Acerca del campo revolucionario en Cuba. Debate

Ariel Dacal Díaz

et alii

16/04/2021

¿Cuáles son los significados de la revolución y lo revolucionario en Cuba hoy? Esta interrogante, entre otras muchas y variadas, circunda la realidad de la Isla, atravesada por la triple crisis de la pandemia, el bloqueo yanqui y las reformas internas.

Para reflexionar sobre este asunto político, teórico y práctico, conversamos con tres personas que, desde diversos ámbitos de las ciencias sociales, así como de historias de vida y lugares sociales diferentes, comparten empeños dentro de lo que pudiéramos catalogar como “el campo revolucionario cubano”. 

Ellas son Wilder Pérez Varona (WPV), marxista, subdirector del Instituto de Filosofía, en la Habana. Eva María Guerra González (EMGG), educadora popular y feminista, actualmente labora y milita en Buenos Aires, Argentina. Julio Antonio Fernández Estrada (JAFE), jurista, historiador, columnista de varios medios digitales.

 

(ADD) Un dato de nuestra realidad es la pluralidad de visiones, comprensiones, métodos de análisis, prácticas y perspectivas ideológicas sobre lo que es Cuba hoy. Dentro de ese conjunto, también es diverso lo que se ha dado en llamar “el campo revolucionario cubano”. ¿Cuáles son, a su entender, las características que lo distingue?

(WPV) ¿Qué permite designar a este campo político como revolucionario en la Cuba de hoy, por encima de una pluralidad no siempre reconocida? ¿Su autodefinición como tal? ¿Su compromiso con la Revolución?

Una cosa es la revolución cubana como proceso histórico concreto, que en pocos años transformó de raíz la sociedad. Su trazo en la historia nacional es analizable, y como todo proceso, finito, pese a que sus consecuencias son actuales. Otra es su empleo por el discurso oficial, que durante décadas le ha otorgado una semántica central en la articulación de la hegemonía socialista. Esto es, como (re)producción de un sentido común que identifica la Revolución al telos del devenir nacional, al Estado como expresión y garante de la soberanía y del socialismo, a una determinada moralidad como articuladora de lo revolucionario. Finalmente, existen procesos de subjetivación política que buscan hoy reconstituir un proyecto u horizonte de sentidos, que alienta cambios considerados necesarios para dar sostén a ideas y valores que identifican con la revolución. Reivindican determinadas demandas que podrían conformar una agenda revolucionaria aún pendiente.

Esta última acepción, más reciente, complejiza lo que acaso podría entenderse como “campo revolucionario” cubano actual. Y nos hace considerar la actualidad de la revolución como proyecto inconcluso.

En primer lugar, están las condiciones en que se ha desplegado ese campo político. Podrían ubicarse tales condiciones de partida en la crisis de los años noventa del siglo pasado. Esa crisis obligó a recomponer un imaginario socialista, que ha apelado a tradiciones nacionalistas y a referentes diversos a los del sistema soviético. Erosionó la capacidad del Estado para sostener estándares de bienestar socioeconómico que habían plasmado importantes metas revolucionarias (servicios universales no mercantilizados, estándares de equidad, pleno empleo etc.). Condicionó un proceso de reformas encaminado a reinsertar a Cuba en un entorno capitalista internacional, condicionado por la exacerbación de políticas intervencionistas del gobierno estadunidense, “vencedor de la guerra fría”, que recompuso su hegemonía mundial como paladín de “la democracia” y los derechos humanos.

La crisis y las reformas reconfiguraron el tejido social cubano, cada vez más diverso, desigual, transnacionalizado. Ampliaron la actividad de una sociedad civil y de una esfera pública que ha desbordado los medios, espacios y mecanismos del Estado.

La emergencia de identidades colectivas (preteridas por políticas universales) que reivindican condiciones de igualdad de hecho y derecho ya no hallan en el aparato estatal el medio idóneo o legítimo para canalizar sus demandas particulares (de género, sexuales, raciales, generacionales, ideológicas).

