Trump desde América Latina. Dossier IV

Alejandro Nadal

Julio César Guanche

Jesús Arboleya

Rolando Astarita

Guillermo Almeyra

13/11/2016

Sueños y fantasías en el corazón del imperio

Alejandro Nadal

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos confirman el grave síndrome que aflige a la población de ese país. Desde hace muchos años el mal llamado sueño americano dejó de existir en el imaginario colectivo. Ha sido remplazado por la fantasía cotidiana del “entretenimiento”.

Para una mente infantil, la idea de estar sin entretenimiento de algún tipo resulta algo insoportable. En el fondo, la perspectiva de tener que pensar o reflexionar se puede convertir en una perspectiva aterradora.

Por eso cualquier cosa es buena para la distracción y el pasatiempo. Desde los omnipresentes espectáculos de los deportes, hasta las funciones de gala y las revistas de chismes sobre las celebridades, todo es un buen candidato para el entretenimiento. Y si todo debe pasar por la diversión pues el mundo de la política también puede convertirse en espectáculo.

Este año en el centro del escenario de este show se encuentran los dos contendientes más representativos del mundo político estadunidense: un sicópata payaso compite con una oportunista y ambiciosa mujer. El primero ha hecho alarde de su misoginia, machismo, racismo e ignorancia para atraer a una buena parte del electorado estadunidense. La segunda ha pretendido apoyarse en su experiencia y valores democráticos pero en los hechos ha demostrado que su belicosidad y oportunismo no tienen límites.

No es marginal el número de votantes que la mañana del martes saltaron entusiastas a la calle para ir a votar por Donald Trump. Su infantilismo tiene mezclas de sadismo vengador pues ven en el bufón millonario alguien que ha sido capaz de burlarse del establishment en Washington y que hábilmente ha sacudido al inepto y centralizador gobierno federal. Y es que muchos de los seguidores de Trump le echan la culpa al gobierno federal de todos los males que aquejan a la sociedad estadunidense, desde el desempleo y la crisis hasta una supuesta falta de firmeza frente a los desplantes de una Rusia envalentonada.

Tal pareciera que esta parte del electorado, tan adicta al entretenimiento en todas sus formas, hubiera despertado de una infantil modorra y se hubiera encontrado con un escenario de una terrible decadencia económica. Como niños enojados incapaces de analizar y enfrentar una realidad, esa parte del electorado no ha podido hacer otra cosa que buscar a quién echarle la culpa. Y en este caso se encontró con el candidato perfecto, una maquinaria que es disfuncional en muchos casos y corrupta en otros. Es decir, acabamos de nombrar al gobierno federal. Su responsabilidad en el salvamento de los principales jugadores del sector financiero después de la crisis y sus devaneos con los intereses de las grandes corporaciones no ha pasado desapercibida para esta parte del electorado. Es para ellos que Trump se saca fotos y hace declaraciones incendiarias frente al esqueleto de una oxidada planta de la industria automotriz en Detroit. Por cierto, esos votantes seguirán estando ahí al día siguiente de la elección, independientemente del resultado.

Por su parte, el electorado que votó por Hillary Clinton se divide en dos grupos. En el primero se encuentran aquellos que piensan que auténticamente representa los valores democráticos que dice abrazar. En el segundo grupo están los que la ven como una persona falsa, hueca, que como dice Jon Stewart, usa un disfraz diseñado por alguien más para ser otra persona; una mujer sin el valor de sus convicciones porque ni siquiera se sabe bien cuáles son esas convicciones.

La experiencia de la señora Clinton se cristaliza en una lista de infortunios, comenzando con las mentiras sobre sus actividades en Bosnia. Su aventura en Libia convirtió a buena parte de África en una zona de desastre. Las operaciones encubiertas realizadas por los servicios estadunidenses hasta terminaron vendiendo armas a los combatientes de ISIS, como lo revelan los correos electrónicos dados a conocer por Wikileaks. Y la intervención en Siria condujo a uno de los escenarios más peligrosos en el mundo. Ambos episodios fueron concebidos por Hillary mientras fungía como titular del Departamento de Estado. No cabe duda, de triunfar Hillary será uno de los presidentes más belicosos en la historia de Estados Unidos.

