Conflictos laborales en los EEUU (Dossier)

Bryce Covert

Jillian Steinhauer

Robin Kaiser-Schatzlein

Chris Lehmann

13/12/2022

Hacemos huelga en solidaridad con los trabajadores del New York Times

Bryce Covert, Jillian Steinhauer, Robin Kaiser-Schatzlein

Hoy más de 1.100 empleados sindicalizados de la redacción de The New York Times saldrán a la calle, negándose a trabajar durante todo un día. Durante los últimos 20 meses han estado negociando con la dirección sobre cuestiones básicas como el mantenimiento de los aumentos salariales en consonancia con la inflación y el mantenimiento de las pensiones de los empleados. Estos trabajadores merecen un contacto justo. Como trabajadores autónomos (“freelance”) del New York Times y organizadores del Proyecto de Solidaridad de los Trabajadores Autónomos -la división de medios digitales del Sindicato Nacional de Escritores, con más de 600 miembros- nosotros y docenas de nuestros compañeros autónomos nos uniremos en solidaridad con el paro de un día.

Hay a quienes esto les puede parecer contradictorio. Al fin y al cabo, los autónomos no son empleados a tiempo completo y no somos miembros del New York Times Guild, el sindicato que representa a los trabajadores que hacen huelga. Pero estamos con nuestros colegas de los medios de comunicación, que luchan por lo que se les debe. El resurgimiento de las formas de organización sindical norteamericanas se ha basado en la solidaridad más allá de la negociación sindical. De la misma manera que los repartidores del sindicato de camioneros se han negado a rebasar los piquetes de la sección UAW 2865 de los 48.000 trabajadores académicos de la Universidad de California y los profesores a tiempo completo de The New School han dejado de dar clases en solidaridad con sus casi 1.800 colegas a tiempo parcial en huelga, nos negamos a ayudar a que The New York Times siga como siempre.

Es crucial, ahora más que nunca, que los autónomos se nieguen a ser utilizados como mano de obra esquirol, sirviendo de substitutos cuando los empleados de plantilla se declaran en huelga. Las tarifas lamentablemente bajas que se ofrecen a los autónomos se deben en parte a la devaluación general del trabajo en los medios de comunicación. Esto también se aplica al trabajo de los empleados de publicaciones como el Times, que es una de las pocas empresas de medios de comunicación financieramente estables y rentables, con 51 millones de dólares de beneficios en el último trimestre, incluso tras la reciente adquisición de The Athletic. Los empleados reclaman su justa parte de los beneficios que han contribuido a crear. Pero los empresarios saben que pueden suplantar fácilmente el trabajo en plantilla con mano de obra autónoma barata, si nosotros se lo permitimos. La única manera de mejorar las condiciones de trabajo de algunos de nosotros es mejorar las condiciones de trabajo de todos. Si no lo hacemos, los medios de comunicación seguirán concentrándose y marchitándose hasta convertirse en un sector patrimonial poblado únicamente por quienes poseen la riqueza generacional necesaria para vivir en ciudades caras con salarios bajos.

Resulta imposible separar las preocupaciones del personal, que asigna encargos a los autónomos, de las de los propios autónomos. Y los empleados, al fin y al cabo, son los antiguos y futuros autónomos: muchos trabajadores de medios de comunicación han sido despedidos dos, tres o más veces, pasando de autónomos a empleados y viceversa. Las publicaciones crecen, pierden luego bruscamente su financiación y las dejan en los huesos el capital riesgo. Este ciclo caótico y despiadado nos perjudica a todos. Los autónomos nos estamos organizando junto con los sindicatos de personal para garantizar la seguridad de todos los trabajadores de los medios de comunicación, independientemente de dónde y cómo trabajen.

Ya hemos visto los beneficios de este planteamiento. Tras dos años de negociaciones y amenazas de huelga, el sindicato de [la revista semanal] The New Yorker consiguió en 2021 un contrato que aumentaba el salario base de los trabajadores peor pagados en casi 20.000 dólares y les daba la protección de un despido por causa justificada. Los miembros del Proyecto de Solidaridad de Trabajadores Autónomos ayudaron a presionar a la dirección comprometiéndose a respetar los piquetes si esos empleados se veían obligados a ir a la huelga. Y, a su vez, los sindicatos de personal han apoyado a los autónomos negociando un pago más puntual, como consiguieron los empleados de[l grupo mediático] VICE en un reciente contrato, y colaborando en anuncios unilaterales como el que el Proyecto de Solidaridad de los Autónomos negoció recientemente en The Nation, que establece normas básicas para el trato a los autónomos.

