Cataluña: La realidad y el deseo

Jordi Borja

09/08/2015

Con el
permiso de Luis Cernuda utilizo el título de su obra poética, la realidad y el
deseo.  Me refiero a la extraña
situación que se vive en España y en Catalunya. Todos hablan pero no se
hablan.. Estamos ante una crisis política grave, no una cuestión de disputa
jurídica. Los discursos contradictorios mezclan confusamente realidad y deseo.
Lo cual puede llevarles, a unos y otros, al desastre. El gobierno español parte
de posiciones que considera tan objetivas como indiscutibles Es su realidad
dogmática.  Uno de sus principios
fundamentales:  la Constitución
afirma que España es indisoluble. Una completa memez para cualquier persona con
sentido común y con un mínimo de conocimientos filológicos. Así mismo se da por
natural el carácter inmutable de la legislación, interpretada pro domo. Lo que
lleva consigo negar cualquier cambio y ningún diálogo. Su discurso repetitivo
pretende ser una evidencia pero no deja de ser una “realidad mítica” que solo
puede derivar en una locura desesperada. El diálogo es casi imposible. Por
dogmatismo inasequible al desaliento. Y también por lo aburrido que es tratar
con tanta miserable pobreza intelectual.

El
discurso independentista también se basa en dos realidades subjetivas que se
han convertido en mitos movilizadores. Se identifica un proyecto político con
un amplio consenso social. Pero la sociedad catalana dista mucho de ser
homogénea. Sobre esta cuestión como en todo. Es cierto que no hay un proyecto
alternativo que pueda competir con el independentismo en la calle. Pero  una parte de la sociedad lo apoya o se
mantiene neutral debido al descrédito del gobierno español. Los gobernantes del
PP han sido los mayores estímulantes de la movilización masiva por el derecho a
decidir y de la independencia. El autor, a priori no independentista, votó
Sí-Sí en la consulta no legal.  Un
nuevo gobierno en España, si propusiera un diálogo y un pacto específico para
Catalunya, facilitaría la emergencia de posiciones intermedias. El proceso independentista
se ha acelerado, sin la prudencia política de esperar, y si es posible
facilitar, un cambio de gobierno en España. Algunos liderazgos presentan el
fruto prohibido como al alcance de la mano. Nos lo ofrecen en 18 meses o nueve
incluso. Se confunde la realidad con el deseo. Una aventura  frustrante y peligrosa.

Al
margen de los discursos románticos de unos y los principios metafísicos de
otros, todos saben que sus objetivos son mucho más a corto plazo. El gobierno
del PP sabe que, a pesar de una publicidad exagerada sobre la reactivación
económica, es poco probable que gane las 
elecciones por mayoría y lo difícil que pueda construir alianzas. El
desafío independentista, estimulado por el propio PP, es utilizado no como un
problema político a resolver, sino como un instrumento para excitar el
patrioterismo español, el de la rabia y la idea. Se utiliza el deseo no como un
medio para mejorar la realidad, en este caso la convivencia democrática sino
como un acicate de las emociones negativas, el anticatalanismo irracional, la
confrontación amigo-enemigo. Ganar las elecciones a cualquier precio, por vil
que sea. Este afán provocador solo se complementa por una creciente voluntad
represora. Se manipulan sentimientos elementales para modificar una realidad
que les es adversa.

El
gobierno catalán ha planteado a su vez unas elecciones “plebiscitarias” que
tienen algo de trampa. No me refiero al hecho de convocar unas elecciones
autonómicas como alternativa a una consulta reprimida por el gobierno y la judicatura
del Estado español. Es legítimo buscar un medio legal para consultar a los
ciudadanos. Pero ha sido un planteamiento partidista que solo puede servir para
mantener la alianza entre Convergencia y Esquerra republicana y pretender ganar
las elecciones. Aún suponiendo que la candidatura promovida por estos dos
partidos obtuvieran la mayoría parlamentaria no podrían ir más allá de una
declaración retórica a favor de la independencia y de continuar creando esbozos
de estructuras de Estado sin serlo. Por cierto estos dos partidos, actualmente
independentistas no lo fueron en un pasado reciente. Convergencia es un
converso de última hora y ERC no fue independentista ni antes de la dictadura
ni en los primeros años de la democracia. En fin, sea cual sean los deseos de
la pretendida candidatura  por la
independencia si ganará solo servirá para garantizarles  cuatro años de gobierno. Si antes no se
provoca un choque de trenes. Espero que sus líderes no quieran identificarse
con el general Della Rovere.

El
escenario hubiera podido ser otro. Crear algo parecido como la Asamblea de
Catalunya de los años 70. Buscar un gran denominador común como fue la
autodeterminación o el derecho a decidir, que probablemente comparte el 80% de
la ciudadanía. Con un programa similar a los de los Consejos de Resistencia de
Francia e Italia, con fuerte contenido social. Un programa común que no es
obstáculo para que se presentaran 
una pluralidad de listas. Pero se ha preferido dejar fuera a gran parte
de las izquierdas. Ha sido una opción que no beneficia a nadie. Se debilita
ahora a las otras alternativas y una candidatura heterogénea, si consigue
gobernar, inevitablemente implosionará. El   11 de setiembre corre el riesgo de no ser un acto
unitario, sería empezar mal esta nueva etapa. A menos que la convocante
Asamblea Nacional Catalana  amplié
los contenidos e invite a participar a las fuerzas políticas y sociales que
asumen la autodeterminación.

La
amenaza no es el independentismo de unos y el afán represor de los otros. La
gran amenaza es que se pierda el control de las dinámicas en curso. La tensión
se acentúa cada día. Los liderazgos son débiles, las escaladas de unos y otros
pueden derivar en el egocentrismo de cada parte, las emociones colectivas
pueden  desbordarse. Los gobernantes
españoles pueden ser empujados por los demonios que han desatado y algunos
líderes catalanes parecen tentados por aventuras sin otro futuro que una
regresión democrática. España no se merece el coste de la involución
autoritaria. Y Catalunya debe contribuir a liquidar el régimen actual y forzar
un pacto sobre la base de contar con grandes mayorías sociales en casa y
potentes aliados en España y en Europa.

Jordi Borja es miembro del consejo
editorial de SinPermiso

Fuente:
www.sinpermiso.info, 8 de agosto 2015

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