Democratizar las finanzas

J. W. Mason

28/02/2025

Este es el texto de una charla (vídeo) para un seminario organizado por la Red Internacional de Planificación Económica Democrática.

Entiendo que el punto de partida de esta conversación es que la planificación está en todas partes de la economía en la que ya vivimos.

Está muy extendida la idea de que hoy en día la producción está coordinada en gran parte o en su totalidad por mercados. Esta idea es omnipresente en los manuales de economía, por supuesto; también forma una parte importante del sentido común económico tácito, incluso para muchos socialistas y otros políticamente de izquierdas. Pero me parece que cuando se analizan las cosas de forma más crítica, el papel de la coordinación de mercado en las economías en las que vivimos es, de hecho, bastante limitado.

Dentro de la empresa, los mercados son casi inexistentes. La producción se organiza mediante diversas formas de jerarquía y mando, así como a través de la motivación intrínseca —lo que David Graeber denomina comunismo cotidiano o lo que podríamos llamar la conciencia profesional—, el deseo de hacer bien el propio trabajo como un fin en sí mismo.

Mientras tanto, la formación, el crecimiento y la extinción de las empresas se organizan a través de las finanzas. La gente a veces habla de empresas que crecen y mueren a través de una especie de proceso darwiniano, pero la función de las finanzas es precisamente evitarlo. Al redistribuir el excedente entre las empresas, las finanzas rompen el vínculo entre los beneficios que una empresa obtuvo ayer y los fondos de que dispone para invertir hoy.

Toda la sofisticada estructura de bancos, mercados de valores, capital riesgo, etc. existe precisamente para poner fondos a disposición de nuevas empresas, o de empresas que aún no han sido rentables. Lo vemos muy claramente en Silicon Valley, como en el actual auge de la inversión en «IA»: es lo más lejos que se puede llegar de un mundo en el que el crecimiento es el resultado de los beneficios pasados.

Por otro lado, instituciones como el capital privado (private equity) y el mercado para el control societario garantizan que el excedente generado en una empresa no tenga que reinvertirse en ella. Puede ser extraído —de forma consensuada o no— y utilizado en otro lugar.

En ambos casos, esto no ocurre por ningún tipo de automatismo de la lógica del mercado, sino por la decisión deliberada de alguien.

Una vez que pensamos en las finanzas como un sistema de planificación, es natural preguntarse si pueden reorientarse para satisfacer necesidades sociales, como hacer frente al cambio climático. Quiero hacer cuatro sugerencias sobre cómo podemos llevar a cabo esta idea de la manera más eficaz.

Primero. Tenemos que pensar dónde importan las restricciones financieras y dónde no.

Muchas empresas ya financian la inversión en gran medida con sus propios beneficios; en otras, el gasto en inversión es modesto en relación con los costes corrientes. En ambos casos —cuando la inversión se financia internamente y cuando las necesidades de inversión son bajas en relación con los costes de producción— las finanzas tendrán efectos limitados sobre la actividad real.

Las finanzas son máximamente efectivas en sectores emergentes o de rápido crecimiento que requieren crecientes inversiones de capital, especialmente cuando se trata de empresas relativamente pequeñas. La energía verde es un ejemplo importante: en el caso de la energía eólica o solar, casi todos los costes son iniciales. La vivienda también es un ámbito en el que las finanzas son claramente relevantes; aunque se trata, por supuesto, de un sector muy antiguo, las empresas son relativamente pequeñas, los costes de capital son elevados, los activos son muy duraderos y existe un desfase significativo entre los desembolsos y los ingresos. Está claro que los auges y caídas en la construcción de viviendas tienen mucho que ver con las condiciones crediticias.

Por otro lado, los sectores que requieren crecientes inversiones en empleo de fuerza de trabajo, como el de los cuidados, son destinos poco adecuados para la política crediticia, ya que los costes y los ingresos se producen más o menos simultáneamente y las necesidades de capital son mínimas. Aquí se necesitan subvenciones u otras intervenciones «reales».

Las grandes empresas consolidadas también tienden a ser bastante insensibles a la política crediticia. Existe abundante evidencia de que las tasas de descuento internas que las corporaciones utilizan para evaluar proyectos de inversión no están estrechamente vinculadas a los tipos de interés. En el mejor de los casos, la financiación puede relajar una restricción externa cuando los decisores ya operan con horizontes largos. Pero lo que sabemos sobre las decisiones de inversión corporativa sugiere que no se ven muy afectadas por las condiciones crediticias —algo que los banqueros centrales considerados han entendido desde hace tiempo.

Segundo. Canalizar el crédito hacia áreas restringidas tendrá un mayor impacto que penalizar el crédito en áreas no deseadas.

Esta parece ser una limitación importante en los tipos de políticas verdes adoptadas por el BCE, por ejemplo. Para las empresas que emiten bonos, el tipo de interés al que se enfrentan probablemente no sea un factor determinante en sus decisiones de inversión. Donde más importa el crédito es para las empresas más pequeñas, dependientes de los bancos, y los hogares, que se enfrentan a límites estrictos sobre cuánto pueden pedir prestado.

Esto es aún más cierto en el caso del mercado de valores. Las empresas para las que la emisión de acciones es una forma significativa de financiación constituyen un grupo muy, muy reducido. En general, los cambios en la propiedad de las acciones no tendrán ningún efecto en la inversión real.

Relacionado con esto está la cuestión de las reglas frente a la discrecionalidad. Es relativamente fácil escribir reglas sobre en qué no invertir. Dirigirse a sectores con restricciones financieras requiere decisiones más estratégicas. Se trata, pues, de un instrumento que requiere mucha capacidad estatal. En un contexto de capacidad limitada, es poco probable que la política crediticia funcione bien.

