MDeE25: ¡Vamos allá!

James K. Galbraith

02/09/2016

En su protesta contra el Tratado de Versailles con el que concluyó la I Guerra Mundial, John Maynard Keynes escribió: “La política de someter a privaciones las vidas de millones de seres humanos, de privar a un país entero de su felicidad debería ser aborrecible y detestable…aborrecible y detestable, aunque eso fuera posible, aunque nos enriqueciera, aunque no sembrara el declive de toda la vida civilizada de Europa”.

El tercer rescate de Grecia el año pasado, impuesto por Europa y el Fondo Monetario Internacional le hace a Grecia lo que Versalles le hizo a Alemania: le arranca sus activos para satisfacer deudas. Alemania perdió su marina mercante, su material rodante ferroviario, sus colonias y su carbón; Grecia ha perdido sus puertos de mar, sus aeropuertos — los rentables — y está encaminada a vender sus playas, ese activo público que constituye una gloria única. La empresa privada se ve forzada a la bancarrota para dejar paso a cadenas europeas; los particulares se ven obligados a ejecuciones hipotecarias de sus viviendas. Una expropiación.

¿Y para qué? Para satisfacer viejas deudas públicas, contraídas a cambio de tanques,  submarinos, Olimpiadas, grandes proyectos de construcción deslocalizados a empresas alemanas y para esconder los déficits de atención sanitaria, con la connivencia de los acreedores, un lodazal de trapicheo para sustentar una ilusión, la de que Grecia podía “competir” como parte del euro. Ya en 2010 sabía el FMI que estaba rompiendo sus propias reglas fingiendo que Grecia podía recuperarse rápidamente, mantener un ingente superávit primario y devolver sus deudas. ¿Por qué? Para ayudar a salvar a los bancos franceses y alemanes, tal como quería el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, que en gloria esté, porque quería ser presidente de Francia.

Europa aplastó la resistencia griega en 2015. No porque Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Economía pensara que iba a funcionar el plan; a Yanis Varoufakis, el ministro de Economía griego, le dijo honestamente que “como patriota” no lo hubiera firmado él mismo. Pero Alemania quería imponer su orden sobre Italia y Francia, donde la sociedad civil sigue resistiéndose. Y la canciller Angela Merkel no podia admitir ante sus votantes o sus colegas europeos, de Eslovaquia a Portugal, que en 2010 había salvado los bancos alemanes endosándoles las deudas griegas que no podían pagarse.

A Grecia se le administró como lección un castigo colectivo. Se hizo para mostrar que “no hay alternativa”. Se hizo con el fin de parar cualquier otro intento de desarrollar, articular y defender una política más racional. Se hizo para proteger el poder del Banco Central Europeo, el gobierno alemán en Europa, y la autoridad responsable de las decisiones políticas, frente a un largo historial de fracaso del FMI.  

Grecia es hoy una colonia, los educados lo llaman “protectorado”. En otras zonas de Europa la izquierda — Podemos en España, el Bloco de Esquerdas en Portugal, Die Linke en Alemania— se han atascado de momento. En Francia los socialistas se están autodestruyendo. Italia resulta interesante por sí sola: se encuentra en medio de una crisis bancaria cuya única solución es un crecimiento más sólido; esto requiere que el gobierno ponga en tela de juicio la doctrina de la eurozona o puede perder poder pronto frente al Movimiento Cinco Estrellas. Pero aparte de ese caso, la Europa progresista está bloqueada.

Luego le llegará el turno a la extrema derecha, sobre todo al Frente Nacional de Francia,  que si llegara al poder, haría pedazos la Unión Europea. Se incrementan presiones similares en Polonia y Hungría, que tienen gobiernos que están ya fuera de las normas democráticas europeas. En Gran Bretaña, los tories derechistas y el UKIP se han combinado para votar para que el Reino Unido salga de la Unión Europea, aunque con resultados políticos sorprendentemente moderados hasta ahora.   

Por eso es por lo que Europe necesita el Movimiento por la Democracia en Europa. El MDeE25 (DiEM25), iniciado por Varoufakis, es un nuevo movimiento progresista transnacional. Se ha puesto en movimiento y puede que no llegue a ninguna parte. Pero presenta una última y tenue esperanza de mantener unida la Unión Europea en términos que pudieran aceptar los pueblos de Europa.

La democracia llegaría al principio a base de pequeños pasos. Vendría primero la transparencia y rendición de cuentas de las opacas instituciones de gobierno de Europa. Después de eso, una política económica centrada en el empleo, la inversión y la sostenibilidad. En última instancia, tendría que haber grandes cambios, tan revolucionarios como la Primavera de Atenas en 2015. Las viejas oligarquías, las camarillas de Bruselas, los tecnócratas interesados y los ideólogos económicos que hoy dominan la política económica europea tendrían que ceder.

Vamos allá.

es profesor de gobierno y relaciones empresariales en la Escuela Lyndon B. Johnson de Asuntos Públicos de la Universidad de Texas. Presidente de la Association for Evolutionary Economics, su último libro publicado es "Inequality and Instability" , una soberbia investigación empírica y teórica sobre el capitalismo de nuestros días. Está actualmente terminando de escribir un libro intitulado The End of Normal (El final de la normalidad).
Fuente:
The Boston Globe, 22 de agosto de 2016
Traducción:
Lucas Antón

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