Albino Prada
12/03/2023En el ensayo Ciudades hambrientas (Capitán Swing, 2020), Carolyn Steel nos ofrece un análisis caleidoscópico sobre como la alimentación moldea nuestras vidas, nuestras ciudades e, incluso, la salud ambiental de nuestro planeta. Lo hace en su evolución para la diversidad de ciudades del mundo más rico, al tiempo que se detiene en los diversos aspectos del asunto: producción, venta, distribución, elaboración, consumo o desperdicios de los alimentos.
Con este hilo conductor anota que “en Gran Bretaña arrojamos a la basura 6,7 millones de toneladas de alimentos domésticos al año, es decir, un tercio de toda la comida que compramos … en Estados Unidos se despilfarra casi la mitad de los alimentos comestibles, por un valor estimado de 75.000 millones de dólares anuales; una estadística preocupante se mire por donde se mire que no tiene en cuenta el despilfarro más dañino de todos: el alimento que las personas sí comen pero que sería mucho mejor que no comieran”.
De manera que, como argumentaba con detalle en mi ensayo “El despilfarro de las naciones” (2017), padecemos dos despilfarros catastróficos a los que se debe añadir otro: la hambruna en otra buena parte del mundo.
Estos despilfarros son además la punta de iceberg de otros tanto o más preocupantes ya que para hacerlos posibles nos inducen otros despilfarros de recursos: todas las facetas de la agricultura industrial comportan el uso de petróleo, desde la conducción de maquinaria o la fabricación de fertilizantes y pesticidas, hasta el transporte, el procesamiento y la conservación de la producción. Muy singularmente en una dieta crecientemente carnívora, pero también en vegetales obtenidos en túneles de cultivo que desertizan el terreno y agotan los recursos hídricos.
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Este complejo agroalimentario convive con despilfarros y agotamientos que se multiplican cuando hay que abastecer a núcleos urbanos de gran tamaño y a grandes distancias: “Un informe reciente del DEFRA estimaba que en el año 2002 los alimentos británicos recorrían treinta mil millones de kilómetros en diferentes vehículos; diez veces más que una década antes”.
Siendo así que se hace evidente que con el creciente tamaño de las concentraciones urbanas los problemas señalados se disparan: “a medida que las ciudades fueron creciendo sus ecosistemas auto reguladores empezaron a colapsar”. O, dicho de otra forma, parece que el tamaño crítico a partir del cual los problemas de un área urbana se vuelven fuera de control se situaría en los 50.000 habitantes (justo el criterio para integrarse en el movimiento slow city con la filosofía slow food) ya que todos estos impactos están relacionados con la envergadura de las mismas. Planteamientos que encajan con la obra seminal de Jane Jacobs “Muerte y vida de las grandes ciudades” que hoy busca paliar Carlos Moreno (en París, Milán o Barcelona) con su concepto de ciudad de los 15 minutos.
Porque no solo reclaman cuidados intensivos los problemas de abastecimiento y modelo alimentario asociados al mundo industrial y urbano, también otros, como los residuos urbanos alimentarios, de los que se ocupa el ensayo y muchos otros, como el ciclo del agua, otros residuos o el sistema de aprovisionamiento energético, y de movilidad. Vectores con los que el diagnóstico aún se reforzaría más.
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El sistema con el que funcionan nuestras mega urbes (en otra parte he analizado el caso de Madrid) se basa en el poderío logístico y militar que ya se ejerciera en la Roma clásica: “extendiendo sus cargas cada vez más lejos a medida que sus necesidades iban aumentando”. Este desequilibrio –el espacio vital imperial de nuestras ciudades- lo podemos cuantificar con la relación entre el número de hectáreas que se necesitan para alimentarse y asimilar sus residuos (la huella ecológica) toda su población y las hectáreas de bio capacidades de que disponen en su territorio.
Los datos para las provincias españolas (OSE, 2008, p. 93) de dicha huella (superficie ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos consumidos por un ciudadano medio de una determinada comunidad humana, así como la necesaria para absorber los residuos que genera) certifican palmariamente que nuestras mayores áreas urbanas se compadecen muy mal con la sostenibilidad, mientras que serían las más modestas (como Cuenca, Albacete o Cáceres) las que aún disfrutan de una escala urbana ajustada a su espacio vital provincial.
Para eso basta observar en el gráfico que reproducimos no la cuantía absoluta de los indicadores –lógicamente mayor cuanto más población- sino el desequilibrio entre la huella (en amarillo) y las biocapacidades (en rojo). Que es de más de diez veces en Barcelona y de menos de dos veces en Toledo.
A la vista de estos datos y como oportunamente señala Carolyn Steel “lo único que hemos conseguido talando los bosques tropicales y vertiendo productos químicos en el suelo es posponer la cuestión malthusiana; lo que no hemos logrado es hacerla desaparecer”.
En este punto se comprueba para el conjunto del reino de España una buena y mala noticia. La mala es que la población que vive en municipios de más de cincuenta mil habitantes supera ya la mitad del total y es creciente en los últimos veinticinco años. La buena sería que aún contamos con que casi la otra mitad de la población resida en municipios de menos de 50.000 habitantes. Justo en ese umbral de tamaño en el que las recomendaciones de este ensayo serían manejables (algo más de los 15 minutos).
POBLACIÓN ESPAÑOLA SEGÚN TAMAÑO DEL MUNICIPIO
Fuente: INE
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No me gustaría concluir esta reseña sin incorporar otras claves en relación a las alternativas que se proponen en este ensayo. Claves con raíces tanto del pasado, del presente, y de un futuro que ya está ahí.
Sobre el pasado me asombró ver documentada la experiencia en el área metropolitana de París (entre los años 1870-1980) de la utilización de las aguas residuales para la fertilización de cinco mil hectáreas de tierras de regadío en Gennevilliers. Con una producción de coles, alcachofas o remolacha de decenas de miles de kilos de primera calidad. Una experiencia pionera que sólo se trucará en la década de 1980 a causa de la expansión urbana y la revalorización del suelo.
RIEGO AGRÍCOLA CON AGUAS RESIDUALES DE PARIS (1870-1980)
Fuente: https://www.iagua.es/noticias/locken/17/02/08/pioneros-agua-historia
Más recientemente será Viena una ciudad pionera en reciclar sus residuos orgánicos y utilizarlos en explotaciones agrarias en las afueras de la misma. También San Petersburgo donde nada menos que dos millones y medio de sus habitantes estarían implicados en algún tipo de actividad agrícola.
Como proyecto de referencia en marcha en la actualidad en este ensayo se documenta el caso de la ciudad proyectada de Dongtan en China para medio millón de residentes, en la que se diseña hasta el más mínimo detalle para minimizar el impacto ecológico de sus habitantes. Aunque, y en la China actual son frecuentes estos contrastes, mientras se espera hacer realidad este proyecto la macro ciudad de Chongqing con más de treinta millones de habitantes es un ejemplo de manual, entre muchos, de ciudad necesitada de cuidados intensivos.