La última década de organización sindical en el sector de los medios de comunicación ha generado beneficios tangibles en la vida de periodistas, editores, productores, gestores de redes sociales, investigadores y todos los demás trabajadores que contribuyen a lugares como The New York Times. Para que este movimiento continúe y tenga éxito, deben permanecer unidos el personal de plantilla y los autónomos. Nos organizamos por una sencilla razón: construir el sector que queremos para todos los trabajadores.

Bryce Covert, periodista independiente, fue jefa de la sección de Economía de ThinkProgress y dirigió la bitácora digital “Next New Deal” del Roosevelt Institute. Escribe sobre economía en publicaciones como The New York Times, The Washington Post, The Nation, Time, Wired, The New Republic o Slate.

Jillian Steinhauer, crítica, ensayista y periodista, estudió Literatura Comparada en la Universidad de Michigan y Periodismo Cultural y Crítica en la de Nueva York. Radicada en Brooklyn, escribe sobre arte y sociedad para diversos medios como The New York Times, The Nation, The New Republic o The Art Newspaper.  

Robin Kaiser-Schatzlein, escribe sobre temas laborales, sociales, de salud, economía y justicia para medios como The New York Times, The New Republic, The Nation, The Baffler, The American Prospect, The Guardian o LA Review of Books.    

The Nation, 8 de diciembre de 2022  

 

Por la vía equivocada: Por qué Biden abandonó a los ferroviarios

Chris Lehmann

Cuando el presidente Joe Biden ayudó a elaborar un acuerdo provisional para evitar la amenaza de huelga de los trabajadores ferroviarios a principios de otoño, se puso en marcha inmediatamente el relato de un gobierno patricio benevolente. Consciente de que un paro masivo pondría en peligro una cadena de suministro ya de por sí asediada, Biden actuó con rapidez para resolver los problemas salariales y horarios que dividían a los propietarios de los ferrocarriles y a los cuatro principales sindicatos ferroviarios. Y en medio de la ansiedad de muchos expertos sobre la inflación galopante en el período previo a las elecciones legislativas de 2022 -una tendencia que seguramente se vería acelerada por una huelga ferroviaria-, el posible acuerdo también recibió elogios por su astucia política.

Unos meses después, sin embargo, la habilidad negociadora de Biden parece mucho menos mañosa. A medida que el acuerdo provisional se acercaba a su fecha límite del 6 de diciembre, los propietarios de los ferrocarriles seguían sin ceder en una de las principales demandas de los sindicatos: una disposición sobre bajas por enfermedad remuneradas, que representa un desembolso bastante mínimo para la dirección, en comparación con los 10.000 millones de dólares, aproximadamente, que ha invrtido recientemente el sector en la recompra de acciones. En un último esfuerzo desesperado por evitar la huelga, Biden pidió al Congreso que actuara. Y puesto que el "que el Congreso actúe" en cuestiones de justicia a menudo se traduce en una receta para el fatalismo, un proyecto de ley de la Cámara de Representantes para garantizar siete días de baja por enfermedad remunerada para los trabajadores ferroviarios estaba predestinado a fracasar en el Senado por falta de una mayoría a prueba de filibusterismo, el mismo obstáculo sin sentido que condenó las mejores versiones de la Ley de Asistencia Asequible [Affordable Care Act], Build Back Better, y casi cualquier medida destinada a mejorar las perspectivas materiales de los trabajadores estadounidenses. El jueves por la tarde, todo siguió el guión previsto: el Senado aprobó el draconiano proyecto de ley que obliga a los sindicatos ferroviarios a aceptar el convenio existente -que se espera que Biden firme a la primera oportunidad- y rechazó la medida de la baja por enfermedad, por 53 votos a favor y 47 en contra.