El denominador común, el rasero contra el cual fueron medidos sistemáticamente los dos contrincantes fue siempre el dinero. Y Hillary siempre salió vencedora. La mitología de los recursos infinitos de Trump se quedó en eso, mitos que se esfuman. En cambio, con Goldman Sachs a la cabeza, Hillary y los escandalosos donativos para la Fundación Clinton, siempre salieron triunfantes en la carrera para llenar su cofre de guerra.

En síntesis, las elecciones no fueron entre Hillary y Trump. Los verdaderos candidatos fueron el aventurerismo belicoso de una mujer experta en camuflajes, y la nostalgia de un mundo en el que la ignorancia y los prejuicios raciales y misóginos constituyen valores admirables. El triunfador de este proceso será un mundo más peligroso.

http://www.jornada.unam.mx/2016/11/09/opinion/026a1eco

 

Trump, ¡¿cómo?!

Julio César Guanche

Leo comentarios que aluden a la victoria presidencial de Donald Trump como el triunfo de un loco y una victoria de la estupidez humana. Leo por igual que una clave parece estar en el Trump “antisistema”, frase que quizás es mejor entender como el haberse situado frente a determinado estatus capitalista. Por ahí, hay novedades en su proceder respecto al contexto estadunidense. Sin embargo, pienso en otra arista para explicar su triunfo: cómo ha explotado racionalidades antiguas de ese sistema, algunas de ellas fundacionales.

Trump ha explotado el patriotismo capitalista, que siempre ha tenido que ser imperialista, y que estuvo así en el centro de la primera guerra mundial (con la frase “la patria con razón o sin ella”). Ha explotado la lógica del proteccionismo, a favor de la cartelización de los “intereses propios” de los “americanos”, tesis que apoyó el partido republicano estadounidense en los 1930 como la vía para salir de la crisis del 29. Ha explotado el racismo capitalista, que proclamó haber fundado la prosperidad sobre los “pioneros del capitalismo” (los barones blancos de la industria) y no sobre el trabajo esclavizado, y pretende hacer “de nuevo grande a américa” contra la historia y el presente de una nación construida por afroamericanos, latinos y todo tipo de inmigraciones. Ha explotado el clasismo de los empobrecidos y perdedores del sistema, diciéndoles, por enésima vez, y por enésima vez falsamente, que salvar a los capitalistas es también salvarlos a ellos, como lleva siglos asegurando la teoría económica ortodoxa. Ha explotado el sexismo capitalista, escandalizado con la declaración de Trump de que puede agarrarle la vulva a la mujer que desee, mientras convive con la despolitización del uso mercantil del cuerpo femenino. Ha explotado la distopía del “hombre americano común”, ignorante de su ignorancia, obscurantista hacia la ciencia y conservador hacia la cultura, la imaginación más reaccionaria con que se puede “defender” a un pueblo. Por aquí, ha explotado la narrativa del “enterteiner”, sin mostrarse como un líder político “sólido” (recordar a Reagan), contribuyendo a hacer de la política un “reality show” con electores en tanto consumidores, espectadores y aprendices.

Trump ha explotado el escepticismo “radical” frente a la democracia, que asegura que esta “no sirve para nada”, que todo es “lo mismo”, que recuerda a Hitler como el que fue llevado a las urnas “por la democracia” (dato muy inexactamente manejado) y no como lo que fue: su visceral enemigo. Ha explotado la engañosa sinonimia entre democracia, democracia liberal y aparato electoral-representativo, que fue elaborada, a contrapelo de la historia de estos conceptos, solo tras el inestimable concurso de la guerra fría. Ha explotado la celebración “marxistoide” de la catástrofe, que desea que “todo se ponga peor” para que al fin la gente “se dé cuenta y reaccione revolucionariamente”, argumento que convierte a los pueblos, y a sus vidas reales de dolor y sufrimiento ante la catástrofe, en meras piezas de cambio, sacrificables a favor de “sus ideales”. Ha capitalizado la implosión de las socialdemocracias realmente existentes y sus incapacidades para dejar de ser algo más que falsos predicadores, para servir al capitalismo más depredador.

