Desaparecido en Madrid: Las inconvenientes predicciones climáticas de Vladimir Aleksandrov

Andrea Capocci

24/02/2019

En la noche del 31 de marzo de 1985 el físico ucraniano Vladimir Aleksandrov, desapareció en Madrid sin dejar rastro. Ahora, Giulia Rispoli, historiadora de la ciencia, ofrece una nueva interpretación de este misterioso suceso en un ensayo incluido en la recopilación De la guerra fría al calentamiento global (publicado por Los Libros de la Catarata, Madrid, 2018, con edición de Lino Camprubí, Xavier Roque y Francisco Sáez de Adana) que acaba de aparecer en España. El episodio resulta, en realidad, para hoy en día notablemente pertinente [https://elpais.com/elpais/2019/01/11/ciencia/1547245611_830830.html].

Aleksandrov había llegado de la URSS dos días antes para asistir a una reunión internacional del movimiento antinuclear en Córdoba. Era una de las estrellas del congreso. Las simulaciones por ordenador de su modelo climático preveían que un ataque nuclear provocaría un “invierno nuclear” muy frío, que tendría muy posiblemente la extinción de la humanidad como resultado. Los climatólogos norteamericanos confiaban lo bastante en sus teorías como para embarcarse en una colaboración con él. Su prestigio y contactos internacionales le convirtieron en el perfecto abogado del movimiento por la paz.

Sin embargo, su viaje a España tomó un giro extraño desde el principio. Bebedor habitualmente morigerado, parece haber pasado su tiempo en España en permanente estado de embriaguez. La noche del congreso lo recogieron de la acera y lo llevaron de vuelta a su hotel en Madrid, donde siguió bebiendo. Se le vio por última vez de noche, tambaleándose entre el hotel y un bingo cercano. A la mañana siguiente, los enviados de la embajada rusa llamaron a la puerta de su hotel, pero sin que nadie respondiera. Parecía como si el científico se hubiera desvanecido en el aire.

Tras descartar la posibilidad de que se hubiera fugado a Occidente, quedaron como principales sospechosos los servicios de inteligencia, y en primer lugar los soviéticos, que podrían haberse decidido a eliminar a un científico que iba a pasarse al enemigo. En Madrid, mientras se encontraba todavía sobrio, se le acercó en una ocasión el personal de la embajada. A Aleksandrov le iba muy bien en la URSS: era el investigador estrella del Centro de Informática de Moscú, y se le permitía viajar con libertad por Occidente y mantener su constante colaboración con los científicos del Laboratorio Nacional de Livermore, en California. Además, adoraba a su familia y mantenía un tren de vida bastante lujoso, incluso si se juzga por el nivel de sus colegas norteamericanos.

La CIA podía haber tenido algo que ganar haciéndolo desaparecer. Aleksandrov tenía acceso a los potentes superordenadores norteamericanos, cuyo uso estaba estrechamente vigilado por los militares. Era, por añadidura, activista del movimiento antinuclear. Sin embargo, pese a todas las sospechas, nunca han aparecido pruebas de que estuvieran implicados rusos o norteamericanos.

Hoy, más de treinta años después, podemos, de acuerdo con Rispoli, disponer de mayor perspectiva sobre su desaparición si seguimos la historia del avance científico logrado por un puñado de investigadores: el grupo de Moscú, al que pertenecía Aleksandrov, y el equipo de climatólogos norteamericanos con los que el grupo soviético llevaba colaborando desde los años 70. Combinando la potencia computacional norteamericana y el enfoque teórico soviético, integraron su análisis de la atmósfera con las leyes de la ecología y la economía. Su investigación cuestionaba no sólo la proliferación nuclear, sino todo el modelo de desarrollo occidental. Fue entonces cuando se configuraron las preguntas que acabarían en el centro de los estudios sobre calentamiento global tras la Guerra Fría.    

Sin embargo, desde la perspectiva de ambos gobiernos, esta colaboración poco convencional amenazaba con irse de las manos. Se desmanteló el proyecto de colaboración, pretextando la crisis económica en Rusia. Los investigadores norteamericanos quedaron marginados. A Aleksandrov se le negó acceso a la potencia de los ordenadores norteamericanos, y su reputación científica se vio sometida a una campaña destinada a desacreditarle. Tres meses antes de su muerte, un informe del Pentágono afirmaba que en su caso “era difícil distinguir al investigador del activista”, y afirmaba que su modelo estaba “obsoleto”. De acuerdo, no obstante, con los investigadores entrevistados por Rispoli, las teorías y predicciones de Aleksandrov constituían “ideas brillantes, que se encuentran todavía en el centro de la más avanzada investigación que se realiza”.

Entonces como ahora, eran estas inquietantes predicciones, pues demostraban que la humanidad podía tener un impacto irreversible sobre el medio ambiente a escala global. En febrero pasado, un artículo en The Times de Londres se refería al invierno nuclear como a una “patraña” creada por espías rusos. No se puede dejar de advertir la semejanza de esas actitudes despreciativas con la noción de Trump de que el calentamiento global es una patraña de los chinos.