En la práctica, esto significa que Biden ha aprovechado el poder del Congreso para ratificar las condiciones de negociación que quería la patronal. Este resultado es tan deprimente como previsible, y supone un legado especialmente desalentador para un jefe del Ejecutivo que se autoproclama nuestro "presidente más pro-sindical". En retrospectiva, está claro que los propietarios del ferrocarril estaban explotando la vulnerable posición política de Biden. "Sabían lo que podía pasar, y veían que Biden se metía en aguas turbulentas con la inflación", afirma Joseph McCartin, historiador de la Universidad de Georgetown y autor de Collision Course, la historia autorizada de la huelga de controladores aéreos de 1981. "Así que pensaron ¿por qué no apoyarse en él y obligarle a hacer de malo?".

El error estratégico de Biden se ha visto agravado por otro táctico: el Congreso intenta ahora negociar un acuerdo en un proceso que desarma a los trabajadores ferroviarios en su punta de influencia más eficaz: la amenaza de retener su trabajo. "Lo que la gente tiene que entender es que la patronal ferroviaria ha ido apostando por este resultado todo el tiempo", dice Maximillian Alvarez, redactor jefe de The Real News Network, presentador del podcast Working People y autor de The Work of Living. "Como siempre han esperado que cualquier presidente y cualquier Congreso -demócrata o republicano- les saque de apuros al final y obligue a los trabajadores a firmar un contrato, en lugar de arriesgarse a un paro ferroviario, las empresas de transporte no han visto ninguna razón para negociar de buena fe durante los últimos tres años o considerar seriamente abordar cualquiera de los graves problemas de calidad de vida y seguridad en el lugar de trabajo que los trabajadores han venido pidiendo a gritos".

John Tormey, trabajador de mantenimiento de Commuter Railroad Massachusetts y miembro de la Hermandad de Empleados de Mantenimiento [Brotherhood of Maintenance Way Employees], afirma que estas condiciones -y la calculada negligencia de los propietarios de los ferrocarriles- son las que han llevado las cosas al borde del abismo para los trabajadores ferroviarios. "Me sorprende que no hayan convocado una huelga antes; una huelga es una válvula de escape. Obliga a los propietarios a tratar contigo". En lugar de eso, los gestores ferroviarios se limitan a "mantener a la gente trabajando, siguen recibiendo su dinero y han despedido a unos 35.000 trabajadores en los últimos tres años".

El acuerdo en el Congreso –cuyos miembros disfrutan de días ilimitados por enfermedad- da testimonio de la forma en que el poder federal se ha alineado firmemente del lado de los propietarios y la dirección a lo largo del último medio siglo. Vale la pena recordar que cuando el Presidente Harry Truman se enfrentó a la perspectiva de una huelga siderúrgica en 1952, no buscó la bendición del Congreso para un acuerdo que preservara el status quo favorable a la patronal del sector. No, después de que los propietarios de las siderúrgicas rechazaran un acuerdo negociado por la Junta de Estabilización Salarial, emitió una orden ejecutiva para nacionalizar la industria siderúrgica. Truman alegó la "emergencia nacional" de la guerra de Corea. El Tribunal Supremo dictaminó poco después que la orden de Truman era inconstitucional, pero, de forma reveladora, Truman rechazó el modelo de relaciones laborales preferido por el Congreso republicano: la reaccionaria ley Taft-Hartley de 1947, que permitía a los estados anular anteriores protecciones sindicales federales. "El Tribunal y el Congreso nos metieron en el lío en el que ahora nos encontramos", declaró. "Dejemos que el Congreso encuentre una salida".

Biden, por el contrario, quiere que el Congreso demócrata certifique el arreglo al que él mismo ha llegado sometiéndose a los dueños de los ferrocarriles. "Los trabajadores de los tiempos de Truman suponían una fuerza que hoy ha disminuido", afirma McCartin. "Recordarás la famosa frase de Truman en 1948: después del titular 'Dewey derrota a Truman' [famosa portada de un diario que atribuyó por error la victoria al rival de Truman y con la que éste se fotogafió alborozadamente], su frase fue: 'Lo consiguieron los sindicatos'. Y así fue. Le ganaron las elecciones. Para empezar, no se habría conseguido el escaño del Senado por Nevada sin el Sindicato de Trabajadores Culinarios. Los sindicatos fueron un muro clave contra ese esfuerzo por construir una ola roja [color de los republicanos]. Biden tiene que ser consciente de ello".