También, ha explotado la realidad del guerrerismo, de la conquista plutocrática del poder, del incremento de la desigualdad, de la concentración extraordinaria de la riqueza, del despliege de la exclusión y la injusticia, de la autocracia del poder mediático, de la separación radical entre los que mandan y los que son mandados, de la hipocresía obligada ante lo “políticamente correcto”, para darle salida a esa crítica a favor del capitalismo oligárquico, haciendo frente, a conciencia, a los muchos intentos sociales de democratizar, a beneficio del “99%”, las relaciones económicas, sociales, políticas, raciales e internacionales en ese país. Así, ha respondido a la reacción contra la práctica neoliberal “desregulada” prometiendo conservar medidas sociales, bajar impuestos a pequeños productores, imponer controles financieros, asegurar determinadas provisiones, pero sin decir —y, por ello, mintiendo— que estos programas solo pudieron avanzar algo allí donde la organización del trabajo se hizo poderosa y la economía política se comprometió con la redistribución de recursos como clave misma de su lógica de desarrollo.

No estamos ante la obra de un estúpido, o de un loco solitario capaz de arrastrar en su demencia a una multitud de orates. Trump no es, como decía Marx, “un rayo que cae en cielo sereno”. El magnate no ha traído a la palestra solo sus “rasgos personales” de racista, misógino y xenófobo. Lo más grave es que tales rasgos son centrales en una parte significativa de la sociedad estadunidense, ante la cual Trump ha respondido en sus reclamos de venganza para protegerse de los “negros”, de los “comunistas”, de los “fundamentalistas”, de los negocios chinos, de los abortistas, de los evolucionistas, y de un sinfín más de “amenazas”.

La contrarreforma capitalista de los 1970 reaccionó también contra cosas parecidas, frente a las “subversiones” de los 1960: el liberalismo político o social que proponía fortalecer el Estado; la contracultura, despreciada por “su calaña moral” sobre el sexo y el libertinaje; la acción afirmativa, por sus efectos disruptores y “discriminatorios”, y contra la asfixia del mercado ante el intervencionismo y contra “el cáncer de la burocracia”. Trump ha traído contenidos diferentes respecto a esos discursos, como cierta “crítica” a la globalización, y la crítica que ha recibido él mismo por parte de importantes neocons por “pretender destruir la política exterior estadunidense”. Pero al mismo tiempo, ha explotado antiguos miedos y lógicas enteramente sistémicas.

Nada de lo antes dicho celebra a Hillary Clinton como portadora de soluciones para tales problemas, pero quizás explique algún por qué de la “sorpresa” ante el triunfo de Trump. Acaso, este ha hecho visible una cara histórica del capitalismo, “olvidada” por la confusión entre capitalismo y neoliberalismo, por el devaneo liberal sobre el patriotismo cívico y el multiculturalismo y por la rendición teórica que supone considerar “populistas”, al mismo tiempo, a Bernie Sanders y a Donald Trump. Es, no obstante, una cara del capitalismo de ayer y de hoy, la que atemorizaba enormemente a Martí, cuando se refería a la “patria de Cutting”.

https://jcguanche.wordpress.com/2016/11/09/trump-como-2/

 

Trump: el triunfo de la incertidumbre

Jesús Arboleya

Creo que el único que pronosticó con firmeza la victoria de Donald Trump en las elecciones recién finalizadas fue el cineasta Michael Moore, uno de sus más encarnizados opositores desde el punto de vista ideológico. Pudo hacerlo porque no creyó en análisis y encuestas, sino en lo que lo ha convertido en un gran documentalista: su capacidad para escrutar una realidad que nadie quería reconocer, aunque estaba a la vista de todos.

Trump ganó por el impacto concreto que ha tenido la situación económica norteamericana en amplios sectores de la clase trabajadora; por los prejuicios y temores existentes en los sectores blancos; por el rechazo a la inmigración ilegal, donde incluso contó con un apoyo sin precedente de los hispanos, a pesar de su discurso xenófobo, y por el rechazo al establishment que gobierna ese país, donde Hillary Clinton aparece como una de sus representantes por excelencia.

Precisamente este establishment impidió la victoria de Bernie Sanders en las primarias y los demócratas se quedaron sin una respuesta convincente para estas problemáticas, así como la posibilidad de movilizar a sectores progresistas de la población, especialmente los jóvenes, capaces de ofrecer una alternativa fiable y alentadora frente a los republicanos, como ocurrió con Barack Obama en 2008 que finaliza su mandato con un nivel de aceptación entre los mayores que registra la historia de ese país.