De acuerdo con los científicos, sin embargo, la crisis climática es real, y solo nos quedan unos pocos años para revertir la actual tendencia en ascenso y limitar los daños. Si no se hubiera dejado en vía muerta, hoy podríamos habernos enfrentado a una situación mejor. 

Giulia Rispoli se licenció en Filosofía en la Universidad de Roma y trabajó en la Universidad de Moscú y en el Museo Nacional de Historia Natural de París. Lleva ahora a cabo sus investigaciones en el Instituto Max Planck de Berlín. Su trabajo sobre cibernética y sistemas complejos la llevó pronto a Rusia, siguiendo la pista de intelectuales eclécticos como Alexander Bogdanov y científicos como Vladimir Vernadsky, inventor de la noción de ”noosfera”, de acuerdo con el cual “el hombre se ha convertido por primera vez en la fuerza geológica más importante”.

De modo similar, la investigación de Vladimir Aleksandrov demostraba también que la evolución de la sociedad y la de naturaleza estaban estrechamente interconectadas. Esas teorías podían convertir a un científico en una figura incómoda, tanto en el Este como en Occidente. La desaparición de Aleksandrov recuerda lo que le sucedió a otros científicos cuyos conocimientos podían haberse considerado útiles o peligrosos, dependiendo del punto de vista de cada uno: entre los italianos, por ejemplo, Bruno Pontecorvo (´que reapareció luego al otro lado del Telón de Acero) o Ettore Majorana.

En esos casos, los servicios de inteligencia a menudo desempeñaban un papel decisivo al enturbiar las aguas. En el caso de Aleksandrov, desde luego, hay muy pocas cosas claras. “Se han propuesto muchas hipótesis”, me dijo Rispoli, “pero no hay pruebas concretas en contra de la CIA o del KGB. Ciertamente, es verdad que todavía me encuentro con que hay gente que se pone muy nerviosa cuando se trata de hablar hoy acerca de este caso. Hay testigos que no querían que me pusiera en contacto mediante correo electrónico o Skype.”

Cuando desapareció Aleksandrov, hay quien pensó que reaparecería en Occidente, acaso incluso en Italia. Según Rispoli, esta era otra teoría improbable, hasta en aquel momento: “Nunca se habría pasado a los norteamericanos. En Moscú era una estrella, los EE.UU. no le habrían ofrecido mayores oportunidades”.

Súmese a esto que disfrutaba de un grado inusual de libertad de movimientos para un científico soviético. ¿Qué explicación hay para ello? “La historia de la noción de invierno nuclear tiene dos fases. En la primera, hubo una fuerte promoción de la colaboración científica internacional. Aleksandrov se encontraba totalmente en su elemento en este contexto.  Era ambicioso y hablaba bien inglés. Disponía asimismo de un modelo climático que era más avanzado que el norteamericano. En la segunda fase, sin embargo, acabaron dominando la reticencia y la desconfianza. La colaboración no volvió a funcionar. Aleksandrov se volvió impredecible, porque instigó a los movimientos antinucleares”.

Y en ese momento, comenzó a desecharse el “invierno nuclear” como versión en los años 80 de las “fake news”. “Pero eso no era verdad”, decía Rispoli. “Los primeros modelos de circulación del aire en la atmósfera eran en realidad enormemente avanzados, pues tomaban en cuenta gran número de factores naturales y sociales. Este enfoque holista de sistemas complejos era típico de la escuela científica soviética. Hace dos meses, me encontré con el climatólogo norteamericano Alan Robock [antiguo colaborador de Aleksandrov, y uno de los autores hoy de los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático]. Me dijo que, incluso hoy en día, las simulaciones por ordenador basadas en los modelos de Aleksandrov pueden todavía reproducir los patrones climáticos reales”.

Por comparación, los modelos norteamericanos eran abiertamente sencillos, pues tomaban en cuenta unas pocas variables. “Empezó a considerarse ‘fake news’ cuando los científicos se convirtieron en activistas y empezaron a argumentar que la sostenibilidad y el desarrollo tendrían que ir de la mano a partir de ahora. En los EE.UU. la gente se sintió atemorizada”.

Sin embargo, la teoría del invierno nuclear se desarrolló en realidad primero en los EE.UU., gracias al grupo de investigación de Carl Sagan. Fue entonces cuando la gente comenzó a darse cuenta de que el impacto humano sobre el clima podría ser sistémico y perdurable. “A los científicos norteamericanos se les acusó asimismo de llevar a cabo campañas políticas, en lugar de dedicarse a investigar, y se vieron obligados a abandonar sus estudios. Son estos métodos típicos de la Guerra Fría, y son muy semejantes a los que utiliza hoy día Trump”.

divulgador científico y colaborador del diario 'il manifesto', es profesor de un instituto romano, tras haber trabajado en las universidades de la Sapienza y Friburgo. Entre sus libros se cuentan 'Networkology' (il Saggiatore, 2011) e 'Il brevetto' (Ediesse, 2012).
Fuente:
il manifesto global, 31 de enero de 2019
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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