Agosto 1917: huelga general en España

Miguel Salas

03/09/2017


No oye la voz de aprobación

en el dulce murmullo del elogio,

sino en salvajes gritos de indignación

(N. Nekrasov (1821-1877) poeta ruso)

El historiador de los movimientos campesinos andaluces, Víctor Díaz del Moral, escribió sobre la situación española de la época: “Y en todas partes se notaba la intensa inquietud precursora de las tormentas sociales.” En junio de 1917, los mandos intermedios del Ejército crearon las Juntas Militares que pusieron en un brete al gobierno de la Restauración; [http://www.sinpermiso.info/textos/junio-1917-en-rusia-la-paciencia-se-agota-en-espana-las-juntas-militares] en julio, a iniciativa de la burguesía catalana, se reunió en Barcelona una Asamblea de Parlamentarios que pidieron la apertura de un proceso constituyente y una mayor autonomía para Catalunya; [http://www.sinpermiso.info/textos/julio-1917-mas-que-una-demostracion-menos-que-una-revolucion] en agosto será el movimiento obrero quien alzará su voz.

España no participó en la guerra, pero los capitalistas hicieron buenos negocios vendiendo todo lo necesario sin tener en cuenta el lado de la trinchera. Al principio eso representó una gran demanda de puestos de trabajo, subieron los salarios pero mucho menos que los precios, y conforme avanzaba la guerra fueron empeorando las condiciones de vida de la clase trabajadora. El precio de productos cotidianos como las patatas, el azúcar, el bacalao, el carbón, el papel, etc. aumentó más de un 150% desde 1914 a 1917, mientras que los salarios aumentaron entre un 20 y un 40% en el mismo periodo.

En 1916 la situación empezaba a estar al límite. En julio de ese año se reunieron en Zaragoza delegaciones de UGT y CNT y firmaron un pacto para actuar conjuntamente. El 18 de diciembre se convocó una huelga general de 24 horas, “la más unánime que se ha hecho en nuestro país”, en palabras de Ángel Pestaña, dirigente de la CNT. El gobierno, presidido por el conde de Romanones, no cumplió con la promesa de responder a las peticiones obreras.

En enero de 1917 se declaró una huelga ferroviaria que además paralizó la cuenca carbonífera del norte y la región levantina. En marzo, una nueva reunión de UGT y CNT acordó un manifiesto anunciando que: “se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos”. En su línea habitual, el gobierno procesó y detuvo a algunos de los firmantes, clausuró la Casa del Pueblo de Madrid y suspendió las garantías constitucionales. Las protestas lo obligaron a retroceder y a liberar a los detenidos. En junio se firmó un pacto entre los partidos republicanos burgueses y los socialistas para generar un movimiento pacífico con el objetivo de instaurar un gobierno provisional que convocara a Cortes Constituyentes. La CNT estuvo ausente. Dicho comité apenas tendría actividad.

El 19 de julio, mientras en Barcelona tenía lugar la Asamblea de Parlamentarios, estalló una huelga ferroviaria en Valencia, a la que se sumaron los obreros del puerto y otros sectores. El 20, según la prensa, “hasta los cafés cerraron”, “todo estaba cerrado y no circulaban ni tranvías, ni coches, ni carros”. El 21, el general Tovar declaró el estado de guerra y en los enfrentamientos murieron dos obreros. La represión acabó con la huelga el día 23. Tras las movilizaciones se despidió a 43 trabajadores, y este hecho fue uno de los desencadenantes de la huelga general de agosto. Marx escribió que los gobiernos son como el Consejo de Administración de la clase capitalista. El de esta época en España era un fiel reflejo de esta afirmación. El presidente del gobierno, Eduardo Dato, así como el de Hacienda, Gabino Bugallal, formaban parte del Consejo de Administración de los ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante (MZA). El ministro de Fomento, Vizconde de Eza, era yerno del presidente del Consejo de Administración de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte. Otros ministros eran grandes propietarios de tierra y con directas conexiones con la banca (por cierto, no tan diferente como en la actualidad).