Vinculado a ello, la actitud respecto al último ciclo de reformas iniciado en 2007-2008 es también diversa. La propia complejidad de su diseño e implementación ha acarreado diversos debates. Sea que se pondere la mercantilización creciente de nuestras relaciones sociales, o la pluralidad de actores que deben hallar lugar y función en el proceso en curso, o bien la ocasión de redefinir las relaciones entre el Estado y la ciudadanía, se enjuicia la capacidad del gobierno para articular la voluntad nacional hacia su efectiva realización. Por tanto, las posiciones asumidas trazan un variado espectro.

Y está la cuestión de la soberanía nacional. Solo podría hablarse de “campo revolucionario” si el compromiso con una soberanía plena, libre de injerencias foráneas, respecto al proyecto cubano de sociedad, deviene condición fundamental. De ahí en más, se disputa la medida en que esta soberanía nacional se fundamenta (o es susceptible de hacerlo, dado el curso de las reformas), en el ejercicio de la soberanía popular y deviene garante de amplios derechos ciudadanos.

(EMGG) Considero que en Cuba se está produciendo un intento de consolidación teórica de lo que se ha entendido históricamente como “campo revolucionario cubano”. Proceso que, a mi parecer, encuentra desafíos pragmáticos no previstos en las maneras habituales de impulsar la política con horizonte Socialista; una de cuyas características ha sido la de desarrollarse con la anuencia del Estado y sus instituciones. Considerando esos desafíos como características del proceso de reordenamiento del “campo revolucionario cubano”, (y me parecen muy pertinentes las comillas porque si bien es cierto que cada une tiene la libertad de autodenominarse como le plazca, esa autodenominación no es suficiente para ser revolucionarie en la praxis, es decir, para construir una contrahegemonía a los modos de acumulación de capital, de ampliación de la desigualdad, de depredación de la naturaleza y de la vida) mencionaría cuatro variables, aunque seguramente en la coyuntura aparezcan muchos más.

1- La juventud: esa sujeto colectiva tantas veces interpelada por la Revolución y convertida en activista revolucionaria, y que en los últimos años se había condensado en sujetes de la política (los sucesos ocurridos durante la pandemia en Cuba han demostrado que la persona apolítica no existe más allá de su teorización) devino recientemente en actorxs políticxs.  Evidenciándose no sólo los anacronismos en nuestra formación política y en los modos rígidos de dialogar con la historia en la educación, sino en sus aciertos que si bien se han traducido en una ampliación de las demandas revolucionarias y en el avance en la autocrítica (aunque falta mucho por profundizar en esa dirección), han implicado además la actualización de las formas de acceder y de proyectar la disputa política en el espacio público.

2- Mediatización de la vida cotidiana: El informe de We Are Social, que muestra los datos del mundo digital alrededor del globo, indica que el crecimiento porcentual de conectades coloca a Cuba para inicios del 2020 como el 4to país con mayor avance de un año a otro, y la casi inédita característica de que prácticamente todes les usuaries de internet (6.47 millones) están vinculades a las redes sociales. Ello introduce algunas variables a la vida política cubana: la virtualidad como territorio en disputa, la inmediatez como característica de la modernidad, las fakenews como expresión de que la posverdad también es una realidad para las batallas que intente librar un proceso socialista. En el mundo virtual nadie se muestra tal cual es, de ahí que los filtros no sólo habilitan la distorsión de rostro de la foto de perfil, sino que se convierten en síntoma de una cotidianidad que pareciera ser aceptada en tanto esté distorsionada.

3- Presencia de un discurso neoliberal: En el entramado discursivo que se ha tejido en la nueva coyuntura política social en Cuba, llama la atención el uso de vocablos iguales para describir procesos antagónicos. Equidad, libertad de expresión, derechos humanos, feminismos, racialidad, inclusión, diversidad, son algunos de los muchos que desfilan ante nuestra mirada en cuanto clickeamos un escrito sobre Cuba, lo cual ubica a al campo revolucionario ante el reto y la responsabilidad de delimitar ¿para qué proyecto político social escribe, hace, piensa? (y un proyecto no es un estado, lo trasciende, es un sistema de valores humanos que definen cómo vemos a les otres y de qué manera nos relacionamos con elles), ¿a quienes, al fin y al cabo, les será funcional?

