define al republicanismo MAGA de hoy en día. Esperemos que siga a Blaine y a los que blandían las esvásticas al basurero de la historia.
Fuente: The American Prospect, 29 de octubre de 2024