Clinton no fue identificada con este capital político a pesar del apoyo que le brindó el propio Obama; no gozó de la confianza pública y apareció como el símbolo del régimen que la mayoría quería cambiar. Ante la disyuntiva de escoger el “menos malo”, la gente acabó eligiendo a Donald Trump en unas elecciones donde ambos candidatos tuvieron muy escasa popularidad.

Lo más preocupante de la victoria de Trump es la incertidumbre que genera su posible gobierno. No es un neoconservador, tampoco un conservador clásico ni un liberal, sino una figura tan ecléctica como la sociedad que ahora tendrá que gobernar. Hay que ver hasta dónde sus desplantes y su prepotencia regirán su conducta como presidente y si su política social será tan brutal como anunció, especialmente en el caso de los inmigrantes ilegales.

También, mirado desde un lado positivo, si realmente avanzará en las reformas económicas internas que ha propuesto, aunque sin concretarlas, y si su política exterior incluirá aspectos tan renovadores como la revisión de los tratados de libre comercio; la limitación de la intervención militar en otros países; la solución de conflictos con otras potencias, como es el caso de Rusia; la revisión del papel de la OTAN, así como la búsqueda de buenas relaciones con el resto del mundo, un aspecto que señaló en su discurso una vez consumada la victoria, donde apareció mucho más moderado y modesto que de costumbre.

De cualquier manera no parece que su triunfo constituya un regreso a la época de George W. Bush, cuya familia incluso se manifestó a favor de Hillary Clinton. Trump representa a otros sectores de la sociedad norteamericana, que incluso se distanciaron del Partido Republicano, el cual se resistió a apoyarlo porque lo consideró la peor de sus desgracias. Hasta dónde Trump será capaz de poner orden en su propio partido, es otra de las interrogantes que tenemos por delante.

Otra novedad de estas elecciones, que se confirmó tanto en los casos de Trump como en menor medida en el Sanders, es que el volumen de los fondos no determinó el desenvolvimiento de la campaña. Ello afecta tanto a Wall Street como a otros grandes contribuyentes y a lobbies tan poderosos como el judío, con el que Clinton estaba comprometida hasta la médula, limitando cualquier solución posible en el Medio Oriente, uno de los puntos más álgidos de la situación internacional.

Otra premisa que no se cumplió fue que los grandes medios de comunicación deciden el resultado electoral. Es cierto que Trump acaparó la atención pública, pero por lo general a partir de posiciones muy contrarias al candidato.

Más allá de alguna declaración de ocasión, destinada a satisfacer a grupos de extrema derecha cubanoamericanos que consideró necesarios para ganar el estado de La Florida, resulta evidente que Trump no tiene una política definida para América Latina, como era el caso de Clinton, y no precisamente para bien.

Respecto a Cuba, resulta difícil suponer que estos grupos contarán con una influencia suficiente para producir una reversión absoluta de la política iniciada por Obama, toda vez que ello se contradice con la filosofía de Donald Trump (“business are business”), los antecedentes de su interés personal por participar en el mercado cubano, algunas declaraciones anteriores, y los requerimientos de sectores republicanos conservadores, especialmente agrícolas, que resultaron decisivos en su victoria. Incluso pudiera acelerarse el proceso si esa es la voluntad del presidente y logra imponerla al Congreso, cosa imposible si Clinton hubiese ganado las elecciones.

Lo concreto que tenemos a la vista es un gobierno de mayoría absolutamente blanca, lo que tenderá a incrementar las tensiones sociales internas. Trump refleja una visión empresarial no ajena a las grandes transnacionales, pero donde han ganado espacio sectores productivos orientados hacia el mercado interno que con probabilidad obligarán a un reajuste de la economía y la política en detrimento del poder casi absoluto que hoy tienen los grandes capitales financieros. Esto explica la inmediata caída en la bolsa de valores de Estados Unidos y otras potencias capitalistas.

Lo malo es que quizás esto vendrá aparejado con un discurso discriminador y el detrimento aún mayor de programas sociales destinados a satisfacer las necesidades de los grupos más vulnerables con los que este gobierno no tiene ningún compromiso. También con un aumento de la represión social en busca del “orden” que reclama la clase media blanca.