4- Pluralidad: Si en un pasado, no muy lejano, les activistas polítiques estaban construides en función de una homogeneidad que salvaguardaba una única identidad nacional, configurada en torno a la distinción del enemigo histórico y de su enfrentamiento, hoy eses actorxs se han mostrado diversos, no sólo en sus demandas sino en las manera de encarar las disputas de sentidos políticos. Y si bien la pluralidad ha sido un campo de estudio respecto al accionar del capitalismo y sus reconfiguraciones para perpetuar su hegemonía y por consiguiente la acumulación, en este sentido son muy interesantes los trabajos del Instituto de Filosofía, coordinados por Gilberto Valdés, respecto al Sistema de Dominación Múltiple; ha sido más complejo instrumentalizarla en acciones contrahegemónicas que continúen comprendiéndose dentro de la Revolución, pareciendo entonces que la pluralidad es una cualidad capitalista y no practicable en la construcción de un sistema Socialista. 

En este contexto, “el campo revolucionario cubano” ha hecho carne hoy un concepto que se había convertido en una momificación institucional y en una abstracción fuera de ella, me refiero al Poder Popular, como medio de masificación de todas las demandas, e instrumento de articulación y fortalecimiento de la participación política en la construcción socialista. 

(JAFE) A mi entender, el campo revolucionario cubano es el que acepta en su espacio todas las formas de actualización de la Revolución cubana como hecho cultural de transformación positiva de la realidad social, económica, política e institucional del pueblo cubano.

Parto de no igualar Revolución a organización estatal, burocracia, institucionalidad, gobierno o dirigencia política, para no llamar a una administración pública o a un sistema político concreto como un proceso histórico cultural complejo y que sobrepasa los límites de un aparato de poder y sus representantes coyunturales.

La Revolución cubana o el campo revolucionario cubano sí pueden ser ámbitos vivos y presentes de acción, también desde el Estado, desde las políticas gubernamentales, desde las directrices del Partido, pero no es esta única forma de expresarse lo revolucionario.

En Cuba hoy el campo revolucionario está en las medidas políticas, económicas, sociales, jurídicas, culturales, en general, que puedan ser presentadas como parte de la tradición de empoderamiento popular comenzada en 1959, con la revolución en el poder, pero también con la lucha revolucionaria sostenida en Cuba desde 1868.

Lo anterior significa que lo revolucionario en Cuba no es solo lo que se relaciona con el hecho del triunfo de 1959 sino con los valores, ideas, propuestas, obras y figuras de la lucha revolucionaria anterior, incluida la lucha y las personas que no resultaron vencedoras ni en 1878, ni en 1898, ni en 1933.

En el presente lo revolucionario debe, también, ser revolucionario fuera de Cuba. No se puede llamar campo revolucionario cubano a ideas, reivindicaciones, propuestas políticas, económicas, sociales, que estén de espaldas a las luchas de los pueblos del mundo por sus derechos y libertad.

La actualización del campo revolucionario cubano, es un gran problema teórico y práctico porque los y las revolucionarias del mundo han sido expropiadas, con cautela o con violencia, pero expropiados al fin, de conceptos, tradiciones, fuentes, referencias científicas y éticas, que formaron parte, durante milenios en algunos casos, de lo revolucionario, como es el caso de la historia de la democracia, del socialismo, del marxismo, de la república y de los derechos humanos.

Prefiero hablar de las características que deberían distinguir el campo de lo revolucionario en Cuba. Según mi criterio, debe ser una cultura de empoderamiento democrático de los pobres libres o plebeyos del siglo XXI, es decir, de los que trabajan y producen bienes materiales o espirituales, del campo y las ciudades, de las mujeres y hombres ciudadanos de un Estado con forma republicana.

