Brasil: la articulación golpista pierde impulso

Gilberto Maringoni

Roberto Amaral

03/04/2016

El mes de marzo puede haber sido una bisagra en la situación política de Brasil. Las masivas movilizaciones populares contra la tentativa de un golpe de Estado y en favor de un cambio en la política económica frenaron las variadas estrategias de la oposición para destituir a la presidenta Dilma Russeff y poner fin al gobierno del PT.  Si bien la crisis política, en el marco de una profunda recesión económica, no se ha conjurado, el 31 de marzo masivas manifestaciones - no sólo en el centro de las grandes ciudades, sino en los barrios periféricos y pequeñas ciudades de todo el país - expresaron a los sectores democráticos y de los trabajadores urbanos y rurales. Este nuevo actor no ha podido ser ignorado ni por los grandes grupos económicos ni, en consecuencia, por los medios de prensa que los representan.  La retirada del PMDB de la alianza política y parlamentaria que sustentaba a Dilma no fue el inmediato derrumbe del gobierno como algunos pensaban. Puede que en su lugar  haya sido una señal del ocaso del PMDB, jugador de nota en las componendas que han hundido a la política brasileña en una ciénaga.

Sin embargo, todavía la actual coyuntura brasileña, una de las más difíciles desde la salida de la dictadura, tiene pronóstico reservado. Y como decía el inolvidable Tom Jobin: Brasil no es para principiantes.
"En Brasil, todo es posible pero nada es probable (…) Este Gobierno fue electo para mantener el statu quo, no para cambiarlo", afirmó hace unos días Roberto Setúbal, titular de Itaú-Unibanco, para algunos el mayor grupo financiero de América Latina, en una charla organizada por estudiantes de la Universidad de Sao Paulo (USP). Setúbal no ve una salida en el  impeachment, sino en nuevas elecciones, sin precisar demasiado cómo llegar a ellas.
En este mes de abril, Dilma tiene que mover las piezas, a su favor está la señal de la calle. Habrá que ver si puede o quiere aprovecharla.

En esta entrega, los artículos de Gilberto Maringoni y Roberto Amaral. SP



No habrá golpe, vale pensar en el día después

Gilberto Maringoni


                                                    Pensar libre, es sólo pensar.

(Millôr Fernandes, escritor, humorista brasileño).
 

Se comienza a vislumbrar la posibilidad de que el golpe sea derrotado.  No es espejismo. Hay un cambio real de clima en el país. El miedo a la derecha por parte de la izquierda fue sustituido por la necesidad de hacer alguna cosa.

Las manifestaciones de marzo fueron sorprendentes.

Representan un punto alto, superando en mucho a las movilizaciones de diciembre 2015 e incluso aquella que posibilitó la victoria de Dilma en el segundo turno, en 2014.

Son movimientos macizos y horizontales. Se registraron en decenas de ciudades de Brasil y del exterior, galvanizando a trabajadores, activistas, artistas, académicos y mucha gente que hace tiempo no ejercitaba sus músculos colectivamente en las calles.

Se consolida una corriente de opinión contra el golpe. Lo mejor de la intelectualidad brasileña parece despertar de una larga hibernación. Es algo que denota la singularidad de los tiempos. Son marchas contra la derecha y contra la política del PT real en tiempos de ajuste.

Algo muy difícil está siendo demandado por buena parte de nuestro pueblo: se trata de no dejar a una gestión que ataca sistemáticamente a la población ser defenestrada por el ultraneoliberalismo de laca (fijador) de la antigualla pemedebista.

Esa marea popular en ascenso sacó momentáneamente de la escena a la derecha hidrófoba. Es posible que la articulación golpista esté perdiendo impulso.

La Globo recalibró el enfoque de su cobertura. No es que haya cambiado de posición. Sino que el desgaste de asociarse a los personajes del tren fantasma del rebaño de Michel Temer puede haber forzado un pequeño retroceso táctico a la sucia cobertura realizada en las últimas semanas.

El gobierno y el PT, que serían los beneficiados de esta situación, parecen a esta altura imposibilitados de reaccionar. Tal vez sea bueno. En la mayoría de las veces que el gobierno de Dilma se manifestó, en este segundo mandato, fue para intervenir contra alguna garantía popular.

Pero dejémonos de rodeos. La cuestión central es: ¿El Congreso impedirá el juicio político ()?

La papa no está en las manos del gobierno, que moverá sus cartas para garantizar el fatídico número de 171 diputados a su favor. El peso de la acción cabe a la oposición de derecha, que tendrá que clavar 342 votos en el plenario para desalojar el tercer piso del predio del lado.

Aunque la mayor probabilidad es que la caída de la mandataria se concretara, el juego puede no funcionar. El impedimento peligra ser reprobado.

Vale la pena imaginar la posible situación.  El PMDB conocerá el ridículo en plenitud. No tiraba una pelota afuera de esa magnitud desde la grotesca  carta de Michel Temer, el año pasado.

Incluso venciendo, el gobierno poco tendrá que festejar. Sus líderes probablemente se recordarán que Pirro enfrentó un dilema semejante.

