Al negarse a negociar el ascenso como potencia de China, Estados Unidos podría hacer inevitable el conflicto

Adam Tooze

28/04/2023

¿Hasta qué punto la creciente tensión con China afectará la política económica de Estados Unidos? Después de una serie de sanciones y leyes abiertamente discriminatorias, mientras se están aplicando medidas sobre las inversiones estadounidenses en China y los discursos sobre la guerra son cada vez más comunes en Estados Unidos [ver el artículo de Michael Klare], la administración Biden sabe que debe aclarar sus relaciones económicas con el país que es el mayor socio comercial de EEUU más allá de América del Norte.

Tras las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial [del 10 al 16 de abril], la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, hizo su primera gran declaración sobre las relaciones económicas con China desde 2021. A juzgar por el tono, su mensaje tiene como objetivo aclarar y calmar las especulaciones y los debates sobre las motivaciones e intenciones de la Casa Blanca. Sin embargo, en la situación actual, está lejos de ser obvio que esta aclaración realmente contribuye al apaciguamiento.

El escenario que Janet Yellen rechaza es el de la llamada trampa de Tucídides [1], pero las razones por las que lo hace son reveladoras. La idea de que un “conflicto entre Estados Unidos y China” es “cada vez más inevitable” se basa, insiste, en una hipótesis falsa. Esta perspectiva está “motivada por el temor, compartido por algunos estadounidenses, de que Estados Unidos estaría en declive. Y que China estaría a punto de superarnos como la principal potencia económica mundial, provocando un choque entre ambos estados”. Estados Unidos buscaría el enfrentamiento militar para evitar el cambio desfavorable en el equilibrio de poder relacionado con el fenomenal crecimiento económico de China. Esto no tiene sentido, nos asegura Janet Yellen, porque la economía de Estados Unidos, gracias a sus instituciones liberales, su cultura de innovación y el sabio gobierno de la administración Biden, goza de buena salud.

“Estados Unidos sigue siendo la economía más dinámica y próspera del mundo”. Por eso, insiste Janet Yellen, Estados Unidos no tiene ninguna razón para buscar “ahogar la modernización económica y tecnológica de China” o continuar con un desacoplamiento importante. El poder económico de Estados Unidos, continúa la secretaria del Tesoro, “se incrementa” por sus relaciones con “amigos y socios cercanos en todas las regiones del mundo, incluido el Indo-Pacífico”. Por lo tanto, Estados Unidos no tiene “ninguna razón para temer una sana competencia económica con ningún país”. Y Janet Yellen concluye: “El crecimiento económico de China no es incompatible con el liderazgo económico de Estados Unidos”.

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Vale la pena detenerse en lo que esto implica. El conflicto no es inevitable porque Estados Unidos va bien. Esto significa que China puede desarrollarse sin amenazar el liderazgo económico estadounidense. Pero, ¿qué pasaría si no fuera así? Janet Yellen no especifica lo que esto implicaría. Sin embargo, en esa eventualidad, aunque Janet Yellen deja poco espacio para la duda, todas las posibilidades permanecerían abiertas. Aún hoy, aunque la administración Biden dice que confía en las perspectivas económicas de Estados Unidos, Janet Yellen insiste: “Como en todas nuestras relaciones exteriores, la seguridad nacional es de suma importancia en nuestras relaciones con China”.

Desde cierto punto de vista, es obvio. Ningún responsable dirá nunca otra cosa. La seguridad es la función básica de los estados. Pero todo depende del alcance de su enfoque de la seguridad nacional y de su grado de confianza. Y si hay que afirmar en voz alta la prioridad de la seguridad nacional en las relaciones exteriores, es porque hay un problema.

Para Janet Yellen, es obvio que Estados Unidos tiene derecho a definir su seguridad nacional a nivel mundial. Afirma, por ejemplo, que la defensa de Ucrania contra la agresión rusa se encuentra entre las “preocupaciones más urgentes de Estados Unidos en materia de seguridad nacional”. Cualquiera que elija ignorar sus sanciones contra Rusia y caiga bajo la jurisdicción estadounidense está expuesto a graves consecuencias. Asimismo, dado que Estados Unidos ha decidido negar ciertas tecnologías al ejército chino, impone en consecuencia sanciones y restricciones comerciales.

Por lo tanto, Estados Unidos fuerte y seguro de sí mismo no tiene ninguna razón para oponerse a la modernización económica y tecnológica de China, excepto en todas las áreas que el establecimiento estadounidense de seguridad nacional, el más gigantesco del mundo, define como de interés nacional determinante. Para que esto sea algo más que hipocresía, hay que imaginar que vivimos en un mundo ideal en el que la tecnología, la capacidad industrial y el comercio que son determinantes para la seguridad nacional son secundarios para la modernización económica y tecnológica en general.