Debe ser la defensa de los derechos de los excluidos por el capitalismo y por todas las formas de dominación política existentes. Debe ser la lucha por los derechos humanos de los oprimidos para que dejen de serlo y debe ser la lucha por sistemas políticos y económicos inclusivos, democráticos, populares, donde los pequeños propietarios no se vean explotados por monopolios estatales ni privados.

Lo revolucionario debe ser la lucha contra todas las formas de discriminación humana y para profundizar, en el caso de Cuba, o devolver en el caso de que se haya perdido, el poder del pueblo para decidir sus destinos políticos y económicos, lo que incluye la conservación de la soberanía en el pueblo, de la independencia de la nación, y la autodeterminación del pueblo cubano.

(ADD) El par revolución-contrarrevolución, como referente teórico, político, ideológico, simbólico y propagandístico, tiene una presencia permanente en los debates sobre la realidad cubana. ¿Cuáles serían, a su entender, los contenidos fundamentales de ambos referentes en el contexto cubano?

(WPV) La cultura política y el quehacer institucional cubanos se hallan atravesados por una lógica del antagonismo. Esta descansa sobre condiciones históricas aún actuantes, en una especie de sobrevida.

Como otras revoluciones del siglo pasado, la nuestra promovió, junto a alternativas de emancipación social al orden capitalista y una plena soberanía contra toda supeditación nacional, un proceso de naturalización de la violencia. Durante la etapa insurreccional, durante la toma y transformación del poder del Estado, durante el proceso de cambio estructural y cultural de la sociedad, durante la unificación de la dirigencia revolucionaria, debió ser combatida y derrotada la contrarrevolución que la revolución produjo. 

En el entorno de guerra fría, la finalidad de superar condiciones de dependencia neocolonial quedó marcada por la beligerancia de un gobierno estadunidense que consideró a la revolución como un problema de seguridad nacional. La contrarrevolución cubana fue resultado indisoluble de esta confrontación.

Tales condiciones restringieron las posibilidades de nuestra transición socialista, influida durante su institucionalización por la impronta soviética. La potencia democratizadora y la imaginación utópica de la revolución acabaron sesgadas por una lógica de resistencia al asedio y por la referencia al socialismo canónico. La defensa de la soberanía y unidad nacionales se entrelazó a la intervención del Estado sobre todos los ámbitos de la vida social, a su sujeción de la política, a la burocratización de prácticas institucionales.

Como apuntaba antes, esta situación fue erosionada por procesos propios de maduración de la sociedad cubana y por la doble embestida de la crisis y las reformas.

Las coordenadas actuales del escenario político cubano son delimitadas por estrategias recolonizadoras que alientan la subversión del orden socialista a favor de una “transición democrática” made in USA, y que confrontan aun Estado que se reclama portavoz y heredero de la epopeya revolucionaria. Sin embargo, la Cuba de hoy no es la sociedad de los años sesenta, ni su dirigencia aquel liderazgo que promovió el amplio consenso que sostuvo a la revolución.

Tal vez el empleo que hoy se hace de la oposición entre revolucionario y contrarrevolucionario esquiva la necesidad de hacerse cargo de la amplitud de espacios y motivos de disenso, sostenidos por una diferenciación social inédita para la mayoría de cubanas y cubanos. Dicha dicotomía desconoce el impacto de cambios de los últimos treinta años sobre la pluralización de posiciones ideológicas (incluidas las socialistas), sobre la diversificación de creencias y conductas políticas, ya no sujetas a la institucionalidad vigente.

Apelar al bagaje simbólico y emotivo que aun guarda el empleo del término Revolución para marginar todo disentimiento se opone a la deliberación colectiva, realmente pública, sobre el socialismo que queremos. En cualquier caso, presentar nuestra compleja situación a partir de semejante polarización ideológica elude una doble responsabilidad: la del gobierno para rendir cuenta acerca de efectos y omisiones de las decisiones que marcan las políticas en curso, y la de la ciudadanía respecto a su plena participación en el trazado de un proyecto de sociedad más justo e inclusivo. La gramática que puede articular ambas responsabilidades es el despliegue de un marco jurídico y el fomento de una cultura cívica que hagan viable una política más allá de imperativos de seguridad nacional.

