O Uribe o paz

Emir Sader

16/11/2008

 

Independientemente del gobierno que vaya a realizar, la victoria de Obama tiene, de inmediato, dos significaciones muy importantes: por un lado, representa el rechazo mayoritario de la población de EE.UU. al gobierno de Bush. Por otro, la movilización e incorporación a la vida política de grandes contingentes, normalmente alejados de ella: de negros, de latinos, de jóvenes.

Recaen sobre Obama duras y pesadas herencias. La primera de ellas: la crisis económica que, iniciada como crisis financiera se extiende al sector productivo (General Motor afirma que hace esfuerzos para no quebrar), generando una recesión de proporciones enormes. La segunda, las guerras “infinitas” del gobierno de Bush (responsable de un aislamiento que hace que, por ejemplo, en Paquistán, aliado esencial de los Estados Unidos en la guerra contra Afganistán y en la lucha contra Al Qaeda, Bin Laden tenga el apoyo del 34 por ciento de la población, mientras los EE.UU. apenas del 19 por ciento, casi la mitad). Salir de Irak no es tan fácil como dice Obama. Como le preguntan los halcones: “¿Y saldremos derrotados?” Cuestión grave para la única superpotencia actual del mundo. Además del tema del abastecimiento de petróleo y de la influencia del Irán sobre el Irak chiita.

Si Obama quiere proyectar una imagen nueva para el continente, podrá avanzar en la desarticulación del epicentro latinoamericano de las guerras infinitas de Bush, ayudando a terminar con la situación de guerra que vive Colombia, con apoyo directo de los Estados Unidos – en la llamada Operación Colombia –, además de poner inmediatamente fin al bloqueo de Cuba.  Colombia se volvió el gran aliado norteamericano en la región, convirtiéndose en uno de los responsables del aislamiento y la pésima imagen de EE.UU. en América Latina.

La paradoja es que, al final de todas las tentativas – algunas exitosas – de canje de prisioneros que tuvieron a Hugo Chávez como protagonista esencial, Uribe haya salido fortalecido, interna y externamente. Internamente, parece haber impuesto la visión de que soluciones militares son posibles para terminar el conflicto. Un conflicto que Uribe no quiere terminar, porque de ahí recibe el apoyo interno que posee; consciente de que militarmente no se gana el conflicto, quiere prolongarlo lo suficiente buscar un tercer mandato y cegar la vía de las soluciones políticas a la guerra.

Pero Uribe también ganó espacios externos que no tenía. Los crímenes sin cuento cometidos por su gobierno no parecen haberlo desgastado. (El último en descubrirse ha sido la ejecución de centenares de jóvenes a manos de oficiales de las FFAA que difundían la idea de que se trataba de enemigos muertos en combate; el escándalo ha llevado a la cárcel a altos oficiales del Ejército, sin que las imágenes de los desventurados jóvenes, a diferencia de las de Ingrid Betancourt, gozaran de la mínima difusión en la prensa nacional e internacional.) De creer a Uribe, la violencia en Colombia se reduce a la de las FARC; como si no existieran secuestros de Estado, y como si los únicos presos – ya no se habla de canje de presos, sólo de liberación unilateral por las FARC – fueran los secuestrados por las FARC.

Reunidos en París el pasado noviembre bajo el patrocinio del Socorro Católico, dirigentes de varias organizaciones políticas – Polo Democrático, Partidos Liberal y Conservador, entidades de derechos humanos de distinta índole – discutieron alternativas políticas para la crisis colombiana. Coinciden todos en que las soluciones militares, además de injustas, son imposibles, y en la necesidad de buscar alternativas políticas.

Para hacerlas posibles, es preciso que los campos en conflicto entren en negociaciones políticas. Hoy las FARC, que parecen duramente golpeadas política y militarmente, pueden estar dispuestas a soluciones negociadas. (Hubo una respuesta positiva de las FARC al pedido de 113 intelectuales colombianos exigiendo un canje de prisioneros, lo que podría ser una primera reacción en esa dirección). Pero Uribe no ve la necesidad de negociar; se siente fuerte e intenta conquistar un tercer mandato presencial: ya fue presentada una lista de apoyo a esa nueva violencia constitucional.

Sólo si Uribe sufre un golpe político, que podría ser el no lograr el tercer mandato, o que el nuevo gobierno de los Estados Unidos, además de confirmar el rechazo a la firma del Tratado de Libre Comercio, y merced al fortalecimiento de los demócratas en la Cámara de Representantes, pusiera fin a la Operación Colombia y presionara a Uribe para que participe en negociaciones políticas que pongan fin a la guerra en Colombia.

Asimismo, está claro que el trabajo persistente de denuncia de los crímenes del gobierno hecho por las organizaciones políticas y sociales colombianas puede contribuir a debilitar la posición del gobierno, impidiendo la reelección de Uribe y fortaleciendo a una oposición unificada que catapulte a la victoria a un candidato democrático en las elecciones presidenciales de 2010.

La guerra en Colombia es la situación más grave que vive el continente, por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que trae consigo – de las que los más de 3 millones de colombianos desplazados son un uno de los aspectos más brutales y menos difundidos –, por la alimentación del narcotráfico – que no dejó de crecer en los años del gobierno de Uribe –, por los riesgos de enfrentamientos con los países vecinos. Promover la paz en el continente, avanzar en los procesos de integración regional, presupone acciones de la UNASUL, del nuevo gobierno de los Estados Unidos y de los movimientos populares del continente, a fin de terminar con la guerra y la represión en Colombia. Condición esencial de todo lo cual es la derrota de Uribe, cabeza articuladora del bloque en el poder. 

Emir Sader es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Fuente:
www.sinpermiso.info, 15 noviembre 2008

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