Ser una académica feminista online

Selina Todd

01/12/2019

Esta página es una advertencia, un aviso y una confesión. Soy consciente de que esta web puede que dé más alas a la perjudicial y peligrosa fantasía de que todos debemos estar trabajando todo el rato. Esa ética laboral la perpetúan las elites gubernamentales neoliberales con, como he escrito en otra ocasión, resultados especialmente sancionadores para las personas con trabajos de baja remuneración y para las que no trabajan (la mayoría de las cuales son mujeres). Pero ahora me gustaría abordar la prevalencia de esa dinámica específicamente en mi ocupación, el ámbito académico. También quiero abordar cómo afecta concretamente a las mujeres porque a menudo se espera de nosotras que soportemos la carga emocional en el trabajo y en nuestras relaciones y porque, como feministas críticas de la cuestión de género, algunas de nosotras nos hemos encontrado con intimidaciones y amenazas tanto online como offline.

 

Durante los últimos años, tanto estudiantes como compañeros de profesión me han hecho regularmente esta pregunta: ¿de dónde saco el tiempo para mantener una web/gestionar una cuenta de twitter/mantener compromisos públicos/publicar todas esas actividades al mismo tiempo? Fundamentar eso es asumir que para dedicarse al ámbito académico hay que hacer todas esas cosas todo el tiempo.

 

Muchos responsables universitarios promueven asiduamente esa suposición. En muchas universidades del Reino Unido, incluidas las del grupo Russell (es decir, las supuestamente “más dedicadas a la investigación” de Reino Unido) el “horario laboral” –las horas durante la cuales se pueden programar clases– ha sido extendido a 9 o más horas por día. Eso significa que a los compañeros de esas instituciones se les pueden programar clases en cualquier momento de, digamos, entre las 9 de la mañana y las 8 de la noche.

 

Pero eso también es promovido por parte de muchos académicos, aunque quizás lo hagan sin darse cuenta. Cuando los estudiantes ponen de manifiesto sus inquietudes conmigo sobre cómo pueden realmente alcanzar a gestionar una carrera académica, se refieren a los blogs actualizados regularmente y a los compañeros presentes en Twitter día y noche todos los días de la semana que parecen estar siempre centrados en su investigación o dando clase.

 

Estoy muy agradecida con los estudiantes que me han hablado de este tema. Es valiente porque se arriesgan (por lo menos bajo su punto de vista) a parecer “poco comprometidos” por dejar entender que no pueden imaginarse a ellos mismos trabajando “lo suficientemente duro”. Y sus comentarios han hecho que me dé cuenta de que quizás yo he dado el mensaje de que puedo hacer todas esas cosas sin saberlo.

 

No trabajo todo el rato. Miro el correo solamente durante el horario de oficina (de 9 de la mañana a 6 de la tarde y de lunes a viernes). Solamente trabajo durante ese horario de oficina y no durante todo el día todos los días, pero durante una cantidad de tiempo que termina sumando las 35 horas semanales. No trabajo los fines de semana. Entro en Twitter fuera del horario de oficina pero porque no lo uso para mi vida profesional, sino más bien para comunicarme con comunidades de escritores y activistas políticos que son parte de mi vida fuera del trabajo.

 

A veces los estudiantes o los compañeros me dicen que puedo hacer eso porque mi vida es mucho más fácil que la suya. En varios momentos de mi vida profesional he oído a gente decir: “bueno, a ti te va bien porqué estás haciendo el doctorado con remuneración/tienes una beca postdoctoral/tienes un contrato indefinido/tienes un trabajo en Oxford/eres catedrática”. Pero yo nunca he trabajado los fines de semana o por la noche, así que tengo esos empleos sin trabajar durante mi tiempo de ocio. Le debo mucho a las campañas de los sindicatos de los cuales he formado parte en múltiples ocasiones, que han hecho posible que tenga un horario laboral más bien mentalmente saludable comparado con el que soportan muchos jóvenes recién llegados al contexto universitario. Pero también planté cara a jefes que se querían aprovechar de mí, no sola sino con el soporte activo de aliadas y mentoras feministas.

 

La siguiente pregunta suele ser: ¿cómo lo haces para controlar tu semana laboral de esa manera? Aquí quiero parafrasear a la investigadora Emily Troscianko: no sé cómo no lo haría sin dañar mi salud. Emily Troscianko, una académica que se ha recuperado de anorexia, escribió con franqueza sobre el perfeccionismo y las competencias que plagan el mundo académico, y sobre hasta qué punto esas dinámicas no solamente pueden ser destructivas sino de cómo lo son inevitablemente en la salud física y mental.

 

Confieso: no soy perfecta y he sucumbido más de una vez al mito según el cual no pasa nada por sobrecargarse de trabajo –especialmente si se trata de algo (en mi caso, la investigación o escribir) que una encuentra enormemente interesantes y de lo que goza–. Como alguien que en determinados momentos ha padecido de depresión, sé que la sobrecarga de trabajo puede provocar malhumor, hábitos de alimentación erráticos e insomnio. Y como aprendí gracias a Tomando el sol bajo la lluvia de Gwyneth Lewis, buscar la perfección es éxito garantizado de convertir una actividad divertida en una cruz.

 

No he logrado un empleo en la universidad porque sea extraordinariamente lista, tenga un don o sea inteligente o ninguna de las demás insidiosas descripciones según las cuales las personas del ámbito académico –y el resto de la sociedad– sugieren que nuestro trabajo y carácter están conectados por un cordón umbilical. No estudié mucho para sacarme ninguno de mis títulos de Oxford ni de Cambridge, no tengo un título de sobresaliente y me han rechazado más de un artículo en las publicaciones académicas. Seamos o no trabajadores de la universidad, siempre encontraremos criterios académicos que harán que nos podamos juzgar a nosotros mismos como fracasados –siempre hay alguien con notas más altas, con más publicaciones, o que ha obtenido una crítica mejor o un ascenso–. Es una pena que la sociedad vincule tan directamente la educación con la competitividad. Y por mucho que alcances; en nuestro mundo económicamente turbulento hemos alimentado el mito de que todo el mundo debería estar patéticamente agradecido de la posibilidad de tener empleo, e invertir todo en cualquier trabajo que nos llegue.

 

Me he dado cuenta de que lo que he conseguido con mi carrera (quiero decir lo que valoro –un trabajo indefinido con derecho a pensión, buenas relaciones con los estudiantes y editoriales, la habilidad de escribir lo que quiera–) me ha sucedido por haber rechazado la sobrecarga de trabajo. No tiene mérito haber tomado esa elección. Me he beneficiado enormemente de una educación exhaustiva que puso el énfasis en hacer de aprender algo divertido y en ser lo suficientemente buena más bien que en ser perfecta; algunas de las lecturas que he mencionado me ayudaron a crear y mantener límites claros –y por el impacto de la depresión cuando, a pesar de toda la ayuda recibida para tomar buenas elecciones, he acabado sucumbiendo a la sobrecarga y al perfeccionismo–. Todas esas influencias me han enseñado que el agotamiento es contraproducente. Como escribe Emily Troscianko, la excesiva preparación puede ser un obstáculo para la investigación y la escritura. En ese sentido, menos puede ser más en lo que atiende a enseñar. Fijémonos en las correcciones de los trabajos de los estudiantes. Hay mucha literatura pedagógica que indica que los estudiantes aprenden más de los elogios y que una crítica constructiva por trabajo es suficiente (para algunas personas es difícil priorizar si tienen más de una; es fácil sentirse sobrepasado con todo lo que hay que hacer para mejorar; y así nos arriesgamos a que o bien el tema les genere rechazo o bien a fomentar la sobrecarga –y los resultados de todo eso están excelentemente descritos en el último libro de Richard Wikinson y Kate Pickett The Inner Level (Igualdad)–.

 

“Trabaja más inteligentemente” no parece ser la respuesta completa. El número limitado de empleos disponibles en el ámbito académico significa que no todo aquel que trabaje duro conseguirá un puesto de trabajo. Los académicos que se encuentran en posiciones seguras tienen que criticar y desafiar el culto a la sobrecarga. En cierta medida, es fácil para mí decirlo –tengo un empleo en una institución privilegiada donde hay mucho respeto hacia los académicos, un gran soporte administrativo comparado con el que hay en la mayoría de las demás universidades y una cantidad de gente gestionable, es decir, la ratio de estudiantes–. Pero seamos honestos y admitamos que de hecho esas condiciones no se dan en muchas otras instituciones y que eso explica mucha de la sobrecarga. Que haya demasiados blogs y tuits genera la impresión de que a todos nos gusta trabajar de más –o de que así debería ser– y de que tiene un cierto valor moral. No lo tiene. Solamente significa que si lo haces te estás descuidando a ti mismo, a tus criaturas, a tu vecindario, tu activismo, a otra gente.

 

Pero también debemos –y principalmente– luchar desde el colectivo. La ética del trabajo en las universidades no se va a solucionar si trabajamos menos duro cada uno de nosotros individualmente, sino mediante la acción colectiva contra el neoliberalismo. Como Stefan Collini describe, los académicos están amenazados por los gestores y políticos como si fueran delincuentes a los que se debe hacer trabajar más duro para sus estudiantes-consumidores que pagan unas tasas de matriculación muy altas. En muchas instituciones los tutores no tienen elección por lo que respecta a la cantidad de comentarios que deben hacer en cada corrección; queda fijado por unas directrices (normalmente diseñadas por gente que no tiene ningún tipo de experiencia pedagógica). Pero esa es una razón para moverse y organizarse mediante los sindicatos o mediante otras formas de protesta; junto con otros profesores pero también con esos estudiantes que quieren concebir la educación y el mundo de una manera más creativa y crítica que la que presenta la actual retórica neoliberal que permite que se presente al estudiante como un consumidor. Pero crear tiempo para eso significa quitar tiempo de trabajar, tuitear, postear, etc.

 

No creo que sea posible trabajar todo el día todos los días de la semana sin perjudicar la salud. Sin duda es imposible hacerlo y disfrutar de una vida llena. La ética del trabajo va de la mano de esa fantasía en último término contradictoria de que “se puede tener todo” –que en lenguaje neoliberal significa trabajar excepcionalmente duro y tener vida familiar–. Ambas pueden llenar, ¿pero en qué tipo de sociedad se supone que tenemos que ver trabajar y ejercer cuidados infantiles como un nirvana sumamente arduo de alcanzar? Esas condiciones deberían ser el estándar mínimo de vida (para aquellos que quieran tener ambas opciones). En lugar de eso, aquellos de nosotros que queremos tener una vida llena tenemos que estar muy seguros de nosotros mismos al hacer valer nuestro derecho de llevarla a cabo.

 

He hablado mucho de “nosotros”, y al hacerlo incluyo en mi comunidad académica a estudiantes, estudiantes en potencia, aspirantes a entrar en el ámbito académico y a aquellos de nosotros en plazas temporales e indefinidas. Pero he tenido que reconocer mi propia posición de privilegio en dicho ámbito como la de alguien que puede ser vista como que “lo tiene todo”. No he dado mucha información de mi vida personal de manera deliberada en esta web porque distingo entre mi trabajo y mi vida privada, y veo esta web como algo que pertenece a lo profesional. También me preocupa hasta qué punto el profesorado hace poca distinción entre la vida privada y la laboral; creo que hay buenas razones éticas por las cuales debería haber una distancia entre el alumnado y sus profesores, y también me preocupa (tal como he mencionado antes) el impacto sobre nuestra propia salud. Pero me veo obligada a reconocer que hablar de mi compañero aquí, incluyendo fotografías de vacaciones y mencionando mis credenciales académicas puede fomentar los mitos perfeccionistas que corroen el ámbito académico.

 

Para que quede constancia, no creo que pudiera mantener mi relación con mi marido si trabajara los fines de semana o por las noches. Nunca he sacrificado una relación por trabajo. Siempre hago por lo menos 2 vacaciones largas cada año, y antes de tener dinero para ir lejos solía hacer muchas escapadas de manera regular (siempre he trabajado y estudiado en instituciones que permiten un alto grado de flexibilidad en ese sentido –reconozco que eso está cambiando en muchas universidades–). Una de las razones por las cuales empecé a trabajar en la universidad es por la flexibilidad de la jornada laboral y de la semana laboral que ofrecía –y que ciertamente sigue ofreciendo, comparado con la mayoría de los empleos de la gente–.

 

No he logrado el equilibrio perfecto. Mi uso de Twitter, por ejemplo, pone sobre la mesa la cuestión de los límites entre aquello que consideramos trabajo y lo que no, si se tiene la suerte de tener un empleo que incluye actividades que a uno le encanta hacer (como escribir o el debate político en mi caso). Así que los compromisos como charlas, conferencias y seminarios forman parte de la vida fuera del horario laboral. Ninguna relación ni vida es perfecta y sigo en conflicto a la hora de combinar trabajo, tiempo con mi familia, la política y pasar tiempo con amigos, y sentarme a tomar el te mientras leo ficción. He tenido dificultades en momentos de depresión y el afán perfeccionista no ha ayudado. Ni la depresión ni el perfeccionismo han sido de ninguna ayuda en mi carrera de escritora.

 

La sobrecarga simplemente nunca es algo bueno, más allá de nuestros trabajos o de nuestras responsabilidades familiares. Las conversaciones por casualidad tomando un café, los pensamientos que puede hacer surgir una novela supuestamente “ligera”, la belleza de una calle de una ciudad al atardecer en nuestro pueblo o fuera, puede ser precisamente lo que ayude a alimentar nuestro trabajo de manera inmensamente intangible. Y probablemente puede que nos ayude, colectivamente, a resolver en qué tipo de mundo queremos vivir y tratar de alcanzar uno un poco más sano para todos que este que estamos negociando ahora. Y mientras tanto, si no quieres tuitear o postear en un blog, o hincar los codos hasta el amanecer, no dejes que eso te impida seguir con tu investigación y tu escritura.

Es catedrática de historia contemporánea en Oxford. Entre sus temas de investigación se encuentran la historia de la clase obrera, la desigualdad y el rol de las mujeres en las historia contemporánea de Gran Bretaña. Su último libro traducido al castellano es “El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010)” (Akal, 2018).
Fuente:
https://selinatodd.com/being-an-academic-online/
Temática: 
Traducción:
Júlia Sanchón Soler

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