En julio se había acelerado el movimiento huelguístico. En Vizcaya los metalúrgicos estaban en huelga por la jornada de 9 horas y un aumento de una peseta en el salario. También los metalúrgicos de Zaragoza y Vitoria, los panaderos de San Sebastián y la minería en Murcia, Asturias y Peñarroya (Córdoba). El 29 de julio, el ministro Sánchez Guerra admitió que en la situación “había acumulados grandes materiales revolucionarios”.

 

La huelga

Los ferroviarios presionaron para la readmisión de los despedidos de Valencia, y eso aceleró la convocatoria de la huelga general para el 13 de agosto. En Madrid se formó un Comité de Huelga con los dirigentes del PSOE y UGT Largo Caballero, Besteiro, Anguiano y Saborit y Virginia González, de la Organización Femenina Socialista. En Barcelona se constituyó otro con los dirigentes de la CNT, Seguí (El Noi del Sucre) Vidiella, Pestaña y otros.

La huelga prendió en la mayoría de las zonas industriales del país. Fue general en prácticamente todas las zonas mineras, y en Madrid, Barcelona -con Terrassa y Sabadell-, Valencia y Vizcaya. Duró cinco días y se alargó unos días más en la cuenca minera de Asturias y León; en el pueblo de Cistierna (León) se llegó a proclamar la República. Fue también importante en Santander, Alicante, Girona y Coruña y, sin embargo, débil en Andalucía y ambas Castillas.

En Madrid paró la construcción, las principales fábricas y las artes gráficas. El día 13 sólo se publicaron dos periódicos, la agitación recorrió toda la ciudad y el cierre de los comercios fue generalizado. Hubo numerosos enfrentamientos a las puertas de las fábricas y en los intentos de detener la circulación de los tranvías. El gobierno decretó el estado de guerra y desplegó a la policía y al ejército, desatando una enorme represión. El temor a que los militares no respondieran se disipó enseguida. El día 15, en Cuatro Caminos, se sucedieron los hechos más violentos. Ante una concentración de huelguistas, con muchas mujeres y niños, cargó primero la caballería, y al no lograr dispersarla los soldados empezaron a disparar. Según el testimonio de la dueña de una tienda de vinos en la calle Bravo Murillo: “Aquí ha habido fuego […] pusieron las dos ametralladoras y dieron tres tomas de atención. Al principio tiraban al aire, pero como los grupos no se disolvían, tiraron contra la gente.” (El Liberal, 15 agosto 1917). Días después, el político conservador Miguel Maura escribía: “La tropa extraordinariamente bien, porque ha pegado con saña y no ha perdonado medio de hacer pupa”. Esa misma noche la policía detenía al Comité de Huelga en la calle Desengaño, 12. La represión y la falta de orientación desinflaron el movimiento, que se disolvió el día 18.

En Barcelona, las fábricas, los talleres y el comercio secundaron la huelga y desde el primer día se sucedieron los enfrentamientos. Paralizar los tranvías era fundamental para el éxito del movimiento, ya que habían sido tomados por los soldados y era imposible detener su paso. Un metalúrgico del barrio del Poble Nou resolvió el problema. Se presentó en el sindicato con una nueva “arma”, un trozo de hierro en forma de T adaptable a los raíles que se encajaba a martillazos e impedía la marcha de los tranvías. La circulación se paralizó en prácticamente toda la ciudad. En Sabadell fue cañoneado el local de la Federación Sindical Obrera, en el que se habían hecho fuertes los obreros en huelga. La represión fue dirigida por el coronel Márquez, el dirigente de las Juntas Militares, y causó 32 muertos.

