Klaus Fischer
13/05/2012Martes, Día de la Liberación, miércoles, Día de la Victoria: Rusia celebra solemnemente las dos jornadas festivas que marcan su conciencia nacional. Un día antes Vladímir Putin volvía a jurar el cargo como Presidente. En el Palacio del Kremlin hacía cola el establishment para dar al político que ha marcado el destino del país desde el 2000 un furtivo apretón de manos. 30 salvas de honor, desfiles del regimiento de honor de la Guardia de Palacio, misa en la catedral de la Anunciación. En este nuevo capítulo de la historia rusa no faltaron los tonos imperiales. Mientras tanto, la policía libraba escaramuzas en el centro de Moscú con numerosos manifestantes anti-Putin. Justo lo que querían evitar los grandes medios de comunicación rusos para poder engañar al público con los sucesos que tenían lugar en la mayor ciudad de Europa.
Desde el punto de vista internacional y europeo hay cosas más importante que la campaña por más democracia en el país, conducida, poco sutilmente, sin levantar demasiada polvareda. Rusia, potencia atómica, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, mayor productor de petróleo del mundo y propietaria de gigantescas reservas naturales es también, 67 años después de la victoria sobre el fascismo hitleriano, uno de los principales actores en el escenario internaiconal. No se trata sin embargo de inercia que lo siga siendo.
Rusia necesita la rápida transformación de un estado proveedor de materias primas y armas en un estado industrial con capacidad de innovar. Putin ha asegurado siempre, de manera bastante creíble, querer aumentar el bienestar de todos los rusos. En sus dos mandatos y también como jefe de gobierno no hubo apenas un tema que estuviese tan presente en su agenda política. Modernización2, alta tecnología, economía eficiente fueron algunos de los vocablos más empleados. Este mantra indica la existencia de un problema fundamental: la creación de una base económica con miras al futuro no es cosa de un espectáculo con un sólo conductor, ni tampoco de un solo partido o de pura voluntad. El desarrollo de las fuerzas productivas es un proceso socioeconómico más complejo y no puede ser concebido por individuos y ni siquiera por grupos mayores creadores conscientemente con ese fin. Tampoco puede ser dirigido desde arriba en términos generales.
El concepto putinista de capitalismo se enfrenta así en la esfera de reproducción capitalista a dos defectos fundamentales: la (para el capitalismo moderno) desproporcionada, incluso para lo que es habitual, distribución de la propiedad, resultado del proceso de acumulación primitiva bajo la presidencia de Boris Yeltsin, y que se encuentra en manos de lo que en su día se dio en llamar economía de oligarcas. El otro es una carencia o fracaso de fuerza de trabajo motivada individualmente.
Para tener un capitalismo funcional, una sobreabundancia de recursos materiales es secundario; mucho más importante es tener un número suficiente de consumidores y productores privados. Y ello sólo ocurre cuando la mercancía fuerza de trabajo es doblemente libre, esto es, puede moverse libremente y es consciente de su condición como tal. Este tipo de libertad de movimientos, que a menudo se tiene por libertad sin más, precisa de sutiles instrumentos de dominio y es difícilmente compatible, o directamente incompatible, con la pretensión de un dominio individual más allá del determinismo económico. No en último lugar, los intentos y fracasos, no sólo en las antiguas repúblicas soviéticas, han mostrado que Putin debe acometer una transformación de la estructura de poder si realmente quiere hacer avanzar la economía rusa para que el bienestar alcance a todos los ciudadanos, y no sólo a los oligarcas, mafiosos, miembros del partido y la sinecura. Y ya se sabe que el socialismo no se encuentra en su agenda política.
Sin embargo, al presidente le costará en los próximos seis años romper las estructuras de dominio fijadas desde hace tanto tiempo para allanar el terreno a un capitalismo moderno. Pocas horas después de su toma de posesión, Putin encargó al gobierno crear en todo el país hasta 2020 25 millones de puestos de trabajo de elevada productividad.
La productividad laboral debería incrementarse hasta el año 2018 el doble, como figura en el Decreto sobre la política económica estatal a largo plazo que Putin firmó el pasado lunes, como informó el servicio de prensa del Kremlin. ¿Se trata de una revolución por ukaz o nos encontramos realmente ante un nuevo ciclo? El subjetivismo el poder de decisión lo es menos seguirá siendo el principal escollo. ¿Que significa si no que Putin encargue al gobierno incrementar las inversiones del país al menos un 25 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) hasta 2015? El objetivo declarado es mejorar la imagen, atraer inversores. Así, deberían de mejorarse las condiciones económicas para que Rusia pase en la tabla calificación del Banco Mundial de estados favorables a los negocios al puesto 50 para el 2015 y al puesto 20 en el 2018. Por el momento la vara de medir de la modernidad capitalista apunta bajo: el país se encuentra en la posición 120.
Klaus Fischer escribe para el junge Welt sobre Rusia y Europa oriental.
Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero