Steve Rose
02/03/2018
Wonder Wheel [La noria de Coney Island] bien pudiera convertirse en la última película de Woody Allen que tenga distribución a gran escala. Las acusaciones de agresión sexual por parte de su hija, Dylan (que Allen ha negado), han desmantelado su reputación en algunos sectores y muchos actores – entre ellos Greta Gerwig, Ellen Page y Rebecca Hall – han declarado que no volverán a trabajar jamás con él. Hay actores incluso de Wonder Wheel que están expresando su arrepentimiento.
No concuerda con esto el hecho ineludible de que Allen ha ofrecido a las mujeres papeles mejores que la mayoría de los realizadores cinematográficos de la era moderna. El historial de Oscars de Allen habla por sí mismo: dos ganadoras del premio a la mejor actriz (Diane Keaton en Annie Hall, Cate Blanchett en Blue Jasmine), cuatro premios a la mejor actriz de reparto y seis candidaturas más de mujeres, por no mencionar películas maduras, centradas en lo femenino, como Hannah and Her Sisters [Hannah y sus hermanas] e Interiors [Interiores]. Podemos ver la razón por la cual, hasta no hace mucho, las mujeres consideraban un gran honor figurar en el reparto de las películas de Allen. Esta aparente contradicción precisa deshacerse de algún modo. Los personajes femeninos de Allen se ajustan cada vez más a una paleta muy limitada: la tipa descarada y neurótica (Kate Winslet is another one in Wonder Wheel); la buscona de corazón de oro (Mira Sorvino en Mighty Aphrodite [Poderosa Afrodita], pongamos por caso); y , en algunos casos, la mujer joven atraída por una figura mayor, semejante a Allen, esto último una metáfora que cuadra de un modo perturbador con su vida real, incluyendo su actual matrimonio con la hija adoptiva de su anterior mujer (35 años más joven que él).
Pero existe otra faceta en el historial de Allen respecto a las mujeres: es el director más perezoso del lugar. El ritmo de trabajo de Allen de una película al año a menudo se elogia como heroico, pero para poder mantenerlo, apenas sí dirige sus películas en estos tiempos. Así lo revelaba, acaso inadvertidamente, un libro reciente, Start to Finish: Woody Allen and the Art of Moviemaking, en el que un cronista de larga data de Allen, Eric Lax, le acompañaba a lo largo de la realización de Irrational Man, de 2015. Allen no ensaya ni prepara. Hace el mínimo número de tomas y de posiciones de cámara, nunca hace tomas extra, y le gusta acabar todas las tardes a las seis. Lo que es más, apenas da instrucciones a los actores. No es de extrañar que las grandes estrellas estén encantadas de trabajar con él: comparado con otros directores, son unas vacaciones.
Conociendo ese enfoque de Allen que consiste en no intervenir, sus películas se convierten en una prueba de fuego para la capacidad actoral. Hay actores que se hunden: Ewan McGregor y Colin Farrell en Cassandra’s Dream [El sueño de Casandra], por ejemplo; o Justin Timberlake en Wonder Wheel. Otros nadan estupendamente. De una forma o de otra, Allen parece el indiferente encargado de la piscina que se queda en un rincón. Hayley Atwell habló de lo que supone trabajar con él: “No tenía la impresión en absoluto de que me estuviera dirigiendo. No mantuve ninguna clase de relación con él”. Y Cate Blanchett, hablando de Blue Jasmine: “El primer día, [Allen] me dijo, ‘Es un horror. Eres un horror’ ”. Pero Blanchett se ocupó del asunto personalmente, investigando el papel y ofreciendo la actuación que ganó el Oscar, a despecho del director, en lugar de gracias a él. Eso es lo que hacen los buenos actores. No podemos negarle a Allen su crédito como escritor o director, pero deberíamos otorgarle mucho más a los actores mismos. A menudo han sido ellos los que han logrado mantener unida la película.