El  podrá ser derrotado por un gobierno en absoluta minoría en el Congreso y en la sociedad. Hay chances mínimas de revertir la crisis económica en el corto plazo. Aun cuando Lula asuma un cargo prominente, nada garantiza que la desastrosa orientación económica – que favorece a los bancos – sufrirá algún cambio.

Ciertamente que es un escenario mucho mejor que una derrota. Será una oportunidad para recomenzar, con relativa buena voluntad popular. Pero es poco probable que Dilma y que su partido quieran deshacer compromisos firmados en la campaña más cara en la historia de la República, 319 millones de Reales.

Situación difícil.

 

 

Promiscuidad y suspensión

Roberto Amaral

Independientemente del desenlace de la crisis política, quedará la fractura de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la democracia.

Evandro Lins e Silva, un hombre raro, ministro que honró un Supremo Tribunal Federal (STF) honrado y por eso mismo desgarrado por la dictadura de 1964 (que le impuso casaciones  y desfiguradora ampliación de sus miembros), criticaba severamente la promiscuidad representada por la convivencia, en Brasilia, de jueces y ministros con periodistas, políticos y abogados, éstos a muchas veces patrocinadores de casusas en demanda.

Esa convivencia promiscua existía (y existe ahora más que nunca) no sólo en las oficinas de los tres poderes, sino igualmente, en bares y restaurantes de moda, en pasillos poco recomendables de hoteles famosos, y así, la inevitable discusión sobre intereses, observaba el viejo juez, establecía lazos de compadrazgo, incompatibles con el decoro y el recato que la toga exige de cualquier magistrado, pero sobre todo le obliga a aquel que ha alcanzado la más alta Corte de Justicia del país.

Evandro  venía de un tiempo - de ahí su espanto e indignación – en que los jueces,  moderados en sus actos y costumbres, sobrios por excelencia, “hablaban en los autos” y tan sólo en los autos, esto es, en el proceso que juzgaban. Le sonaba de muy mal gusto la frecuencia con que los magistrados hablaban con la prensa.

En los tiempos de la dictadura implantada en 1964, estaba el ministro Cordeiro Guerra, que combinaba la intemperancia verbal con la ignorancia jurídica. Pero también existió un Ribeiro da Costa, que personificaba las virtudes de un buen juez: coraje, cultura, recato y sencillez. Éste, el ejemplo, que enseñaba a las nuevas generaciones.

Ese decoro y  ese recato entran en colisión con la intimidad que hoy mantienen algunos jueces que aceptan entrevistas, en su afán de conquistar espacios públicos, en medios de prensa tan poderosos como inescrupulosos - ellos mismos productos de los trapicheos del poder – de los que nacen muchas nominaciones  que pasan por el tamiz del Senado, como las de Ministro del STF, los miembros del Tribunal de Cuentas y, entre otros, el Procurador General de la República.

No es suficiente la algarabía partidaria del ministro Gilmar Mendes, conocido como “líder de la oposición en el STF” (y también llamado “aquel que no se disfraza”), un montón de ministros colegas suyos, aunque más cultos y más moderados, que en su esfuerzo para ganar espacio en la prensa de oposición, llegan a decir que el   impeachment no es golpe de Estado, porque está previsto en la Constitución. Bueno, hasta el reino mineral sabe que el  impeachment es un instituto previsto por la Constitución y decir sólo esto es decir la verdad por la mitad, lo que aumenta la mentira.

Mentira, por cierto, más grave en tanto puede parecer a la sociedad lega, que se trata de una previa aprobación, por la Suprema Corte, de un evidente estupro legal, inaudita violencia contra la soberanía del voto popular.

El golpismo está no en el instituto constitucional, jamás impugnado, sino en la flagrante ilegalidad de su apelación, porque la presidenta no incurrió en ninguna de las hipótesis de crimen de responsabilidad  previstas en el artículo 85 de la Constitución, justificadoras, y solamente ellas, del  impeachment.

Simplemente una escandalosa mala fe (puesto que no deberíamos considerar ignorante en derecho constitucional a un ministro del STF), puede hacer coro a la cantinela golpista, jurídicamente inconsistente.

El carácter eminentemente político de la acusación quedó patente en las recientes escaramuzas en la Cámara de Diputados, cuando la indescriptible bancada del incalificable PDMB – en un acto de felonía que simboliza su suicidio moral – irrumpió el plenario de los diputados al grito de “Temer presidente”, poniendo de manifiesto el carácter objetivo del golpe, sí, del golpe de Estado que no precisa del llamado a las armas.

Golpe al mandato legítimo (otorgado por 54 millones de electores) a la honrada presidenta Dilma, con la toma del poder por un vice sin votos y de honradez en la mejor de las hipótesis discutible, mientras que es indiscutible la fragilidad moral del diputado Eduardo Cunha, que dirige en la Cámara de Diputados los ritos de la destitución de la presidenta con el mismo empeño con que, con ostensivo abuso de poder, que ni el Ministerio Público ni el STF ejercen, inviabiliza su propia destitución.