Janet Yellen no hace más que reforzar esta concepción insistiendo en que las medidas tomadas por Estados Unidos contra China estarán muy focalizadas. Pero, como todo el mundo sabe, estas medidas específicas han incluido hasta ahora: esfuerzos masivos para obstaculizar al líder mundial en tecnología 5G, Huawei; sanciones contra toda la cadena de suministro de chips electrónicos (circuitos integrados); y la inclusión de la mayoría de las principales universidades de investigación de China en la lista de instituciones con las que los organismos estadounidenses que deben limitar estrictamente sus ralaciones.

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Además, para aumentar la perplejidad, mientras Janet Yellen insiste en que las sanciones de seguridad nacional no nos dicen nada sobre las intenciones de Estados Unidos con respecto al crecimiento chino, elogia la legislación adoptada bajo la administración Biden, en particular la Ley de Chips (Chips Reduction Act) y la Ley de Reducción de la Inflación, que incluyen elementos fuertemente anti-chinos, como altamente beneficiosas para la prosperidad futura de EEUU.

Como resultado, Estados Unidos acoge favorablemente la modernización económica de China y rechazaría caer en la trampa de Tucídides siempre que el desarrollo de China continúe según orientaciones que no afecten el liderazgo y la seguridad nacional de Estados Unidos. La actitud de Estados Unidos será cuanto más benévola en la medida que logre asegurar su propia prosperidad nacional y, precisamente, su preeminencia en estas áreas.

Es revelador que lo que parece ser una declaración razonable y complaciente es, de hecho, tan desconcertante. China debe aceptar la delimitación del statu quo establecida por Estados Unidos. Si no respeta los límites trazados para ella por Washington entre la prosperidad inofensiva y el desarrollo tecnológico históricamente importante, debe esperar sanciones masivas [2].

Hay que agradecer a Janet Yellen que haya formulado este punto tan claramente. Pero, ¿cómo espera Washington que Pekín reaccione? China no es Japón ni Alemania después de 1945. En comparación con Estados Unidos, si se plantea la cuestión del “liderazgo”, la paridad es el mínimo al que puede apuntar Pekín. El statu quo que la secretaria del Tesoro Janet Yellen da por sentado obviamente no puede ser legítimo a largo plazo. Como Pekín a declarado, aspira a una reorganización fundamental de las relaciones internacionales, de manera que el discurso estadounidense sobre el liderazgo no siga siendo relevante. China tampoco es la única gran potencia asiática que comparte este punto de vista. El punto de vista de la India no es diferente.

En Washington, esta posición se encuentra con una incomprensión total, incluso con un sentimiento de orgullo herido. ¿No entiende China que debe su crecimiento a un orden dirigido por Estados Unidos? Rebelarse contra ese orden, dice abiertamente Janet Yellen, no interesa a China. Janet Yellen tiene razón al decir que un conflicto entre China y Estados Unidos no es inevitable. Depende de las medidas tomadas por ambas partes.

Pero es difícil ver cómo su visión, en la que Estados Unidos se arroga el derecho a definir qué trayectoria de crecimiento económico chino es aceptable o no, puede constituir una base para la paz. Si Estados Unidos todavía está interesado en el orden económico y político mundial, y ciertamente debería estarlo, debe estar abierto a la negociación a favor de un cambio pacífico. De lo contrario, sólo busca el conflicto.

Notas de A l'encontre:

[1] Concepto utilizado en las relaciones internacionales para designar una situación en la que una potencia dominante entra en guerra contra una potencia emergente. La primera está impulsada por el temor que suscita el ascenso de la segunda como potencia.

[2] En el Financial Times del 24 de abril de 2023, Gideon Rachman observa durante un viaje a Washington que “fue sorprendente cómo las discusiones sobre una guerra entre Estados Unidos y China se han vuelto comunes. Esta discusión es alimentada por declaraciones poco rigurosas de generales estadounidenses que reflexionan sobre posibles fechas para el inicio de las hostilidades".

Posteriormente, Gideon Rachman insiste en la política de disuasión indo-pacífica de Estados Unidos: “La administración Biden cree que esto va bien. Destaca el aumento sustancial del gasto militar de Japón, la firma del Tratado Aukus entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, la cercanía creciente en las relaciones entre Washington y Delhi, el fortalecimiento de la Cuadrilateral, que conecta América, India, Japón y Australia, y la decisión de Filipinas de permitir a Estados Unidos acceder más fácilmente a bases cercanas a Taiwán. Como dice con tranquila satisfacción un funcionario estadounidense: “Hemos anotado muchos puntos".”

Según Rachman, el despliegue militar tiene la función de “cambiar los cálculos de Xi sobre los costes y beneficios de recurrir a la fuerza militar”. Pero al mismo tiempo, “los estadounidenses están tratando de apaciguar los temores de que busquen obstaculizar la economía china. Los profundos vínculos económicos que unen a Estados Unidos y China son una de las diferencias obvias entre las rivalidades actuales y la Guerra Fría.”

es profesor de historia y director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. Su último libro es 'Crashed: How a Decade of Financial Crises Changed the World', y actualmente está trabajando en una historia de la crisis climática.
Fuente:
Foreign Policy, el 24 de abril de 2023
Temática: 
Traducción:
Enrique García

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