Del mismo modo, si queremos que se produzcan cambios generalizados, en lugar de fomentar un nuevo crecimiento en áreas particulares, el crédito no es la herramienta adecuada. En ese caso, es mejor regular directamente los resultados que nos interesan. Si quieres salarios más altos, redacta una ley de salario mínimo. No le digas a tu banco central que penalice la tenencia de acciones en empresas con salarios bajos.

Tercero. Necesitamos pensar cuidadosamente qué partes de las finanzas queremos socializar, y dónde se necesitan nuevas instituciones y dónde no.

Varias instituciones financieras ofrecen financiación a la actividad real (directa o indirectamente) en su lado del activo, mientras emiten pasivos que algún grupo particular de tenedores de capital quiere mantener. En el caso de muchas instituciones —bancos, compañías de seguros, fondos de pensiones— su valor social proviene tanto o más de los pasivos distintivos que emiten, como de las actividades que financian.

Sería natural imaginar las finanzas públicas en términos similares, y pensar en una autoridad de inversión pública, por ejemplo, que emita pasivos distintivos que estén de alguna manera conectados con las actividades que financia. Creo que debemos proceder con mucha cautela aquí. Las conexiones entre los dos lados de los balances privados son en gran medida irrelevantes para el sector público.

El sector público ya se financia a sí mismo en las condiciones más favorables en comparación con cualquier entidad. La necesidad de seguridad en la jubilación en el sector privado, y de otras formas de seguros, puede ser abordada directamente por el sector público. La provisión pública de nuevos activos para el ahorro de jubilación supondría un paso atrás respecto a los actuales sistemas de provisión pública.

Existe un argumento a favor de un mayor papel público en el sistema de pagos y en la prestación directa de servicios bancarios a quienes actualmente carecen de acceso a ellos. Pero no hay razón para vincular esta prestación de servicios con la provisión pública de crédito, y hay varias buenas razones para no hacerlo.

En mi opinión, los argumentos más sólidos para socializar las finanzas se encuentran en el lado de los activos del balance del sector público. No necesitamos encontrar nuevas formas de financiar cosas que ya hace el sector público. Lo que necesitamos es introducir criterios públicos en la financiación de la actividad privada.

Conviene insistir en que lo que importa es qué se financia y en qué condiciones. Quién es el propietario de los activos no tiene importancia en sí mismo. La creación de un fondo soberano no contribuye en nada a socializar la inversión si el fondo se gestiona con arreglo a los mismos principios que un fondo privado.

Observé esto de primera mano hace algunos años, cuando trabajé en la Oficina de Inversiones de la central sindical AFL-CIO. La idea era utilizar los considerables activos de los fondos de pensiones vinculados a los sindicatos para apoyar a los trabajadores en sus conflictos con los empleadores. Pero en la práctica, los fondos estaban tan limitados, tanto por restricciones legales como por la cultura de la gestión profesional de activos, que era efectivamente imposible apartarse del marco convencional de maximizar el valor para el accionista.

Cuarto. Debemos vincular las propuestas de socialización de las finanzas a una crítica de la política monetaria convencional. Tenemos que cuestionar las tajantes líneas que separan la planificación, la regulación prudencial y la política monetaria propiamente dicha. En realidad, todas las medidas adoptadas por el banco central canalizan el crédito hacia unas actividades y lo alejan de otras.

Una lección importante de los últimos 15 años son los límites de la política monetaria convencional como herramienta para estabilizar la demanda agregada. Pero los bancos centrales ya tienen un inmenso poder sobre los precios de varios activos financieros, y las acciones de política monetaria tienen efectos desproporcionados en los sectores de la economía sensibles al crédito. Un programa que utilice la política crediticia para lo que puede hacer —fomentar el crecimiento de sectores y actividades nuevas particulares— va de la mano con no utilizar la política crediticia para lo que no puede hacer —estabilizar la inflación y el empleo—. En este sentido, la socialización de las finanzas y el desarrollo de herramientas alternativas para la gestión de la demanda son programas complementarios. O quizás son el mismo programa.

Cabe señalar que Keynes era muy escéptico respecto al tipo de política fiscal que se ha llegado a asociar con su nombre. No creía en los grandes déficits fiscales ni en estimular la demanda mediante pagos a los particulares. Para él, estabilizar la demanda significaba estabilizar el gasto de inversión. Y esto significaba, sobre todo, reorientarlo lejos de la rentabilidad futura, que es inherentemente incognoscible, y cuyas creencias carecen, por tanto, de fundamento.

Este es un elemento clave de la visión keynesiana que a menudo se pasa por alto: nuestra incapacidad para conocer el futuro importa menos cuando nos centramos en proporcionar bienes sociales concretos. Puede ser muy difícil, incluso imposible, saber por cuánto se alquilarán los apartamentos de un determinado edificio dentro de treinta años, ya que depende de factores como el atractivo del barrio, la cantidad de viviendas que se construyan en otros lugares y el estado general de la economía. Pero cuánto tiempo aguantará el edificio y cuántas personas puede albergar cómodamente son preguntas que podemos responder con razonable confianza.

¿No sería más simple, entonces, estabilizar la demanda privada desde el principio, en lugar de tratar de compensar sus fluctuaciones con cambios en el tipo de interés o en la posición presupuestaria pública? Desde este punto de vista, nuestro actual aparato de política monetaria se volvería innecesario mediante un programa de reorientación de la inversión para satisfacer necesidades humanas reales.

Es profesor de economía en el John Jay College de la CUNY - City University de Nueva York y miembro del Instituto Roosevelt.
Fuente:
https://jwmason.org/slackwire/democratizing-finance/
Traducción:
Edgar Manjarín

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