El imperio en la época del fin del petróleo

Mike Davis

07/07/2005

''De Kazajastán a Ecuador, las botas de combate de EU están embarradas de crudo''

A modo de celebración del primero de mayo, camioneros furiosos bloquearon las vías de alta velocidad en Los Angeles y las terminales de carga en Oakland y Stockton. En las semanas previas, los precios del diesel se dispararon a niveles nunca vistos en California y las ganancias de los transportistas independientes se desplomaron por debajo de la línea de la pobreza. Sin el poder para revirar los crecientes precios del combustible a los consumidores, como hacen las grandes compañías camioneras, los choferes portuarios -muchos de ellos inmigrantes mexicanos- no tuvieron muchas alternativas y compartieron sus penurias con el público.

En una de las acciones de protesta, se bloqueó con plataformas abandonadas el trayecto de la carretera interestatal 5, en el centro-sur de Los Angeles, lo que provocó que decenas de miles de automovilistas fueran rehenes temporales de la crisis de combustible. Un exasperado viajero se quejó por la radio: "en verdad esto es el fin del mundo".

Y tal vez lo sea. El 24 de mayo, el ministro de Energía venezolano, Rafael Ramírez, declaró al Financial Times: "Puede que haya terminado la historia del petróleo barato".

Aunque los precios reales del combustible (ajustados a la inflación) siguen muy por debajo del máximo alcanzado en 1981, existe ya un coro creciente de opiniones -que van del ex ministro de Medio Ambiente del Reino Unido, Michael Meacher, a la revista National Geographic- que hacen eco de las declaraciones de Ramírez.

M. King Hubbert fue un connotado geólogo que, en 1956, profetizó que la producción petrolera estadunidense alcanzaría su clímax en los años 70 y de ahí comenzaría su declive irreversible. En 1974 vaticinó que los campos petroleros mundiales alcanzarían su máxima emisión en 2000, dato que después corrigieron sus seguidores para situar la fecha entre 2006 y 2010.

Hay algunas implicaciones para la economía mundial si, como creen esos expertos, la curva de producción global de crudo está, de hecho, cerca del punto de descenso. Un crudo más caro frenaría la intensa expansión energética china. Regresarían los días de estancamiento para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Se aceleraría la explotación de crudo de baja calidad, de breas y otros materiales destructores del ambiente.

Lo peor es que se ocasionaría la devastación de economías de países en vías de desarrollo que importan petró- leo. Los agricultores pobres no podrían comprar fertilizantes artificiales que tienen como base el crudo, y los habitantes urbanos no podrían pagar las tarifas de los autobuses. (Ya ocurren apagones crónicos en muchas ciudades del hemisferio sur, como resultado del alza en los precios del combustible.)

Las únicas beneficiarias seguras de este próximo caos económico serán las cinco corporaciones petroleras y sus corruptos socios: los generales nigerianos, los príncipes sauditas, los cleptócratas rusos y otros de su calaña. El crudo será, ahora sí, oro negro.

El valor creciente de un recurso que escasea más y más es una forma de renta monopólica, y el esquema permanente de 50 (o más) dólares por barril que se avecina, transferirá de los consumidores a los productores de petróleo por lo menos un billón de dólares por década. En español común, esto será el robo más grande que haya perpetrado la elite rentista en la historia mundial. Comparado con esto, el escándalo de Enron es meramente el asalto a una licorería.

Por supuesto, los petroleros de la Casa Blanca tienen una perspectiva inmejorable del exuberante terreno situado más allá del pico de Hubbert. No sorprende, entonces, que el mapa de ''la guerra contra el terrorismo'' guarde una correspondencia tan precisa con la geografía de los campos petroleros y oleoductos. De Kazajastán a Ecuador, las botas de combate estadunidenses están embarradas de petróleo.

Citemos dos ejemplos recientes, casi aleatorios. Primero, a finales de mayo pasado, el ministro de Relaciones Exteriores de Malasia alertó a la opinión pública de que Washington exageraba la amenaza de la piratería en los estrechos de Malaca con el fin de justificar el despliegue de fuerzas ahí -justo en el cuello de botella del abasto petrolero en Asia oriental.

Segundo, T. Christian Miller, reportero de Los Angeles Times, reveló que las fuerzas especiales estadunidenses, así como la CIA y los contratistas privados en el negocio de la seguridad, están involucrados integralmente en el reino del terror que continúa en la provincia de Arauca, en Colombia. El propósito de la Operación Luna Roja es aniquilar a las guerrillas izquierdistas del ELN que amenazan los campos petroleros y los oleoductos operados por Occidental Petroleum, compañía con sede en Los Angeles. El resultado, en palabras de Miller, es una matanza en cámara lenta. "Los arrestos masivos de líderes políticos y sindicales se volvieron algo común. Los refugiados que huyen de los combates inundan las ciudades locales. Las matanzas aumentan conforme los paramilitares de derecha se centran en destruir a los críticos de izquierda".

América Latina --México, Venezuela, Colombia y Ecuador-- abastecen actualmente más petróleo a Estados Unidos que el Medio Oriente y, desde el principio, la Casa Blanca incluyó en su definición de la guerra contra el terrorismo la actividad contrainsurgente en el hemisferio occidental.

¿Hay una tendencia definible en esto? ¿Hay un plan maestro estadunidense para controlar el petróleo en una era en que las existencias disminuyen y los precios se disparan? Son preguntas obvias, pero no se las hagan a un demócrata. Pese a que muchos estadunidenses ordinarios tienen poca dificultad para conectar los puntos (por usar una expresión en boga), para vincular el derramamiento de sangre con las emisiones petroleras, los demócratas -con pocas excepciones- se rehusan a formular o profundizar cuestiones relativas a la arquitectura económica del Nuevo Imperio estadunidense.

Es así que John Kerry no se sale del cuadrito y atina sólo dos posibilidades: abogar por una versión de la Fortaleza Americana que integre las reservas petroleras de Canadá y México, o quejarse de que el gobierno de Bush no presiona lo suficiente a los países de la OPEP, en particular a Arabia Saudita, para que expandan su producción. Siendo uno de los miembros más ricos en la historia del Senado, Kerry parece congénitamente alérgico al populismo anticorporativo pleno de mofa que hace de Michael Moore un símbolo anti-Bush.

Mala suerte. Un candidato genuinamente progresista podría haber abrevado de los procesos emprendidos en los años 30 por el Senado para investigar el papel del comercio internacional de armas en el fomento a las guerras y las intervenciones. El Comité Nye, que lleva el nombre del senador de Dakota del Norte que lo presidió, indagó a profundidad el mundo sombrío de los traficantes y productores de armamento. ¿Habrá hoy algo más urgente que emprender audiencias donde el Congreso indague la corrupción que la industria petrolera induce en la política exterior estadunidense?

Traducción: Ramón Vera Herrera

Mike Davis es autor de Dead Cities: And Other Tales y Ecology of Fear. Además de Late Victorian Holocausts. Una colección de algunos de sus ensayos traducidos al castellano se publicó en 1996 en Ediciones Sin Filtro con el título ¿Quién mató a Los Angeles? Es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

Fuente:
La Jornada 3 junio 2004

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