La huelga en Vizcaya fue total y movilizó a unos 100.000 obreros. El carácter pacífico de la movilización -“no se cometió la menor violencia”, declaró el dirigente socialista Indalecio Prieto- se truncó por la muerte de un huelguista el día 15 y una mayor represión en los días posteriores. En Asturias y en la cuenca minera de León la huelga fue también total y la durísima represión no fue capaz de liquidarla hasta días después. El gobernador militar, general Burguete, proclamó que en las minas “se han refugiado alimañas, no hombres” y amenazó con cazarlos “como fieras”. Un observador conservador, Salvador Canals, reconoció que “en rigor de verdad, el movimiento terminó en Asturias cuando la organización de los mineros lo quiso”.

Según cifras oficiales, hubo 71 muertos, un número indeterminado de heridos y alrededor de 2.000 detenidos.

 

¿Qué pasó?

Prácticamente todas las opiniones políticas y de historiadores coinciden en las razones de la derrota de la huelga. “¿Por qué fracasó la huelga? Básicamente, porque aún no estaba preparada, porque el Ejército se le enfrentó y porque la burguesía y los partidos republicanos se desentendieron de ella; junto a esto, el proletariado actuó desunido y el campesinado no participó en el movimiento” (José Antonio Lacomba. La crisis española de 1917) La huelga fue “vencida, más que por la represión del Ejército, con ser esta durísima, por la falta absoluta de dirección, la defección de los jefes políticos burgueses… (y) la ausencia de la lucha de los trabajadores agrícolas” (Manuel Tuñón de Lara. Historia de España del siglo XX) El mismo Tuñón de Lara explica que “Desde el primer momento, la dirección del movimiento era incoherente; muy pronto, como veremos, desaparecería completamente […] La desorientación era total, ya que a unos sitios llegaron las nuevas consignas y a otros no. Los criterios distaban de ser unánimes”.

Parecía que las condiciones estaban preparadas: un previo movimiento huelguístico, una grave crisis del régimen político, división en las filas de la burguesía (un sector seguía apoyando a la oligarquía gobernante mientras que otro participó en la Asamblea de parlamentarios del mes de julio) e incluso una cierta crisis en el Ejército… pero todo ello no fue suficiente. A esto habría que añadir que la unidad entre UGT y CNT no llegó a ser efectiva, pues cada sindicato tenía su propio plan y apenas hubo coordinación. Víctor Serge, que vivió y participó en la huelga general en Barcelona, escribió: “Íbamos así a la batalla en una especie de oscuridad.” Los objetivos de la propia huelga eran bastante difusos, se exigía respuesta a las reivindicaciones de la población trabajadora y abrir un proceso constituyente, es decir, acabar con el régimen de la Restauración. Sin embargo, el dirigente socialista Largo Caballero diría meses más tarde que “al hacer la huelga nuestro propósito era el propósito de la Asamblea de parlamentarios”. O sea, el de ese sector de la burguesía que dio la espalda a la huelga general y que meses después pactaría con la Monarquía y entraría a formar parte de su gobierno. Las organizaciones obreras y de izquierdas no habían preparado su propia alternativa. Trotsky había escrito en 1915: “Y la peor ilusión del proletariado ha sido siempre, durante toda su historia, la esperanza en otros”. En ese punto estaba todavía la conciencia y organización en nuestro país. Finalmente, y a la luz de lo que estaba pasando en Rusia, no se logró poner en pie organismos propios que representaran a la mayoría de la clase trabajadora, tipo soviets o comités, que hubieran permitido una mayor amplitud y organización.  

Para la oligarquía dirigente y la Monarquía, el fracaso de la huelga representó un alivio, pues habían logrado superar las tres crisis: la militar, la de sectores burgueses y de organización territorial y la obrera, pero su tranquilidad duró poco. En septiembre, un Consejo de Guerra dictó sentencia contra el Comité de Huelga de Madrid “a la pena de reclusión perpetua, accesorias e inhabilitación absoluta perpetua”. Por toda España se desarrollaron grandes manifestaciones para exigir su libertad y en las elecciones de febrero de 1918 los miembros del Comité de Huelga fueron elegidos como diputados y salieron de la cárcel para entrar en el Parlamento. La huelga general fue una primera prueba de acción independiente de la clase trabajadora. Fue derrotada, pero generó la conciencia de que habría que volver a intentarlo una y otra vez. Ese espíritu lo recogió Víctor Serge en su relato El nacimiento de nuestra fuerza cuando pone en boca de Darío, alter ego de El Noi del Sucre, estas palabras: “Esta ciudad la hemos hecho los trabajadores, la burguesía nos la ha arrebatado, pero un día la conquistaremos y será nuestra.”

 

Y mientras tanto, en Rusia

La derrota sufrida por los obreros y soldados en las Jornadas de julio modificó el panorama político del país. La calumnia de que Lenin era un agente pagado por Alemania causó mella, tanto en sectores obreros como en el ejército. La represión se cebó en los bolcheviques, pero también acabó afectando a ciertos sectores mencheviques y socialrevolucionarios. Schliapnikov, un dirigente bolchevique, escribió: “Nuestro partido se hallaba en una situación semiclandestina, y sostenía una lucha defensiva, apoyándose principalmente en los sindicatos y en los comités de fábrica”. La burguesía creyó que había llegado su momento y empezó el ataque contra las masas, es decir, contra la revolución. Las treinta patronales más importantes crearon un Comité de Defensa de la Industria, un instrumento para organizar el cierre de empresas y la conexión con los militares para preparar un golpe de Estado. El periodista norteamericano John Reed, autor de Diez días que estremecieron al mundo, explicó: “El secretario de la sección de Petrogrado del partido kadete me decía que la ruina económica formaba parte de la campaña realizada para desacreditar a la revolución. Un diplomático aliado, cuyo nombre prometí no revelar, me confirmó esto mismo, basándose en sus informes particulares. Me consta que cerca de Jarkov hubo propietarios que incendiaron o inundaron sus minas de carbón; que los ingenieros, en ciertas fábricas textiles de Moscú, abandonaban el trabajo inutilizando previamente las máquinas; que determinados empleados ferroviarios fueron sorprendidos por los obreros cuando estaban estropeando las locomotoras”. El mismo Reed comentó que en una reunión de comerciantes de Moscú se preguntó a los reunidos si preferían a Guillermo (el emperador alemán) o a los bolcheviques. Diez contra uno se pronunciaron a favor de Guillermo. El amor a la madre Rusia valía poco si existía la amenaza de la revolución. 

La burguesía y el gobierno provisional presidido por Kerenski quisieron mostrar su victoria organizando una Conferencia Nacional que, según ellos, reuniera a todas las fuerzas de la nación, excluyendo sin duda a los bolcheviques. Fue el último intento de representar la conciliación entre la burguesía y los partidos socialistas moderados; pero era más el reflejo del fantasma del pasado que un proyecto de futuro y resló, a la postre, un fracaso. La realidad es que el enfrentamiento entre las clases era inevitable. Dos hechos sirven como ejemplo. En la Conferencia Nacional que se inició el 12 de agosto, Kerenski presentó a Kornilov, el general que dos semanas después organizaría el golpe militar, como “el primer soldado de la revolución.” Ese mismo día, los sindicatos y los comités de fábrica de Moscú organizaron una huelga general. Piatnitski, un dirigente de la huelga, escribiría: “La huelga fue algo magnífico. No había luz ni tranvías, no trabajaban las fábricas, los talleres y depósitos ferroviarios. Hasta los camareros de los restaurantes fueron a la huelga”. Miliukov (el dirigente de la burguesía) ni siquiera lo puso en duda: “Los delegados a la Conferencia [...] no pudieron tomar el tranvía ni almorzar en el restaurante”.