Si algo demostraron estas elecciones es que en Estados Unidos nada es seguro. Por tanto, lo que se impone en esta etapa es observar la conducta y la composición del gobierno en los próximos meses, con seguridad un proceso bastante traumático y confuso debido a la inexperiencia de Donald Trump y la posible enajenación de buena parte de aquellos individuos, ya sean republicanos o demócratas, que durante años han administrado la política del país.

Lo que sí es seguro, es que todos los gobernantes del mundo, especialmente los aliados de Estados Unidos, ahora se están rompiendo la cabeza pensando cómo lidiar con este personaje que, andando por los vericuetos de la política norteamericana, acaba de convertirse en el líder del país más poderoso de la historia.

http://progresosemanal.us/20161109/trump-triunfo-la-incertidumbre/

 

Una reflexión sobre el triunfo de Trump

Rolando Astarita

El triunfo de Donald Trump ha provocado un fuerte impacto en el mundo, y en particular en amplios sectores de la izquierda. Trump es un racista, machista y anti-inmigrantes, que ha recibido el apoyo de los grupos fascistas y los defensores de la supremacía blanca; y de los elementos más reaccionarios del exilio cubano. También tuvo el apoyo de amplias capas de la clase media –pequeños y medianos empresarios, comerciantes, granjeros-, muchos de ellos partidarios del Tea Party Movement; y de tradicionales votantes del Partido Republicano. Los enemigos declarados de toda esta gente son “la clase política” en general, Washington y su burocracia, Wall Street y las grandes corporaciones, los altos impuestos (en primer lugar los costos del programa de salud de Obama) y el endeudamiento público. Trump supo darles cauce, al presentarse como un outsider (millonario, faltaba más).

Sin embargo, y desde una postura de defensa de las ideas socialistas, uno de los temas más importantes es el voto a Trump de trabajadores, o desocupados, blancos, y vinculados a la industria manufacturera.

Como se ha señalado en muchos estudios y encuestas, tal vez la razón fundamental que explica el voto a Trump de estas franjas de la población trabajadora es el descontento con la situación económica, la pérdida de empleos y la baja de largo plazo de los salarios. Indudablemente, el sector industrial ha sido profundamente afectado. Desde el pico alcanzado en 1979, y hasta 2015, en EEUU se perdieron 7,2 millones de empleos, una caída del 37%. Pero la pérdida más rápida se dio en la última década y media: desde enero de 2000 a diciembre de 2014 se eliminaron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura. Si entre 1980 y 1999 la pérdida fue a un promedio del 0,5% anual, entre 2000 y 2011 fue del 3,1% (véase R. D. Atkinson, L. A. Stewart, S. M. Andes y S. J. Ezell, “Worse Than the Great Depression: What Experts Are Missing About American Manufacturing Decline” ITIF, 2012, http://www2.itif.org/2012-american-manufacturing-decline.pdf).

Además, el cierre de manufacturas fue acompañado por una larga caída de los salarios de una amplia franja de trabajadores: según estadísticas oficiales, los salarios (calculados en dólares de 2013) de las personas que completaron 4 años de colegio secundario, desde 1973 a 2013, cayeron 27,8%. La compensación horaria salarial promedio solo aumentó un 15% desde mediados de los 1970 hasta 2013, en tanto la productividad aumentó en ese lapso un 133%. Otro dato clave: los trabajadores part-time, pero que desean un trabajo a tiempo completo, son 6 millones, el nivel más alto de los últimos 30 años. Aproximadamente el 25% de ellos vive en la pobreza. Los índices de desocupación pueden ser bajos, pero millones están en la subocupación. Como contrapartida, el 1% más rico de la población recibía, en 2014, el 21,2% del ingreso total (en 1973 estos recibían el 8,9% del ingreso total). ¿No hay razones para que los trabajadores rechacen el sistema, sus ideólogos y políticos?

