Una revolución verde impulsada por el Estado

Mariana Mazzucato

20/03/2016

Los debates sobre cómo construir un futuro verde tienden a centrarse en la necesidad de mejorar la generación de energía de fuentes renovables. Pero ese es sólo el primer paso. También son cruciales mecanismos mejores para almacenar y distribuir esa energía cuando no brilla el sol, no sopla el viento o los coches eléctricos se encuentran en continuo movimiento. Y, a diferencia de lo que se cree popularmente, es el sector público el que señala el camino hacia soluciones eficaces.

Desde el desarrollo comercial de baterías de litio-ion – las baterías recargables en la electrónica de consumo  – de principios de los años 90, ha resultado enojoso el desafío de almacenar y distribuir energía con eficacia suficiente como para hacer de las fuentes sostenibles de energía alternativas viables a los combustibles. Y los esfuerzos de multimillonarios empresariales como Bill Gates y Elon Musk para superar este desafío han sido objeto de mucha especulación mediática alborotada. Así que, ¿cuántos millonarios hacen falta para cambiar unas pilas?

Resulta que la respuesta es que cero. Esta semana, Ellen Williams, directora de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada-Energía [Advanced Research Projects Agency-Energy, ARPA-E], parte del Departamento de Energía norteamericano, anunció que su agencia que su agencia había batido a los multimillonarios en eso. La ARPA-E, declaró, había conseguido “algún que otro santo grial en cuestión de baterías”, lo que le permitirá “crear un enfoque completamente nuevo para la tecnología de pilas, hacer que funcione y convertirlo en comercialmente viable”.

A la vez que alababa los logros de Musk, Williams establecía una nítida distinción entre ambos enfoques. Musk se ha implicado en la producción a gran escala de “tecnología ya existente y muy potente de baterías”. Por contraposición, la ARPA-E, ha ido buscando la innovación tecnológica en el sentido más puro: “crear nuevas formas de hacer” cosas. Y están “pero que muy convencidos” de que varias de sus tecnologías “tienen potencial para ser significativamente mejores”.

A mucha gente esta evolución puede parecerle sorprendente. Al fin y al cabo, al sector privado se le ha considerado durante mucho tiempo la fuente más importante de la economía de la innovación. Pero esta percepción no es del todo exacta.

De hecho, las grandes figuras empresariales de la historia se han apoyado con frecuencia en los hombros del Estado. El difunto fundador y director de Apple, Steve Jobs, fue un empresario inteligente, pero toda la tecnología que hace “inteligente” el iPhone se desarrolló con financiación del Estado. Esa es la razón por la que Gates ha declarado que solamente el Estado, en forma de instituciones públicas como la ARPA-E, puede señalar el camino hacia el logro de avances energéticos.

Resulta crucial advertir aquí que no es el Estado administrador el que cumple este papel; más bien se trata del Estado emprendedor en acción, que crea mercados, en lugar simplemente de ponerles remedio. Con un enfoque orientado a objetivos y la libertad de experimentar – entendiendo que el fracaso es un rasgo inevitable, e incluso bien recibido, del proceso de aprendizaje – el Estado es más capaz de atraer al mejor talento y buscar la innovación radical.

Pero, por supuesto, dirigir una revolución no será empresa fácil. Para tener éxito, los organismos públicos tendrán que superar desafíos de importancia.

Tomemos el caso de ARPA-E, que se fundó en 2009 como parte del paquete de estímulos económicos del presidente norteamericano Barack Obama. Aunque se encuentra todavía en su infancia, la agencia – basada en el modelo de la veterana Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa [Defense Advanced Research Projects Agency – DARPA] ya ha demostrado ser enormemente prometedora. Y siguiendo el compromiso expresado por Obama y otros 19 líderes mundiales en la cumbre en París de diciembre pasado sobre cambio climátic de doblar la inversión pública en investigación sobre energías verdes, la ARPA-E parece encaminada a recibir un impulso bien recibido en su financiación.

Pero  la ARPA-E carece todavía de la capacidad de crear y configurar nuevos mercados como los que disfruta, vamos a decir, la DARPA. Esto representa un desafío de envergadura, pues la agencia está trabajando en un sector que sigue estando en sus primeros estadios. Aunque el desarrollo de tecnologías de energía eólica y solar recibió un enorme impulso en la década de  1970, ambas están todavía marcadas por el mercado y la incertidumbre tecnológica. La infraestructura energética asentada conserva grandes ventajas forzosas, y los mercados no valoran adecuadamente la sostenibilidad ni le ponen su justiprecio al desperdicio y la polución.
Ante esa incertidumbre, el sector empresarial no entrará en el mercado hasta que se hayan realizado las inversiones más arriesgadas e intensivas en capital, o hasta que se hayan transmitido señales políticas coherentes y sistemáticas. Los gobiernos deben, por tanto, actuar decididamente para realizar las inversiones necesarias y proporcionar las señales correctas.

De modo crucial, los gobiernos han de instalar también salvaguardas para garantizar que el Estado empresarial coseche una porción apropiada de la recompensa por sus esfuerzos. En el pasado, esto podia haberse realizado por medio de efectos colaterales impositivos. Pero el tipo marginal máximo no está ni mucho menos cerca del nivel en que estaba en los años 50, cuando se fundó en los EE.UU. la NASA, un ejemplo primordial de innovación patrocinada por el Estado (en esa época, el tipo impositivo marginal era del 91%.) Ciertamente, gracias al cabildeo de los emprendedores capitalistas de Silicon Valley, el impuesto a los beneficios del capital cayó en un 50% en cinco años a finales de los 70. El aumento en el uso de patentes previas ha debilitado los efectos colaterales positivos.

Por supuesto, agentes del sector privado como Gates y Musk son socios esenciales para impulsar hacia delante la revolución verde. Conforme asuman un papel mayor en la comercialización y despliegue de la tecnología de almacenamiento de pilas, se ganarán su justa parte de recompensas. Pero ¿no debería tener algún retorno la ARPA-E (o sus ángeles inversores, los contribuyentes norteamericanas) por sus tempranas – y arriesgadas – inversiones?

En algunos países, como Israel (con su programa Yozma) y Finlandia (con su fondo Sitra), el Estado ha conservado participaciones en la innovación financiada por el Estado. Esto le permite al Estado empresarial seguir invirtiendo, catalizando la siguiente ola de innovaciones. ¿Por qué se muestran los países occidentales tan resistentes a esta sensata idea?

Profesora de Economía de la Innovación en la Universidad de Sussex (Gran Bretaña), es autora de un libro importante y bien conocido, El Estado emprendedor (RBA, Barcelona, 2014).
Fuente:
Social Europe Journal, 14 de marzo de 2016
Traducción:
Lucas Antón

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