(EMGG) La globalización no se expresa únicamente en que la ropa que usamos provenga de China y que los modelos sean los mismos desde el Río Bravo hasta la Patagonia; con la ropa, en el mismo barco (vendido antes por internet) viene un sistema de sometimiento, una cultura sobre y por la que se instala y se sostiene. Y para suerte nuestra (digo suerte, porque si revisamos la historia ella nos pare el futuro) es talle único, no hay nada que se parezca más a la contrarrevolución en Cuba que la derecha en el resto del mundo.

Así que no han inventado nada, cual receta de cocina (tenemos que reconocer que productivos son, eso sí: hacen que desees tener el televisor de pantalla plana por el que luego te formatearán la cabeza a ti y a toda la prole) montan todo el andamiaje de significantes vacíos en la plataformas digitales (facebook, instagram, tinder, youtube, telenovelas, noticieros…) y la gente expone y cree que la equidad, la igualdad, la justicia, la democracia, el estado de derecho, etcétera, no sólo es un hecho en el capitalismo, sino que es el único sistema social que lo hace posible. Miro las caravanas de migrantes, las miles de nosotras que son asesinadas o desaparecidas cada día para la trata, el secuestro infantil para el tráfico de órganos y la explotación sexual, y me pregunto, ¿de qué sistema social, político y estado de derecho creen que sale toda esa gente? Y recuerdo a Galeano, pero eses son los nadie, a les que ningune quiere parecerse, les que valen menos que la bala que les mata.

Entonces, considero que el término contrarrevolucionario nos obnubila, porque nos lleva a pensar que es alguien que está contra la Revolución, lo cual casi suprime la capacidad de crítica del proceso que durante 60 años venimos construyendo con profundo sacrificio material, pero sobre todo afectivo; permite ubicar con demasiada ligereza a une compañere, hermane, amante en el sitio de contrarrevolucionario, nos restringe esa capacidad de “cambiar todo lo que debe ser cambiado” a la que se refería Fidel. Yo creo que hay que hablar de la derecha en Cuba, de sus configuraciones, porque ella, y les actores que la representan, no sólo está en contra de la Revolución, sus instituciones, las maneras atinadas muchas veces (enfrentamiento al COVID, el desarrollo de vacunas propias, la brigada Henry Reeve) y a tientas otras (desabastecimiento, burocratización) de ejercer la gobernabilidad, sino que se oponen a todo proyecto político social que tenga como horizonte que eses nadie de los que habló Galeano sean tratados como seres humanos. La derecha diseñó y ejecutó todas las dictaduras en nuestro continente y fue implacable.

Y lo revolucionario existe porque ella opera, y ella existe porque no dejamos de resistir. Pero esa resistencia tiene que estar cargada de ofensiva traducida en política hecha, pensada por las bases. Porque si bien la derecha tiene toda una receta neoliberal que incluye los tiempos y formas de aplicación, una parte importante de eses actorxs polítiques revolucionaries carecen de la referencia tangible del Capitalismo (¿cómo enfrentar al capitalismo sin nombrarlo?) y de nuestra función dentro del sistema global de mercado como país periférico dependiente.

Esa ausencia de referencia es muy peligrosa, porque crea la ilusión de que nuestra economía en el capitalismo será la alemana, y nuestra democracia la Yanqui (y bueno, como los últimos sucesos de elles no son suficientes para convencer a muchos de que el modelo no existe). De manera que una de las funciones revolucionarias fundamentales tendría que estar vinculada a la exposición de aquello que del capital pervive actualmente en la sociedad cubana y en sus formas de gestión estatal.

Uno de los grandes introductores del marxismo en América Latina, José Carlos Mariátegui, a  quien Florestan Fernández definió como el mayor exponente del socialismo de su generación, decía, refiriéndose al socialismo peruano, que no debía ser “ni calco ni copia sino creación heroica”. Creo que, si bien la primera parte de la frase se refiere a entender el contexto de cualquier proceso revolucionario y a incorporarlo, la creación heroica está vinculada a eso que es indispensable para la liberación, esa introspección crítica imprescindible para que una Revolución esté permanentemente revolucionándose a sí misma.