Sin embargo, los ideólogos del capital sostienen que la pérdida de empleos industriales es un proceso “natural”, de transición hacia una economía “de los servicios y el conocimiento”. También se dice que se debe solo al avance tecnológico. Pero si bien hay algo de esto, no se trata solo de avance tecnológico. Lo esencial es que desde la Gran Recesión de 2007-2009 la economía tuvo un crecimiento extremadamente débil, y el producto industrial ha disminuido. En ese marco, las importaciones de China, México u otros países –con costos laborales más bajos-, y la sobrecapacidad de las industrias de China, han puesto una fuerte presión a sectores de la industria yanqui; o han acelerado la salida de capitales. Por eso, la promesa de Trump de poner tarifas del 45% a las mercancías chinas fue vista como una solución por muchos trabajadores. También su promesa de rechazar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (lo que representaría, automáticamente, una suba del 25% de las tarifas).

Lo anterior explicaría también por qué las acusaciones a Trump no hicieron mella en estos trabajadores. Por otra parte, las ciudades y regiones devastadas por el cierre de empresas pueden explicar muchos votos “inexplicables” (hubo voto femenino a Trump, a pesar de su sexismo; o voto de inmigrantes, a pesar de su xenofobia).

La agenda de proteccionismo y xenofobia de Trump se inscribe, además, en el ascenso de las propuestas derechistas, xenófobas y nacionalistas, que también vemos en Europa, y a las que hicimos referencia en otras notas referidas al Brexit (ver, por ejemplo, aquí, aquí, aquí). Se inscribe también en una desaceleración que ha tenido el crecimiento del comercio mundial en los últimos 4 años (aunque, en nuestra opinión, este hecho está lejos de revertir la tendencia a la mundialización del capital). Estos aumentos de las tensiones tienen su causa última en el semi-estancamiento económico de grandes zonas –la zona del euro, Japón- y la agudización de la competencia entre grandes corporaciones.

De todas formas, lo que nos interesa remarcar ahora es que el programa del proteccionismo y el nacionalismo, no constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es absoluta y totalmente reaccionario. En el caso de EEUU ni siquiera existe la excusa –típica del marxismo nacionalista latinoamericano- de decir “luchamos por la liberación nacional”. Por eso también hay que decir que el proteccionismo “socialista” de Bernie Sanders tampoco tiene un átomo de progresismo. Recordemos que Sanders también propuso rechazar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. Es un discurso que allana el camino a los Trump y basuras por el estilo.

En definitiva, el más que justificado odio de los explotados y marginados a Washington, Wall Street y las corporaciones –y por lo tanto, a Hillary Clinton- no es argumento para considerar que el nacionalismo económico, sea en versión Trump, o versión Sanders, constituya una solución para los trabajadores de EEUU, o del resto del mundo (porque lo que sucede en EEUU repercute en todos lados).

Aunque los socialistas se queden en total minoría frente a la corriente dominante, hay que decir las cosas como son. Además, en tanto la clase obrera confíe en el nacionalismo, no habrá posibilidad de construir una agenda socialista. Y esta deberá adoptar, necesariamente, un enfoque internacionalista.

https://rolandoastarita.wordpress.com/2016/11/09/una-reflexion-sobre-el-triunfo-de-trump/

 

En tiempos de Trump

Guillermo Almeyra

Si el establishment Demócrata y la millonaria Killary Clinton no hubiesen saboteado a Sanders, el voto de protesta no lo habría recogido un millonario candidato del Ku Kux Klan, que hace más de veinte años no paga sus impuestos, estuvo varias veces en situación de quiebra y además de ignorante es tanto o más racista, machista, armamentista y xenófobo que la mayoría de sus compatriotas.

Con Trump ganó el atraso cultural, la ignorancia y el racismo de los blancos pobres que atribuyeron al establishment Demócrata la decadencia nacional y la crisis provocada por el gran capital durante los gobiernos Bush.

Esos blancos pobres, religiosos de derecha y racistas, votaron en masa (incluso sus mujeres, pues el machista Trump logró el 53 por ciento del voto femenino). Los 12 millones de jóvenes que habían votado por Sanders, el socialdemócrata, se abstuvieron o se negaron a votar por Killary. Los negros y los latinos no se inscribieron en masa para votar. Entre dos derechas, los votantes eligieron como  siempre  la más genuina.