La derrota de julio había sido importante, pero los problemas seguían sin resolverse. La guerra continuaba, las condiciones económicas empeoraban, los campesinos ocupaban la tierra y las nacionalidades exigían sus derechos. Por eso, no pasó demasiado tiempo antes de que las masas empezaran a reaccionar. Si después del mes de julio la gente era prudente en Petrogrado, otros sectores más atrasados tomaron el relevo. Kiev se vio agitada por una dura huelga de porteros que recorrían las calles, apagaban la luz, arrancaban las llaves de los ascensores, abrían las puertas de la calle, etc. En agosto, los trabajadores del  ramo de la piel de Moscú iniciaron una huelga prolongada -que concitó una gran solidaridad en todo el país- en defensa del derecho de los comités de fábrica a encargarse de la admisión y despido de los obreros. Las masas volvían a girar hacia la izquierda, hacia el bolchevismo, y eso se expresaba en casi cualquier elección.   

El 20 de agosto se celebraron elecciones a la Duma municipal de Petrogrado. Los socialrevolucionarios obtuvieron más de 200.000 votos, el 37%, aunque perdieron más de 375.000 votos. A los kadetes les correspondió la quinta parte. Los mencheviques se quedaron en 23.000 votos y, sorprendentemente para todos, los bolcheviques obtuvieron casi 200.000 votos, un 33%. En las elecciones a la Duma municipal de Ivanovo-Vosnesensk, celebradas a finales de agosto, los bolcheviques obtuvieron 57 puestos de los 102, los socialrevolucionarios, 24 y los mencheviques, 4.

La burguesía también afilaba sus armas y preparaba casi a la luz del día un golpe militar contra la revolución. Kornilov, el hombre nombrado como jefe del Estado Mayor por Kerenski, era el encargado de encabezarlo. El 27 de agosto fue el día indicado. El golpe fracasó por la respuesta decidida de las masas. Marx había escrito: “Hay momentos en que la revolución necesita ser estimulada por la contrarrevolución.”

 

El Estado y la revolución

Tras los acontecimientos del mes de julio y la calumnia y represión desatada contra los bolcheviques, Lenin tuvo que volver a la clandestinidad, que solo abandonaría en octubre para asistir al Congreso de los soviets. Durante esos meses se vio obligado a seguir la actualidad a distancia y con retraso. Ese tiempo de “inactividad” lo dedicó a preparar uno de los libros más importantes para la teoría marxista: El Estado y la revolución. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/

En la tradición marxista el problema del Estado no había ocupado un lugar importante en las reflexiones teóricas. Engels estudió sus orígenes históricos en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, y Marx lo analizó concretamente a través de las experiencias de la lucha de clases en Francia en El 18 Brumario de Luis Bonaparte y especialmente en La guerra civil en Francia, sobre las lecciones de la Comuna de París de 1871. La etapa de prosperidad y desarrollo capitalista que trascurrió desde 1873 hasta 1914 permitió un importante desarrollo del movimiento obrero, pero también de las tendencias reformistas. La política parlamentaria e institucional de la socialdemocracia alemana marcó los contenidos del movimiento marxista e hizo concebir esperanzas de que fuera posible acabar con el capitalismo a través de reformas. La revolución rusa de 1905 favoreció que los sectores más a la izquierda, los bolcheviques rusos y Rosa Luxemburg, entre otros, empezaran a cuestionar la teoría y la práctica de la socialdemocracia alemana. En 1912, el marxista holandés, Antón Pannekoek (1873-1960) prosiguió la polémica en el trabajo Acciones de masas y revolución, y en 1915, el revolucionario ruso Nikolai Bujarin (1888-1938) publica La economía mundial y el imperialismo. Ambos trabajos atrajeron la atención de Lenin, que durante 1916 y hasta el inicio de la revolución de febrero se dedicó a reunir el material que completó en los meses de clandestinidad y cuyo resultado apareció publicado en El Estado y la revolución.