(JAFE) Considero que toda revolución porta en ella su contrarrevolución original más las formas de contrarrevolución que se van sumando como resultado de los procesos de radicalización de las revoluciones y por lo tanto de sus ideas y programas contrincantes.

La contrarrevolución que lleva las banderas de los valores contrarios a una revolución cualquiera es fácil de distinguir, pero la contrarrevolución que late en los cimientos de los procesos revolucionarios la lastra de forma diaria y la corroe ideológicamente, sobre todo en los procesos lógicos de conversión de una revolución en Estado establecido y en gobierno que la administra.

Esta es la tesis de Fidel Castro en el discurso del Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 17 de noviembre de 2005, la de que la Revolución cubana solo podría destruirse desde dentro y esto no solo significa, para mí, por la acción de la contrarrevolución que se ha planteado destruir los resultados del proceso triunfante en 1959, sino de la contrarrevolución que debilita diariamente con su proceder, desde la tranquilidad del oportunismo y la burocracia, las bases éticas de lo revolucionario.

La contrarrevolución que ha querido destruir la obra de los revolucionarios de los años 50 en Cuba, se ha basado en atacar al Estado que la representa desde 1976, y a la sociedad civil que la sostiene, pero el proyecto, al menos desde el punto de vista político institucional no ha hecho más que fortalecerse.

La contrarrevolución que destruye la esencia del proceso de cambios hacia una sociedad con igualdad, democracia, derechos, bienestar y desarrollo, desde dentro, lo hace como parte de la destrucción de la representación popular en el poder político, sustituida paulatinamente por una burocracia que no está convencida ni puede explicar la superioridad del socialismo, ni de la democracia, ni del Poder Popular, lo que se sustituye con propaganda fundamentalista, dogmática, mitológica, culto a la personalidad de los dirigentes, culto a la generación histórica, atraso político, teórico y práctico, desconexión con los problemas del pueblo y discurso aburrido y desprovisto de los elementos más ricos de la cultura nacional.

(ADD) Al abrir el diapasón de análisis sobre lo revolucionario en Cuba, ha de privilegiarse el ámbito de la política concreta. ¿Cuáles serían los contenidos revolucionarios que, a su entender, sostienen el proceso de reforma en curso y cuáles su negación?

A estas alturas, prefiero hablar de contenidos socialistas, o mejor, de políticas que proponen o niegan procesos de socialización de orden político, económico y cultural. Entiendo por socialización la capacidad creciente de los individuos para asumir un control colectivo sobre sus condiciones de existencia.

Las reformas en Cuba han debido lidiar con varios escollos. No me detendré en el principal, que es el bloqueo económico estadunidense, para ocuparme de problemas cuya solución nos pertenece.

Menciono dos que considero fundamentales.

Uno de ellos es la centralización del modelo de sociedad que se quiere reformar. La Constitución de 2019 refrendó la propiedad estatal sobre medios fundamentales de producción y la planificación central como elementos esenciales del modelo socialista cubano. Las reformas han expandido formas de propiedad y gestión no estatales (privada, cooperativa, mixta), como elementos complementarios del sistema. Además, proponen conceder mayor autonomía a las empresas estatales. Este modelo mixto acoge relaciones de mercado reguladas por el Estado.

No se trata de reproducir la falsa dicotomía entre plan y mercado. Toda transición socialista requiere producir sus propios medios para lidiar con los efectos enajenantes de la mercantilización y con las prácticas burocratizadas que alienta el aparato estatal. Como sabemos por experiencia propia y ajena, ni la una ni la otra pueden ser enfrentadas a golpe de decretos o movilizaciones.