Mientras tanto, la revuelta política del Partido Demócrata en el conflicto ferroviario ha producido algunas improbables reivindicaciones de solidaridad obrera por parte de la derecha. Marco Rubio, senador republicano por Florida, anunció que no apoyaría ningún acuerdo que no contara con el respaldo de los trabajadores ferroviarios, y John Corny, senador republicano por Tejas, dio señales de apoyo a la legislación sobre días de baja por enfermedad patrocinada por el senador Bernie Sanders antes de volver a las andadas y ponerse del lado de la patronal. Esta postura, en gran medida gratuita, por parte de una bancada republicana a la que le gusta disfrazarse de partido de la clase trabajadora, es un testimonio más de la falta de interés de los demócratas por las cuestiones laborales. "Es una situación bastante triste que Biden y la mayoría de los congresistas demócratas se hayan puesto del lado de los jefes de los ferrocarriles y se hayan colocado en una posición en la que pueden verse superados nominalmente por gente como el maldito Marco Rubio", declara Álvarez. "Pero yo le exijo a Rubio lo mismo que a todos los políticos: ¿estás ahí para los trabajadores cuando cuenta, o sólo los utilizas para destacar cuando lo que está en juego significa poco para ti?".

No es una prueba que vayan superano del todo bien muchos demócratas. "Ahora los líderes del Congreso declaran: 'No tenemos tiempo para hacer lo que pide Sanders'", afirma McCartin. "Si ese es el argumento, la pregunta es entonces: ¿por qué han esperado hasta ahora?".

Esta entropía procedimental contrasta con las informaciones sin parar de los medios de comunicación sobre la perspectiva de una huelga ferroviaria, que invocan de forma fiable el espectro de la fatalidad inflacionista, mientras que apenas mencionan la lucha que hay por debajo para conseguir días de baja por enfermedad. El resultado es una imagen de pantalla dividida, que demuestra cómo las nociones populares de "la economía" se han divorciado de las personas que crean valor dentro de ella. "Con lo que hacemos, o trasladas personas o trasladas mercancías, y muchas de esas mercancías son muy importantes y no pueden trasladarse en camiones". afirma Tormey. "Odio lo de trabajador esencial -todo el mundo es un trabajador esencial-, pero en un momento como éste, es cuando queda en evidencia el tinglado. Y demuestra lo importante que es el trabajo, y lo poco que les importa la gente que realmente lo desempeña".

Por eso el conflicto ferroviario supone mucho más que otro ejercicio de olímpico control social para los demócratas de Washington. "Es el momento de la verdad para el gobierno de Biden", afirma McCartin. "No se puede obligar simplemente a los trabajadores a aceptar un sistema injusto. En algún momento van a decir: 'a la mierda'. Cuando la gente sienta que les han presionado hasta el límite, estallarán".

Chris Lehmann dirige la redacción en Washington D.C. del semanario progresista The Nation y es colaborador de la revista The Baffler. Ha sido director de The Baffler y The New Republic, y es reciente autor del libro “The Money Cult: Capitalism, Christianity, and the Unmaking of the American Dream”. 

The Nation, 2 de diciembre de 2022

es editor de Política Económica en ThinkProgress y colaborador de The Nation.
periodista y editora que trabaja especialmente sobre la intersección entre arte y conflicto social. Publicó "Cat Is Art Spelled Wrong" en Coffee House Press. Escribe regularmente para New York Times, The New Republic, The Nation y The Art Newspaper.
Ensayista y crítico freelance, colabora en medios como Appeal, the Baffler, Harper’s, Insider, Lapham’s Quarterly, Los Angeles Review of Books, the Nation, the New York Times, the New Republic, and the New Yorker entre otros.
Redactor jefe de The Baffler y autor de Cosas de ricos. Su último libro "El culto al dinero", está disponible en Melville House.
Fuente:
The Nation, 2 y 8 de diciembre de 2022
Traducción:
Lucas Antón

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