Lenin relee los escritos de Marx y Engels sobre el Estado y lo que escribieron tras las experiencias revolucionarias en Francia en los años 1848, 1852 y 1871 y los contrasta con la práctica de los socialistas reformistas, la experiencia de la guerra imperialista y el inicio de la revolución en Rusia para abordar una de las cuestiones básicas de toda acción política: la cuestión del poder y del Estado. Los conceptos esenciales que plantea son:

a/ La clase capitalista pretende ocultar el papel del Estado dándole un supuesto carácter técnico, de simple gestión de los intereses de la sociedad. Pero el Estado es el producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase (contra quienes argumentan que sería un instrumento para la conciliación de las clases o para reducir las diferencias sociales) Para Marx, el Estado no es una institución neutra, es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra.

b/ El objetivo de toda revolución es la toma del poder político, pero “los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor” (Marx). Se trata de destruir el Estado capitalista y sustituirlo por uno propio de las clases trabajadoras. Esta conclusión es lo principal, lo fundamental en la doctrina del marxismo sobre el Estado.

c/ La Comuna de París de 1871 fue “la fórmula por fin hallada” (Marx), la primera experiencia de un gobierno de las clases trabajadoras en la puesta en práctica de una nueva democracia que, entre otras cosas, estableció la supresión del ejército permanente y la policía, y su reemplazo por el armamento popular; la desarticulación del aparato burocrático del Estado y su reemplazo por funcionarios electos con mandato revocable que ejercían sus funciones por el equivalente al salario de un obrero. Es la combinación de la máxima democracia con las transformaciones sociales que benefician a la mayoría de la sociedad.

d/ El triunfo de la revolución y la expropiación de la burguesía facilitará el desarrollo de la sociedad y la mejora de todas sus condiciones de existencia: materiales, culturales, democráticas, etc. El gobierno sobre las personas debería sustituirse progresivamente por la administración de las cosas y de los procesos productivos hasta superar la lucha cotidiana por la existencia, que sería garantizada por la sociedad, y la competencia de unos contra otros. “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bronce” (Engels).

e/ En ese proceso el Estado empieza a “extinguirse”, a perder la función coercitiva y de opresión que tenía, pero, advierte Engels, “El Estado burgués no se “extingue” sino que “es destruido” por el proletariado en la revolución”. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semiestado proletario.

f/ Esta comprensión del lugar y la evolución del Estado se opone al socialismo reformista, que rechaza la destrucción del Estado burgués, y se diferencia del anarquismo en que este no entiende que la abolición del Estado no puede lograrse de un día para el otro.

Para expresarlo de una manera sencilla, Lenin escribió: “Uno podría quizás expresar todo de una manera drásticamente abreviada como sigue: reemplazar la vieja máquina estatal y los parlamentos por soviets de diputados obreros y sus delegados. ¡Esta es la esencia del asunto!”. Recuperar la teoría marxista sobre el Estado significa reconocer el carácter profundamente democrático de la transformación revolucionaria de la sociedad, de alianza entre el ejercicio pleno de las libertades y de que la economía esté en manos del conjunto de la sociedad, no en manos de unos pocos capitalistas, significa recuperar la idea de la Comuna, en la que se basaron Lenin y los bolcheviques.

La lucha de clases resultó mucho más compleja y la evolución de la sociedad soviética,  tomó un camino diferente, con un mayor peso del Estado y limitación de los derechos y libertades, así ha sido también la evolución del Estado en la sociedad capitalista. El atraso de Rusia y el fracaso de la revolución en Europa facilitaron que el estalinismo se impusiera en la dirección política del país y cambiara las ideas fundamentales del marxismo. El problema del poder y del Estado sigue siendo un debate actual, por eso es tan recomendable repasar el folleto de Lenin y confrontarlo con las teorías y prácticas políticas de hoy en día.  

Lenin no pudo acabar su trabajo. Escribió: “Tenía ya trazado el plan del capitulo siguiente, el VII: La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Pero, […] vino a “estorbarme” la crisis política, la víspera de la Revolución de Octubre de 1917. “Estorbos” como éste no pueden producir más que alegría […] es más agradable y provechoso vivir la “experiencia de la revolución” que escribir acerca de ella”.

 

Sindicalista, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso
Fuente:
www.sinpermiso.info, 3-9-17

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