Por lo demás, descentralizar no es sinónimo de mercantilizar. Claro que la propiedad estatal no es garante de una socialización efectiva de la gestión si reproduce esquemas de opresión y subordinación del trabajo. Pero “liberar las fuerzas productivas” respecto a normas e instituciones que lastran la economía nacional, no significa socializarlas. De hecho, las alternativas socializadoras requieren de un entorno jurídico e institucional que promueva su desarrollo e integración. Dos ejemplos, en uno y otro sentido. Las regulaciones de organismos centrales que sucedieron al código laboral de 2014 avalaron una descentralización dirigida a incrementar las prerrogativas de la administración de empresas y entidades presupuestadas sobre los derechos de colectivos laborales. El marco normativo e institucional de las cooperativas no agropecuarias (creadas en 2011), ha restringido su integración a estrategias locales y sectoriales, y torpedeado hasta hoy su alcance y funcionamiento.

Desde un ángulo más abiertamente político, la propuesta de conceder mayores atribuciones a niveles inferiores del sistema del Poder Popular, mayor autonomía a municipios y localidades, ha mostrado resultados desalentadores. La inoperancia o ausencia de mecanismos de decisión y control de trabajadores y ciudadanos, la formalización de organizaciones y entidades de base, relega la participación popular a dimensiones de consulta y ejecución.

Otro gran abanico de problemas se vincula al lugar de la ley en la marcha de las reformas y en el nuevo modelo, definido desde 2019 como Estado socialista de derecho. Recomponer las relaciones entre el Estado y la ciudadanía considero que es medio y fin fundamental. Ello pasa por superar la tradición que subordina la ley a la práctica político-administrativa y potenciar su papel en la promoción y formación de estructuras y relaciones sociales deseables. Pasa por proveer medios efectivos de control popular sobre los poderes discrecionales del gobierno y el funcionariado en el ejercicio de sus atribuciones. Por establecer un ámbito jurídico y fomentar una cultura política que amplíe el ejercicio de derechos de trabajadores y ciudadanos. Por dar horizontalidad al aparato estatal y procurar órganos de representación política acordes a la actual diversidad de posiciones y demandas sociales. Por legitimar vías de intervención política de la sociedad civil capaces de alentar un proceso de democratización socialista.

(EMGG) En eso que llamamos la política concreta, es decir, el proceso de transgresión del discurso político y su depósito en el relato cotidiano de la gente que la vive y percibe en sus consecuencias; podríamos distinguir dos elementos que ha venido arrastrando el proceso revolucionario, como esas sillas, de las que canta Silvio, que te invitan a parar. Por un lado la burocratización/ institucionalización de las demandas y soluciones para los problemas concretos de la gente, funcionamiento que en un país con un índice de analfabetismo del 24% al triunfo revolucionario en 1959 podría llegar a entenderse, pero que en la actualidad, cuando hasta el Banco Mundial llegó a publicar en un informe que es el único país de América Latina y del Caribe que dispone de un sistema educativo de alta calidad, se vuelve ridículo siquiera pensar que en cualquier centro un trabajador no pueda diagnosticar los problemas y fijar soluciones pertinentes para los mismos. El segundo, pero no menos antiguo, es el relacionado a las limitaciones materiales de la vida cotidiana originado por el Bloqueo y profundizado por el dato anterior, y al que se le adiciona un componente subjetivo ligado al cansancio de tantos años de espera y resistencia.

Otros dos contenidos que obstaculizan la transición socialista los considero de una emergencia más actual. Uno de ellos relacionado a nuestra incapacidad, no sólo de prever la agenda política que intenta instalar la derecha en Cuba, sino de responder eficazmente a ella. Y una cuestión que nos vuelve más torpes en las respuestas competentes a esa coyuntura está vinculada a la falta de comprensión del espacio virtual, no como lugar físico, sino simbólico, donde se producen casi instantáneamente matrices de opinión que guían el curso político de los procesos. Preguntas cómo: ¿a quién interpelamos?, ¿por cuáles medios?, ¿de qué maneras?, ¿cómo crear influencers de la Revolución? se vuelven urgentes concretar en respuestas que orienten la acción.

