Una guía de estilo para el 1 por ciento que habla inglés

Kyle Paoletta

16/02/2019

El nuevo manual de gramática y su uso, de Benjamin Dreyer, gramático principal de Twitter, refuerza un punto de vista elitista de la escritura y el lenguaje.

Las reglas que gobiernan el uso del inglés nunca han sido particularmente democráticas. ¿Por qué tomamos "colas" (take “cues”) pero estamos en “colas” (stand in “cues”)? ¿Por qué nos despertamos "todos los días" (every day) pero toleramos las molestias “cotidianas" (everyday)? En la introducción a El Inglés de Dreyer: Una guía absolutamente correcta para la claridad y el estilo, Benjamin Dreyer, desde hace mucho tiempo jefe de corrección de Random House, cita la comparación de un conocido suyo respecto a los correctores como "sacerdotes que salvaguardan su fe". Los correctores pueden articular las reglas del idioma que la mayoría de los aspirantes a escritores solo han internalizado inconscientemente; sus pronunciamientos son aceptados con fe por cualquiera que esté acostumbrado a confiar en el corrector ortográfico. Pero a pesar de que la escritura tipo primero escribir y luego pensar, asociada con las redes sociales, ha depurado aún más el estatuto del corrector, esta subida de estatus ha coincidido con el declive de la profesión. El mundo editorial resonó con consternación y oprobio cuando The New York Times prescindió de su departamento de corrección en 2017. Un año y medio después, la Dama Gris[1]  sigue siendo el periódico de referencia, sin que su reputación se haya visto afectada por la corrección rutinaria de fechas, ortografía, y afirmaciones erróneas que aparecen al pie de sus artículos online.

Sin embargo, aunque equipos de nueva ola como Vox Media hayan también empezado a deshacerse de sus minuciosos correctores, el perfil de Dreyer como gramático principal de Twitter ha logrado seguir subiendo. Es el tipo de personaje que especifica la diferencia entre acrónimos e inicialismos; corrige las misivas más alucinantes de Donald Trump; y lamenta medio en broma: "Murió como vivió, señalando cansinamente que 'miríada' era un sustantivo antes de que fuera un adjetivo ''. En el Dreyer’s English, traslada su truco a la página impresa en un supuesto intento de dispersar la neblina de ensoñación que rodea a su profesión y hacer que el trabajo de sus lectores sea "Mejor. Más limpio. Más claro. Más eficiente.”

Por muy generoso que parezca, los partidarios de Dreyer estarán encantados de descubrir que la expresión pedante y chistosa que cultiva online se mantiene plenamente vigente en los comienzos del libro. "La proscripción contra el singular 'ellos'", escribe, "es otra de las reglas gramaticales, más o menos inventadas, de la era victoriana, que nos han estado endosando” y recomienda que, si bien se puede terminar una oración con una preposición, los escritores deberían, sin embargo, “aspirar a un final potente y no simplemente dejarlo goteando como la pobre micción de un anciano". Sin embargo, una vez pasados los primeros capítulos de reglas, consejos de escritura y humor escatológico, Dreyer’s English degenera en una serie superficial de listas de palabras comúnmente mal escritas y mal aplicadas. Si se va al material de referencia (pobre de quien intente abrirse paso en estos capítulos tal como están escritos) la voz de Dreyer pasa de alegre a aburrida. "No hay una x en ‘espreso’,” alecciona, "pero eso ya lo sabías".

El hecho de que gran parte del Dreyer’s English consista en apéndices es suficiente para que el lector cuestione la afirmación del autor de que su libro quiere ayudarle. "No intento reproducir la guía de los libros exhaustivos que están y siempre estarán y a los que me referiré constantemente, en mi propio escritorio", promete, pero de hecho, cuando las enredaderas gramaticales se vuelven particularmente impenetrables, Dreyer utiliza citas del manual Words Into Type[2] como un machete, desenfundando  el venerable recurso (querido por los editores pero prácticamente desconocido por los civiles) para despejar el camino. La necesidad de recurrir a una autoridad tan sólida apunta al problema elemental de libros como el de Dreyer: dividen la diferencia entre accesibilidad y utilidad, dejando pocas posibilidades de llegar ya sea a los apasionados del lenguaje o a tu tío que pasa demasiado tiempo en Facebook.