Trump llega al gobierno con el control total de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y en hombros de sus iguales. Pero un sector del gran capital está asustado y los financieros tiemblan y, por lo tanto, habrá que ver si Trump adaptando su política desde el gobierno llega a un acuerdo con el poder real que no está en la Casa Blanca sino en Wall Street o si ese poder le hará la vida imposible o volverá a aplicar la “solución Kennedy”.

Ahora pende amenazadora la espada de Damocles sobre México, Cuba, China, la Unión Europea, la economía mundial, el medioambiente y la supervivencia de gran cantidad de especies- incluida la humana- y la paz mundial.

Hitler, ganador de las elecciones, recordemos que llegó a la Cancillería gracias a la ilusión del gran capital de que podría controlarlo y a Stalin, que no aplastó ese gobierno antes de que rearmase al país y que favoreció la instalación de su dictadura –y preparó el suicidio del partido comunista alemán- con su teoría de que el enemigo principal era la socialdemocracia, no el payaso con el bigotito ridículo. Los gobiernos capitalistas “democráticos” francés y británico también le dieron alas pues creyeron que sería sólo una barrera contra el comunismo. El mundo debió pagar más de 30 millones de  muertos y terribles destrucciones esa  ceguera y esas posiciones contrarrevolucionarias de esos defensores del capitalismo.

La historia, se sabe, no se repite. Pero Trump, si lo dejamos, va a instalar un fascismo “à la américaine”. Pero no es un producto sólo de la ignorancia y el provincialismo. También lo es del odio al establishment político del capital y a las políticas del capital. Si sus políticas - y las

de la extrema derecha religiosa y social del país- chocan con los deseos de sus electores y si  quienes votaron por Sanders para protestar por la izquierda se organizan en un partido independiente, contra Republicanos, Demócratas y sus mandantes, podríamos presenciar un aumento espectacular de la lucha de clases en Estados Unidos. Ese sería otro cantar.

Trump ganó después de que en Gran Bretaña ganase el Brexit y después del desarrollo de la derecha y del neofascismo en Italia (Berlusconi, Salvini), en Hungría (Orban), en Polonia, en Alemania y en Francia (Le Pen). Ganó después de los golpes contra Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, Dilma Rousseff en Brasil, de las matanzas de Calderón-Peña en México  y de la instalación del gobierno Macri en Argentina. Es el resultado del triunfo cultural del neoliberalismo, que convenció incluso a los trabajadores (que en su mayoría lo votaron como votan por las dos vertientes peronistas, el kirchnerismo o el macrismo o por el PRIPAN). También es el resultado de una supuesta izquierda  que no enfrenta el problema de la construcción de un poder alternativo al del capital o cree posible reformarlo y transformarlo desde las instituciones creadas para perpetuar la explotación y la dominación capitalista.

Eso es lo que hay que cambiar, con una política y una educación anticapitalista y con la organización independiente de los trabajadores.

Trump busca coexistir con Putin, defensor autoritario del capitalismo ruso, y hasta con Corea del Norte y dice que retirará bases aunque,  por supuesto, no las que amenazan a China  ni Guantánamo. Su aislacionismo en Estados Unidos no es pacifista sino que busca reducir gastos (rechaza la reconversión industrial para salvar el ambiente, piensa reorganizar el aparato bélico y cambiar las alianzas, oponiendo, por ejemplo, a  Moscú “bueno” contra Beijing “malo”). A lo mejor reduce el apoyo político y militar a Israel porque su prioridad es el poderío económico chino, en primer lugar y, después, de la Unión Europea.

Para que funcionen a pleno las acerías y Ford, GM y otras grandes industrias debe eliminar la competencia del acero y las mercancías chinas y europeas ya que no puede reducir aún más los salarios en EE.UU. Como la economía china va mal, con la brusca caída de las exportaciones, una guerra económica la anuncian y provocará en China movilizaciones obreras y un aumento del nacionalismo.

Eso prepara condiciones para una guerra de proporciones nunca vistas, que el armamentismo actual, las  carreras espaciales y los hackeos cibernéticos mal ocultan y preanuncian. Hay que parar a tiempo a este McHitler tan fatal para México y para el mundo.

http://www.jornada.unam.mx/2016/11/13/opinion/016a1pol

Economista. Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Jurista. Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Premio Casa de las Américas. Doctor en Historia especializado en las relaciones Cuba-EE UU.
Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires.
miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
Varias

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