¡Así, en la República de macunaímica estamos corriendo el riesgo de ver a un vicepresidente sin votos asumiendo el cargo de una presidenta reelecta con una mayoría absoluta de votos!

El incidente, sin embargo, lacera las entrañas del actual punto muerto político, revelando a la luz del día los componentes estructurales de una crisis mayor.

Independientemente del resultado inmediato de la crisis política, permanecerá intacta la fractura expuesta de la crisis de legitimidad que corroe los poderes de la República y amenaza a la democracia representativa, tal como la practicamos.

El caso del lamentable presidente del Consejo Federal de OAB  (por cierto, en su gesto torpe, despreciado por el cuenta correntista suizo que todavía preside la Cámara de Diputados) asocia el oportunismo y la mala fe, también indicativos de la crisis de una corporación que, cuando la presidía Raymundo Faoro, luchó por la democracia y por la legalidad. De hecho, que remontando a sus orígenes, esa había sido la fuente del PMDB.

La búsqueda de notoriedad a cualquier costo cobra un precio altísimo a la dignidad requerida por algunas funciones republicanas.

Estas consideraciones se me ocurren al conocer el relato de la reunión de pauta del diario nacional de la Red Globo, revelada por el periodista Clovis Barros Filho (USP) en el libro  Devaneos sobre la actualidad del Capital, de su propia autoría y de Gustavo Fernandes Dainezi (CDG editor, Porto Alegre, 2014, p. 22). Ahora ampliamente difundido, (aún en el aire) por el sitio del Diario del Centro del Mundo. Se lee allí:

  “(…) voy a dar un ejemplo [de promiscuidad] que me chocó: asistí a una reunión de pauta del Jornal Nacional. William Bonner [editor y presentador] llama al celular de  Gilmar Mendes [Ministro del STF], y le pregunta: ´¿Va a decidir algo importante hoy? ¿Mando o no mando el reportero?´ [Responde el ministro]: ´Depende, si usted envía el reportero, yo decido alguna cosa importante´".

Hasta aquí no hay alguna reacción del Ministro, ni  tampoco el diálogo escabroso fue desmentido por el reportero de la poderosa  Red Globo.

El ministro Mendes – conocido por bastardear el plenario del STF con sus con sus frecuentes votaciones – además, fue fotografiado hace poco en un restaurante de Brasilia conversando con destacado próceres del PSDB momentos antes de, en decisión autocrática, atendiendo al pedido del PSDB, de suspender la asunción de Lula en la Casa Civil de la Presidencia de la República y devolver las investigaciones sobre el ex presidente a los tribunales de Curitiba.

Se sabe, además, que  ese mismo famoso Ministro, aprovechándose del derecho de vista, impidió, durante cerca de dos años, que el STF resolviera, cuando la votación estaba 6 a 2, por lo tanto decidida, pues el quórum es de 11 votos, el juicio de ADI (Acción Directa de Inconstitucionalidad) que planteaba la prohibición de financiamiento de las campañas electorales, fundamental para el proceso democrático.

Inmediatamente después del encuentro (en el restaurante de Brasilia NdeT) y luego de participar en el programa del candidato del PSDB a la Alcaldía de Sao Paulo y después de desparramar obstáculos a la asunción de Lula en la Casa Civil, y no por casualidad, el Ministro viajó a Lisboa donde su Instituto promueve, financiado por no sé quién, un seminario con los principales políticos que lideran en Brasil la tentativa de decretar el impeachment de la presidenta Dilma, proceso que, llevado a término será presidido por el presidente del STF, que de hecho, podrá ser llamado a pronunciarse sobre su mérito.

Entre sus compañeros de viaje se encontraban el candidato Aecio Neves y el senador José Serra (también su comensal), que, por cierto, así como el Ministro Tófoli, su escudero, fueron recibidos en el evento con estruendosos abucheos ofrecido por profesores y estudiantes portugueses, que no han perdido la memoria sobre el autoritarismo y el fascismo y el papel crucial que, en los regímenes de excepción, cumple el Poder Judicial.

Porque las instituciones no tienen historia propia. Su historia está escrita por sus jueces y ellos escriben sus propias biografías con sus votos y sus sentencias, dictadas por el coraje y la cobardía de cada cual.

¿Por cada Evandro y por cada Ribeiro da Costa y cuántos Mendes tendremos que aguantar? ¿Por cada Ulysses Guimarães (o, más atrás, Adauto Lúcio Cardoso) cuántos Eduardo Cunhas y cuántos Temer? ¿Por cada  Raymundo Faoro y por cada Marcelo Lavenere cuántos, como es incluso el nombre del actual Presidente de la Consejo Federal de OAB (Orden dos Abogados do Brasil)? ¿Y qué decir de la gloriosa ABI (Asociación Brasileña de la Prensa), que,  después de presidida por Barbosa Lima Sobrinho, es comandada hoy por un anónimo servidor del monopolio de la información?
 

Carta Capital, 1 de marzo 2016

periodista, profesor de Relaciones Internacionales de la UFABC.
Politólogo. Ex-ministro de Ciencia y Tecnología de Brasil.
Fuente:
Varias
Traducción:
Carlos Abel Suárez

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