Por último, Dreyer’s English es una curiosidad literaria, más bien un tema de conversación en una mesa de café, que una guía de estilo. Lo que significa que Dreyer escribe para una audiencia autoseleccinada: cuando ilustra la forma en que se permite el uso incorrecto a autores famosos con una anécdota de trabajo con Richard Russo, su objetivo es provocar una sonrisa de complicidad, no hacer que el lector escriba "Mejor. Mas claro. Más eficiente ". En lugar de compartir espacio en los estantes con tomos como Modern American Usage de Garner, sería mejor relegar el libro de Dreyer al dominio de Between You & Me: Confesiones de una Coma Reina, la guía memoir cum style que Mary Norris, del The New Yorker’s, publicó en 2015. Ese libro sirvió para transformar a Norris de una correctora prácticamente desconocida, excepto por el personal y los colaboradores de la revista, en  una importante creadora de contenido: dió lugar a una serie de videos, una charla de TED y una secuela, Greek to Me: Adventures of the Comma Queen, que aparecerá a lo largo de este año.

Uno no puede evitar preguntarse si Dreyer tenía en mente un momento de ruptura similar. Quizás su libro esté destinado simplemente a despegar su marca de Twitter y entrar en el espíritu del tiempo. (Si es así, está funcionando, con un perfil en el Times, a raiz del lanzamiento del libro, que habla efusivamente de las "habilidades mágicas de Dreyer para descubrir inconsistencias, erradicar imprecisiones y recomponer frases complicadas"). De hecho, las numerosas referencias a la elección de Trump   — junto con el desconcierto que este ignominioso evento provocó en enclaves como el vecindario de Dreyer en Manhattan - ayuda a posicionarlo como alguien que resiste la decadencia no solo de nuestra política sino también de nuestra cultura. Así como el nuevo libro de Norris apunta a reafirmar la influencia del griego antiguo en el lenguaje contemporáneo, Dreyer se sirve de las reglas del inglés para enderezar un mundo perdido. Desde el punto de vista del rol tradicional de un corrector de editorial -trabajar silenciosamente para la reputación de una revista o de las normas de una casa editorial-  ese impulso parece  necesario, incluso noble.

Pero Dreyer no es el típico corrector modesto, tipo administrativo. Es un guasón, un comediante literario y como suele suceder con los comediantes de monólogos, cuando comienza con bromas de mal gusto pierde a su público por completo.

Cuando Dreyer presenta el personaje de Judi Dench en Philomena como una "heroína que intentaré describir neutralmente como perteneciente a las clases trabajadoras" o se lamenta: "Si hay una palabra menos classy en el idioma inglés para describir la falta de clase  que classy, me gustaría saber cual es",  parece menos interesado en hacerse comprender por el lector que en ganar puntos fácilmente con sus auto-satisfechos compañeros de viaje, a expensas de los desgraciados que nos metieron en este lío en primer lugar. Después de todo, las únicas personas a las que Dreyer podría estar dirigiéndose cuando asume que conocen la ortografía correcta de "espresso", pero no, por ejemplo, la de la más humilde “poinsettia”, son el tipo de gente que disfrutan tonteando con su propia sofisticación. Dreyer puede lograr difundir el misticismo cuasi-religioso que rodea a la gramática, pero lo que se revela en medio de la bruma es el predominio perdurable de la misma aristocracia que codificó por primera vez la traducción del inglés hablado al texto. Aunque reprenda a los victorianos por sus reglas arbitrarias, se alía inexorablemente con sus equivalentes contemporáneos.

Así pues, Dreyer’s English marca la ascendencia de la corrección editorial desde un proceso invisible considerado durante mucho tiempo fundamental por los equipos editoriales, tanto grandes como pequeños,  a un significante de clase. Libros como los de Dreyer y Norris presentan la gramática y su uso impecable no tan solo como medio de mejorar la escritura, sino también de aliviar la ansiedad de  clase. Por supuesto, los feligreses que suplican la tutela del corrector no son personas ordinarias. ¿Quien era ese conocido que, más arriba, comparó a Dreyer con un sacerdote? La gran dama de Broadway, Zoe Caldwell, a quien conoció en una fiesta en el Upper East Side de Nueva York.

El uso correcto es preferible, la claridad es un objetivo noble. Pero dada la devaluación en el mercado de la palabra escrita, los editores han establecido diferentes prioridades y los correctores lamentablemente se ha convertido en un lujo. Que tal visión haya conseguido imponerse entre los plutócratas que controlan actualmente la infraestructura de la gran mayoría de nuestros medios es una verdadera lástima. El Dreyer’s English es difícilmente un correctivo contra la tendencia. Por el contrario, es una guía de estilo para el 1 por ciento, destinada tan solo a confirmar a los snobs y aduladores, que sin duda lo apreciarán, que efectivamente ellos son más inteligentes que el resto de nosotros.

Notas:

[1] Referido al New York Times: The Gray Lady

[2] Words Into Type es un manual de escritura.

 

vive en Cambridge, MA. Sus informes y críticas han aparecido en Harper´s Magazine, The Baffler, BOMB Magazine y Guernica.
Fuente:
The Nation 11 de febrero 2019
Traducción:
Anna Maria Garriga Tarré

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