El otro de esos contenidos está vinculado a lo que denominamos subjetividades políticas y es el hecho de la relación espuria causa-efecto entre: socialismo - TODOS SON POBRES / capitalismo - CUALQUIERA PUEDE SER RICO/ CONSUMIDOR. Llama la atención que el primero está configurado prácticamente como precondición en una suerte de apología de la pobreza, en tanto el segundo está vinculado a la decisión (acá pudiéramos referirnos a toda la construcción simbólica en torno a la meritocracia, mas no es el sentido de este texto).

Respecto a los contenidos de la actividad diaria que sostienen el accionar de ese campo revolucionario, esos imperceptibles que por repetidos parecen prescindibles, apuntaría tres fundamentales: La historia, porque sin memoria se repiten sobre todo los errores, además de que se pierde la identidad y el lugar de pertenencia, fundantes ambos para cualquier ser humano. Si bien muches de nosotres no tenemos ni idea de la crueldad del capitalismo, de su poder devastador; las luchas anteriores, esas que iniciaron con nuestres pueblos originarios incluso, han agudizado el olfato para percibir de qué manos viene la injusticia y qué ropajes trae la opresión. El presente, porque en él se actualiza la historia, a través de él nos interpela mostrándonos derechos adquiridos que para muches parecen naturales (como el aborto que incluye la cuestión de la salud incluso, pero nada más distante de lo natural que lo que a restricciones sobre el cuerpo femenino se refiere) y la capacidad autorganizativa de las bases para posicionarse y defender lo que considera suyo. Y el futuro, esa majestad que nos impide resignarnos, conformarnos, doblegarnos; es él el que nos permite liberar todas las batallas, en él aparecen la posibilidad y también la certeza de que el Socialismo es la vía de preservación de una vida digna. Agradezco que no convencieron a aquellas y aquellos que les tocó librar la lucha antes que a  nosotres, de que no era posible; gracias a elles tenemos un proceso que perfeccionar hoy, corresponde a nosotres hacer lo mismo por las generaciones que vendrán.

(JAFE)El proceso de reformas en curso es revolucionario cuando se propone no olvidar a las personas desvalidas del sistema. No lo es tanto cuando quiere resolver los problemas económicos captando divisas fuertes en tiendas donde se vende el 90 por ciento de los alimentos y a las que no puede acceder la mayoría de la población. La Revolución no solo tiene que serlo sino parecerlo.

El proceso de reformas en curso es revolucionario cuando apuesta por las inversiones extranjeras para lograr, algún día, el bienestar material del pueblo, y lo es menos cuando prefiere las inversiones extranjeras que las nacionales.

La reforma no es revolucionaria cuando fomenta la contratación de mano de obra de la India para construir hoteles en Cuba. Albañiles que hacen un viaje de miles de kilómetros para ganar decenas de veces más que un obrero cubano. Es difícil demostrar el carácter revolucionario y socialista de esta medida económica.

La reforma no es revolucionaria cuando favorece la propiedad privada del trabajador por cuenta propia a la gestión socialista de la cooperativa, que en la legislación cubana es mucho más difícil de fundar que un negocio privado.

Puede ser revolucionaria la responsabilidad del Estado en el desarrollo equitativo de la economía nacional, en la vigilancia de que los derechos sociales no se debiliten bajo ningún concepto, pero esto debe ser una constante. No considero revolucionario aumentar 20 veces el precio del pan de la Libreta de Abastecimiento, ni cinco veces el transporte urbano en ómnibus.

La reforma económica en curso debe enfocarse, también, en el empoderamiento de los trabajadores, por eso me parece muy revolucionario que se haga hincapié en la protección de la mujer y de la mujer embarazada en particular, así como en los trabajadores y trabajadoras jóvenes.

Para ser revolucionaria, la reforma necesita, a mi entender, más políticas de inclusión y justicia social para las personas adultas mayores y más políticas y campañas públicas contra todas las formas de discriminación y explotación que puedan darse en el empleo privado.

Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana. Miembro del Equipo de Educación Popular del Centro Memorial Luther Martin King Jr. de Marianao, La Habana.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 15 de abril 2021
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